Impacto social por la movilización de la ciudadanía en la Guerra contra el Paraguay.
Tres casos que conmocionaron el esfuerzo de la guerra.

Marcelo Alberto Buscaglia

Escuela Superior de Guerra - Facultad del Ejército
Universidad de la Defensa Nacional

 

Resumen: En el presente artículo buscamos indagar sobre una problemática claramente social con raíces políticas, generada en la República a causa de la movilización de la ciudadanía en armas para afrontar la guerra contra el Paraguay. Sabemos que a las provincias les fue requerido constituir y poner a disposición del gobierno nacional una o más unidades de Guardias Nacionales para dar forma a un gran ejército de operaciones (los efectivos de línea disponibles no eran suficientes) para enfrentar al poderoso ejército paraguayo, recuperar el territorio ocupado y vencer al invasor según lo establecido por el Tratado de la Triple Alianza. Sin embargo, esta decisión va a hacer visible un sentimiento social contenido –en el mayor de los casos en forma violenta– contra el gobierno central de la época. La historia ha centrado su lupa en el conocimiento de combates y batallas en el teatro de operaciones, sin atender de la misma forma aquellos eventos que se sucedieron a lo largo y a lo ancho del país y con los cuales debieron lidiar el gobierno nacional y los estados provinciales. Conocemos en detalle las situaciones o casos más resonantes, como el desbande del poderoso ejército entrerriano en dos oportunidades, o las sublevaciones de los batallones cordobeses; pero existen otros hechos que, habiendo sido conmocionantes para la época, no son conocidos apropiadamente o permanecen en el olvido. Proponemos seleccionar tres de ellos que, a nivel nacional o militar, generaron verdadera preocupación en las autoridades, especialmente por sus consecuencias inmediatas en la organización de la fuerza militar terrestre y la concreción de los objetivos establecidos con los países aliados.

Palabras clave: Triple Alianza, Guardias Nacionales, movilización, conmoción social.

Abstract: In this paper we seek to examine a social issue rooted in politics, generated in the Republic because of the mobilization of citizens to face the war against Paraguay. The provinces were required to assemble and provide the National Government with one or more units of National Guards to shape a large operational army (the available troops were not enough) to fight the mighty Paraguayan army, to recover the occupied territory and to defeat the invaders as settled by the Treaty of the Triple Alliance. However, this decision would reveal some kind of social unrest –which in most cases happened to become violent– against the central government. History has focused on military engagements in the theater of operations, disregarding those events through out the country that national and provincial governments had to deal with. There is detailed evidence of some of the most outstanding cases such as the disbanding of the powerful army of Entre Rios in two occasions, or the uprisings of the Cordoban battalions; nevertheless, there were other actions that were shocking at the time, but faded into oblivion. This paper, then, will select three of them at national or military level, that raised concern among authorities, basically for their immediate consequences in the organization of ground military forces and for the achievement of the goals set by the allied countries.

Keywords: Triple Alliance, National Guards, mobilization, social unrest.

 

Casus Belli II (2021), 123-141

Recibido: 19/11/2021 - Aceptado: 3/12/2021

 

1. Introducción

La situación de la Nación Argentina y de sus estados provinciales para afrontar la contingencia creada por la guerra no fue la mejor. La Argentina de entonces transitaba una época en la que los esfuerzos del gobierno nacional con sus recursos se habían volcado a dar forma a la organización definitiva de la Nación. Respecto del precepto de nuestra Constitución que expresaba el deber de proveer a la defensa común, las acciones al momento estaban orientadas a la defensa y seguridad sobre la extensísima frontera con el indio y a asegurar la sensible y débil paz interior.

Levantar un ejército apto para ir a la guerra contra el Paraguay era una tarea ardua que les esperaba a los líderes políticos, quienes iban a organizar el ejército más importante desde la Revolución de Mayo, una fuerza armada que adoptaría características republicanas y federales con representación de todas las provincias que conformaban la Nación por primera vez en su corta pero intensa historia.

Pero a pesar de que un ataque exterior normalmente deja de lado los desencuentros internos, exalta los ánimos de Patria y Nación y une a sus partes como un todo, crónicas complicaciones espasmódicas sobrevendrían para organizar el Ejército, por lo menos en los primeros diez meses de guerra.

Nuestro interés se centra en el esfuerzo de las provincias para satisfacer el aporte de Unidades de la Guardia Nacional donde se enlazarían un sinnúmero de eventos, algunos análogos y otros específicos de cada provincia o región, que iban a condimentar los tiempos que sobrevendrían.

En este caso, la existencia de información sobre el tema que es objeto del presente trabajo no se centra en el hecho bélico en sí de movimientos de tropas, batallas o actos heroicos en al ambiente principal de la guerra, sino que se dirige hacia aspectos que tendrían lugar en las provincias, encontrados en pocas publicaciones o que forman parte, en general, de introducciones o capítulos secundarios de libros e investigaciones.

Resulta importante destacar que el tema no deja de ser importante para la comprensión de la guerra, sino que, por el contrario, esconde gran parte de las explicaciones sobre las decisiones que se adoptaron para afrontarla, donde se guarda todavía hoy una significativa cantidad de incógnitas.

Específicamente, nuestro objetivo es analizar aquellos eventos que alteraron la respuesta de los estados provinciales a los requerimientos para la movilización de las Guardias Nacionales, especialmente aquellos casos –más allá de los ampliamente conocidos o emblemáticos– que generaron verdadera preocupación, incertidumbre o desconcierto en la construcción del esfuerzo de guerra del conjunto de la República.

 

2. Se ordena la movilización. Se activa el problema

Ocurrida la ocupación de Corrientes por parte del Ejército paraguayo el 13 de abril de 1865, el gobierno nacional debió afrontar el levantamiento de un ejército de campaña en forma apresurada y prácticamente de la nada; para ello ordenó la movilización de la Guardia Nacional en toda la República como así también el refuerzo y la creación de nuevas compañías, batallones y regimientos de línea.

Por un lado, el levantamiento de la Guardia Nacional estaba descentralizado en las provincias, mientras que para las unidades de línea[1] la incorporación se realizaba a través de los formatos de enganche, reenganche, destinados, personeros de guardias nacionales, como también el enganche o contrata de extranjeros. No obstante, con el transcurrir del tiempo, el alistamiento voluntario paulatinamente se fue tornando compulsivo sobre vagos, gente de mal vivir, partidarios políticos opositores, etc., para poder satisfacer las necesidades de guerra en oportunidad.[2] [3]

La orden de movilización de la Guardia Nacional fue enviada hacia todos los rincones de la República, aunque su recepción en las diferentes capitales de provincia fue variable, ya que arribó con diferencia de días, semanas y hasta de un mes, debido a los peligros y dificultades que acechaban los caminos y muy especialmente por las distancias existentes en una época en la que el telégrafo asomaba, el ferrocarril comenzaba a tomar impulso y la navegación fluvial estaba limitaba a los grandes ríos. El medio principal de comunicación seguía siendo la carreta, que transitaba por caminos prácticamente inexistentes, en el mejor de los casos sobre huellas profundas, solo mantenidas por la acción del viento y del sol. De la misma manera, para cruzar ríos y arroyos, la existencia de puentes era accidental, ya que el pasaje de los cursos de agua estaba ceñido a pasos y vados bajo los vaivenes de las crecidas y bajantes.[4]

La orden de movilizar fue cumplida, pero el tiempo de alistamiento de las tropas fue disímil y estrechamente relacionado con la respuesta política y con el apoyo ciudadano, en algunos casos con desesperante lentitud.

Como dato estadístico, las primeras unidades de la Guardia Nacional –sin considerar en principio a las milicias correntina y entrerriana, que estaban sobre o muy próximas a la zona de operaciones‒ arribaron a los lugares de reunión del ejército en campaña recién en la segunda quincena del mes de junio, como el Batallón de Guardias Nacionales “San Nicolás”, que desembarcó en Esquina a incorporarse a la 1.a División del Ejército Nacional del General Paunero, o el Regimiento de Caballería “San Martín,” que desembarcó junto a otros batallones de línea en Concordia. Por otro lado, los batallones más retrasados iban a alcanzar Corrientes casi ocho meses después, como lo fueron los dos batallones de infantería entrerrianos –post Basualdo– y el riojano.

En este prolongado período se sucedieron desde manifestaciones de entusiasmo, exaltación patriótica y disposición voluntaria para concurrir a la guerra, hasta serias complicaciones que excedieron la ocurrencia de simples actos de indisciplina, como insubordinaciones o deserciones individuales, los que llegaron a conformar sucesos verdaderamente conmocionantes.

 

3. Las raíces del rechazo

La problemática fue compleja. Los motivos centrales se relacionaban, primero, con la impopularidad del conflicto dentro de un contexto de sentimiento nacional sin afianzar ni consolidar, con un claro rechazo hacia todo lo que proviniera de Buenos Aires, producto de más de 45 años de sangrientas guerras civiles. Por otro lado, el pensamiento del hombre común no incluía la necesidad de alejarse de su espacio natal, propio,[5] sino la permanencia en su “patria chica”, su terruño que como jefe de familia compartía junto a los suyos y sus pocas pertenencias. Para el hombre de la campaña no era lo mismo alistarse como guardia nacional para resistir al malón enfrentando el peligro directo, que incorporarse para pelear una guerra lejana en un país que no conocía; tampoco percibía por qué debía arriesgar su vida en el ajeno Paraguay.[6] Asimismo, la falta de instrucción más la ignorancia política potenciaban esta visión y hacía a estos hombres fácilmente influenciables.

No todos los inconvenientes en la reunión de tropas se dieron entre gauchos y paisanos analfabetos de la campaña: también la sociedad más pudiente tuvo sus “cosas”, desde los actos de entusiasmo donde los voluntarios llegaron a confeccionarse sus propios uniformes y comprar sables o espadas, hasta la elevación de centenares de excepciones por los motivos más disímiles (enfermedades graves, trabajos impostergables, discapacidades), o incluso la presentación de personeros que pagaban a un tercero en necesidad unos cientos de pesos para alistarse en la Guardia Nacional en reemplazo del individuo convocado originalmente.

Muy variadas fueron las causas que sumaron valor al rechazo del conflicto y a desertar de la responsabilidad ciudadana, a saber:

— Malas influencias: en las zonas de reunión, los guardias nacionales –ciudadanos comunes– se mezclaban y compartían la vida castrense con quienes se encontraban contra su voluntad o habían sido levados forzosamente, con los destinados a las unidades de línea, hombres normalmente con condena, y con otros tantos que influían negativamente sobre la moral y la motivación individual y colectiva.

— Maltrato: el trato dispensado a la tropa era severo y rígido –normal para la época– pero la situación social hizo que la dureza a veces se incrementara. Quizás el extremo haya sido que, para prevenir deserciones y desbandes, los guardias nacionales además de ser trasladados desarmados y custodiados por piquetes de línea, fueran en algunas oportunidades engrillados durante los descansos nocturnos o en los altos de marcha, para evitar fugas. [7]

— Distancias hasta la zona de reunión final: en las provincias más alejadas, las distancias a recorrer no solo estremecían a los más bravos, sino que al mismo tiempo preocupaban a los gobernantes. Las interminables distancias que debían salvarse a pie, o en el mejor de los casos en carretas, potenciaban el espíritu negativo de los guardias nacionales.[8]

— Hombres “de a caballo” transformados en infantes: la exigencia que imponía el ambiente geográfico correntino y paraguayo iba en contraposición al común denominador de las organizaciones militares de la época, que se componían de un elevado porcentaje de tropas de caballería. Al paisano, hombre de a caballo, le disgustaba transformarse en infante con el rigor de la disciplina del orden cerrado.

— Espíritu de cuerpo regional / provincial: las provincias se manejaban con identidad propia, por lo que una primera normativa nacional de organizar batallones mixtos combinando efectivos de San Juan y Mendoza, San Luis y La Rioja, Tucumán y Catamarca o Salta y Jujuy no prosperó. La autoridad nacional modificó esa disposición en junio de 1865.

— Diferencias políticas: era imposible que no las hubiera. Rencores, discrepancias, desconfianza y miradas de reojo entre los cuerpos de diferentes provincias fueron la norma hasta que las operaciones de guerra llevaron a generar un nuevo espíritu de cuerpo nacional verdaderamente argentino.

Estos contrastes muchas veces se dieron especialmente entre quienes hasta no hacía mucho tiempo se habían visto las caras en batallas como Cepeda y Pavón; quienes habían sido comandantes de unidades del Estado de Buenos Aires se cruzaban con los que lo habían sido por parte de la Confederación, entonces no se dirigían la palabra, obstaculizaban órdenes de comandantes superiores, y en general provocaban fricciones y desconfianza en el comando.

En este contexto, el alto mando debió interrumpir de cuajo el quiebre o la “grieta” que distraía a la fuerza de su objetivo principal: prepararse para la guerra. Para ello, el general en Jefe Aliado Bartolomé Mitre redactó de puño y letra una orden categórica para terminar de plano con estos incidentes:

Los soldados que se hallan en el Ejército en campaña y más aún frente al enemigo, no pueden y no deben de ocuparse de otra política que la de cumplir con su deber para asegurar a su patria. Los que en un Ejército en Campaña y a la sombra de la bandera de la Patria por que combaten, levantan banderas de partido o que pueden dividir las voluntades, cometen verdaderamente un acto de traición…, cometen delito, y delito tanto más grave por influir con daño a la seguridad común y a los intereses públicos. Los Ejércitos que han olvidado estas reglas han sido el escándalo de su Patria, es por esto por lo que, en los campamentos y campos de batalla, no se debe hacer otra política que la de combatir, triunfar y morir.[9]

— Vestuario y equipamiento: la provisión de equipamiento no siempre fue oportuna ni adecuada, y hubo prioridad sobre las unidades de línea. En el caso de la Guardia Nacional, su equipamiento puso en apuros a más de un gobernador. En muchos casos se utilizaron vestimentas propias o uniformes provistos de apuro, por lo general de baja calidad.

Como hemos visto, la respuesta ciudadana generó eventos y reacciones positivas extremas. He aquí transcriptos algunos ejemplos:

Nicasio Oroño, Gobernador de Santa Fe sobre los guardias nacionales de su provincia en alistamiento.[10]

…nunca, en la provincia de mi nacimiento, ha habido mayor entusiasmo ni tan completa decisión para hacer una campaña. No puede ser más feliz la oportunidad para acallar para siempre el miserable espíritu de partido o rencillas intestinas...

Teniente coronel Latorre, Jefe del Batallón de Guardias Nacionales “Salta” en marcha hacia Rosario.[11]

…estos infelices marchan con tanto entusiasmo y abnegación, a pesar de su extrema desnudez y miseria, pues la ropa que se les dio en Salta ya se ha concluido, lo mismo que el calzado. Voy muy contento viendo como digo a V. E. la alegría y conformidad de estos soldados, pues es edificante.

José Posse, Gobernador de Tucumán sobre los guardias nacionales de su provincia.[12]

…veo este cuerpo tan lindo y bizarro por la juventud y la talla de los soldados y aunque no diestro en el manejo de las armas, me parece que por su contextura no formará otro mejor en el Ejército.

Cabe también mencionar la impecable descripción de la despedida que recibió el Batallón de Guardias Nacionales “San Nicolás” que se encuentra en el Álbum de la Guerra del Paraguay, donde se afirma que previo al embarque, este marchó gallardamente por la ciudad con aire marcial y desenvoltura, como si hubieran sido soldados de línea, portando la bandera bordada por las damas y señoritas del pueblo y despedidos por un tumultuoso gentío que los vivó a lo largo de calles engalanadas de banderas y flores.[13]

Pero estas expresiones positivas se contraponen por ejemplo con la conocida visión del vicepresidente Marcos Paz (en ejercicio del Poder Ejecutivo) transmitida al General Emilio Mitre, Inspector de Armas con jurisdicción sobre San Juan, Mendoza, San Luis y Córdoba, que nos resume el panorama general:

Es sabido que a nuestros hombres lo que menos les gusta y les conviene, es ser soldados, porque ganan menos y trabajan más, de patriotismo no hay que hablar en la masa del pueblo, porque para ellos esos son cuentos tártaros.[14]

En síntesis, se podrá especular sobre muchas causas de la negativa de cumplir con la Patria. Lo que quizás no pueda referenciarse es que estas estaban atadas al miedo o a la cobardía, pues el soldado argentino estaba habituado a la guerra. Evidentemente, había otras razones.

A grandes rasgos, lo mencionado por Marcos Paz sería confirmado por la sucesión de motines, sublevaciones y desbandes ocurridos, algunos tristemente célebres y con fuertes repercusiones. Quizás los casos más conocidos sean las sublevaciones de los batallones cordobeses en su marcha hacia el Rosario o los desbandes de las milicias entrerrianas en Basualdo y Toledo, estos últimos de extrema relevancia por el número de hombres involucrados, la proximidad a la zona de operaciones y a la figura comprometida del General Urquiza.

Pero hubo otros eventos menos conocidos que también generaron alerta por sus consecuencias o porque su ocurrencia señaló antecedentes inconvenientes. A continuación, relataremos brevemente algunos de estos casos.

 

4. El caso Santiago del Estero. Una sublevación que dejó a la provincia sin representación en la guerra

Informe del coronel Segundo Roca:

En Junta de Guerra, el General Antonino Taboada y Manuel Taboada, junto a todos los oficiales del Regimiento Santiago, decidieron retornar a la ciudad capital con lo que quedaba del Regimiento debido a la desmoralización y a la falta de caballada.[15]

En esos tiempos, Santiago era una provincia políticamente mitrista que rápidamente se abocó al cumplimiento del decreto de movilización. Tanto su gobernador Ibarra como el Inspector de Armas, general Antonino Taboada, aseguraron una y otra vez al gobierno nacional la pronta organización del contingente de la Guardia Nacional, inclusive sin esperar auxilio monetario del gobierno federal, y ofrecieron solventarlo con su propio patrimonio.[16]

A mediados de junio, el contingente provincial estuvo listo para partir mientras permanecía en alerta, a la espera de que tanto Catamarca como Tucumán tuvieran dispuestas sus tropas y así poder marchar reunidos a Rosario empleando el camino del desierto chaqueño que bordeaba el río Salado hasta la capital santafesina. De esta manera se ahorraban unas 80 leguas, en comparación con el camino que atravesaba Córdoba capital.

Mientras se esperaba el momento de partir ocurrió quizás el más importante y conocido desbande de tropas de la guerra: el ejército entrerriano de casi 8000 lanzas se sublevó en Basualdo y aquellas tropas que no regresaron a sus hogares fueron licenciadas por Urquiza para evitar las montoneras.

La noticia sacudió la capital santiagueña y el gobernador Ibarra dejó saber al vicepresidente Marcos Paz que la provincia no solo no cesaría su apoyo al Gobierno nacional, sino que estaría dispuesto a llenar el vacío de aquellos que desertaran, en clara referencia a los entrerrianos.[17]

Luego de numerosas contramarchas, la fecha de partida se estimó para los primeros días de septiembre al tiempo del paso de los tucumanos por la ciudad capital. Los catamarqueños por el contrario se quedarían un tiempo más en su provincia para finalizar el alistamiento.

Finalmente, el fuerte contingente tucumano-santiagueño de casi 1500 hombres partió reunido hacia la ciudad puerto de Rosario. Los santiagueños, a órdenes del general Manuel Taboada, Ministro General de la provincia, y los tucumanos bajo las órdenes del coronel Segundo Roca[18], padre de Don Julio Argentino, todos bajo el comando general del jefe de la 3.a Inspección de Armas de la Nación, el general Antonino Taboada[19] hermano de Manuel, quien además era experto conocedor del camino, que había transitado años antes en viaje de exploración.[20]

El 7 de septiembre, bien entrada la tarde, el contingente alcanzó el Fortín La Viuda, también mencionado en algunos documentos como Fortín Taboada. En la mañana del 8 hubo un alerta, por el que soldados tucumanos dieron la novedad de que habían sido tanteados por santiagueños para una sublevación. Nada pudo descubrirse. Entrada la noche, nuevas noticias llegaron a los oídos de los oficiales; la versión indicaba que durante la diana del día 9, un tiro de fusil indicaría el inicio de una sublevación, cosa que efectivamente ocurrió. En el tumulto de los amotinados, el piquete de seguridad reaccionó para contenerlos abriendo fuego y un grupo de hombres partió a alertar al Fortín El Bracho, que destacó una fuerza de caballería para cooperar a reestablecer el orden.

La sublevación fue contenida, pero el daño fue muy importante. El contingente santiagueño estaba afectado: 80 desertores, muertos, heridos, ganado espantado y hombres muy asustados. Por otro lado, los tucumanos de Roca permanecieron en el mayor orden y silencio, con solo unos pocos desertores.

Esa misma noche se reunió una junta de guerra para adoptar lo que más conviniese. La falta de agua y la deficiente alimentación influyeron, pero la falta de caballos fue determinante. Se acordó que el contingente santiagueño debería regresar. Los tucumanos continuarían solos.[21]

Según averiguaciones posteriores, la violenta sublevación encabezada por algunos suboficiales santiagueños de baja jerarquía tuvo como objetivo matar a los oficiales, incluidos los hermanos Taboada, y regresar a la capital con fines de levantamiento armado. Otras versiones apuntan a la desconfianza como detonante, ya que los santiagueños recordaban cuando otro contingente había sido llevado a la guerra y ninguno de los hombres había regresado.[22]

También se dice que había mucho temor de ser vendidos.[23] María Cecilia Rossi nos dice:

…los reclutas tenían otra visión del conflicto y entendían que los mandaban a pelear contra los paraguayos, sus iguales…la idea subyacente era que las masas campesinas no comprendían muy bien el sentido del reclutamiento... Las ideas de Nación y de Patria era, en eso momentos, una absoluta abstracción...[24]

Los desertores fueron perseguidos a lo largo de los ríos Dulce y Salado e inclusive hasta la frontera norte con Córdoba. Hubo un importante proceso federal con duras penas. Varios fueron pasados por las armas.

Lamentablemente, aunque los santiagueños volvieron a levantar con esfuerzo su contingente, a mediados de diciembre del 65 la Nación notificó a Santiago que no eran necesarias nuevas tropas por estar “llenos los cuadros del Ejército Aliado”. La provincia lamentó quedarse sin desplegar un batallón provincial en la guerra.[25]

5. El caso La Rioja. De ser de las primeras provincias en despachar tropas a constituirse en el último batallón en alcanzar Corrientes

…La Rioja sigue mal, y no veo otro remedio para sujetar aquella Arabia que ocuparla militarmente. Las montoneras renacen allá de sus cenizas, y lo más racional es sacar el mal de raíz.” El gobernador tucumano José Posse al Vicepresidente Marcos Paz sobre la situación en La Rioja.[26]

El entonces teniente coronel Julio Campos, sexto de quince hermanos entre los que se hallaban los reconocidos militares Gaspar, Manuel y el fundador de la Escuela Superior de Guerra, Luis María, gobernaba desde 1864 La Rioja, provincia muy maltratada y devastada por la guerra civil y la violenta muerte de su muy querido caudillo Ángel “Chacho” Peñaloza.

En este marco, la provincia debió cumplimentar la orden de movilización, levantando un contingente de guardias nacionales, al mismo tiempo que se le exigía reclutar una centena de enganchados de línea y organizar un Batallón de Línea sobre la base de la Compañía N.° 6 de Infantería que estaba en guarnición esa capital provincial, exigencia –a primera vista– algo desmedida para un estado provincial como La Rioja.[27]

Campos se abocó a la reunión de los contingentes sin escatimar procedimientos,[28] ordenando a sus mejores oficiales de milicias, los comandantes Vera y Linares, organizar dos lugares de reclutamiento, uno en Catuna y el otro en Posta de Herrera. Se ocupó personalmente de instruir en ejercicios doctrinales a quienes serían los oficiales de los guardias nacionales, pertenecientes a lo más representativo y selecto de la sociedad riojana.[29]

Luego de una expeditiva y severa organización e instrucción, los guardias nacionales estuvieron listos para marchar a fines de junio y el día de la partida el gobernador conmovió a sus milicias con una vibrante arenga:

Son la vanguardia de la Guardia Nacional de la provincia, mostrad a vuestros pares del Ejército Nacional que todo está listo y pronto para marchar a la primera orden del Presidente de la República con vuestro gobernador a la cabeza.[30]

Luego de despedirlos, Campos, quien no formaba parte de ninguna de las columnas, quedó en la ciudad capital, ya que la Legislatura Provincial no lo había autorizado a abandonar la provincia debido a la frágil situación política de esta. Desde Catuna partió la columna de Vera. Aprovechando su momentánea ausencia, la columna fue sublevada por el caudillejo Zalazar. A su regreso, Vera evitó por suerte ser capturado por los montoneros, escapando en busca de Linares. Con este hecho se produjo lo que se había vislumbrado con importantes probabilidades de ocurrencia, ya que, durante la organización del contingente, los guardias nacionales habían sido hostigados con ideas negativas contrarias a la guerra.

Linares, al comando de la otra columna, tomó conocimiento de lo sucedido en Catuna, por lo que decidió informar a Campos y apurar la marcha para auxiliar a Vera. Reunidos Linares y Vera, fueron en busca de la montonera y chocaron con esta, compuesta por alrededor de 500 hombres bien armados. Luego de que fueran casi deshechos por los hombres de Zalazar, debieron retirarse y buscar refugio. No obstante, en proximidades del choque, las fuerzas sublevadas y sus sublevadores fueron rodeados y mantenidos bajo control.

Campos, quien había acudido en auxilio de sus fuerzas, pudo establecer contacto con la Fuerza de Linares y Vera, pero estos en principio lo confundieron con un montonero, de modo que se entablón un severo combate “amigo - amigo”, o sea entre propia tropa. Alterada, la montonera que estaba cerca, se dio a la fuga al escuchar el desorden.

Los choques y escaramuzas con los montoneros continuaron con el tiempo mientras de alguna manera estos sumaban más y más seguidores, desde antiguos partidarios de Peñaloza hasta delincuentes atraídos por promesas de libre saqueo sobre la ciudad capital riojana.[31]

Finalmente, Campos preparó su componente militar y chocó finalmente con Zalazar en Pango el 15 de julio y lo derrotó completamente. Luego del combate, formó a los prisioneros montoneros, a quienes dirigió una potente arenga sobre sus deberes como argentinos y para con la Patria, agregó que, al ser culpables de la sublevación y sus efectos, ahora ellos mismos deberían cubrir los efectivos faltantes para completar el Batallón de Guardias Nacionales que debía marchar al Paraguay.[32] [33]

Tiempo más tarde, con Salazar capturado y otros cabecillas montoneros muertos, la tranquilidad fue retornando poco a poco a la provincia y Campos comenzó a organizar con mayor tranquilidad el nuevo Batallón de Guardias Nacionales, además de haber sido nombrado jefe del Batallón de Línea que debía constituirse sobre la base de la Compañía de Infantería N.° 6.[34]

Luego de un largo tiempo, autorizado por la Legislatura para ausentarse por seis meses, el 9 de diciembre el gobernador partió a Rosario encabezando esta vez personalmente el contingente de Guardias Nacionales.

El batallón riojano alcanzó Ensenaditas ya entrado el año 1866, allí tomó el mando de los guardias nacionales otro de los hermanos Campos, el teniente coronel Gaspar Campos. El batallón paso a denominarse “Cazadores de La Rioja”.[35]

6. El caso San Luis. Fricciones y una tensa situación derivada del ejercicio del mando ocasionó un suceso sin antecedentes conocidos dentro de la Guardia Nacional

 

A continuación, leemos un fragmento del petitorio de la oficialidad del Batallón de Guardias Nacionales puntano, dirigido al gobernador de San Luis:

Existe un espíritu de amargo descontento en todo el batallón, esto puede traer consecuencias fatales, hasta el patíbulo, en vista del deplorable tratamiento que se nos dispensa.[36]

San Luis, que por entonces era gobernada por Justo Daract, atravesó ciertos contratiempos para la movilización de sus guardias nacionales; en principio la legislatura rechazó el reclutamiento requerido por la Nación.[37]

A pesar de la negativa, Daract decretó la creación del Batallón de Guardias Nacionales, el que fue puesto bajo la supervisión del Subinspector de Armas jurisdiccional, el teniente coronel José María Cabot, veterano del Ejército de Buenos Aires de Cepeda y Pavón, quien desde la Comandancia de Río Cuarto marchó a San Luis por orden del general Emilio Mitre, el designado Inspector de Armas.[38]

Según parece, la severidad de Cabot con las tropas tuvo consecuencias y en junio estalló un intento de motín. El mismo Cabot lo sofocó y los cabecillas fueron sumariados y fusilados.

Para su desplazamiento a Rosario, el batallón fue puesto órdenes del mayor y luego de marchar hacia allí y pasar un prolongado tiempo de espera para embarcar hacia Concordia, sucedió un evento muy poco común en la época y con seguridad sin antecedentes.

Habiendo retomado el mando Cabot, una semana antes de embarcar, 20 oficiales en nombre de la totalidad de los guardias nacionales firmaron una petición dirigida al señor gobernador donde exigían el relevo de su jefe, una acción por demás insólita en el ámbito castrense. La nota diligenciada por los oficiales “rebeldes” expresaba:

Oficiamos esta nota en nombre de los Guardias Nacionales que nos acompañan llamando la atención de V.E se digne a oírnos en esta, nuestra justa petición…

… al salir de San Luis hemos tenido palabras de elogio de nuestro gobernador y conocemos nuestro deber como argentinos…,

... el deplorable tratamiento que se nos dispensa… falsas afirmaciones y calificaciones indecorosas, que se nos hace en forma permanente por el jefe que nos Comanda…,

… mediante su interposición requerimos un nuevo jefe capaz de corresponder a nuestros buenos deseos en el servicio de la Patria y del pueblo puntano que tenemos el orgullo de pertenecer e imploramos este pedido como guardias nacionales y como co-provincianos”. [39]

El batallón puntano que había recibido el nombre de “Pringles” zarpó hacia Concordia el 21 de septiembre a órdenes de Cabot, quien diez meses más tarde caería herido en combate en Boquerón, y fallecería días después en el hospital de sangre Corrientes.

 

 

A modo de conclusión

Lo expresado describe en tres casos diferentes seleccionados lo complicado del contexto en que se dio el reclutamiento, alistamiento y marcha de los guardias nacionales en los diez primeros meses de guerra.

Claramente, los gobernantes se dejaron sorprender por la guerra, sin que la organización militar respondiera a la razón de ser de la Fuerza Militar Terrestre que ha sido siempre –entre otras– la de salvaguardar y hacer respetar la soberanía nacional.

La extensa duración de la guerra obedeció, como una de sus causas, a la falta de preparación para acudir de inmediato a defender la integridad territorial, rechazando y aniquilando las columnas enemigas que en forma decidida y temeraria se lanzaron sobre nuestro país con total falta de respeto hacia la historia y tradiciones de la Nación Argentina.

Sorprendidos, nuestros gobernantes echaron mano a las pocas fuerzas disponibles para reforzar las milicias correntinas y contener el ímpetu de las operaciones paraguayas, pero movilizar las Guardias Nacionales, organizarlas, equiparlas e instruirlas no fue tarea fácil.

Las deserciones, sublevaciones y desbandes fueron el problema repetido en la mayoría de las provincias. Para el estudioso de la guerra, Basualdo en Entre Ríos y la Posta de Toledo en Córdoba son nombres conocidos de donde se desarrollaron este tipo de sucesos. La hostilidad, aversión, rencor y antipatía hacia todo lo que viniera de Buenos Aires facilitaron el trabajo de los montoneros en una Argentina con problemas de identidad y donde la dimensión de la conciencia nacional y el dinamismo del sentimiento patriótico eran muy variables de una región a otra. La incertidumbre inicial de una movilización nutrida de problemas por causas políticas, sociales, económicas y geográficas fue salvada a fuerza de grandes esfuerzos, energía y voluntades, asumidos con decisión y firmeza por los líderes nacionales y provinciales del momento

Los resultados permiten comprender aún más el porqué de esta prolongada guerra, y contrastando que no solo se ciñó a la zona de operaciones, como nos relatan la mayoría de las publicaciones, sino también a las trece provincias; sus gobernadores, junto a la problemática regional circundante, fueron protagonistas destacados y merecen especial atención, que este artículo comprueba y destaca. No obstante, y a pesar de lo que ensombreció el proceso de reclutamiento y las dificultades que sobrevinieron, fue como si estas complicaciones se hubieran desvanecido con el ingreso al campo de batalla: con el tiempo, la guerra iba a acoplar a los hombres de diferentes provincias y se alcanzó la victoria, en circunstancias que escapan a este trabajo.

Sería entonces en el campo del honor, frente al enemigo, bajo fuego y para orgullo de la Nación, que nuestros connacionales, derrochando valor y arrojo y soportando sufrimientos, miedos y peligros comunes, irían salvando sus diferencias y un solo sentimiento argentino vería la luz. De esta manera, la Guardia Nacional supo comportase como una verdadera fuerza militar junto a sus pares de línea y resultaron determinantes en el éxito y gloria de las armas de la Alianza.

Lo antedicho, como síntesis final, lo afirma con sus palabras el bravo y valiente teniente coronel León de Palleja, jefe del Batallón oriental “Florida” en su diario:

Las Guardias Nacionales argentinas son batallones de ciudadanos de todas clases que acuden al llamado de la Patria en peligro. Con el mayor placer consigno el tributo de admiración y respeto que me inspiran estos cuerpos de Guardia Nacional argentinos, cada vez que tengo la suerte de verlos; debe estar orgullosa la Nación Argentina que cuenta con tales ciudadanos”.[40]

 

 

Referencias bibliográficas primarias

BIBLIOTECA DE LA NACIÓN. Archivo del General Mitre. Guerra del Paraguay - Tomo XXIII. Buenos Aires. 1913.

BIBLIOTECA NACIONAL, Revista. Archivo General Gelly y Obes. Tomo XXI, Nro 52. Buenos Aires. 1951.

EL COSMOPOLITA, Periódico. Edición 187 y 272. Rosario. 1865.

MUSEO MITRE. Buenos Aires. Archivo. Fondo General Emilio MITRE. 1865.

SERVICIO HISTÓRICO DEL EJÉRCITO. Buenos Aires. Archivo Guerra del Paraguay. Cuaderno de Órdenes Generales del Ejército. 1865.

UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA PLATA. Archivo del Cnl Dr Marcos Paz- Tomo IV. Instituto de Historia Argentina “Ricardo Levene”. La Plata. 1963.

 

Obras citadas

BEVERINA, Juan, Coronel Expedicionario del Desierto. La Guerra del Paraguay – 2.° Tomo. Establecimiento Gráfico Ferrari Hnos. Buenos Aires. 1921.

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DE LA FUENTE, Ariel. “Resistencias a la formación del Estado Nacional e identidad partidaria en la provincia de la Rioja. Los nuevos significados del federalismo en la década de 1860”, en Un Nuevo Orden Político, Provincias y Estado Nacional. 1852-1880. Buenos Aires. Editorial Biblos. 2010.

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RUIZ MORENO, Isidoro. Campañas Militares Argentinas. Guerra exterior y luchas internas (1865-1874). Tomo 4. Buenos Aires. 2008

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YABEN, Jacinto. Vida Militar y Política del Coronel D. Julio Campos. Círculo Militar. Buenos Aires. 1949.

 

 


[1] La organización militar del país desde la vigencia de la Constitución Nacional de 1853 se apoyaba sobre dos pilares fundamentales: el Ejército de Línea y la Guardia Nacional. El primero estaba conformado por cuerpos militares de índole permanente y la segunda se organizaba exclusivamente en caso de necesidad como refuerzo de la primera y solo en caso de tener que repeler invasiones o contener insurrecciones. Básicamente, la Guardia Nacional debía ser levantada por los gobiernos provinciales por orden del Gobierno Federal. Una vez organizados los cuerpos militares, debían ser puestos bajo el control de un Comando Nacional.

[2] J. BEVERINA, 1921, p. 89.

[3] M. GONZALEZ DE MARTÍNEZ, 1978, p. 51.

[4] CÁMARA ARGENTINA DE LA CONSTRUCCIÓN, 2010, pp. 8-10.

[5] M. GONZALEZ DE MARTÍNEZ, 1978, p. 50 y M. ROSSI, 2016.

[6] I. RUIZ MORENO, 2008, pp. 29-55.

[7] A. DE LA FUENTE, 2010, p. 69.

[8] UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA PLATA, 1963, p. 87.

[9] SERVICIO HISTÓRICO DEL EJÉRCITO, 1865, pp. 151-152.

[10] BIBLIOTECA DE LA NACIÓN, 1913, p. 125.

[11] UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA PLATA, 1963, pp. 212-213.

[12] UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA PLATA, 1963, pp. 28-38.

[13] J. ESPORA,1893, p. 291.

[14] BIBLIOTECA DE LA NACIÓN. 1913. Tomo V, p. 95.

[15] PERIÓDICO EL COSMOPOLITA, 1865, p. 2.

[16] SERVICIO HISTÓRICO DEL EJÉRCITO, 1865. N.° 10-370.

[17] UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA PLATA, 1963, p. 45-61.

[18] CORONEL JOSÉ SEGUNDO ROCA (Tucumán 1800 - Corrientes 1866): guerrero de la Independencia. Participó de la Expedición Libertadora al Perú. Hizo la Campaña de la Sierra a órdenes del Coronel Mayor Arenales. Combatió en Pichincha y Junín. Estuvo presente en la guerra contra el Brasil, donde combatió en Ombú e Ituzaingó. Fue edecán de los generales Lavalleja y Alvear. Combatió con el General Lavalle, de quien fue su ayudante. Después del Tratado de Barracas combatió a las órdenes del General Paz. Intervino en la guerra contra la Confederación Perú - Boliviana. Fue calificado por Rosas como “salvaje unitario”. Vivió en el exilio. Revistó en el Estado Mayor del Ejército de la Confederación Argentina en Paraná. En la zona de concentración del Ejército Aliado en Corrientes se encontró con sus hijos Rudecindo, Celedonio, Marcos y Julio Argentino; allí asumió el mando de la 4.a División del Ier Cuerpo. Falleció abruptamente en marzo de 1866 en Ensenaditas. El Batallón de Guardias Nacionales “Salta,” donde revistaba su hijo el capitán Julio Argentino Roca, le rindió los honores póstumos.

[19] REVISTA DE LA BIBLIOTECA NACIONAL, 1951, p. 594.

[20] M. ROSSI, 2016.

[21] PERIÓDICO EL COSMOPOLITA, 1865, p. 2.

[22] Ibidem.

[23] Ibidem.

[24] M. ROSSI, 2016.

[25] UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA PLATA, 1963, pp. 176-328.

[26] UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA PLATA, 1963, p. 122.

[27] J. YABEN, 1949, p. 101.

[28] idem.

[29] J. YABEN, 1949, pp. 104-105.

[30] PERIÓDICO EL COSMOPOLITA, 1865, p. 2.

[31] J. YABEN, 1949, p. 110.

[32] J. YABEN, 1949, p. 112.

[33] L. RUIZ MORENO, 2008, p. 60

[34] UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA PLATA, 1963, p. 290.

[35] M. A. DE MARCO, 2007, p. 109.

[36] MUSEO MITRE, Fondo General Emilio Mitre, N.° 2014.

[37] J. W. GEZ, 1916, p. 204.

[38] M. A. DE MARCO, 2007, p. 106.

[39] MUSEO MITRE, Fondo General Emilio Mitre, N.° 2014.

[40] L. PALLEJA, 1960, p. 210.