Casus Belli III (2022), 123-156
Recibido: 25/010/2022 - Aceptado: 9/11/2022

 

El Ejército Argentino frente al desafío de la anticipación estratégica (1958-1966)

Hernán Cornut

Universidad de la Defensa Nacional

 

Resumen: La importancia de reconstruir los contextos pasados con ánimo de esclarecimiento objetivo, radica en la capacidad de iluminar lo acontecido con nuevos interrogantes forjados a la medida de las inquietudes presentes. En este caso, nos interesa indagar acerca de la actitud adoptada por el Ejército Argentino entre 1958 y 1966, frente a un escenario mundial de Guerra Fría que proyectaba sus consecuencias a la periferia continental y nacional mediante lo que se conoció como guerra revolucionaria. En este sentido, es factible concebir una hipótesis de conducta expectante y anticipación estratégica, de parte del Ejército, delante de un entorno conflictivo, signado por la coyuntura social y política, y particularmente violento.

Palabras clave: Argentina – Ejército – Guerra Fría – Guerra Revolucionaria

Abstract: The importance of reconstructing past contexts with the aim of objective clarification lies in the ability to illuminate what happened with new questions tailored to current concerns. In this case, we are interested in inquiring about the attitude adopted by the Argentine Army between 1958 and 1966, facing a Cold War world scenario that projected its consequences to the continental and national periphery through what was known as revolutionary war. In this sense, it is feasible to conceive a hypothesis of expectant conduct and strategic anticipation, on the part of the Army, in the face of a conflictive environment, marked by the social and political situation, and particularly violent.

Keywords: Argentina – Army – Cold War – Revolutionary War

 

 

Introducción

“En todas las situaciones debemos considerar a la guerra, no como algo independiente sino como un instrumento político […] Este punto de vista nos muestra cómo pueden variar las guerras de acuerdo con la naturaleza de los móviles y de las circunstancias de las cuales surgen […] La guerra, por lo tanto, no es solamente un verdadero camaleón, sino que es también una extraña trinidad”.

Carl von Clausewitz[1]

 

La problemática de la guerra revolucionaria, en tanto fenómeno a escala planetaria con sus derivaciones regionales y domésticas, lejos de diluirse, continúa trascendiendo el presente como objeto de estudio que parece no agotarse en proposiciones determinantes que, sin conseguir explicarla, alimentan posturas sectarias. De alguna manera esto ocurre porque la complejidad del tema estigmatizado por ideologías irreconciliables impide comprender cabalmente un pasado reciente que se resiste a ser pretérito. Algo así como un eterno retorno nietzscheano que condiciona el futuro, desde que proyecta su rémora cíclica en dosis exactas para impedir consensos, a partir de la repetición de juicios (¿o prejuicios?) contaminados por la comodidad que proporciona aceptar las elucidaciones -supuestamente consagradas- antes que construir un conocimiento propio sobre bases verosímiles.

Una profusa producción investigativa hispano parlante da cuenta de un orden homologado -y casi totalmente aceptado- en torno a cómo se desarrollaron los hechos y cuáles fueron las responsabilidades inmanentes: entre otros trabajos vigentes -y sin ser exhaustivos- encontramos los de Amaral, 1998; Bozza, 2001; Carreras, 2010; López, 2009; Mazzei, 2012; Pontoriero, 2022; Ranalletti, 2011; Rivas Nieto y Rodríguez Fernández, 2010; González Canosa, 2012. Así, mediante tesis, artículos y libros; en forma solvente, se sostienen tendencias que van desde el terrorismo de Estado hasta la justificación marxista, sin marginar la teoría de los dos demonios, para argumentar en forma reduccionista que la complejidad social y su consecuente violencia política tendría una definición unívoca e irrevocable alrededor de las fronteras ideológicas, el enemigo interno y la consabida doctrina de seguridad nacional. No obstante, aunque pueda resultar atrayente y aceptable esta presunción, entiendo que, como mínimo, es preciso revisitar los hechos en sus correspondientes contextos para acercar puntos de vista que estimulen el diálogo, sin eludir las polémicas pero con el objetivo de encontrar espacios que reconozcan la otredad al tiempo que desobturen miradas petrificadas por categorías puramente ideológicas. Como vengo sosteniendo no se trata de exculpar responsables ni justificar acciones, sino de elaborar marcos comprehensivos que esclarezcan el pasado sin renunciar a la verdad y la imparcialidad (Cornut, 2018 y 2021a). Presentar tesis conclusivas sobre este tema, enfocando las consecuencias y soslayando las causas, resulta un camino cierto para quienes aspiran a confirmar presunciones instaladas antes que enfrentar realidades incómodas. Obturar las posibilidades de conocimiento y manipular los hechos entorpece una mirada retrospectiva ecuánime y razonable, al tiempo que desdibuja el presente en consideraciones comprometidas de antemano por una suerte de profecía autocumplida.

El objetivo de este trabajo es clarificar la actitud del Ejército Argentino (en adelante EA) frente a los indicios de un escenario de guerra revolucionaria en el país, entre 1958 y 1966. Para ello, sustento la hipótesis de que la institución armada advirtió la configuración de un espacio conflictivo y tomó recaudos para morigerar el impacto de los vectores revolucionarios sobre la propia Fuerza y la Nación, de acuerdo con una concepción estratégica de la situación que, mediante una praxis anticipatoria, orientase acciones futuribles.

El recorte temporal propuesto se justifica en dos aspectos sustantivos. Por una parte, vemos que las fechas límite contienen un lapso de relativa estabilidad institucional toda vez que, si bien el poder militar ejercía un tutelaje político, no detentaba un gobierno de facto ostensible, todo ello sin dejar de lado la proscripción del partido justicialista. Por otra parte, las Fuerzas Armadas y el EA en particular, no tomaron parte en ninguna acción directa de combate vinculada con las respuestas del Estado frente al panorama revolucionario, con excepción de las tareas derivadas de su participación en la puesta en vigencia del plan CONINTES (Conmoción Interna del Estado) por decisión del presidente Arturo Frondizi, entre 1958 y 1961.

Toda la bibliografía de época consultada junto con el fondo Alicia Eguren – John William Cooke, que integra el acervo archivístico de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno y que fuera donado a esta entidad en 2016, conforman la base documental de esta investigación, en la que se destacan el Manual de Informaciones, perteneciente al área de Inteligencia del EA, y la Revista Militar y los volúmenes de la Biblioteca del Oficial, colecciones estas últimas, editadas y publicadas por el Círculo Militar.[2]

 

Antecedentes y bases conceptuales

“Quien testimonia con auténtica vocación de servicio tiene que situarse a contracorriente de la opinión general, postura que, en nuestra época de castración, abre ante sus pasos un largo camino de sinsabores”

Alberto Falcionelli[3]

 

En el escenario político de la República Argentina las revoluciones han sido, o al menos pretendieron ser, un instrumento de reivindicación ante situaciones percibidas como injustas y autoritarias. La capacidad de recurrir al empleo de la violencia para modificar condiciones inconvenientes formó parte de la realidad social del país, al punto de diluir sus impugnaciones para dar paso a una naturalización, casi de derecho, que reencauzase el derrotero nacional bajo el punto de vista de quienes liderasen el proceso revolucionario, argumento -por ejemplo- que fue esgrimido por las defensas en juicio de los oficiales involucrados en la rebelión y motín militar conducida por Hipólito Yrigoyen en febrero de 1905.

Desde Mayo de 1810 una serie de movimientos turbulentos agitaron las estructuras de poder bajo diferentes signos y propósitos, pero todos con procedimientos semejantes. La ingente cantidad de acciones durante el período de organización nacional hasta la estabilización alcanzada en 1880 con la federalización de la ciudad de Buenos Aires como capital de la Nación, las revueltas radicales de 1890 (Revolución del Parque), 1893 y 1905 (Revolución Radical), los golpes de Estado de 1930, 1943 (Revolución Juniana), 1955 (Revolución Libertadora) y 1966 (Revolución Argentina), legitimaron sus aspiraciones según los consensos logrados en apoyo de sus acciones y, sin soslayar la potencia de sus recursos materiales de variada magnitud según fuese el evento que se tratase, no cabe duda que todas estas revoluciones se dirigieron a modificar lo más profundamente posible los contextos existentes. Este también fue el caso de lo que se denominó guerra revolucionaria (en adelante GR) en la Argentina. Si se admite el razonamiento anterior, entonces es posible colegir que las revoluciones no se caracterizan por los medios empleados, sino por los fines perseguidos -parangonando a Beaufre (1979, p. 28)- lo que da pie para despejar dudas acerca de que distintos actores revolucionarios utilizaron similares recursos para alcanzar sus objetivos, por cierto, disímiles.

Aun cuando no se pretende establecer una genealogía del fenómeno revolucionario, entendemos ineludible revisitar los eventos claves que permitan contextualizar el objeto de nuestro estudio.

A partir de la Revolución Francesa (1789) se consolidó un modelo[4] que propugnaba cambios políticos mediante la violencia de parte del propio tejido social en contra de sus gobernantes. Si bien los movimientos intestinos armados atravesaron buena parte del siglo XVIII en América, estos se dieron como resultado de procesos independentistas que reaccionaban contra la metrópolis en procura de su autogobierno para desprenderse del yugo colonial europeo, lo que los diferencia claramente de las acciones contra el Antiguo Régimen para poner punto final a la rémora del feudalismo. Luego vendrían las ideas de Carl Marx y Friedrich Engels con el Manifiesto Comunista [5] (1967 [1848]) que sentarían las bases de un modelo alternativo político y económico, sin obviar el medio tiempo en que la expansión napoleónica resquebrajó los cimientos de la integridad europea hasta que el Congreso de Viena en 1814 reestableciera el equilibrio continental. La Revolución Bolchevique (1917) aparece como el punto de inflexión en que el modelo comunista se afianza en un Estado (Rusia) y proyecta sus inclinaciones planetarias a través de la violencia que impone la visión determinista y excluyente de aniquilar el capitalismo para entronizar el comunismo. Lenin, el revolucionario profesional, encarnará la versión más intransigente de las ambiciones hegemónicas de la revolución mediante la guerra, en la idea de que el modelo del comunismo soviético solo puede erigirse en el fin de la Historia en la medida que sus principios se impongan a escala mundial[6] (Díaz de Villegas, 1959; Beaufre, 1979; Falcionelli, 1961; Shy y Collier, 1991). Iósif Stalin aparece como el continuador del régimen leninista que replica la virulencia revolucionaria y exporta sus efectos.[7] Luego vendrá la Revolución China (1948-1949) que tras una larga lucha interna se hace del poder, siguiendo el ejemplo soviético, pero aplicando las variantes propias de la cultura oriental.[8] Lo que siguió fue Checoslovaquia (1948), Indochina (1948), Argelia (1954), Egipto con Nasser y la crisis del Canal de Suez (1956) con Rusia como trasfondo, Hungría (1956), la Revolución Cubana (1959) y la consolidación del impulso comunista para hacer pie en Latinoamérica (Shy y Collier, 1991). Todo lo anterior respaldado por una concepción teórica que se manifestaba a través de la Asociación Internacional de Trabajadores o más conocida por La internacional. En su primera versión en Londres (1864) se establecieron las bases para la organización del proletariado europeo. La II Internacional tuvo lugar en 1895, y el socialismo decidió morigerar su componente violento y avenirse a las reglas de juego democráticas que el liberalismo proponía en Europa y América. Lenin fue el protagonista de la III Internacional en 1919, quien a caballo de la revolución bolchevique había propuesto la revolución mundial a instancias de la U.R.S.S. y, por último, León Trotski fundó la IV Internacional en 1938, que alentaba a la revolución permanente[9] (Díaz Bessone, 1988).

¿Pero a qué nos referimos concretamente cuando hablamos de revolución y GR? Algunas conceptualizaciones de autores contemporáneos al lapso analizado nos dan una idea al respecto. Desde un punto de vista genérico, Regis Jolivet[10] consideraba que era un fenómeno que rompía la continuidad histórica y de lazos sociales creados por ella, para reconstruir la sociedad, en términos políticos, religiosos y económicos, sobre un principio nuevo y opuesto al que se había destruido (Orsolini, 1989, p. 159). Para Suzanne Labin[11] la GR es:

El conjunto de empresas elaboradas por el Kremlin fuera del campo estrictamente militar, es decir, esencialmente, en la vida pública de cada pueblo, para destruir los regímenes de libertad desde adentro e instaurar la hegemonía del poder absolutista y autoritario que se encarna en el comunismo. Sus principales medios son: la propaganda, la infiltración, el pudrimiento, la corrupción, el sabotaje, los levantamientos, la guerrilla; con exclusión de una participación directa de las fuerzas armadas soviéticas en una guerra caliente. El objetivo esencial siempre consiste en capturar o, por lo menos, en torcer a favor de los designios del Kremlin, las posiciones de control de la línea política de las naciones (ministerios y administración, prensa, radio y televisión, escuelas y universidad, partidos y sindicatos, grupos de influencia, organismos internacionales, opinión pública en general), evitando que las fuerzas así capturadas perciban al servicio de qué se las pone (Falcionelli, 1962, p. 43).

Nótese el carácter integral que le asigna a la GR, donde el perfil militar aparece como vector de acción directa que complementa, más temprano o más tarde, el proceso revolucionario.

Un concepto más actual que permite esclarecer la lógica revolucionaria pertenece a Hans Enzensberger (1987)[12] quien afirma que “todas las revoluciones hasta la fecha se han contaminado de la antigua situación revolucionaria y han heredado los fundamentos de la tiranía contra la cual se enfrentaron” (p. 11). Los conceptos anteriores sitúan a la GR en una posición disruptiva respecto de la noción de guerra imperante, especialmente en el ex post facto de la Segunda Guerra Mundial, y particularmente representada por un recurso a la violencia en que, por fuera de la visión clásica clausewitziana, la fase armada supera a la concepción política del conflicto. Esto nos lleva a otra controversia que dominó el plano conceptual de estos hechos y que se relaciona con una supuesta negación de la perspectiva bélica para la GR y, por consiguiente, para la guerra contrarrevolucionaria. Esto es, la recurrente apelación al terrorismo de Estado y la invención de un enemigo interno para dirimir un conflicto supuesto por ciudadanos uniformados que, confabulados en torno de los intereses de los Estados Unidos de Norteamérica (EE.UU), componen la figura del enemigo interno para perseguir políticamente a disidentes marxistas idealistas que procuran persuadir con una propuesta armónica de bienestar irrevocable (López, 2009; Mazzei, 2012; Pontoriero, 2022; Ranalletti, 2011; González Canosa, 2012).

Para refutar lo anterior bastaría con leer a Mao Tse Tung (1970 [1967]) cuando afirma que “la guerra es la forma más alta de lucha entre naciones, estados, clases o grupos políticos con el propósito de la victoria” (22). Con esta afirmación sería suficiente para identificar a la lucha armada revolucionaria como una guerra, claro que fuera del sentido clásico con que la guerra había sido definida por Carl von Clausewitz (1983 [1832]), y es aquí donde reside la dificultad para interpretar esta noción revolucionaria y, por ende, negarle su condición de guerra moderna o subversiva (Trinquier, 1965), guerra no convencional o insurgente (Mc Cuen, 1967), guerra limitada (Liddell Hart, 1951), guerra insurreccional (Bozza, 2018), guerra de liberación nacional (Yotuel, 1962; Aron, 1987 [1976]), guerra de guerrillas (Guevara, 2007 [1960]), guerra irregular (Díaz de Villegas, 1959), guerra popular (Mao Tse Tung, 1970 [1967]) y guerra de enemistad absoluta (Schmitt, 2005 [1963] y 2007 [1969]).

Es evidente que el primer disenso con la teoría clausewitziana está dado por la ausencia de Estados Nación -en ambos extremos del conflicto- enfrentados, y su reemplazo, en uno de los márgenes en pugna, por otro tipo de actores estratégicos que finalmente terminan oponiéndose a un Estado Nación soberano. Pero llevar la disputa hacia el interior de una unidad política por la vía armada, no quita la condición bélica, sino que la transforma en varias dimensiones. Lenin y Mao fueron aplicados lectores de Clausewitz y, especialmente el último, construyó gran parte de su teoría revolucionaria a partir de las nociones que ofrecía De la guerra. Claro que la mirada marxista, y también chinoísta, de la relación entre política y guerra fue adaptada, al punto de imbricar ambos términos en un continuum de violencia persistente. Para Mao (1970 [1967]) “la política es guerra sin derramamiento de sangre, en tanto que la guerra es política con derramamiento de sangre” (p. 280). Esto no quita la presencia de los principios de la teoría clausewitziana en el conflicto revolucionario, desde que, siguiendo al prusiano, la guerra es un acto de fuerza con un fin político (hacerse del gobierno de un Estado), se dispone al derramamiento de sangre para alcanzar sus fines (sin hesitaciones para el caso revolucionario), se apoya en el sustrato de las fuerzas morales y la convicción de la causa por la cual se lucha (adoctrinamiento revolucionario), es un duelo a escala que se desliza peligrosamente en los límites máximos de violencia (de esto el conflicto armado revolucionario aporta pruebas palpables) y, finalmente, está condicionado por el delicado equilibrio que debe preservar el concepto trinitario de la guerra (pueblo-ejército-gobierno), donde el pueblo (léase el agua según Mao) juega un papel clave en el desarrollo de los hechos ya sea a favor o en contra del guerrillero revolucionario (el pez).

Nótese cómo se adaptan los preceptos clásicos a la situación revolucionaria sin renunciar a los contenidos teóricos esenciales. Se procura modificar las nociones, pero se mantiene el sentido estrecho de los términos. Así, se respeta la extraña trinidad antes mencionada, pero se acentúa el rol del pueblo como factor decisivo de la lucha; se rompe el equilibrio pretendido por Clausewitz, pero no se contradice el juicio de sus conceptos; es una guerra distinta a la clásica. O bien, se tiende a definir la guerra (revolucionaria) bajo el modelo absoluto, esto es, sin frenos ni límites a la aplicación de la violencia, antes que el esquema real explicado por el prusiano, donde demuestra que la guerra tradicional se sujeta a las restricciones que un conflicto entre naciones impone.

Lo que se reemplaza, en el caso de la GR, es la existencia de dos contendientes semejantes en torno de la figura del Estado Nació (territorio definido, población propia, gobierno representativo, una historia en común y respeto por las normas del Derecho Internacional) por uno de ellos que, a pesar de no estar revestido de la juridicidad de Estado soberano, presenta las características de un actor estratégico (fines concretos, autosuficiencia militar de su brazo armado y voluntad de imponer su verdad) (Cornut, 2019). Esto no retira la categoría de guerra, aunque sí la transforma.

Otra idea que se presta a confusión es la que resulta de entender la guerrilla y la revolución como nociones equivalentes. Ya Clausewitz trata la “guerra pequeña” (p. 163) (de baja intensidad)[13] como las reacciones del “pueblo en armas” (p. 438), que no representa los actos de un cuerpo extraño al tejido social del que forma parte, sino la reacción natural de un grupo humano unido por un pasado que se proyecta a un futuro en común y que defiende su propio espacio de vida. Toma como ejemplo la invasión napoleónica a España en 1808 y la resistencia de los íberos en la defensa de su terruño.[14] Entonces, el guerrillero -cuya mejor conceptualización sería partisano, siguiendo a Schmitt (2005 [1963])- no es otra cosa que quien defiende su lugar, propiedad y forma de vida ante la injerencia extraña; lo que coloca al partisanismo en las antípodas del combatiente revolucionario que vehiculiza la expansión, por las armas, de una ideología que reconoce su origen allende las fronteras del país que se trate. Vale decir que cuando se confunde guerrilla con revolución, no solo se trastocan categorías ideológicas, sino que se malinterpreta el rol de un procedimiento táctico de lucha (guerrilla),[15] de empleo recurrente por parte de cualquier Fuerza Armada en contiendas a pequeña escala, con una intencionalidad estratégica derivada de una postura doctrinaria. Mientras que la irregularidad en las acciones, la alta movilidad táctica y la asimetría que procede de enfrentar a un enemigo muy superior, son aspectos que comparten el partisano y el combatiente revolucionario, observamos que el carácter telúrico del primero en defensa de lo que le pertenece establece la diferencia central que permite distinguir a uno de otro.

Lo anterior nos lleva a tratar otro aspecto que diluye el perfil bélico de la GR: la tipificación del enemigo.

Julien Freund (1968), en su obra La esencia de lo político, plantea entre los criterios de esa materia la dialéctica amigo-enemigo para describir la situación del Estado frente a sus adversarios exteriores, y construye las nociones que permiten diferenciar a propios, de extraños con actitud ofensiva. Por su parte Carl Schmitt (1987 [1932]) agrega que solo una unidad política pacificada en lo interno puede dirimir sus conflictos externos y defender con eficiencia su soberanía. Así, la categoría que define al no amigo es la legada por el derecho romano mediante el vocablo hostis (extranjero) el que difiere del adversario interno reconocido como inimicus, reservado para la delincuencia que debe ser tratada como una situación policial (Fernández Vega, 2002). No obstante, el Estado Nación, como sujeto de la guerra, mantiene la potestad de definir al enemigo, en tanto aplica su fuerza decisionista para convertir el derecho en ley, frente a la agresión (Schmitt, 2005 [1963]). La controversia se suscita cuando el antagonista no es otro Estado sino -como mencionamos- un actor estratégico no estatal, irregular, con procedimientos de lucha por debajo del horizonte militar (Turney-High,1949); esto es, el umbral que divide la guerra verdadera de otras formas de combate híbridas, más instintivas y no tan marciales. De este modo, se desdibuja la figura del oponente genuino y se proyecta el binomio de pertinencia externa amigo – enemigo, al marco interno de la unidad política que, como se dijo, aplica su condición soberana para recategorizar al opuesto, ya no como legítimo (iustus hostis), sino simplemente como hostis. A tal punto esto es así que las leyes y convenciones de la guerra,[16] en un esfuerzo por contener como combatientes y tratar al enemigo capturado con el derecho que asiste a un prisionero de guerra, reconoce como tales a los milicianos que porten sus armas a la vista, se identifiquen como contendientes y sean conducidos por un superior responsable de los mismos, condiciones respetadas por tropas partisanas pero desconocidas por parte de guerrilleros revolucionarios o ejecutores de actos terroristas.[17] Pero más se enrarece la atmósfera para definir al enemigo revolucionario como hostis cuando los procesos de descolonización posteriores a la Segunda Guerra Mundial, se concretaron a través de movimientos armados independentistas que, en la mayoría de los casos, fueron infiltrados por la praxis revolucionaria marxista, de la que Indochina y Argelia son dos ejemplos paradigmáticos.

Todavía más se complejiza la definición del enemigo revolucionario cuando se observa la actitud de los rivales en un conflicto de este tipo. Clausewitz advertía sobre la manifestación de dos géneros de coacción violenta en el ímpetu guerrero. El sentimiento hostil es la dosis necesaria de animadversión que portan quienes combaten; es una disposición antagónica pero que reconoce los frenos de la prudencia para lograr respetar al otro como enemigo y evitar la barbarie en la lucha. La intención hostil es absolutamente instintiva e irracional; es la emocionalidad que no reconoce fronteras y niega la condición de un otro igual al enemigo, esto es, no lo registra como un contrincante legítimo. Para Schmitt (2005 [1963]) esto se traduce en enemistad convencional (sentimiento hostil) y enemistad absoluta (intención hostil) que a su vez se corresponden con los modelos de guerra real y guerra absoluta (Clausewitz, 1983 [1832]), respectivamente. Lo cierto es que la dinámica de la GR en cuanto a la procedencia de la agresión, virulencia y tácticas que se mimetizan en el conjunto de la población, concurre a descalificar al adversario en ambos extremos de la disputa, lo que tiende a percibir la GR -y su respuesta contrarrevolucionaria- como una guerra absoluta impregnada de una enemistad absoluta que impulsa el ascenso de la violencia a los extremos (Clausewitz, 1832 [1983]) y se decodifica (Cornut, 2021a) a través de la teoría mimética de René Girard (2010). Dejemos hablar a Schmitt (2005 [1963]):

Nuevas especies de enemistad absoluta tienen que surgir en un mundo en donde los contrincantes se empujan unos a otros hacia el abismo de la desvalorización total antes de aniquilarse físicamente. Ambos se proscribirán y condenarán en debida forma antes de empezar con la obra de destrucción. La destrucción se hará entonces completamente abstracta y absoluta. Ya no se dirige contra un enemigo, sino que servirá a la imposición de valores supremos y estos, como es sabido, no tienen precio (p. 114).

Luego, revolución y contrarrevolución suponen una espiral de violencia irracional, por fuera de los cánones de la guerra tradicional, caracterizada por la ausencia de reglas, de escrúpulos y la negación de sujeto combatiente al oponente, para entonces convertirlo en objeto de destrucción.

La dificultad para internalizar la lucha revolucionaria dentro de los parámetros bélicos conocidos, proviene de contrastarla con la concepción clásica de la guerra en la que se diferencia claramente lucha de paz (omitiendo la crisis), combatientes y no combatientes, Estados beligerantes y neutrales, y enemigo (iustus hostis) de criminal (inimicus). Si bien estas nociones requieren una adecuación para ser consumadas tal cual, en el plano revolucionario, no carecen de pertinencia a los fines del conflicto, sino más bien plantean una mutación de las exterioridades de la guerra, pero no cambian su esencia política y sus efectos capitales. Además, hemos visto como Lenin y Mao se nutrieron de la teoría clásica clausewitziana para definir la lucha revolucionaria, lo que indica una identidad genética entre ambas concepciones, aunque conlleva diferencias en torno de lo ideológico minoritario en reemplazo de los intereses mayoritarios de una vocación colectiva y soberana. Pareciera que lo que demanda adecuación es el significado del concepto guerra, que no puede asimilarse en forma unívoca a los parámetros de lo revolucionario, pero tampoco estos renuncian a los preceptos fundamentales de aquella.

Lo anterior llena de sentido la percepción de Roger Trinquier (1965) vinculada con sus experiencias de combate en Indochina y Argelia: “el ejército no está preparado para hacer frente a un adversario que utiliza armas y métodos que el propio ejército desconoce, no teniendo la menor posibilidad de victoria” (p. 28). Empero esta situación adquiere mayor dramatismo cuando se advierte la ausencia de definiciones políticas, por parte del gobierno francés, para establecer los objetivos de la campaña militar en sus territorios ultramarinos (Navarre, 1964) (Salan, 1977), y, por omisión, deja en manos de las fuerzas militares consideraciones de orden político para resolver la campaña. Las lecciones aprendidas durante la Segunda Guerra Mundial no contemplaban el empleo a escala de las acciones aisladas; era como enfrentar la guerra pequeña clausewitziana, pero proyectada a la totalidad del teatro de operaciones al modo de una operación de guerrillas permanente. Pero, además, en Indochina y Argelia las luchas por la liberación nacional descolonizadora fueron penetradas por la ideología marxista y las tácticas revolucionarias,[18] lo que ocasionó una metamorfosis del partisano hacia el guerrillero profesional. Entre las diferencias importantes, Trinquier señalaba que la campaña ya no dependía de lograr una victoria en una batalla singular, sino que la decisión se diluía en un tiempo y un espacio volubles y dilatados (p. 32) en los que el enemigo operaba en forma subrepticia, clandestina, fanática e ideologizada, recurriendo al terrorismo en la medida conveniente a sus objetivos. En Argelia, las fuerzas francesas eran tres veces superiores en efectivos contra los nativos, pero esta proporción se vio equiparada y hasta superada por el modus operandi del enemigo, al no poder las tropas coloniales determinar el centro de gravedad sobre el cual concentrar su poder de combate (principio de masa), ni tampoco cuándo llevar adelante una maniobra decisiva. El hecho de poder limitar el combate a un sector en particular, inhibía la determinación espacial del escenario de guerra y obligaba a cuadricular el territorio en disputa como una manera de asignar responsabilidades operativas y ubicar a un enemigo mimetizado entre la población (p. 37). Al mismo tiempo Trinquier admitía que la guerra moderna aumentaba los márgenes de error de las tropas contrarrevolucionarias ante las dificultades para identificar al enemigo (p. 56). Todo lo anterior indujo a Trinquier a razonar que se debía combatir con los mismos métodos que proponía el adversario, algo que el mismo Napoleón había sugerido al general Lefévre en septiembre de 1813: “con partisanos hay que luchar a la manera de los partisanos” (Schmitt, 2005 [1963], p. 21).

En el plano estratégico general, la GR tenía la iniciativa que dimanaba de emprender una ofensiva mundial y obligó a los países atacados a adoptar una actitud defensiva que, en realidad, solo podía sostenerse con vectores ofensivos tácticos que le permitiesen recuperar y mantener la libertad de acción necesaria. En la práctica esto se tradujo en un choque de dos rivales que se ofenden en procura de ocasionar el mayor daño posible, lo que nos recuerda y argumenta sobre la dimensión bélica de lo revolucionario, bajo la premisa de que la defensa es la forma más fuerte de la guerra con sentido negativo y su temporalidad debe ser apenas la imprescindible para reestablecer condiciones que permitan pasar al ataque (Clausewitz, 1832 [1983]). En este contexto, la violencia máxima puede ser empleada tanto en las etapas iniciales como para consolidar los objetivos revolucionarios, dependiendo de las características de la población, la geografía y el escenario político. Normalmente, la GR no opera en espacios clásicos, sino que procura desarrollar el combate -al menos en el comienzo- en áreas rurales de difícil acceso (montaña, monte, lacustre, etc.) que restrinja la maniobra de las tropas regulares (Shy y Collier, 1991, p. 863).

En definitiva, los pensadores, contemporáneos a los hechos, estaban persuadidos no solo de la realidad palpable de un fenómeno revolucionario con ambiciones hegemónicas, sino que también barruntaban la alta probabilidad de que sobreviniese una tercera guerra mundial (Lidell Hart, 1951; Perón, 1951 y Bouthoul, 1956).

 

La acción revolucionaria

“Con la revolución cubana creíamos iniciada en América la época del tránsito del capitalismo al socialismo […] canalizado dentro de las tres vías del progreso social: el sistema socialista mundial, la clase obrera de los países capitalistas y los movimientos de liberación nacional”

href="#_ftn19" name="_ftnref19" id="ftn19" class="cita_numero">[19]

 

“La violencia es el precio inevitable de la rebeldía liberadora”

Carlos Olmedo[20]

 

El año 1959 aparece como el primer hito de una acción intestina de corte revolucionario en la República Argentina. No obstante, las causas de estas primeras acciones se retrotraen a los hechos de junio y septiembre de 1955 y, fundamentalmente, a los fusilamientos de civiles y militares peronistas en su intento rebelde de 1956. Estas circunstancias gravitaron en forma definitiva y permiten entender los sucesos del conato guerrillero de la resistencia peronista que en la nochebuena de 1959 tomó por asalto la comisaría de Frías (Santiago del Estero) y provocó un golpe de efecto importante que planteó un mensaje estratégico claro: la proscripción del partido de masas más importante de la Argentina sería el eje integrador -en términos conceptuales- de las reivindicaciones de liberación nacional de los grupos revolucionarios.

Desde una perspectiva amplia, los Uturuncos (Carreras, 2010), nombre del grupo armado en cuestión,[21] reconocen su origen en el Comando 17 de Octubre siendo su ideólogo Abraham Guillén[22] y su líder Enrique Mena[ Luego de los hechos en Frías fue detenido y condenado a 7 de años de prisión, fugándose a Cuba. Regresó en 1963 y restauró el grupo revolucionario con efectivos cubanos y argentinos, en la intención de complementar al Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP) comandado por Jorge Masetti, en 1964, pero ante desinteligencias con este, la fracción se desorganizó.] (peronista de izquierda revolucionario), quien condujo las acciones desde 1956 y la clandestinidad del grupo en el cerro Cochuna (situado en el límite entre las provincias de Tucumán y Catamarca) (Salas, 2003). Luego de la toma en Frías el grupo se evadió y algunos uturuncos remanentes permanecieron a órdenes de Genaro Carabajal,[23] hasta su disolución definitiva (Salas, 2003, p. 21). Pero ya en 1958 el escenario político y social presagiaba un signo de la violencia. Huelgas en los ingenios azucareros de Tucumán, atentados con explosivos, incendios de supermercados y una convulsión generalizada que, con la pantalla de los reclamos justicialistas, traslucía una muy bien organizada agitación con miras de insurrección popular. Esto determinó al presidente Arturo Frondizi a decretar la aplicación del Plan CONINTES (Conmoción Interna del Estado) entre 1958 y 1961.

Una postura actual, más ideológica que historiográfica, endilga a Frondizi una aviesa intención de activar este plan -previo establecimiento del estado de sitio- para justificar la actuación de las Fuerzas Armadas en el marco interno. Ante este punto de vista, cabe señalar que las fuerzas policiales y de seguridad se encontraban sobrepasadas por una situación caótica que ponía en riesgo la paz social, ese valor consagrado en el preámbulo de la Constitución Nacional. Por ende, el Poder Ejecutivo (con pericia gubernativa discutible) en uso de sus atribuciones políticas, administró el poder legítimo para resolver la crisis mediante la coacción legal. Las Fuerzas Armadas, y en particular el EA, operaron en el marco de dicho plan y solo por el tiempo establecido a tal efecto, en concurso con la Policía Federal y la Gendarmería Nacional, en tareas de seguridad reguladas por su normativa propia. De hecho, estas funciones formaban parte consustancial de la misión del EA,[24] dada su condición de institución fundamental de la Nación, y fueron sostenidas en forma permanente y natural desde, al menos, la reconversión organizacional que significó la profesionalización militar (Cornut, 2018). Desde 1942 el EA disponía de una publicación que regulaba el desempeño de sus efectivos en el marco interno[25] y, por otra parte, el peronismo clásico ya había convalidado estos empleos de la fuerza terrestre mediante la ley 13.234 (Organización de la Nación en tiempos de guerra) en 1948.[26]

Pero esta atmósfera caótica no provenía apenas de los sectores populares justicialistas, sino que reconocía otras autorías. Era el caso de John William Cooke (1919-1968), abogado, ex diputado peronista y apoderado del movimiento a partir de 1955. A lo largo de su dinámica militancia[27] en la extrema izquierda peronista, dio muestras de su convicción acerca de promover la revolución sobre la base del justicialismo como único y verdadero partido político de masas en la Argentina. Su impronta revolucionaria y violenta se imponía a través de su palabra que supo utilizar en calidad de arma. Sus ataques se dirigían a toda la clase política argentina a quien acusaba de burgueses incapaces de liderar un cambio estructural en el país y cómplices del imperialismo norteamericano, a lo que proponía como única opción la lucha de liberación nacional (Cooke, 1971 [1959]). Siguiendo la costumbre de Perón, tildaba de “enemigo real” (p. 13) al imperialismo concretado en la oligarquía nativa, en clara alusión a la lucha de clases, y no dudaba en instigar la violencia al entender que la proscripción del peronismo había cerrado el camino para las soluciones electorales. Consideraba que la clase pudiente argentina se había apropiado de la libertad, la democracia y la moral, razón por la que se debía revertir ese esquema a través de la coacción (p. 15) y afirmaba que “hay que liquidar a la oligarquía” (p. 17). Descreía del sistema de partidos políticos y los veía como parte del problema debiendo ser “combatidos por la liberación nacional” (p. 17) y afirmaba que “el frente de liberación nacional […] busca la toma del poder para iniciar el proceso de emancipación” (p. 22) y no exactamente por la vía democrática. Veía la Constitución Nacional de 1853 (pero también la versión de 1949) como modelos anacrónicos que impedían el establecimiento de un nuevo orden social y sostenía que “el régimen liberal debe ser desalojado por la violencia porque se mantiene por la violencia” (p. 32).

Ya en 1964, en oportunidad de su retorno de Cuba por la amnistía del presidente Illia, su posición se torna aún más intransigente ante la falta de apoyo del peronismo a su proyecto revolucionario. No obstante, aseguraba que “no puede existir un revolucionario que sea antiperonista” (p. 46). Es lo que se conoció como el entrismo, en alusión a los intentos -algunos de ellos exitosos- de penetración revolucionaria en el justicialismo. Veía la antinomia peronismo-antiperonismo como una representación vernácula de la lucha de clases marxista (p. 68). Cooke denostaba las posibilidades de la democracia como sistema de gobierno y prevenía acerca de la necesidad de sumar a la Argentina a la lucha revolucionaria mundial, a la vez que afirmaba que “Cuba es un bastión de plena libertad en América” (p. 53). Para el entonces ex delegado de Perón en la Argentina, “la teoría revolucionaria comprende la teoría de la violencia” (p. 74). En ese lapso, Cooke instituyó la Acción Revolucionaria Peronista (ARP) como una simbiosis entre justicialismo proscripto e izquierda revolucionaria que, en su ideario, estaba destinada a concretar la revolución con idéntico signo de determinismo histórico que el marxismo (p. 91) para materializar la “concepción estratégica de la lucha armada” (p. 96) e instaurar un “gobierno revolucionario de las masas mediante el triunfo de la guerra revolucionaria” (p. 103), en un claro parangón con la dictadura del proletariado soviética.

La dinámica revolucionaria desplegada por Cooke alcanzaba también el interior del país, con fuerte presencia en Córdoba y el Noroeste, a través de los Centros Organizados Nacionales de Orientación Revolucionaria (CONDOR), creados el 4 de junio de 1964 e inspirados en la figura del caudillo catamarqueño Felipe Varela.[28] Asimismo, es evidente la traza insurreccional y terrorista de la propuesta del ex diputado, ya que la había estructurado con la colaboración de su esposa y militantes que luego pasarían a la clandestinidad, con las agrupaciones político militares de Montoneros, Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y Fuerzas Armadas Peronistas (FAP); una detallada organización que involucraba a todo el país bajo el título de “Situación General Subversiva”.[29] Allí, se consignaban los nombres y alias (nombre de guerra) de los responsables de las acciones de guerrilla, terrorismo, fabricación de explosivos, robos, sabotajes, propaganda y aspectos políticos, dando cuenta no solo de una muy bien diseñada estructura, sino del avanzado estadio de implementación y las previsiones para futuros hechos de violencia. Quiénes y dónde fabricarían explosivos, asaltarían sucursales bancarias, reclutarían nuevos miembros, financiarían los incidentes, o desplegarían el adoctrinamiento en Buenos Aires, Salta, Jujuy, Chaco, Santa Fe, Rosario, Neuquén, Mar del Plata, La Plata, Córdoba y Tucumán, constaban en este documento que no deja lugar a dudas de las intenciones, el nivel organizacional y los recursos destinados al terrorismo y la guerrilla.

También se consignaba un “Resumen de los Actos de Terrorismo Perpetrados en el País entre el 1° de mayo de 1958 y el 30 de junio de 1961”[30] con los siguientes datos: 1022 hechos de colocación de cargas explosivas, bombas y petardos; 104 incendios de establecimientos fabriles, plantas industriales y vagones de ferrocarril, y 440 incidentes varios (obstrucción de vías férreas, pérdidas intencionales de combustible, ataques a los miembros de las Fuerzas de Seguridad, etc.). Todo esto sumaba un total de 1566 sucesos y arrojaba un saldo de 17 muertos y 89 heridos. Vale decir que, lejos de conformar acontecimientos aislados, los hechos formaban parte de un plan definido bajo el denominador común del uso de la violencia terrorista.

Otra perspectiva relevante está dada por el impulso y coordinación del desarrollo revolucionario a nivel regional, tanto en Uruguay (Fuerzas Armadas Revolucionarias Orientales) como en Paraguay (Movimiento 14 de Mayo),[31] lo que demuestra un expansión colectiva con efectos de amplio alcance, situación que a partir de 1961 será promovida por Cuba. Otro indicio de acontecimientos coordinados a nivel gremial era señalado por Falcionelli (1962) al observar que la CGT reunida en Rosario en abril de 1962 había instigado la creación de una Liga de Campesinos pro Liberación Nacional, con el objetivo de concretar una reforma agraria de neto corte marxista, lo que notablemente coincidía con las agitaciones de la Liga Campesina del norte de Brasil movilizada por el diputado Julião. Así, Falcionelli presagiaba el franco avance revolucionario en la región como producto de una maniobra planificada (p. 86).

En 1961 entra en la escena insurreccional argentina Mario Roberto Santucho[32] con su participación en el Frente Revolucionario Indoamericano Popular (FRIP) en su ciudad natal, Santiago del Estero. Promueve la fusión del FRIP con el organismo trotskista Palabra Obrera, que será la base del futuro PRT.[33] Sin embargo, este no era un hecho aislado, sino que respondía a un estado de efervescencia ideológica generalizado. El 13 de marzo del mismo año fue allanada una casa quinta situada en las proximidades de la ciudad de Corrientes, a la altura del km 3 de la ruta N°12, en la cual funcionaba un centro de adoctrinamiento y formación de cuadros y guerrillas con el nombre de “Juvencio Fernández” (en alusión a un combatiente caído). Allí se desenvolvían actividades teóricas y de adiestramiento militar en procedimientos guerrilleros y tiro con armas portátiles. Los detenidos manifestaron pertenecer al Frente Unido de Liberación Nacional (FULNA) opuesto al gobierno de Paraguay y reconocieron su tendencia comunista.[34] Este hallazgo se sumaba al anterior descubrimiento, en 1958, de la Escuela Latinoamericana de Instrucción de Cuadros Comunistas “Aurora”, ubicada en el predio “Stella Maris” de El Talar de Pacheco (provincia de Buenos Aires).[35]

La difícil situación política interna de la Argentina, definida por la desconfianza militar hacia el gobierno de Frondizi, se vio agravada después de la reunión secreta del presidente con Ernesto Guevara en la residencia de Olivos (18 de agosto de 1961), aprovechando la presencia del guerrillero argentino en Punta del Este (Uruguay), donde había tenido lugar la conferencia del Consejo Interamericano Económico y Social (CIES). La tensión fue en aumento hasta que la decisión de Frondizi de abstenerse en la votación de la Organización de Estados Americanos (OEA) para separar a Cuba de ese organismo, derivó en un planteamiento militar que obligó al presidente a romper relaciones diplomáticas con la isla caribeña, una semana después. Este frágil escenario de gobernabilidad se vio definitivamente impactado por el resultado favorable al peronismo, que se había presentado bajo el nombre de Unión Popular, en las elecciones para gobernadores del 18 de marzo de 1962. Lo que siguió fue una asonada militar en el mes de marzo que resultó en el desplazamiento de Frondizi y la puesta en marcha de la ley de acefalía, para colocar a José María Guido a cargo del Poder Ejecutivo, como una forma de evitar el golpe de Estado, pero con todas las consecuencias de éste. Los hechos se conocen como el enfrentamiento entre Azules y Colorados, y estuvieron signados por el antiperonismo, pero mucho más por el anticomunismo de ambos bandos militares enfrentados (Cornut, 2021a). En palabras de Cooke “la diferencia entre un militar colorado y un militar azul consiste en que el colorado es un cipayo y un verdugo las 24 horas del día y todos los días, mientras que el azul es un cipayo y un verdugo solamente cuando hace falta” (Cooke, 1971 [1964], p. 67). Este juicio sintetiza las percepciones de la izquierda revolucionaria respecto del factor militar del momento.

El primer ensayo genuino de expansión revolucionaria pura, a manos del castrismo en la Argentina, comenzó a gestarse en Cuba en 1962, con el planeamiento de una operación basada en el foquismo insurreccional en la zona del chaco salteño, en proximidades de la localidad de Orán. Durante este año se adiestró a cubanos y argentinos que luego de un largo periplo vía Praga, Argel y San Pablo arribaron al sur de Bolivia en 1963. El grupo guerrillero estaba a órdenes del argentino Jorge Masetti, más conocido por su alias, Comandante Segundo, e integrado por una veintena de personas. El cometido de la que se denominó Operación Penélope consistía en preparar las condiciones insurreccionales a la espera de Guevara para inflamar la GR en la Argentina. En junio de 1963 cruzaron la frontera en tareas de reconocimiento y supervivencia para después de una semana replegarse al territorio boliviano desde donde relanzarían la operación con el cruce del río Bermejo entre el 23 y 24 de septiembre. El denominado Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP) culminó su aventura foquista en mayo de 1964, luego de ser perseguidos y cercados por el Escuadrón 20 Orán, de la Gendarmería Nacional. Puestos a disposición de la justicia federal, sus integrantes fueron procesados penalmente, sin ninguna intervención en la captura e interrogatorios de las Fuerzas Armadas. La gravedad de estos acontecimientos decidió a la Cámara de Diputados de la Nación a interpelar a los ministros del Interior (Juan Palmero), de Relaciones Exteriores y Culto (Miguel Zavala Ortiz) y de Defensa (Leopoldo Suárez) para pedir explicaciones en torno a los antecedentes y previsiones de futuras acciones del país frente a la amenaza revolucionaria. A pesar de la intención de varios diputados de militarizar el conflicto guerrillero, porque visualizaban el incremento del volumen y tipo de agresión como entidad para el empleo de las Fuerzas Armadas, el Poder Ejecutivo se mantuvo firme en su decisión de mantener el asunto en los términos del Código Penal. No obstante, el ministro de Defensa reconocía la magnitud del problema y reflexionaba que “frente a este nuevo modo de vulneración de la soberanía y a este nuevo tipo de guerra que importa la guerra de guerrillas, sugiere [el ministerio de Defensa] al Honorable Congreso de la Nación la adopción de disposiciones que contemplen estos hechos nuevos” (Díaz Bessone, 1988, p. 98).

La GR estaba definitivamente planteada en la República Argentina y fue tratada como un problema de perfil delictivo, aunque vidrioso dadas sus connotaciones de vulneración de la soberanía, desde que el EGP contaba entre sus integrantes con ciudadanos cubanos y la agresión había provenido desde un país limítrofe. El EA no había participado en los eventos, pero se mantenía expectante y seguía las circunstancias con atención, dada la alta probabilidad del incremento del problema revolucionario. Pero ya no quedaban dudas de que la marea comunista había hecho pie en Latinoamérica de la mano de Fidel Castro y a instancias de la U.R.S.S. Sin embargo, la dirigencia política argentina se mostraba escéptica y la sociedad percibía al fenómeno del comunismo revolucionario como distante y esporádico (Yofre, 2014, p. 364).

Todavía en febrero de 1964 la policía cordobesa encontró y desarticuló un campamento de entrenamiento guerrillero (llamado Camilo Cienfuegos) en proximidades de Icho Cruz (Carlos Paz) donde un grupo de estudiantes universitarios recibían adoctrinamiento marxista y entrenamiento militar. El 21 de julio del mismo año una explosión en el edificio ubicado en Posadas 1168, en el barrio de Retiro de la Capital federal, ocasionó el derrumbe del predio y la muerte de varias personas, entre ellos los integrantes de una célula extremista que construían artefactos explosivos en uno de los departamentos y fueron la causa del siniestro (Acuña, 2000).

Al respecto cabe alguna aclaración sobre la teoría del foco. Guevara (2007 [1960]) era un acólito del maoísmo y sus tácticas, ya que concebía el combate revolucionario a partir de lo rural para luego extenderse al ámbito urbano. En realidad, fundaba su manual Guerra de Guerrillas en función de sus experiencias de la revolución cubana, al tiempo que olvidaba las enseñanzas de Mao acerca de que los eventos revolucionarios debían ajustarse a las condiciones sociales, culturales, geográficas e históricas de la población que se tratase. Así, Guevara elaboró la teoría del foco con la que pretendía acelerar los tiempos políticos mediante una maduración que anteponía la violencia del combate sin esperar (o mejor dicho buscando crear) las condiciones ideales para pasar a la lucha armada. El foquismo proponía lo inverso a las ideas de Mao, quien abogaba por construir una fuerte base de adoctrinamiento y adhesión en la población antes de pasar al combate. Guevara optaba por el repentismo revolucionario (Cornut, 2019), creyendo que toda Latinoamérica se comportaba de la misma forma y desechando la estrategia sin tiempo que caracterizaba al comunismo chino (Mao Tse Tung, 1970 [1967]). Lo que siguió fue el fracaso del experimento foquista, algo que el propio Régis Debray (1968) advirtió tempranamente.

En relación a lo anterior, son notables las similitudes que presentan las acciones revolucionarias, a pesar de desenvolverse en muy diferentes escenarios. A principios de 1941 Ho Chi Minh, siguiendo el modelo chino, proclamó la primera zona liberada en las montañas vietnamitas sobre la frontera con China; en 1958 Fidel Castro aísla y controla la Sierra Maestra en el extremo oriental de Cuba e inicia la marcha hacia La Habana; Uturuncos en 1959 y el EGP en 1963/1964 se infiltran en la geografía montuosa montañosa de Salta y Tucumán; en 1968 las FAP intentarán crear un foco en Taco Ralo (Tucumán); el abra Santa Laura (Jujuy) será testigo de acciones guerrilleras de un grupo trotsko-peronista en 1969; y el ERP aspiraría a crear una zona controlada en Tucumán en 1974. Vale decir que, si bien las condiciones del terreno y de la población eran aptas para generar la insurrección en el caso argentino, no es menos cierto que se podrían haber escogido otros lugares tan adecuados como los mencionados, pero prevalecieron los ejemplos anteriores exitosos, lo que demuestra una suerte de sistematización de procedimientos en las experiencias revolucionarias, de la misma forma que las prácticas contrarrevolucionarias, en la región, se amalgamaron en torno de los ensayos norteamericanos.

El Concilio Vaticano II fue una concertación de la Iglesia católica que se llevó a cabo entre octubre de 1962 y diciembre de 1965. Su finalidad principal residía en aggiornar la doctrina y prácticas religiosas a la modernidad del siglo XX. En Argentina encontró fuerte eco con conexiones ideológicas en la izquierda revolucionaria dentro de las páginas de la revista[36] Cristianismo y Revolución, dirigida por el ex seminarista Juan García Elorrio secundado por Casiana Ahumada, en 1966. La publicación se convirtió en el punto de encuentro de los movimientos nacionalistas de ultraderecha católica con las vanguardias de la Federación Juvenil Comunista a través del acercamiento que alentaba el Concilio entre la Iglesia y los sectores laicos menos conservadores en torno de la opción por los pobres. Esta revista contribuyó en gran medida a radicalizar las expresiones de justicia social e igualdad en un tono revolucionario que, entre otras cosas, fue causa en gran medida de la conversión de la Guardia Restauradora Nacionalista y el grupo Tacuara en lo que más tarde se conocería como Montoneros. Una extraña asociación entre teología de la liberación y teología de la violencia sentaba las bases de la renovación confesional dentro de parámetros marxistas. Entre sus colaboradores se contaban John Cooke, Carlos Mugica, Carlos Olmedo, Régis Debray y Jürgen Moltmann,[37] autor de un artículo titulado Dios en la revolución. La influencia de esta publicación fue trascendente en el imaginario marxista local con sus previsibles consecuencias de violencia mística.

El punto de inflexión que marcó la inocultable mano soviética y la facilitación castrista para expandir la GR en América Latina, tuvo lugar en la primera quincena de enero de 1966 en La Habana donde se reunió la Primera Conferencia Tricontinental de Solidaridad de los Pueblos de África, Asia y América Latina (Tricontinental). Fue presidida por Raúl Roa (ministro de relaciones Exteriores de Cuba) y contó con la participación de 483 representantes de 82 países,[38] incluyendo una nutrida comitiva argentina encabezada por John Cooke (Acción Revolucionaria Peronista). También estuvieron presentes delegados europeos, entre ellos, Régis Debray (Francia), quien poco tiempo después compartiría las contingencias guerrilleras con Guevara en su periplo boliviano.[39] La finalidad de la Conferencia radicaba en impulsar la lucha armada revolucionaria en los tres continentes contra el imperialismo y los E.E.U.U., mediante el apoyo explícito a los movimientos de liberación nacional, con todos los medios a su alcance (U.R.S.S. y Cuba). El evento fue un espaldarazo de la U.R.S.S. a Fidel Castro y, al mismo tiempo, un freno a las apetencias chinas, especialmente en América. Cuba aparecía como una nueva opción en el camino al socialismo, por fuera de U.R.S.S. y China, mientras que aseguraba el liderazgo revolucionario de Castro en Latinoamérica (Bozza, 2018). Las repercusiones a nivel gubernamental y militar en Argentina reflejaron la preocupación de lo que ya se fundaba como inevitable en el corto plazo. El EA, en relación a la Tricontinental, afirmaba que:

[…] viola [la conferencia] los principios de autodeterminación de los pueblos y de no intervención, que son pilares del sistema interamericano. En La Habana se habló con lenguaje inequívoco y se han disipado todas las dudas que podían subsistir en los espíritus más confiados. Ya sabemos en qué dirección el comunismo va a encaminar sus pasos con qué elementos cuentan para su empeño. Se impone salir al cruce con firme resolución, sin renunciar a ningún aspecto de la lucha que quieren forzar los que integran la siniestra confabulación que se cierne sobre la Patria, amenazando su seguridad, estilo de vida, paz y libertad.[40]

En octubre del mismo año, en el seno de la 7ma Conferencia de Ejércitos Americanos, el general argentino Jorge Dansey se refirió al avance revolucionario en la región y destacó el mensaje explícito de la Tricontinental y sus consecuencias violentas sobre Colombia, Guatemala, Perú y Venezuela, al tiempo que presagiaba para la República Argentina que “el cuadro de situación actual no es alentador […] quizás los años venideros nos muestren la tremenda realidad de lo que significan generaciones integradas por dirigentes nacionales formados en los moldes marxistas leninistas” (Yofre, 2014, p. 509).

 

La reacción contrarrevolucionaria

“No es posible que una guerrilla se lance a la lucha contra un ejército profesional”

Juan Perón[41]

 

No es posible comprender la actitud del EA frente a la agresión marxista de la GR si no se tienen en cuenta dos aspectos fundamentales dentro del pensamiento militar argentino de la época.

El primero radicaba en lo que Robert Potash (1971 [1985]) denominó el sentido de responsabilidad social, que inspiraba al EA a erigirse y juzgarse inalienablemente comprometido con la existencia de la Nación y su futuro. Esto implicaba una suerte de contralor sobre las circunstancias de gobernabilidad y las acciones de las altas esferas del Estado a los fines de evitar los escenarios que pusieran en riesgo la paz interior, la soberanía y la autodeterminación del país. Luego, el EA se asumía como garante de la libertad y de la vida de los ciudadanos. Esta responsabilidad social era consecuente con su autopercepción de superioridad moral respecto de otras instituciones y órganos de gobierno, algo que había heredado en forma inopinada de la influencia germana al momento de la profesionalización militar (Cornut, 2021b).

La segunda cuestión tiene que ver con la aversión del EA hacia las manifestaciones anarquistas y ácratas de principios del siglo XX en la Argentina, en tanto factores desestabilizantes de la armonía social y perturbadores del progreso, lo que marcó prematuramente su postura anticomunista a partir de la Revolución Bolchevique de 1917 (Cornut, 2018).

Desde 1952 los oficiales del EA venían advirtiendo la configuración de un escenario conflictivo como consecuencia del antagonismo secular entre Oriente y Occidente (Pagden, 2011), que para ese momento se materializaba en el enfrentamiento entre la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) (1949) contra el Pacto de Varsovia (1955) conducido por la U.R.S.S. Las convulsiones de esta controversia habían escalado a una guerra convencional en Corea (1950-1953) que se transformó en la puja de los E.E.U.U. frente a China y U.R.S.S. Este conflicto, en el que midieron fuerzas los dos modelos imperantes, fue interpretado en la Argentina como el advenimiento de otra conflagración mundial a escala atómica en lo estratégico, pero con un sustrato ideológico por parte de los contendientes que señalaba una transformación de la guerra en función de sus fines, desde que el enemigo -para ambas partes- estaba revestido de un componente doctrinario que recordaba a las luchas religiosas del siglo XVII y difería de cualquier guerra entre Estados durante el XX.

El Círculo Militar, expresión oficiosa de las opiniones del EA, manifestaba a través de la Revista Militar (en adelante RM), su postura editorial acerca del tema: “No es sólo el choque de fuerzas y elementos en cantidades no soñadas por la más afiebrada mente; son dos civilizaciones, dos conceptos antagónicos de la vida y de la consideración del hombre, dos ideologías contrapuestas, que buscarán sobrevivir al afán de mutua destrucción que significará la tercera guerra mundial” (Rosa, 1952, p. 595).

Bajo el título antes referido de Oriente y Occidente (Rottjer, 1959), la Biblioteca del Oficial del Círculo Militar había publicado una compilación de los artículos aparecidos -con ese nombre- en la RM entre 1952 y 1958. En estas columnas editoriales se actualizaba la situación mundial estratégica y geopolítica con énfasis sobre el comunismo. Su cometido era mantener informados a los oficiales sobre el estado de la cuestión general y sus aproximaciones regionales. También las crónicas sobre el problema revolucionario eran compulsadas por notas breves con carácter noticioso pero que contenían juicios claros que buscaban formar la opinión de los oficiales bajo parámetros homogéneos.[42]

La certeza de estar frente a un conflicto distinto y de máxima virulencia ocupó la atención de RM en reiterados artículos. Desde Liddell Hart (1956) que advertía sobre una guerra mundializada junto a Giobbi (1958), Fuller (1962), Sarno (1963), y Marini (1964), hasta la convicción de que las formas revolucionarias marxistas proponían una lucha que abarcaba un espectro amplio, razón por la que era imprescindible adecuar las tácticas a los procedimientos del nuevo enemigo (Baldwin, 1956), Giovanelli (1957), De Elía (1958), San Román (1959), Villegas (1960),[43] Fuller (1961), Menéndez (1961b), Magister (1962), Paret, P. y Shy, J. (1962), Rebechi (1962a ; 1962b; 1963), Haffner (1962), Faleroni (1964) y Di Pasquo (1965).

Esta nueva guerra no registraba antecedentes en el EA y, por ende, dificultaba su análisis a la hora de diseñar operaciones eficaces contra un enemigo poco menos que inasible. La carencia de modelos obligó a la Fuerza a tomar ejemplos de quienes habían experimentado situaciones análogas, siendo Francia el único modelo de una guerra de este tipo, en curso, al momento que analizamos. Las vivencias de los paracaidistas franceses en Indochina y luego en Argelia prestaron una referencia válida en el plano estratégico militar con la salvedad de que, si bien el enemigo operaba con técnicas revolucionarias (guerrilla, terrorismo, sabotaje, etc.), lo hacía en el marco político de una guerra de descolonización, que no se condecía con el caso argentino. Esto nos lleva a deducir que las enseñanzas extraídas por el EA del modelo francés fueron de nivel operativo y estratégico, lo que justificó la presencia de asesores militares de ese país en la Escuela Superior de Guerra (ESG) (1957- 1966), y su ausencia en organizaciones tácticas de la Institución (Martínez Codó, 1999). De allí que la difusión de supuestas técnicas y procedimientos, según las experiencias francesas en los teatros de operaciones mencionados, pueda ser conjeturada en función de los dichos de Roger Trinquier (1965) o las novelas de Jean Lartéguy (1968 [1970]),[44] pero no existe documentación de archivo que pruebe la impartición de tales conocimientos en la ESG (Cornut, 2021).

El modelo francés se mostraba incompleto como patrón táctico y entonces el EA recurrió a las técnicas procedimentales que había diseñado el ejército de E.E.U.U. para combatir los conflictos revolucionarios de baja intensidad mediante la formación de tropas a tal fin: las Fuerzas Especiales (FFEE), más conocidos como Boinas Verdes.[45] Nuestra presunción se respalda en que el EA creó la aptitud especial de Comandos en 1964, en pleno período de toma de consciencia del problema revolucionario y, si bien los antecedentes disponibles describen haberse adoptado como base el adiestramiento de tropas Ranger (Ruiz Moreno, 2011), es muy razonable disentir al respecto toda vez que el entrenamiento y las organizaciones respondían al modelo de FFEE, solo que se las denominó Comandos por similitud a las fuerzas inglesas en la Segunda Guerra Mundial. Además, contamos con los precedentes en RM de Larrive (1966) quien describía las causas de creación de las FFEE en 1952, con el aval del presidente John Kennedy (1962), para enfrentar al comunismo a nivel mundial y de Grandinetti (1966), quien subrayaba la conveniencia de emplear comandos y paracaidistas -en el contexto del EA- para combatir a las guerrillas. Por otra parte, en 1968 la institución normalizó los procedimientos tácticos para la lucha contra la guerrillera y lo hizo con un reglamento denominado Operaciones No Convencionales (Fuerzas Especiales) (RC 8-1).

El general Benjamín Rattenbach (1959) aclaraba en un artículo la evolución que venían ensayando las nociones de Defensa Nacional en cuanto a la composición de los objetivos permanentes. Esto se vinculaba con el concepto de intereses nacionales por sobre la preservación de la soberanía territorial. Era una idea más amplia y superadora, ya que abarcaba todos los ámbitos de poder y espaciales (interior y exterior) como responsabilidad de la Defensa (Beaufre, 1965), y adaptaba su enfoque a la realidad vigente. Por una parte, sugería la formación de alianzas o tratados a nivel regional, ya que veía conveniente enfrentar en conjunto con otros países el fenómeno revolucionario, de la misma forma que Cooke, mediante la ARP, también actuaba en sintonía con Uruguay y Paraguay, como se vio. Isola (1956a y 1956b), Villegas (1960), Santa Pinter (1961), Menéndez (1961a), Latella (1962), Gutiérrez (1962), Sarno (1963), Marini (1965) y D’Andrea Mohr (1965) adherían, del mismo modo, a un esfuerzo mancomunado en el marco de alianzas.

Por otro lado, aparecía un concepto que, si bien no era novedoso, generaría años después grandes controversias: la Seguridad Nacional. Como ya mencionamos, desde que el EA, en particular, y las Fuerzas Armadas, como un todo, se reorganizaron profesionalmente a principios del siglo XX, los ámbitos de Defensa y Seguridad (interior) componían una noción homogénea en tanto se requiriese su preservación por parte del instrumento militar. El peronismo clásico así lo plasmó en la ley 13.234 (Organización de la nación en tiempos de guerra) (Cornut, 2021), y no dudaba de su validez.[46] En idéntico sentido se expresaban Dupuy (1957), Amieva Saravia (1959), Domínguez (1959), Villegas (1960), Leoni (1960), Irazusta (1962) y Carrizo (1962).

Lo cierto es que, en octubre de 1966, durante la presidencia de facto del general Juan Carlos Onganía, se sancionó la ley 16.970 (Defensa Nacional) que, a pesar de su nombre, pasaría a conocerse como la ley de Seguridad Nacional. La norma trataba integralmente las dimensiones de seguridad interior y defensa externa, y ofrecía un instrumento legal para oponerse a la ofensiva totalizadora del vector revolucionario. Sin duda, colocaba a la República Argentina en el bloque americano liderado por E.E.U.U., como una decisión consciente del alineamiento en contra del marxismo internacional, pero además, resultaba una medida coherente, ya que obraba como un reaseguro que contrarrestaba las intenciones de la conferencia Tricontinental de La Habana en enero de ese año. Más allá de las preferencias ideológicas, debería admitirse la sensatez de esta postura como respuesta franca a la amenaza e incertidumbre de la ofensiva castrista. Tampoco se debe soslayar el contexto, que ya hemos descripto, en el cual desde 1959 se venían sucediendo actos de terrorismo, agitación obrera, sabotaje y operaciones de guerrilla (Cornut, 2021). De manera que, en nuestra opinión, hablar de una doctrina en lugar de referirse a una alianza o posición geopolítica según los intereses nacionales, estigmatiza prejuiciosamente las acciones y obtura la comprensión objetiva contextualizada en el tiempo y el espacio de ocurrencia de los sucesos.

Entre los prolegómenos de la ley en cuestión, se destaca la participación del general Onganía en la 5ª Conferencia de Jefes de Ejércitos Americanos en West Point (E.E.U.U.) en 1964. No abundaremos en comentarios ante un hecho tan trillado, pero cabe aclarar, nuevamente, que Onganía expresaba la cosmovisión que el EA tenía acerca de la problemática revolucionaria y en base a los antecedentes concretos de quiebre de la paz interior y perturbaciones de la estabilidad social. Afirmaba el compromiso de largo plazo de la Fuerza con la Nación, antes que con la política partidaria y reposicionaba al EA en el lugar que desde principios del siglo XX venía ocupando como garante, tutor, observador y defensor de lo que la institución sustentaba como sistema de valores, para mejor o peor según las ideas de cada interlocutor. De hecho, un joven diputado radical llamado Raúl Alfonsín en la sesión legislativa del día 9 de octubre de 1965, en torno a la conferencia de West Point y Onganía, enunciaba:

Por boca de ese general argentino han hablado las mejores tradiciones castrenses de nuestra historia. Declaramos que estamos dispuestos a combatir el comunismo en el plano ideológico, y que también estamos firmemente decididos a combatirlo en el terreno de la fuerza, cuando elija ese camino de penetración. Tampoco permaneceremos de brazos cruzados en silencio complaciente, frente a la penetración activa del comunismo en su intento de socavar instituciones y posibilitar la subversión (De la Vega, 1989, p. 63).

Por la misma época Ricardo Balbín proponía el “exterminio” (p. 65) de la subversión.

La GR, en virtud de sus modos y particularidades, demandaba un conocimiento anticipado del enemigo mucho más preciso que en un conflicto clásico, habida cuenta del enmascaramiento ex profeso del guerrillero/terrorista con la población. Esta incapacidad para distinguir a simple vista el combatiente regular del irregular, sus organizaciones encriptadas en un sistema celular autoinmune y la procedencia de sus miembros, desafiaba a los organismos militares de información en la búsqueda de insumos que, más allá de su veracidad, estaban urgidos por el tiempo de respuesta para evitar una nueva acción subrepticia.

En 1942, el vicepresidente Ramón Castillo, a cargo del poder ejecutivo, creó por decreto la Escuela de Informaciones del EA sobre la base de los cursos que se dictaban a tal efecto desde 1937. En 1946, durante el gobierno de Juan Perón, se organizó el Servicio de Informaciones del Ejército (SIE), que en la década de 1960 pasaría a llamarse tropa técnica de Inteligencia.

La Inteligencia del EA difundía, para el público militar exclusivamente, sus avances y novedades en la materia a través de la Revista del Servicio de Informaciones, primero, y el Manual de Informaciones[ Se definía como “una publicación bimestral editada por el Servicio de Informaciones del Ejército que ha sido creada únicamente para servir y ser de utilidad al personal militar en alguna de sus necesidades profesionales. […] Su contenido incluye temas relacionados con la actividad informativa […] temas de cultura general […] y temas que atraen la opinión pública.” Editorial (1959). Manual de Informaciones. Vol. 1, N°6, p. 1.] (en adelante MI), a partir de 1959. En la práctica el MI era una potente herramienta de estandarización y adoctrinamiento sobre el comunismo y la GR. Presentaba contenidos de geopolítica, actualidad internacional y, fundamentalmente, aspectos ligados con la Guerra Fría (armamentismo, misiones aeroespaciales, espionaje, sabotaje, marxismo, maoísmo, etc.), desplegando una penetrante propaganda y acción psicológica hacia el interior del EA. En la misma época se advertía la necesidad de prevenir la influencia marxista en las filas de las Fuerzas Armadas para generar la convicción virtuosa de la causa justa por la cual se debía combatir al comunismo (Cardoso Cuneo, 1959; Amieva Saravia, 1959; Meira Mattos, 1959; Santa Pinter, 1960; González, 1962[47] y Mendioroz, 1962).

El denominador común de las comunicaciones dentro del MI era lo inespecífico de las autorías, de lo que se deduce un plan editorial regido por materias centralizadas que no daba lugar a las opiniones personales. Asimismo, la revista incorporó en 1960 una columna humorística que acompañaba el desarrollo de los temas importantes mediante ocurrencias ingeniosas del ámbito típico del espionaje y el secreto, como una forma de captar la atención del personal subalterno del EA.

En 1961 y 1964 el MI dedicó números exclusivos para difundir las vicisitudes del problema revolucionario nacional. En ambos casos se destacaban dos artículos con idéntico título: “Argentina. Campo de batalla de la guerra fría”,[48] donde se explayaba sobre los eventos ya mencionados de la escuela Aurora (provincia de Buenos Aires) en 1958, del centro de adiestramiento Juvencio Fernández (provincia de Corrientes) en 1961, sobre el EGP y el campamento Camilo Cienfuegos en Tala Huasi (provincia de Córdoba), junto a una nómina detallada de 278 casos de intervención subversiva en la Argentina provenientes de Cuba. En 1966 la información predominante estuvo vinculada con la conferencia Tricontinental de La Habana y sus secuelas.[49]

En síntesis, podemos decir que el MI era solidario con el pensamiento difundido por el Círculo Militar en la RM y convergía en los argumentos institucionales expresados por el capitán Luis Leoni (1960):

Las Fuerzas Armadas constituyen la última reserva, moral y material, del Estado democrático para enfrentar al comunismo internacional en el campo de la lucha abierta. La institución Ejército, en estrecha conjunción con el resto de las instituciones libres, debe actuar adecuadamente en la guerra revolucionaria, dada su misión y ubicación territorial, para lo cual sus cuadros y tropas no deben vacilar en arrostrar los máximos peligros en salvaguardia de la integridad espiritual de la República (p. 42).

La Biblioteca del Oficial (Círculo Militar) proveyó buena parte de la base teórica relacionada con el comunismo y las amenazas revolucionarias, desde 1952 en adelante. Dentro de este corpus se destacan dos obras por lo completo y profundo de su contenido. Una de ellas es Guerra revolucionaria comunista (Villegas, 1962) que se convirtió en fuente de consulta permanente de los oficiales. Un documentado estudio detallaba las ocurrencias revolucionarias a nivel internacional a modo de antecedentes, seguido de apreciaciones que prevenían la importancia de una preparación metódica, tanto espiritual como material del EA, para afrontar esta agresión disruptiva. Como corolario diremos que Villegas albergaba dudas de las posibilidades de combatir el conflicto armado que vislumbraba con la teoría de guerra clásica, y anticipaba la urgencia de tratar el problema con una mirada amplia y por encima de una visión segmentada entre lo externo y lo interno (Cornut, 2021). La otra publicación responde al título Democracia y comunismo (Granillo Fernández, 1962, 1963, 1964) y consta de cinco tomos organizados cronológicamente en los que el autor desarrolla una genealogía del comunismo y sus derivaciones, para llegar hasta su época con agudas críticas a la gestión del gobierno por la falta de acción frente a la inminencia de la GR (Cornut, 2021).

En términos educativos, la ESG dictó -en 1961- el Curso Interamericano de guerra contrarrevolucionaria, con la presencia de 26 oficiales de países americanos y 107 argentinos, cuya finalidad era: “Fomentar el acercamiento personal y la camaradería entre los integrantes de las Fuerzas Armadas, como materialización de la hermandad y unidad americana en la lucha contra el comunismo” (Cornut, 2021). Vale decir que el EA ya veía claramente la configuración de un escenario de máxima virulencia y se anticipaba, en este caso formalmente, a los hechos venideros con medidas coordinadas, ante lo multifacético e internacionalista de lo revolucionario.

En este mismo sentido, el EA sintió la necesidad de consolidar las fuerzas morales de sus cuadros y tropa, y emprendió un completo plan educativo para afianzar las bases espirituales, que evitase la infiltración marxista en la institución y, simultáneamente, dotase al personal de los elementos de juicio que respaldasen su accionar contrarrevolucionario. Recibió el nombre de Conducción Interior (en adelante CI) y se desarrolló en todos los organismos del EA. Se plasmó como un programa educativo paralelo a la capacitación técnico – profesional. Comprendía a oficiales, suboficiales y soldados, diferenciados por el tipo de temas y su alcance. Se desenvolvió entre 1962 y 1970, aproximadamente, en forma descentralizada, esto es, en cada lugar del país donde existía un cuartel, lo que implicaba resultados dispares ya que, si bien los planes y núcleos temáticos se determinaban centralizadamente, los oficiales instructores impartían las clases en función de su propio conocimiento e interpretación. Ya desde la definición equívoca de CI subsistían dudas respecto de sus fines: “comportamiento consciente del hombre de armas en el cumplimiento de sus deberes conforme a las exigencias que imponga el Servicio” (Cornut, 2021, p. 123). Propendía a lograr una conducta de los cuadros y la tropa que garantizase obrar con convicción, en cualquier circunstancia de tiempo y lugar. Los contenidos se estructuraban en planes y programas que articulaban materias, unidades didácticas y clases[50] a dictar a lo largo del período de instrucción militar. El sustento ético se concretaba a través del Humanismo integral y de la Doctrina Social de la Iglesia. Sobre el final se enunciaba un “código moral para el combatiente que enfrenta el comunismo” (p. 125), que dejaba entrever la injerencia norteamericana de contrainsurgencia, ya que era producto de la experiencia de aquel país en la Guerra de Corea. Así, los planes educativos de CI perseguían objetivos de adoctrinamiento tan ambiciosos como difíciles de alcanzar, dado lo asistemático de su desenvolvimiento y la disparidad de conocimientos y experiencias de quienes debían impartir las clases.

 

Conclusiones

La finalización de la Segunda Guerra Mundial y las modificaciones de poder geopolítico, favorecieron los movimientos de liberación nacional en los dominios coloniales franceses en Asia y África. Estas aspiraciones legítimas de emancipación se vieron influidas -y enseguida dominadas- por las proyecciones revolucionarias de la U.R.S.S. y China, dada su condición hegemónica dentro del comunismo. La guerra clásica fundada en la teoría clausewitziana sufrió las transformaciones que demandaba un conflicto revolucionario, impelido por la ideología y la despersonalización del adversario, que hacía de la violencia un fin antes que un medio lícito. Sin embargo, los mentores más destacados de este tipo de guerra (Lenin y Mao) habían elaborado sus formas de lucha a partir de Clausewitz, razón por la cual los cambios introducidos modificaron las fisonomías tácticas, pero mantuvieron las esencias teóricas del gran prusiano. Así, la GR se sustentaba en los conocidos procedimientos partisanos, aunque con diferente objetivo. Ya no se trataba de defender la condición telúrica, sino de expandir, guerrilla mediante, una ideología que más allá de sus aspiraciones bienhechoras, desconocía las idiosincrasias y procuraba imponerse violentamente por fuera de toda legalidad. Esto es lo que permite entender a lo revolucionario en términos de guerra y, por lo tanto, adoptar las medidas para oponerse a sus objetivos. Realmente se estaba ante una nueva forma de guerra.

En la República Argentina entre 1958 y 1966 se vivieron situaciones de intimidación, terrorismo y alteración de la paz social que eran producto de un plan diseñado a escala regional y que tenía a la U.R.S.S., entre bambalinas, y a Cuba como protagonista de una verdadera exportación del marxismo por la vía de la violencia. Los hechos, dichos y personas referidos en este trabajo dan cuenta de ello, como también señalan una apatía, casi inconsciente, de los decisores políticos y los responsables de los actos de gobierno para advertir el problema y conjurar sus efectos a tiempo.

En este contexto, las Fuerzas Armadas no fueron empleadas en operaciones militares en el marco interno, con excepción del apoyo que prestaron a la implementación del Plan CONINTES, por un tiempo preestablecido y conforme a derecho en función de las directivas emanadas del Poder Ejecutivo Nacional, previa declaración por éste del estado de sitio como norma de excepción constitucional.

Ante un escenario de semejante dimensión convulsiva, el EA adoptó una conducta de anticipación estratégica que le permitiera compulsar los hechos y prepararse para su probable empleo ante la superación operativa de la Fuerzas Policiales y de Seguridad. Todo ello, en el marco de su autoimpuesta responsabilidad social, refrendada en una autopercepción de superioridad moral y antecedida por un marcado anticomunismo que reconoce sus orígenes en los comienzos del siglo XX.

De este modo, el EA asimiló las experiencias de Francia en Indochina y Argelia, en lo que respecta al plano estratégico militar, por ser -hasta ese momento- el único ejemplo de una fuerza regular enfrentada a la guerrilla revolucionaria. Lo hizo mediante el concurso de asesores militares galos que ejercieron sus tareas en la ESG (1957-1965), pero no tuvieron contacto con las organizaciones de menor nivel.

Al mismo tiempo, el EA constituyó (1964) un agrupamiento -mínimo e incipiente- dedicado a oponerse en el plano táctico a las fuerzas irregulares: los Comandos, que replicaban la composición, técnicas y adiestramiento de las Fuerzas Especiales norteamericanas, especialmente diseñadas para este fin.

En forma simultánea y para obtener los insumos que permitieran las operaciones de acción directa, el EA optimizó sus estructuras de Información y las transformó en Inteligencia, consciente de lo vital de este aspecto en la guerra contrarrevolucionaria. Junto con esto desplegó una contundente acción psicológica y propaganda mediante el MI, cuyo público blanco era el propio personal militar y elaboró un ambicioso plan de CI destinado a fortalecer el espíritu de lucha contrarrevolucionaria y la convicción de justa causa en la guerra en desarrollo.

El Círculo Militar, como expresión asociacionista de peso en el ámbito castrense, también contribuyó en la difusión de las nociones contrarrevolucionarias a través de la publicación periódica RM y los volúmenes de la Biblioteca del Oficial que, en el lapso estudiado, estaban mayoritariamente enfocados en esa problemática.

En definitiva, llaman la atención quienes denigran el accionar del EA argumentando una disposición colaborativa con el actor hegemónico mundial E.E.U.U. dentro del conflicto desplegado, cuando quienes se alineaban como adversarios respondían al accionar mancomunado y explícitamente apoyado y conducido por el castrocomunismo y la U.R.S.S., en el escenario bipolar de la Guerra Fría. Vale decir, que si existió una Conferencia Tricontinental de la Habana era lógico y aún racional entender la presencia de la Alianza para el Progreso. O si se demonizaba el adiestramiento militar y adoctrinamiento occidental, por parte de E.E.U.U. en Fort Gulick (Zona del Canal de Panamá), no sería razonable omitir una condena semejante ante la existencia del campo de entrenamiento de La Cabaña (Cuba), bajo el mando de Ernesto Guevara, donde se preparaban guerrilleros para operar en toda América Latina y, particularmente, en la Argentina. En estas condiciones la ley 16.970 fue una respuesta directa a las circunstancias impuestas por una agresión foránea, sistemática y descomedidamente violenta. Esta dialéctica deja al descubierto la natural oposición entre acción y reacción o, lo que es lo mismo en este caso, revolución y contrarrevolución.

Por último, lo asertivo de nuestro juicio en cuanto a la cualidad anticipatoria del EA en el período 1958-1966, se confirma en las expresiones de uno de sus protagonistas revolucionarios, Luis Mattini (1995): “el mayor peligro para los guerrilleros era el sistemático trabajo de inteligencia, basado en una estrategia represiva que no supimos ver en su momento y que impactaba en nuestras crónicas debilidades derivadas de la autosuficiencia y el creciente aislamiento político [junto] con la precoz preparación de las Fuerzas Armadas para la guerra antisubversiva” (p. 500).

 

 

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1 Clausewitz, Carl (1983 [1832], p. 25). ]

2 En 1880 el coronel mayor Nicolás Levalle fundó el Club Naval y Militar (luego Círculo Militar) para fomentar la camaradería entre los oficiales, algo resentida por el enfrentamiento armado que había provocado la ley de federalización de la ciudad de Buenos Aires. Configuraba una forma de asociacionismo militar, independiente del Ejército Argentino pero que, en la realidad, ejercía una fuerte influencia sobre éste.

3 Falcionelli, A. (1962, p. 13).

4 La Paz de Westfalia en 1648 cerró el ciclo de las contiendas religiosas y dio paso a la concreción de unidades políticas secularizadas bajo la figura del Estado Nación. Este es el antecedente de las resistencias protagonizadas por el pueblo que desembocarían en la Revolución Francesa y promoverían un nuevo paradigma militar: el ciudadano soldado.

5 “La revolución sobre la que el proletariado fundará su dominación por el derrumbamiento violento de la burguesía” (Marx y Engels, 1967 [1848], p. 39).

6 Para Lenin la guerra debía ser permanente y total en función de la revolución marxista que, por otra parte, la consideraba como la única revolución verdadera, ya que realmente cambiaba las esencias políticas y sociales, algo que las revoluciones no comunistas eran incapaces de realizar desde que eran incompletas y promovidas por la burguesía (Díaz de Villegas, 1959, pp. 58-60). Por su parte, Rosa Luxemburgo en 1918 afirmaba que “la lucha por el socialismo es la guerra civil más gigantesca que la historia mundial jamás conoció” (Crozier, 1979, p. 24).

7 Stalin, en 1947, sostenía que era inconveniente un ataque revolucionario directo sobre Europa, pero en compensación apreciaba satisfactorio un envolvimiento del Viejo Mundo, a través de una maniobra indirecta sobre Asia y África (Díaz de Villegas, 1959, p. 157).

8 La revolución bolchevique fue organizada por una minoría política que impulsó a las masas obreras incipientes, mientras que en el caso chino la revolución fue el resultado de veinte años de insurrección y lucha con protagonismo del pueblo campesino.

9 En 1955 tuvo lugar en Bandung (Indonesia) una conferencia, apoyada por la U.R.S.S. y China, con el objetivo de impulsar los comités de solidaridad antimperialista en países en desarrollo. En dicha conferencia se fundó la Organización para la Solidaridad de los Pueblos de Asia y África (OSPAA). En 1957 la OSPAA se reunió por primera vez en El Cairo (Egipto); lo hizo por segunda vez en 1960 en Conakry (Guinea); la tercera conferencia tuvo lugar en Mashi (Tanganika) en 1963 y en esa oportunidad se definieron las bases de lo que sería la Conferencia Tricontinental de La Habana (1966); la cuarta y última reunión fue en Winneba (Ghana) en 1965.

10 Regis Jolivet (1891-1966); filósofo y sacerdote católico, fundador de la Escuela de Filosofía de la Universidad Católica de Lyon.

11 Suzanne Labin (1913-2001), politóloga socialista francesa. Palabras pronunciadas en la Conferencia Internacional sobre Guerra Política de los Soviets, celebrada en París del 1 al 3 de diciembre de 1960.

12 Hans Enzensberg (Baviera, 1929), poeta y ensayista alemán.

13 Clausewitz dictó clases sobre la táctica de guerrillas en la Academia Militar de Berlín entre 1810 y 1811.

14 Para el caso de la Argentina se podría tomar como ejemplo la actuación de Buenos Aires en la Reconquista de la plaza (1806) y la posterior Defensa de la ciudad - puerto frente a las Invasiones Inglesas.

15 Cabe aclarar que la GR se valió, en partes iguales, de las tácticas de guerrilla y terrorismo. Mientras que la primera responde a una lógica de empleo en ambiente rural y con acciones directas y abiertas de contacto con el oponente (golpes de mano, emboscadas, etc.), el terrorismo evita el contacto franco con el adversario y prefiere producir hechos de afectación masiva sobre la población, sin capacidad de distinguir las víctimas de sus procedimientos (artefactos explosivos en espacios comunes, sabotajes, etc.).

16 Comité Internacional de la Cruz Roja (1949). Convenio de Ginebra relacionado con el trato debido a los prisioneros de guerra.

17 En la República Argentina, fuera del período analizado, se organizaron fuerzas combatientes revolucionarias que cumplían las condiciones milicianas. Tal fue el caso de la Compañía de Monte Ramón Rosa Jiménez conducida por el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), brazo armado del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), en un intento de controlar parte de la provincia de Tucumán en 1974. Además, esta organización se autodefinía en términos militares con uniformes, jerarquías y una cadena de mando estructurada.

18 Régis Debray sería uno de los principales mentores de la liberación nacional marxista imbricada y travestida en movimientos de descolonización (Debray, 1968).

19 Pseudónimo de Juan Arnol Kremer Balugano. Fue el 4° secretario general del PRT-ERP y último líder del ERP, luego de la muerte de Santucho (Mattini, 1995, p. 26).

20 Uno de los principales dirigentes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) (Campos, 2016).

21 Debía su nombre a la leyenda indígena durante la conquista española “que narraba sobre un hombre, gallardo aborigen, que por las noches se transformaba en puma para combatir a los españoles que humillaban a su pueblo” (Carreras, 2010, p. 4). En quichua, uturunco significa puma.

22 Abraham Guillén (1913-1993) fue un militante anarquista español, veterano de la guerra civil en ese país quien, luego de una serie de condenas, fugas y evasiones, recaló en la República Argentina en 1948. Era reconocido como experto en guerrilla urbana.

23 Alias Comandante Alhaja, Pila o Joya. Cuñado de Enrique Mena, el Comandante Uturunco.

24 “Salvaguardar los más altos intereses de la Nación. Para ello debe estar siempre pronto a defender su honor, la integridad de su territorio, la Constitución Nacional y sus leyes, garantizando el mantenimiento de la paz interior y asegurando el normal desenvolvimiento de las instituciones”, ver: Ejército Argentino (1960). Reglamento del Servicio Interno. R.R.M. 30. Buenos Aires: IGM.

25 Ejército Argentino (1942). Reglamento para la preparación y proceder de las tropas en caso de alteración del orden público. RRM 47. Buenos Aires: IGM, p. 9.

26 Ley 13.234 (1948). Organización de la Nación en tiempos de guerra. Buenos Aires: Boletín Oficial de la República Argentina del 10/9/1948.

27 Cooke desarrolló una intensa actividad partidaria, en compañía de su esposa Alicia Eguren, enmarcada en el marxismo revolucionario. Fue detenido en 1959 por instigar a la violencia en la conducción de la resistencia peronista. Fugó del penal de Río Gallegos y se instaló en Chile hasta que en enero de 1959 viaja a Cuba para acompañar la revolución de Fidel Castro. En 1960 regresa brevemente a la Argentina para reorganizar la segunda resistencia peronista y en 1961, ya de vuelta en Cuba, participó en las acciones militares de Bahía de Cochinos. En 1962 será responsable de reclutar 50 ciudadanos argentinos para ser adiestrados militarmente en la isla caribeña con el objetivo de “iniciar la lucha armada en Argentina” (Yofre, 2014, p. 210). En 1964 retorna a la Argentina ante la amnistía del presidente Illia. En 1966 será el representante y jefe de la delegación nacional que participará de la Primera Conferencia Tricontinental de Solidaridad de los Pueblos de África, Asia y América Latina en La Habana.

28 Biblioteca Nacional “Mariano Moreno” (Argentina), Departamento de Archivos, Fondo Alicia Eguren – John William Cooke (AR-BNMM-ARCH-AEJ-WC). 3.5, caja 15.

29 Biblioteca Nacional “Mariano Moreno” (Argentina), Departamento de Archivos, Fondo Alicia Eguren – John William Cooke (AR-BNMM-ARCH-AEJ-WC). 3.5, caja 17, 12 gráficos compuestos por 16 ff.

30 Biblioteca Nacional “Mariano Moreno” (Argentina), Departamento de Archivos, Fondo Alicia Eguren – John William Cooke (AR-BNMM-ARCH-AEJ-WC). 3.5, caja 17, gráfico N°2.

31 Biblioteca Nacional “Mariano Moreno” (Argentina), Departamento de Archivos, Fondo Alicia Eguren – John William Cooke (AR-BNMM-ARCH-AEJ-WC). 3.5, caja 17, 217 ff.

32 (1936-1976). Guerrillero trotskista. Fue uno de los fundadores del PRT y comandante del ERP.

33 El PRT – ERP se estructuró sobre conceptos trotskista a nivel político, pero optó por una táctica maoísta más cercana a las ideas de Ernesto Guevara Lynch de la Serna. En los hechos, el PRT-ERP era más agresivo que Montoneros por su extracción política, su convicción ideológica y su aparato militar (Vergez, 1995).

34 “Argentina campo de batalla de la Guerra Fría” (1961). Manual de Informaciones. Vol. III N°4, pp. 21-30. Ejército Argentino.

35 “Servicios de Informaciones Soviéticos” (1959). Manual de Informaciones. Vol. I N°11, pp. 1-18. Ejército Argentino.

36 Entre las revistas más importantes se encontraban Evita Montonera, Estrella Roja, La Causa Peronista y Militancia.

37 Teólogo protestante alemán de la universidad de Tubinga.

38 Enviaron mensajes laudatorios Ho Chi Minh, Kim Il Sung, Chou En Lai y Gamal Abdel Nasser, entre otros líderes comunistas.

39 Ernesto Guevara estuvo ausente, ya que se encontraba en Tanzania recuperándose física y anímicamente de su fracaso revolucionario en el Congo, que casi le costó la vida.

40 “Programa para el caos y la subversión” (1966). Manual de Informaciones. Vol. VIII N°1 y 2.

41 En Yofre (2014, p. 539).

42 “Declaraciones de Eden y Eisenhower” (1956). RM N°635, pp. 63-70; “Aspectos del panorama internacional” (1956). RM N°636, pp. 27-29; “Conjeturas e interpretaciones” (1956). RM N°637, pp. 83-86; “Europa da un paso hacia su unión” (1957). RM N°643, pp. 85-91; “Papa Pío XII. Alocución pascual” (1957). RM N°643, pp. 64-69; “El bloque comunista” (1961). RM N°662, pp. 105-111; “El conflicto chino-soviético: su influencia en el comunismo en América” (1965). RM N°675, pp. 89-107.

43 Este artículo señalaba la insuficiencia de tratar a la subversión como un problema de índole policial y abogaba por la participación de las Fuerzas Armadas. Sobre este artículo el autor publicaría un libro en 1963.

44 Vale señalar que la saga novelística de Jean Lárteguy es posterior al período tratado en este trabajo.

45 Luego de la experiencia en Corea, y previo a la incursión norteamericana en Vietnam, el ejército de E.E.U.U. creó una organización militar apta para la contrainsurgencia en acciones directas que tenía por misión principal encuadrar nativos locales, en cualquier teatro de operaciones, para conducirlos en combate de guerrillas dentro del territorio enemigo. Su capacitación se destaca por poseer conocimientos de Ranger (Comandos) complementados por inteligencia, operaciones de información, contraterrorismo, idiomas, acción psicológica y propaganda.

46 En 1953 el general (R.A.) Julio Sanguinetti, de clara filiación peronista, sostenía -en relación al 2° Plan Quinquenal- que: “el autoabastecimiento del país [era necesario] en la medida exigida por su expansión económica y las necesidades del bienestar de la población y la seguridad nacional”.

47 “La influencia letal del marxismo se podrá resistir y vencer si las fuerzas armadas se mantienen unidas ideológicamente, incontaminadas, alertas contra las insidiosas tácticas de la pérfida penetración comunista que trabaja minando los cimientos de la democracia” (p. 11).

48 “Argentina. Campo de batalla de la guerra fría” (1961). Vol. III, N°4, pp. 21-30 y (1964). Vol. VI, N°1-2, pp. 105-123.

49 “Programa para el caos y la subversión” (1966). Vol. VIII, N°3-4, pp. 74-80; “Dualidad semántica y agresión” (1966). Vol. VIII, N°3-4, p. 2; “Exportación de la revolución” (1966). Vol. VIII, N°3-4, pp. 59-69.

50 Para el año 1964 los temas eran: “vida humana y milicia multiforme; la conscripción militar es ley justa, honrosa y beneficiosa; el hombre como ser individual y social; los bienes económicos y la propiedad; el trabajo y la persona humana; sociedad primaria: la familia; sociedad civil: el Estado; sociedad religiosa: la Iglesia de nuestra fe; sociedad internacional: sociedad natural; el comunismo enfrenta a la civilización occidental cristiana; el comunismo y los conceptos de persona, familia, Estado y libertad; eso que llaman lavado de cerebro; la guerra de hoy y la moral del combatiente; la necesidad espiritual del combatiente” (Cornut, 2021, p. 123).