Una teorización pendiente:
Reflexiones para la construcción de un concepto de Historia de la Guerra

Cristián Andrés González Puebla
Universidad de Playa Ancha
https://orcid.org/0000-0002-3352-0876

Nicolás Fernando Llantén Quiroz
Universidad Diego Portales/ Universidad Andrés Bello
https://orcid.org/0000-0001-8897-7585

 

La guerre, un massacre de gens qui ne se connaissent pas, au profit de gens qui se connaissent mais ne se massacrent pas

Paul Valéry

 

Resumen: El presente artículo plantea la resignificación y reinterpretación de la historia militar como objeto de estudio historiográfico, mediante su reformulación por el concepto historia de la guerra. La propuesta se sustenta en tres bases epistemológicas: el enfoque lingüístico filosófico de Ludwig Wittgenstein, basado en su teoría de los juegos de lenguaje; la hermenéutica de Hans Gadamer; y la tradición alemana asociada a la historia conceptual de Reinhart Koselleck. Esta fundamentación se ha realizado mediante un ejercicio interdisciplinar, de manera que dichas corrientes se han aplicado al análisis historiográfico con el fin de ampliar el enfoque de los temas bélicos, desarrollando un tratamiento interpretativo más definido y profundo que devele las complejidades de nuestro objeto de estudio, esto es, la historia de la guerra. En lo práctico, esto significa amplificar el enfoque de lo investigado más allá de los aspectos puramente institucionales, ideológicos y políticos característicos de la historia militar tradicional.

Palabras clave: historia militar, historia de la guerra, concepto de guerra, historiografía.

Abstract: The present article outlines the re-signification and re-interpretation of the term “military history” as a subject of historiographic study, through its reformulation by the concept “history of war”. The proposal is supported by three epistemological grounds - the philosophical linguistic approach of Ludwig Wittgenstein, based on his theory of language games, the hermeneutic of Hans Gadamer; and the German tradition associated to the conceptual history of Reinhart Koselleck. These foundations converge by means of an interdisciplinary exercise, in a way that such trends have been applied to the historiographic analysis with the purpose of broaden the perspective of warlike issues, developing a deeper and more defined interpretative treatment, showing the complexities of our object of study, this being the History of War. As regards its practical approach, this means to widen the scope of our research beyond those purely institutional, ideological and political common aspects of traditional military history.

Keywords: military history, history of war, concept of word, historiography.

 

Casus Belli II (2021), 13-37

Recibido: 2/4/2021 - Aceptado: 12/7/2021

 

1. Repensando la historia militar: la necesidad de reconceptualizar

Si se incursiona en los más antiguos usos del concepto historia militar es posible observar la diversidad de su significación. Esto es, porque lo que se ha entendido por “militar” depende del autor, de su nacionalidad y de cómo asociemos sus inicios. Por otra parte, investigaciones y descripciones del fenómeno de la guerra han existido prácticamente en todas las culturas y en todas las épocas. Sin embargo, cabe preguntarse al respecto si estos conceptos pueden emplearse como términos semejantes o como sinónimos.

En el año 53 a. C., un fuerte ejército romano sufrió una dura derrota a manos de los partos en las cercanías de Carrhae (hoy Harran), al sudeste de la actual Turquía. Se trató del primer enfrentamiento en regla de los dos estados más poderosos del cercano oriente. La lucha por la supremacía en la región entre partos y romanos fue intermitente, pero se prolongó por más de dos siglos hasta la caída de la dinastía Arsácida en las tierras del viejo imperio persa y su reemplazo por la aún más agresiva dinastía Sasánida.

El estudio académico de la Historia, que se inició en el siglo XIX con los trabajos de Leopold von Ranke,[1] tuvo también repercusiones en las investigaciones vinculadas a lo bélico, cuyo caso más significativo es el de la obra de Hans Delbrück,[2] que marca el inicio de un estudio historiográfico y académico sobre las acciones de guerra, sobre todo en el ámbito europeo. La tradición investigativa inaugurada por el autor alemán fue síntoma de su tiempo, ya que se mantuvo asociada al ideal estatal-nacional hasta mediados del siglo XX, momento en el cual el desarrollo de las nuevas corrientes historiográficas terminó decantando en los historiadores militares. El mayor exponente de dicho cambio fue el británico John Keegan, autor de The Face of Battle (1976),[3] obra en la cual invierte el enfoque sobre el hecho bélico al cambiar la perspectiva de los generales por la de los soldados de a pie.[4] [5]

Sin embargo, si bien dicha propuesta inició una posibilidad de cambio, mantuvo muchos tópicos de las investigaciones previas, generalmente en pos de perpetuar el proyecto social subyacente en el pensamiento de las tradicionales obras de historia militar de la época previa a las Guerras Mundiales.[6]A su vez, hemos de entender también que dichos autores reflejaban las condicionantes sociales, culturales y sobre todo políticas de su tiempo, lo que se observa principalmente en Hispanoamérica, donde se gestó una especie de cristalización del relato en un sentido partidista, utilizado muchas veces en contextos coyunturales. En Chile, por ejemplo, el relato bélico que promovió la dictadura pinochetista (1973-1989) dio sustento a las bases del “alma nacional”, que lo vinculó directamente con su legitimidad política.[7]

Con la llegada del siglo XXI, dichas posturas van a sufrir un fuerte cuestionamiento, sobre todo desde aquellos espacios en los cuales lo bélico se asoció directamente con lo político. El caso más representativo se observa en la reunificada Alemania, cuando Thomas Kühne y Benjamin Ziemann publican Was ist Militärgeschichte,[8] la primera de muchas investigaciones que ponen en tela de juicio aquella estructura anquilosada. Con respecto al método histórico empleado en la historia militar, los autores plantean lo siguiente:

Sin embargo, la comprensión más bien limitada del método histórico en la historia militar pone en evidencia las consecuencias tardías de una autopercepción profesional que asocia la idea de la “objetividad” científica con la acumulación de la mayor cantidad de fuentes posibles y que, además, durante mucho tiempo ha privilegiado entre ella la documentación oficiosa proveniente del aparato militar.[9]

La crítica de los autores alemanes ataca directamente no solo cuestiones de metodología, sino también algo que es crucial para entender el término “historia militar” y lo que tiene tras de sí, que es su justificación corporativa, la cual no solo determina aspectos procedimentales, sino también los productos obtenidos de dichas investigaciones. Así también, plantean la existencia de tropos y lugares comunes que revelan un evidente sesgo político-ideológico en los relatos construidos. Esas presuposiciones, que inducen a su vez las cuestiones centrales planteadas en cada investigación, casi nunca se formulan de manera explícita e individualizada; actúan más bien en el nivel preconsciente de los historiadores militares: una serie de ideas preconcebidas que se verbalizan con claridad, sobre todo cuando surgen controversias públicas sobre la política de la memoria. La complejidad de lo militar se suele reducir en estas narrativas a fórmulas simplistas.[10]

Ahora bien, sería demasiado rotundo indicar que toda la historiografía militar pos-Keegan se ha mantenido igual que en el siglo anterior, puesto que no solo en el ámbito de la Historia existen investigadores dedicados a plantear nuevas perspectivas y enfoques acerca de lo que generan las acciones de guerra.[11] En el caso español, por ejemplo, existe un grupo de autores que se destacan tanto por la reflexión historiográfica como por la necesidad de poner en valor la historia militar que exponen. Para el primer caso es representativo el trabajo de la historiadora Cristina Borreguero, La historia militar en el contexto de las nuevas corrientes historiográficas,[12] donde indaga en los avances e innovaciones desarrollados durante las últimas décadas en el ámbito disciplinar en la Península Ibérica. Su aporte es una interesante apreciación de las corrientes historiográficas, principalmente aquellas que surgen como producto del giro lingüístico, en las que destaca la importancia del relato y de la necesidad hermenéutica e interpretativa. Según sus palabras:

El historiador ‒y muy particularmente el historiador militar‒ tiene por delante una inapreciable tarea: la de transformar el cúmulo de datos documentales y bibliográficos, arqueológicos, epigráficos, literarios, periodísticos, orales, visuales y digitales en un torrente narrativo que enganche al lector desde las primeras páginas, mediante la utilización de un lenguaje comprensible a través de la construcción de un relato coherente.

Se trata del eterno problema metodológico de la comunicación del historiador con el lector; en definitiva, del problema del relato, una de las grandes cuestiones permanentes de la historia.[13]

En una perspectiva que podríamos indicar como complementaria y más apelativa que la visión de Borreguero, encontramos el caso de David Alegre y Miguel Alonso Ibarra con su capítulo “Ciclos bélicos largos, guerra total y violencia de masas”, en el libro Europa desgarrada: guerra, ocupación y violencia, 1900-1950. En él destacamos tres planteamientos: la multicausalidad de las acciones bélicas, el carácter descriptivo y casi cronístico de algunas investigaciones y, por último, el excesivo enfoque coyuntural que prima en dichos trabajos. Al respecto, Alegre e Ibarra señalan lo siguiente: Desde nuestra experiencia como investigadores, divulgadores y editores, observamos varios problemas que impiden un mayor y mejor desarrollo o continuidad de los estudios de la guerra en nuestra historiografía: el carácter extremadamente descriptivo e insustancial de cierta historiografía militar, que fía su relato única y exclusivamente a la documentación objeto de estudio; consecuencia directa de esto último, la ausencia manifiesta de interpretación, de instrumentos de análisis claros y el escaso interés de muchos investigadores e investigadoras por el debate; el planteamiento constante de estudios extremadamente parcelarios y encerrados en sí mismos, ignorantes de los contextos mucho más amplios en que se enmarcan los casos investigados (o directamente incapaces de conectar con la decisiva dimensión nacional, internacional y transnacional del objeto de análisis); por sus múltiples ramificaciones e intereses los estudios de la guerra son una palanca esencial para promover una agenda historiográfica innovadora y dinámica, capaz al mismo tiempo de redescubrir el pasado a través de los planteamientos e instrumentos de análisis que propone.[14]

Como podemos apreciar, los autores presentados continúan en cierta medida las reflexiones realizadas por Kühne y Ziemann, sobre todo en la crítica hacia la carencia interpretativa y la falta de interdisciplinariedad en las reflexiones sobre la temática. Sin embargo, no llegan a plantear la necesidad de hacer una reconfiguración total de lo estudiado. Es aquí, volviendo a Latinoamérica, cuando nos encontramos con los trabajos del historiador argentino Alejandro Rabinovich. Desde el año 2014 este investigador indicó la necesidad de no solamente ampliar enfoques y criticar posturas anquilosadas, sino también de formular una nueva propuesta investigativa que permitiera zafar de ese velo metodológico e interpretativo que impone la historiografía militar tradicional. En sus primeros trabajos planteó la necesidad de hablar de una “historia social de la guerra”, la cual incorporase nuevas propuestas metodológicas, así como también un enfoque que reflejase las vivencias y cotidianeidades de una “sociedad en guerra”, tal como él la define.[15] Sin embargo, entre sus propuestas el autor desliza la necesidad de un replanteamiento total que permita dejar atrás las antiguas propuestas de la historia militar, reenfocándose en el objeto de estudio, es decir, la guerra, pasando a llamar a dichos estudios Historia de la Guerra, perspectiva que desarrolla de la siguiente manera:

No se habla desde la historia militar, o al menos no en la manera en que se entendía tradicionalmente a esta subdisciplina, sino que se intenta una verdadera Historia de la Guerra, es decir, un abordaje histórico del fenómeno “guerra” que logre incorporarlo como una dimensión adicional a las coordenadas económicas, sociales y políticas habitualmente utilizadas por la historiografía académica.[16]

La propuesta de Rabinovich es muy interesante, ya que es el primero –por lo menos en el ámbito hispanoamericano– que plantea esta necesidad de reestructurar el estudio de lo bélico, presentándolo no solo como un aspecto de mera sinonimia semántica con respecto a lo militar, como algunos colegas muchas veces hacen, sino dando a entender que la guerra trasciende ámbitos corporativos muy presentes en las instituciones estatales.[17] Sin embargo, a pesar de lo vehemente y explícito de sus palabras, el autor argentino no presenta teórica e historiográficamente dicha propuesta, no esboza cuáles pueden ser esas bases, ni tampoco expone cómo puede ser desarrollada su conceptualización, debido a que, pensamos, no se percibe concretamente dicha necesidad teórica. Este aspecto, que podría otorgar un sentido más consolidado y exegético a la nueva propuesta reflejada por los historiadores previamente referidos, es precisamente lo que el presente artículo propone como materia de discusión, mediante un abordaje teórico e interpretativo, en el siguiente apartado.

 

2. La propuesta: las bases interdisciplinares de la Historia de la Guerra. Wittgenstein, Gadamer y Koselleck

Partiendo de la premisa presentada en el punto anterior, se recogen como sustrato teórico para el planteamiento de esta propuesta las perspectivas teóricas de Ludwig Wittgenstein (1889-1951), Hans-Georg Gadamer (1900-2002) y Reinhart Koselleck (1923-2006). Estas constituyen las bases teóricas interdisciplinarias que, dada la complejidad del fenómeno analizado, nos han parecido pertinentes para plantear la reformulación del concepto de historia militar por el de historia de la guerra.

Ludwig Wittgenstein focalizó su pensamiento filosófico en el análisis del lenguaje y en sus complejidades, referidos tanto al entendimiento como a la capacidad de percepción social que este desarrolla.[18] Este autor presentó sus teorías fundamentalmente en dos trabajos: el Tractatus filosoficus (1921), que analiza el lenguaje a través del modo lógico-matemático desarrollando la teoría figurativa o pictórica del significado,[19] y las Investigaciones filosóficas (1953), donde cuestiona la propuesta del primero. En esta segunda obra, el filósofo austríaco formula una nueva teoría en la cual comprende el lenguaje como un sistema de reglas interpretables que se sustentan en su práctica: la teoría de juegos del lenguaje. Al respecto señala lo siguiente:

Podemos imaginarnos también que todo el proceso del uso de palabras es uno de esos juegos por medio de los cuales los niños aprenden su lengua materna. Llamaré a estos juegos “juegos de lenguaje” y hablaré a veces de un lenguaje primitivo como un juego de lenguaje. Y los procesos de nombrar las piedras y repetir las palabras dichas, podrían llamarse también juegos de lenguaje. Piensa en muchos usos que se hacen de las palabras en juegos en corro. Llamaré también “juego de lenguaje” al todo formado por el lenguaje y las acciones con las que está entretejido.[20]

En definitiva, Wittgenstein postula: “Las palabras tienen una función nominadora que se evidencia realmente en su uso. No hay que preguntarse más qué significa una expresión, sino más propiamente cómo se la usa”.[21] De esta manera, el empleo de las palabras va a estar siempre condicionado a su normativa (reglas de los juegos del lenguaje), pero también al manejo y al contexto en el cual se las use.

En este sentido, si aplicamos esta conceptualización de Wittgenstein al propósito de este artículo, nos parece pertinente proponer que las nociones de historia militar e historia de la guerra no corresponden al mismo concepto, puesto que tanto su relación semántica como los contextos atribuidos a las reglas de los juegos del lenguaje persiguen objetivos y sentidos diferentes. Así pues, “lo militar” y “la guerra” corresponden a significados distintos, ya que el primer término denota necesariamente una vinculación institucional-estatal, y el segundo se refiere a una acción social con un sentido de poder. O, dicho de otro modo, en palabras de Wittgenstein:

Hablemos primero de este punto del razonamiento: que la palabra no tiene significado si nada le corresponde. Es importante hacer constar que la palabra “significado” se usa ilícitamente cuando se designa con ella la cosa que ‘corresponde’ a la palabra. Esto es confundir el significado del nombre con el portador del nombre. Cuando el Sr. NN muere, se dice que muere el portador del nombre, no que muere el significado del nombre. Y sería absurdo hablar así, pues si el nombre dejara de tener significado, no tendría sentido decir “El Sr. NN está muerto”.[22]

Por tanto, podemos indicar que las palabras y el sentido que les demos denotan siempre condiciones y contextos con los cuales se interrelacionan. Entonces, ¿cómo se vinculan e interpretan? Para responder estos interrogantes es que recurrimos a nuestra segunda perspectiva teórica, la hermenéutica de Gadamer.

Hans-Georg Gadamer es considerado el fundador de la hermenéutica filosófica. En su sentido original, la hermenéutica se relacionaba básicamente con la necesidad de la interpretación del texto, tal que permitiese la aclaración de aquellos aspectos que fueran complejos de reducir o comprender con el mero acto de la lectura. Sin embargo, hacia fines del siglo XIX comienza a resquebrajarse esta noción, principalmente por la entronización de las ciencias duras, cuya matriz interpretativa buscaba ser aplicada a las “ciencias del espíritu”, como dijera Dilthey.[23] Nietzsche y luego Heidegger reflejan la crítica a esta postura, enfocada principalmente en dos aspectos: la condición del ser humano y su comprensión a nivel individual y social. De esta manera, para Heidegger la hermenéutica se refería a lo siguiente:

La hermenéutica tiene la labor de hacer el existir propio [facticidad] de cada momento accesible en su carácter de ser al existir mismo, de comunicárselo, de tratar de aclarar esa alienación de sí mismo de que está afectado el existir. En la hermenéutica se configura para el existir una posibilidad de llegar a entenderse y de ser ese entender. [...] El ser del vivir fáctico se señala en que es en el cómo del ser de ser-posible él mismo.[24]

Gadamer retoma esta posibilidad de comprensión del Dasein de Heidegger y vincula esa posibilidad de existencia con la capacidad de reflejarlo y explicitarlo por medio del lenguaje:

“Ser” no se refiere al ente, tampoco a lo propio o divino, sino que es más bien como un acontecimiento, una “pasión” que abre el espacio en el que la hermenéutica se convierte, sin una fundamentación última, en un nuevo universal. Este espacio es la dimensión del lenguaje.[25]

Así, la hermenéutica, como representación interpretativa, es explicitada por medio del lenguaje, es decir que lenguaje, interpretación y hermenéutica se refieren al mismo sentido. En palabras del propio Gadamer: “La humanidad originaria del lenguaje significa, pues, al mismo tiempo, la lingüisticidad originaria del estar-en-el-mundo del hombre”.[26] De esta manera, la hermenéutica entiende la interpretación no solo como la capacidad de reflejar algo poco entendible, sino más bien refiere la capacidad de comprensión y entendimiento de lo que se quiere expresar. Así lo presenta Gadamer:

Según la hermenéutica, toda labor de conceptualización persigue en principio el consenso posible, el acuerdo posible, e incluso debe basarse en un consenso si se ha de lograr que las personas se entiendan entre sí.[27]

Ahora bien, ¿y esto cómo se formula a nivel práctico? Según Gadamer es entonces cuando la aplicación de conceptos se hace necesaria para el trabajo filosófico. Pero estos conceptos no hay que entenderlos como imposiciones o definiciones absolutas, sino que, al igual que el lenguaje, deben permitir la comprensión, y por tanto la interpretación del otro. El autor así lo presenta:

Sin que los conceptos hablen, sin un lenguaje común, no podremos hallar las palabras que lleguen hasta el otro. El camino va “de la palabra al concepto”, pero desde el concepto hemos de llegar a la palabra, si es que queremos llegar hasta el otro. Tan solo así lograremos una razonable comprensión recíproca.[28]

En suma, la base procedimental de la hermenéutica de Gadamer se sustenta en esta creación de conceptos que permite el desarrollo de dicha comprensión y entendimiento más profundos. Hemos de entender la hermenéutica no solo como un método interpretativo, sino como la formulación de la posibilidad del entendimiento y la comprensión de aquello que nos es ininteligible. Teniendo en cuenta esta conceptualización de la hermenéutica de Gadamer, este artículo la propone también como vía de entrada para la comprensión y diferenciación de los conceptos de historia militar e historia de la guerra, de modo que pueda replantearse y cuestionar a su vez la clásica perspectiva binaria de la historia militar (vencedor-vencido, atacante-atacado, etc.). Lo anterior habría que reformularlo desde un enfoque que permita superar ese reduccionismo militarista e institucionalizado, que minimiza la comprensión del horror y reduce la brutalidad de un enfrentamiento entre seres humanos a meros relatos heroicos que a su vez buscan legitimar proyectos sociales o patrióticos. Ahora bien, producto de esta reflexión podríamos preguntarnos si es posible trasladar este análisis a categorías temporales propias de la historiografía. Este último aspecto es lo que finalmente permitió desarrollar su obra al historiador alemán Reinhart Koselleck.

Koselleck (1923-2006) fue alumno de Gadamer y entendió claramente las posibilidades metodológicas de la perspectiva presentada por su maestro, además de cómo esta podría aplicarse en el campo de la Historia. Hemos de recordar que por los años 60 y 70 se estaba produciendo en el mundo occidental una de las últimas grandes crisis a nivel historiográfico, proveniente del linguistic turn,[29] expresión que alude a cómo el aspecto lingüístico y su relación con el análisis del texto se presenta como el centro del debate. En consecuencia, las explicaciones históricas asociadas a los grandes procesos (estructuralismo, marxismo, etc.) comienzan a ser interpeladas por su insuficiencia para exponer claramente algunas temáticas. Koselleck recoge esta dificultad e incorpora a su análisis estructural aspectos posibles de asimilar al análisis lingüístico-filosófico, con el fin de replantear un enfoque sobre el conocimiento histórico que incluya ambas perspectivas. En palabras de este historiador, los aspectos lingüísticos e históricos se presentan de la siguiente manera:

En términos antropológicos, toda “historia” se constituye mediante la comunicación oral y escrita de las generaciones coetáneas, que se transmiten mutuamente sus propias experiencias. El texto escrito se convierte en el principal vehículo de la transmisión de la historia cuando la desaparición de las generaciones más viejas hace que se diluyan los recuerdos transmitidos oralmente.[30]

Por lo tanto, producto de esta imbricación teórica presentada por su concepción de “lo histórico”, Koselleck presenta la necesidad de reenfocar e interpretar epistemológicamente la nueva metodología:

Por tanto, para poder obtener de la historia pasada proposiciones a largo plazo es necesario un trabajo teórico previo, el uso de una terminología científica específica, único modo de poder detectar relaciones e interacciones de las cuales las personas implicadas en ese momento no podían ser conscientes. Lo que “realmente” ha acontecido a largo plazo en la historia ‒y no, por ejemplo, lingüísticamente‒ es desde la perspectiva de la historia social una reconstrucción científica cuya evidencia depende de la consistencia de su teoría. De hecho, toda afirmación teóricamente fundamentada debe someterse al control metodológico de las fuentes para poder hacer afirmaciones sobre la facticidad del pasado; sin embargo, la realidad de los factores de larga duración no se fundamenta de forma suficiente solo a partir de las fuentes individuales como tales.[31]

De esta manera, para Koselleck la manera de lograr esta reinterpretación epistemológica se conseguiría por medio de una nueva perspectiva, que se reflejaría en la aplicación de la terminología conceptual, la cual permitiese por medio del proceso hermenéutico concebir una nueva apertura teórica sobre la percepción de la historia. Esto es lo que él denomina “historia conceptual”:

La historia conceptual trabaja bajo la premisa teórica de tener que armonizar y comparar la permanencia y el cambio. En la medida en que esto se hace con el medio que es el lenguaje (el lenguaje de las fuentes y el lenguaje científico), se observa que este refleja premisas teóricas que también tienen que cumplirse en una historia social referida a los “hechos históricos”. Es un descubrimiento general del lenguaje: que cada uno de los significados tenga vigencia más allá de aquella unicidad que podrían exigir los acontecimientos históricos. Cada palabra, incluso cada nombre, indica su posibilidad lingüística más allá del fenómeno particular que describe o denomina. Esto es válido también para los conceptos históricos, aun cuando ‒en principio‒ sirvieran para reunir conceptualmente en su singularidad la compleja existencia de la experiencia. Una vez “acuñado”, un concepto contiene en sí mismo la posibilidad puramente lingüística de ser usado de forma generalizadora, de constituir categorías o de proporcionar la perspectiva para la comparación. Quien trata de un determinado partido, de un determinado Estado o de un ejército en particular, se mueve lingüísticamente en un plano en el que también está disponiendo potencialmente partidos, Estados o ejércitos. Una historia de los conceptos correspondientes induce preguntas estructurales que la historia social está obligada a contestar.[32]

Podríamos pensar que la interpretación de Koselleck con respecto a su “historia conceptual” es básicamente una adaptación de la hermenéutica de Gadamer, algo que no sería correcto, en parte porque para este autor la hermenéutica y el análisis de lo histórico pasan por una comprensión de la experiencia asociada a su condición y sentido de humanidad. Para Gadamer, la comprensión de la historia es simplemente una categoría más dentro de la hermenéutica;[33] precisamente por esta circunstancia es que Koselleck se desentiende de la apreciación de su maestro por medio del siguiente razonamiento:

La hermenéutica de Gadamer contiene implícitamente, y en parte explícitamente, la pretensión de abrazar la “Histórica”. Como la teología, la jurisprudencia, la poesía y su interpretación, también la Historia (Geschichte) se convierte en un subcaso del comprender existencial. Para poder vivir, el hombre, orientado hacia la comprensión, no puede menos que transformar la experiencia de la historia en algo con sentido (im Sinn) o, por así decirlo, asimilarla hermenéuticamente.[34]

Hemos de entender esta “Histórica” que plantea Koselleck en la forma en que la planteó Droysen, es decir, como una interpretación del pasado reflejada en un presente en condiciones de posibilidad.[35] Siguiendo los lineamientos de Koselleck es posible encontrar correlación con la propuesta gadameriana en dos aspectos: el primero, su vinculación a la percepción lingüística, y el segundo, la comprensión existencial sobre el devenir humano. No obstante, cabe preguntarse: ¿ambas posibilidades agotan la investigación histórica?; en otras palabras, ¿toda la Historia es hermenéutica? Según Kosseleck claramente no, puesto que:

Quien tiene necesidad del lenguaje y de los textos no puede sustraerse a la pretensión de esta hermenéutica. Esto vale también para la Historia (Historie). Pero, ¿vale también para la Histórica, esto es, para una teoría de la Historia (Theorie der Geschichte) que no estudia los hallazgos determinables empíricamente de historias pasadas, sino que pregunta cuáles son las condiciones de posibilidad de una historia? ¿Se agotan las condiciones de posibilidad de una historia en el lenguaje y en los textos? ¿O hay condiciones extralingüísticas, prelingüísticas, aun cuando se busquen por vía lingüística?

Si existen tales presupuestos de la Historia que no se agotan en el lenguaje ni son remitidos a textos, entonces la Histórica debería tener desde el punto de vista epistemológico un estatus que le impida ser tratada como un subcaso de la hermenéutica.[36] En síntesis, la percepción interpretativa que refleja la historia conceptual de Koselleck pasa por un aspecto metodológico en lo que refiere a la capacidad de comprensión de los aspectos lingüísticos y el entendimiento de la condición humana, pero la exégesis o comprensión que permite el desarrollo de los conceptos solo puede darse a través de una comprensión en la Histórica, o sea, en la reflexión conceptual y temporal que subyace en la reflexión del historiador.

Luego de esta compleja discusión teórica, que hemos abordado con el fin de fundamentar nuestro punto de vista, desarrollaremos el concepto de Historia de la Guerra. Esta trata de la interpretación, de la comprensión y sobre todo de la aplicación de una perspectiva histórica con respecto a cómo una sociedad desarrolla una acción de violencia que depende del contexto en el cual se desenvuelve. ¿Qué implica esto? Incluye aspectos sociales, culturales, religiosos, políticos, económicos, etc. Es un conjunto de miradas mediante las cuales cada historiador, cada investigador que pretenda tomar conceptualizaciones de lo que es la historia de la guerra, puede enfocarse en cada uno de los matices que mayormente le interesen. En otras palabras, entenderemos la Historia de la Guerra como el ejercicio sistemático de la violencia: en la sociedad, por la sociedad, para la sociedad, de la sociedad, con la sociedad, etc., siempre en un contexto espacio-temporal. El empleo de cada una de estas preposiciones no es antojadizo, puesto que como hemos visto en la teoría de juegos de lenguaje de Wittgenstein, cada palabra y su significado reflejan la pertinencia y comprensión de su contexto. Tal como vimos en la obra de este autor, tomando un modelo figurativo podríamos comparar el concepto de Historia de la Guerra con el selector de marcha de un automóvil: cada una de estas preposiciones permitiría realizar la acción de unir dicho selector con los engranajes que mueven el motor. Así el investigador, al variar las apreciaciones que busque, hará girar la maquinaria interpretando y desarrollando la investigación que desee.

Entonces, en definitiva, ¿qué estamos planteando? El punto de vista que elaboramos con respecto a la guerra, a su configuración e interpretación, se relaciona directamente con esa forma de concebir y desarrollar el ejercicio de la violencia en las sociedades humanas, incluidas todas sus aplicaciones y vinculaciones posibles. Los conceptos son fundamentales para permitirnos generar esa interrelación que permita exponer el planteamiento que queremos presentar, puesto que la “guerra” y su “historia” (en la definición propuesta) refieren necesariamente a un contexto espacio-temporal y a un enfoque particular para ser consumada. En palabras de Koselleck:

Los conceptos no solo nos enseñan acerca de la unicidad de significados pasados, sino que contienen posibilidades estructurales, tematizan la simultaneidad en lo anacrónico, de lo que no puede hacerse concordar en el curso de los acontecimientos de la historia.[37]

Así, por ejemplo, en el caso del Estado estaríamos hablando de tres posibles categorías de guerra[38] (por señalar algunas): guerra entre Estados, guerra civil y guerra asimétrica. De esta manera, con cada categoría y concepto que nosotros asociemos a esta definición de guerra, vamos articulando todos los demás principios de las demás circunstancias. Incluso podríamos referir que la historia militar es parte de esta definición de ‘guerra estatal’, ‘guerra nacional’ o bien su descripción. En resumen, todos y cada uno de los aspectos teóricos propuestos para nuestro concepto historiográfico derivan de una discusión teórica aplicada a las premisas que consideramos insuficientemente estudiadas por la historiografía militar tradicional.

La Historia de la Guerra transita por una redefinición del significado del lenguaje y por una hermenéutica comprensiva, sobre todo por una conceptualización y reinterpretación de los aspectos bélicos. Esto es, entender que la guerra trasciende el mero fenómeno institucional militar, sobre todo, comprender que es un hecho social que trasunta y repercute realidades, que genera una disrupción en el acontecer, y que por lo tanto la simple descripción y el relato heroico son casi completamente incapaces de percibir la violencia, la sangre, la muerte y la miseria que se evidencian ante estos hechos. Ahora bien, ¿cómo podríamos aplicar esta nueva interpretación en un aspecto más práctico? Es lo que trataremos de dilucidar en el siguiente punto.

 

3. La Historia de la Guerra y sus posibilidades de desarrollo

El desarrollo de nuestra propuesta no tiene por objeto desmerecer las investigaciones previas en torno a este tema; por el contrario, nuestra intención es que a través del reenfoque y la reinterpretación del concepto historia de la guerra sea posible incorporar valiosas investigaciones de los últimos años a un campo interpretativo común, pero mucho más acorde y riguroso con sus propias orientaciones. Así, por ejemplo, para el mundo antiguo, la obra de John E. Lendon, Soldados y fantasmas. Mito y tradición en la Antigüedad clásica,[39] presenta una interdisciplinariedad enfocada a las fuentes que utiliza y propicia una nueva reflexión con respecto a dos condicionantes claves, desarrollados ambos en el fenómeno bélico del mundo antiguo, a saber: la percepción de la guerra en las diferentes culturas y la noción que cada una de ellas tiene con respecto al guerrero y su vinculación social. Por otra parte, para el mundo contemporáneo, la obra Soldados del Tercer Reich[40] también constituye un buen ejercicio interdisciplinar con respecto al tratamiento de las fuentes, en tanto muestra el trabajo en común de un historiador y de un psicólogo social, sobre las actas de las conversaciones de los prisioneros de guerra alemanes captadas por los británicos y halladas décadas después de la Segunda Guerra Mundial. Al respecto, la historiadora Cristina Borreguero señala:

El libro ofrece una reconstrucción de la mentalidad de los combatientes alemanes: la percepción de sí mismos y de la guerra; la representación de sus aliados, de sus enemigos y de las víctimas de políticas de exterminio; lo que pensaban sobre Hitler y el nazismo en general y lo que les motivaba a seguir luchando a pesar del curso progresivamente adverso de la guerra.[41]

Los anteriores son solo un par de ejemplos de épocas diferentes que no obstante plantean esta nueva reflexión teórica que consideramos plenamente abordable desde el concepto de historia de la guerra, tanto en aspectos interdisciplinares como interpretativos y exegéticos que trascienden la mera descripción heroica. En el mismo sentido, destacamos que la historiografía militar, con el propósito de mostrar en mayor profundidad eventos, como la preguerra o la posguerra, suele obviar o bien rescatar exclusivamente elementos asociados a la tecnología, las realidades armamentísticas y logísticas; esto es, lo que en términos militares se conoce como “el plano operacional”. En realidad, ambos aspectos son fundamentales para concebir una verdadera interpretación, no solo del desarrollo de los hechos bélicos, sino también de sus elementos, tanto humanos como técnicos. De modo que es imprescindible la vinculación entre ambos, sus productos y consecuencias, particularmente el hecho humano que es el coste social que refleja y representa.

En consideración a lo expuesto, postulamos que es posible extrapolar el concepto de guerra así tratado, y que por esto mismo el estudio de la Historia de la Guerra es válido y suficiente para desarrollar y develar procesos históricos, al mismo nivel que la clásica división interpretativa del esquema: político-económico-social-cultural. A esto podríamos añadir sin duda el estudio de la guerra, por las razones ya expuestas en estas páginas, sustentándonos particularmente en las ideas de Koselleck referidas a su propuesta conceptual del análisis historiográfico. Por otra parte, la situación reflejada y expuesta por la guerra en el plano histórico conlleva un sinnúmero de factores y elementos que la constituyen, los cuales son legítimos objetos de estudio tal como lo son los cuatro anteriores. Ahora bien, reiteramos que nos hemos referido a la Historia de la Guerra y no a la Historia Militar debido a que esta última prioriza aspectos estratégicos, tecnológicos y operacionales, los cuales están vinculados con un sentido corporativo institucional, de manera que su enfoque siempre está asociado y sometido a la historia política-económica tradicional. No obstante, aclaramos que lo que referimos o identificamos como Historia Militar involucra igualmente tanto a la institución Ejército como también al ámbito académico, independiente de su postura ideológica, que puede ser favorable o contraria al estamento castrense. Sin embargo, este concepto no puede ser abordado en plenitud sin considerar la discusión de ambos puntos de vista.

A propósito del mismo referente, el historiador chileno Álvaro Jara nos dejó una interesante reflexión: “Una idea central nos ha guiado: las formas bélicas no pueden ser ajenas al devenir del resto de la realidad histórica”.[42] Del mismo modo, y en un tiempo más cercano al nuestro, el historiador argentino Alejandro Rabinovich señala: “Cada pueblo lucha de la manera que le corresponde y, si desea cambiar su forma de combatir, deberá transformarse a su vez”.[43] En síntesis, el concepto historia de la guerra se centra principalmente en la acción y dimensión social de la violencia ejercida, cuyo mayor exponente se expresa en las matanzas, violaciones, vejámenes y destrucción, lo que nosotros calificamos como “hecatombe social”, puesto que representa no solo las consecuencias del efecto de la guerra a nivel humano individual, sino todo aquello a lo que está asociada, desde el arrasar ciudades hasta el recuerdo de dicha imagen. La perspectiva propuesta en este artículo puede asociarse a una crisis en su sentido etimológico, esto es, una ruptura del tejido social, lo cual enuncia la complejidad del concepto y la dificultad que puede generar a nivel interpretativo. En consecuencia, la Historia de la Guerra debe ser tomada como Kampfbegriff,[44] es decir, como “concepto en disputa o de batalla”, tal como lo denominó Koselleck. Al respecto, la profesora argentina Maristella Svampa señala:

Paralelamente se genera una puja semántica por el significado de los conceptos, operación que Koselleck denomina Kampfbegriff. Estas contiendas representan el encuentro de fuerzas antagónicas que se disputan la hegemonía de conceptos, los cuales demuestran no portar neutralidad al tiempo que se muestran no solo como indicadores sino también factores de cambio histórico.[45]

En este sentido, hemos de entender entonces que los planteamientos que pueden esbozarse a nivel interpretativo en lo historiográfico-conceptual siempre están en disputa, pues es precisamente esto lo que refiere su historicidad, posicionamiento, utilización e, incluso, su significado. Por ejemplo, el mismo Koselleck presenta dicha problemática con respecto a las variaciones acontecidas en el concepto de crisis. Según sus palabras:

Aunque la función de diagnóstico y de pronóstico, en el uso que Paine y Burke hacen del término, es la misma, en el contenido que diagnostican y en su expectativa ambos se diferencian diametralmente. Estando Burke más comprometido con el origen médico del término, y Paine con el teológico, ambos autores se sirven de la nueva cualidad semántica de “crisis” para poder interpretar, o bien establecer, alternativas histórico-universales. De este modo, el concepto pasa a ser un concepto comúnmente utilizable, pero que puede aplicarse en sentido opuesto: un concepto de combate.[46]

En síntesis, lo expuesto pretende abrir una nueva perspectiva interpretativa, claramente más amplia e integradora que la empleada por la historiografía militar tradicional, ya que no solo incorpora y replantea la problemática de la guerra a la historiografía, sino que también invita a otros historiadores ocupados en temas afines a que incorporen al debate propuestas de investigación más complejas que abran la reflexión sobre la guerra, entendida esta como objeto de estudio de la historiografía académica y de las ciencias sociales. Al respecto, en Un tiempo de guerras. Una historia alternativa de Europa 1450-1700 [47] el historiador norteamericano Lauro Martines infería en 2013 lo siguiente:

Empecé por dedicar mi vida laboral a problemas históricos alejados de la guerra y los ejércitos; pero cuando al fin fijé la mirada en el hecho bélico, este mismo distanciamiento me sirvió ‒o al menos eso esperaba‒ para contemplarlo con ojos nuevos, con la ventaja que me ofrecía el tener un punto de vista que no había quedado fijado por la formación propia de un historiador militar.[48]

Con reflexiones y propuestas investigativas como las de Martines, la guerra toma otro cariz, se vuelve más humana y menos heroica, recoge la crisis social, la hecatombe por excelencia, donde el brillo de los aceros y el jadear de los caballos se queda en las pinturas de las academias militares, volviendo a mostrarnos esa faceta olvidada y obviada, probablemente para no relevar las brutales acciones que el ser humano puede cometer contra su propia especie. He aquí un pequeño esbozo de lo que relata Martines con respecto al sitio de París de 1590, en el contexto de las guerras de religión:

El 15 de junio, el embajador español, que había sido testigo de una gran hambruna entre los soldados de su nación destinados en los Países Bajos en la década de 1570, presentó una propuesta singular al concejo de la ciudad. Pensando en el modo de obtener alimento para los necesitados, recomendó que moliesen los huesos de los muertos que yacían en el Cementerio de los Inocentes y mezclaran con agua el resultado para elaborar algo semejante al pan. Todo apunta a que nadie de cuantos oyeron la receta puso objeción alguna al respecto […]. En consecuencia, cuando eran ya tantos los pobres de la ciudad que habían consumido guisos hechos con pieles, césped, malas hierbas, desperdicios, bichos, cráneos de perros y gatos y todo género de inmundicias, los parisinos comenzaron a comer los huesos de sus muertos en forma de pan.[49]

Como podemos apreciar, la guerra es mucho más que la maniobra o la institucionalidad, es el drama humano por excelencia que requiere ser reestudiado y reinterpretado en su complejidad profunda y su grotesca realidad, para dejar en evidencia que la historiografía no puede obviarla ni abordarla como lo hace la historia militar, pues no le corresponde hacer apología de sus resultados. Por el contrario, debe entregar la perspectiva del horror y sus innumerables consecuencias en distintas épocas y partes del globo para someterlas a interpretación.

 

A modo de conclusión

Como se ha expuesto a través de estas líneas, las circunstancias referidas a la temática de la guerra son bastante más amplias y complejas que lo reflejado en la historiografía militar, en la cual predomina el relato heroico y tradicional, con una evidente carga institucional y corporativa. Al respecto, es necesario precisar que no es la intención de este artículo insinuar que todas las investigaciones acerca de la guerra realizadas en las últimas décadas tengan ese sesgo, sobre todo en el caso de lo que entendemos por la “nueva” historiografía militar anglosajona, los estudios sobre la guerra y algunas investigaciones de autores latinoamericanos, debido a que no podría incluírselas en la historia militar tradicional, producto de su intencionalidad y móviles diferentes, como hemos podido indicar previamente. En consecuencia, producto de esa necesidad, nuestra investigación inicia su reflexión potenciando la investigación académica y, sobre todo, con una mirada hacia otros horizontes, que amplía perspectivas y asume la complejidad del objeto de estudio, ya que como hemos visto, la guerra constituye como fenómeno la hecatombe social por excelencia, donde el drama humano se revela como primordial y por sobre cualquier interés institucional.

Por esta razón enfocamos y valoramos el hecho de que investigaciones reconocidas como Nueva Historia Militar o Historia Social de la Guerra hayan realizado aportes importantes a este ámbito disciplinar. Sin embargo, consideramos que estas obras en su conjunto carecen de especificidad con respecto al objeto de la guerra y su conceptualización, por lo que es clave diferenciar primigeniamente esta condición. Esto lo indicamos, principalmente en la situación que se corresponde con la construcción del estudio sobre la guerra, puesto que se asume que el solo hecho de aumentar los datos o incluir vestigios materiales es suficiente para generar un nuevo tipo de investigación. Si bien es un aporte, la matriz teórica de fondo no se modifica sustancialmente, por lo que más que novedoso, es más bien complementario del dicho relato.

La referida situación se manifiesta en el hecho patente de la casi total apropiación de modelos interpretativos occidentalistas, mayormente anglosajones, a los cuales se los emula sin mayor reflexión (con respecto a las características del objeto de estudio y su desarrollo) en Hispanoamérica, que tiene especificidades y complejidades que dichos modelos no logran reflejar. Tenemos el caso, por ejemplo, de la situación prehispánica, en la cual el modelo occidentalista refiere términos institucionales militares, generalmente estatales, a sociedades que claramente tenían múltiples modelos de organización social, en donde más que militares, encontramos la figura del guerrero, que no tiene el mismo valor institucional-político que en las sociedades occidentales, sobre todo por sus múltiples vínculos religiosos, sociales y culturales, que muchas veces contradicen la premisa occidental clásica.[50]

Misma situación podemos encontrar en lo referido a la problemática bélica de los siglos XIX y XX, la cual se manifiesta en la creación y consolidación de las repúblicas hispanoamericanas, donde situaciones como la dependencia tecnológica de sus ejércitos, la valoración social de sus fuerzas militares y la constante intervención política en el devenir de las instituciones estatales son síntomas característicos claves en la comprensión del accionar de la guerra en esta región. Esto lleva al desarrollo de ciertas especificidades propias al momento de combatir, cuando la improvisación y el uso del armamento de maneras diferentes de aquellas del modo occidental (por múltiples razones) nos señalan una clara diferenciación práctica en el modo de interpretar la guerra en Hispanoamérica, lo cual es poco probable de estudiar comprensivamente, utilizando los modelos occidentalistas, sin mayor reflexión.[51]

Tal como hemos vislumbrado a través de este aporte, el lenguaje crea realidades, y cada palabra tiene un trasfondo de interpretación y sentido, por lo que un simple ejercicio semántico que confronte “lo militar” con “la guerra” no los hará sinónimos, porque indudablemente “lo militar” posee un sesgo institucional ligado a un Estado, en cambio “la guerra” es una realidad sustantiva y también acción verbal de la que se desprenden múltiples implicancias. En consecuencia, la necesidad de desarrollar una disciplina como la Historia de la Guerra es una necesidad evidente, tanto por las razones lingüísticas y teóricas expuestas (Wittgenstein), como también por el vínculo entre lo lingüístico, lo interpretativo (Gadamer) y, sobre todo, por la condición histórica del análisis que nos ha permitido desarrollar Koselleck.

Finalmente, considerando la relevancia de estos temas, se hace necesario ponerlos en perspectiva, tender puentes hacia otras disciplinas, con el fin de generar un rico intercambio teórico y metodológico que revalorice las investigaciones y nutra el debate entre las distintas perspectivas, por ejemplo, la arqueología del conflicto, la psicología social, la filosofía, etc. Desde sus enfoques orgánicos y explicativos, ellas sin duda complementan y potencian la capacidad interpretativa del objeto de estudio, lo cual permite una amplitud temática y de análisis mucho más completo, asumiendo la complejidad de la investigación.

En síntesis, cabe preguntarse si será el momento de reconocer que la historia de la guerra y sus problemáticas asociadas constituyen un genuino objeto de estudio historiográfico tan válido y pertinente como lo político, lo social, lo cultural y lo económico. Pero, además, ¿es la historia de la guerra un objeto dependiente de los anteriormente nombrados o más bien le corresponde un nivel interpretativo propio? El sesgo que ha caracterizado a la historiografía militar tradicional, que ha tratado a la guerra como un apéndice de la historia política, o bien como un relato específico de tácticas, estrategias y movimientos militares, completamente abstraídos de su contexto, no solo es peyorativo e insuficiente para la investigación académica, sino que reduce la complejidad del objeto y de las perspectivas de estudio. A inicios de la tercera década del siglo XXI, creemos que es tiempo de ir cambiando esa apreciación.

 

 

Obras citadas

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[1] Al respecto, véase J. FONTANA, 1982, pp. 127-129.

[2] H. DELBRÜCK, 1990.

[3] J. KEEGAN, 2013.

[4] Al respecto, el autor señaló en su obra: “No me propongo escribir sobre generales, ni sobre el mando, salvo para estudiar cómo ha influido la presencia física del jefe en el espíritu de combate de sus subordinados. No me propongo tratar formalmente de logística ni estrategia, ni apenas de táctica. Ni me propongo ofrecer una visión de los hechos con las versiones de cada bando, puesto que lo sucedido en cualquiera de ellos en las batallas que describo será suficiente para señalar las características que considero importantes. Sí me propongo, en cambio, ocuparme de las heridas y su tratamiento, de la mecánica de ser cogido prisionero, de la naturaleza del liderazgo en los niveles inferiores, del papel de la coerción para que los hombres resistan en su puesto, de los accidentes como causa de muerte en la guerra, y, sobre todo, de qué peligros representan para el soldado las distintas clases de armas en el campo de batalla”. Ibidem, p. 54.

[5] Cabe señalar que tanto antes como después de esta obra han existido autores innovadores, como es el caso de Alfred Vagts, Eric, J. Leed, Tony Ashworth, Peter Connolly, Geoffrey Parker, Joanna Bourke y Stéphane Audoin-Rouzeau, por solo señalar algunos. Sin embargo, el impacto de la obra de Keegan ha sido de mayor alcance, sobre todo en el público hispanoamericano.

[6]  Respecto al término “proyecto social”, nos referimos al citado por el historiador Josep Fontana (1931-2018) en su ya clásica obra: Historia, análisis del pasado y proyecto social. En ella, el autor señaló: “La descripción del presente –pro ducto obligado de la evolución histórica– se completa con lo que llamo, genéricamente, una “economía política”, esto es: una explicación del sistema de relaciones que existen entre los hombres, que sirve para justificarlas y racionalizarlas –y, con ellas, los elementos de desigualdad y explotación que incluyen–, presentándolas como una forma de división social de trabajos y funciones, que no solo aparece ahora como resultado del proceso histórico, sino como la forma de organización que maximiza el bien común. Cada etapa de la evolución social, cada sistematización de la desigualdad y la explotación, ha tenido su propia “economía política”, su racionalización del orden establecido, y le ha asentado en una visión histórica adecuada. De esa evolución del pasado al presente, mediatizada por el tamiz de la “economía política”, se obtiene una proyección hacia el futuro: un proyecto social que se expresa en una propuesta política.” J. FONTANA,1982, p. 10.

[7] Al respecto, véase C. GONZÁLEZ PUEBLA y N. LLANTÉN QUIROZ, 2020.

[8] T. KÜHNE Y B. ZIEMMAN, 2007.

[9] Ibidem, p. 318.

[10] Ibidem, p. 323.

[11] Al respecto, véase D. ALEGRE LORENZ, 2018.

[12] C. BORREGUERO, 2016.

[13] Ibidem, p, 165.

[14] D. ALEGRE LORENZ y M. ALONSO IBARRA, 2018, p. 17.

[15] Al respecto véanse dos obras del autor A. RABINOVICH, 2013 y 2017.

[16] A. RABINOVICH, 2015, p. 1.

[17] Cabe mencionar, según exponen A. RABINOVICH y G. SOPRANO, 2017: “Los historiadores que estudian el siglo XIX suramericano reconocen, bajo la categoría genérica de “fuerzas de guerra” (Garavaglia, 2012; Rabinovich, 2013), la existencia de un espectro muy amplio de combatientes que no se encuadran dentro de los ejércitos de línea o permanentes: “milicianos”, “guardias nacionales”, “indios amigos”, “mercenarios”, “montoneros”, “guerrilleros” o “voluntarios” son algunos de los muchos actores sociales que forman parte del fenómeno de la guerra, al lado de los soldados de línea y los militares propiamente dichos”. p.12.

[18] Véase C. CARMONA, 2019.

[19] L. WITTGENSTEIN, 1986, pp. 23-25. [IF I, 7].

[20] M. BEUCHOT, 2013, pp. 223-232.

[21] M. BEUCHOT, 2013, pp. 234-235.

[22] L.WITTGENSTEIN, 1986, p. 59. [IF I,40.].

[23] W. DILTHEY, 2015, pp. 41-47.

[24] M. HEIDEGGER, 1999, §3, pp. 33-34.

[25] H. GADAMER, 1998, p. 144. Véase también T. Oñate y P. Zubía, 2013, pp. 329-339.

[26] H. GADAMER, 2017, p. 531.

[27] H. GADAMER, 2001, p. 82.

[28] Ibidem, p. 147..

[29] Al respecto véase el clásico texto de G. G. IGGERS, 2013.

[30] R. KOSELLECK, 2012, p. 16

[31] Ibidem., p. 22.

[32] R. KOSELLECK, 1993, p. 125.

[33] H. GADAMER, 2017, p. 425.

[34] R. KOSELLECK y H. GADAMER, 1997, p. 69.

[35] Johan Gustav Droysen adoptó el término “Histórica” (Historik) para caracterizar sus cursos al explicar el propósito de sus lecciones. Así se preguntaba por las condiciones de posibilidad y de validez que hay sobre conocimiento histórico y su pertinencia para el presente. Por ello se proponía demostrar que la denominación Historik debía revelar el Órganon de “nuestra ciencia”. Siguiendo la secuencia terminológica de la Historik, las tres partes de las que se compone son la Metódica, la Sistemática y la Tópica. De esta manera, la Historik se convierte en un compendio que fundamentaba en lo filosófico no nada más las condiciones de posibilidad del conocimiento histórico, sino además su validez, mediante la propuesta de una metodología para su escritura. Véase G. ZERMEÑO, 2009, pp. 61-88. Por su parte, para Koselleck, la Histórica debe ser concebida como una teoría que permita acceder a las condiciones de posibilidad de toda historia posible en el sentido fundamental de la existencia humana. La influencia de Heidegger le permite fundamentar una teoría sobre los tiempos históricos basada en las condiciones extra y prelingüísticas; esto es, en las categorías existenciales estructuradas en El ser y el tiempo. Historia de las palabras (history of speech) o historia de los conceptos (Begriffsgeschichte). En G. MORENO, 2015, p. 147.

[36] R. KOSELLECK y H. GADAMER, 1997, p. 69.

[37] R. KOSELLECK, 1993, p. 123.

[38] Respecto al concepto de guerra civil, se sugiere ver a S. KALYVAS, 2006. En relación con guerra asimétrica y otras, M. GAJATE BAJO. 2019, pp. 204-220.

[39] J. E. LENDON, 2011.

[40] S. NEITZEL Y H. WELZER, 2014.

[41] C. BORREGUERO, 2016., p. 63.

[42] A. JARA, 1971, p. 13.

[43] A. RABINOVICH, 2017, p. 12.

[44] R. KOSELLECK, 2012.

[45] M. L. SVAMPA, 2016, p. 137.

[46] R. KOSELLECK, 2007, p. 254.

[47] L. MARTINES, 2013.

[48] Ibidem, p. 302.

[49] Ibidem, p. 135.

[50] Al respecto, véase la tesis doctoral en estudios mesoamericanos de Laura Gabriela Rivera Acosta, concluida en el año 2018 en la Universidad Nacional de Autónoma de México. En ella se señala lo siguiente: “El problema de la falta de comprensión cabal de la guerra en sociedades antiguas y/o no occidentales no se ha podido resolver, ya que con respecto a los parámetros de Occidente con los que se ha medido al resto de las sociedades del mundo, no cobra sentido, por lo que solo pueden explicarse como actos incipientes, de baja complejidad y/o rituales, puesto que simplemente no funcionan bajo la construcción teórico-conceptual que se ha venido forjando con el tiempo y la dominación de Occidente”. L. G. RIVERA ACOSTA, 2018, p. 2.

[51] Al respecto, señala Rabinovich: “La mayor parte del territorio americano se volvió un vasto laboratorio donde viejas y nuevas formas de hacer la guerra debieron ser adaptadas a sociedades, climas y condiciones materiales específicas muchas veces muy diversas de las que les dieron origen en Europa”. A. RABINOVICH, 2018, p. 4.