La naturaleza y las causas de la guerra: Keegan, Van Creveld y el debate con el pensamiento clausewitziano[1]

Horacio Sánchez Mariño

Universidad de la Defensa Nacional

 

Resumen: La naturaleza y las causas de la guerra son motivo de debate en diferentes disciplinas. Algunos especialistas, siguiendo la doctrina de Carl von Clausewitz, se inclinan por atribuir el origen de la guerra a causas políticas. Otros, entre los que se destacan John Keegan y Martin van Creveld, sostienen que la naturaleza de la guerra ha cambiado cualitativamente, por lo que las enseñanzas del prusiano no son aplicables. Frente a la fórmula clausewitziana, Keegan sostiene, sobre la base de evidencia obtenida en descubrimientos antropológicos y etnográficos, que las guerras se producen por causas culturales. Van Creveld considera que la guerra está inserta en el carácter lúdico del ser humano y es el juego más interesante porque afecta la vida misma. Este trabajo presenta un análisis comparativo sobre dos dimensiones, la naturaleza de la guerra (qué es) y las causas de la guerra (por qué ocurre), sobre el argumento de que, a pesar del debilitamiento del poder del Estado, aun cuando la mayor parte de los conflictos contemporáneos son intraestatales, el pensamiento clausewitziano posee coherencia lógica y aplicabilidad para comprender un tiempo en el cual la guerra parece expandirse.

Palabras clave: guerra, política, estrategia, cultura.

Abstract: The nature and causes of war are issues of debate in different disciplines. Some specialists, following Carl von Clausewitz’s doctrine, are inclined to attribute the origin of war to political causes. Others like, John Keegan and Martin van Creveld sustain that the nature of war has changed in a quality manner, resulting in the inapplicability of the teachings of the Prussian. Opposed to the Clausewitzian formula, Keegan states, based on evidence obtained in anthropological and ethnographic discoveries, that wars are produced by cultural causes. Van Creveld considers that war is presented to the human brain in a playful form making it the most enjoyable game, as it affect life itself. This work presents a comparative analysis of two dimensions, the nature of war (what is it) and the causes of war (why it happens), arguing that, in spite of the state´s debilitating power, and even when the majority of contemporary conflicts happen within the state, Clausewitzian ideology has logical coherence and it can be applied to understand a time where war seems to be endless.

Keywords: war, politics, strategy, culture.

 

Casus Belli I (2020), 177-203

Recibido: 4/11/2019 - Aceptado: 18/3/2020

 

 

1. Introducción

En este trabajo se pondrá en relación el pensamiento de tres autores. Por un lado, el de Carl von Clausewitz, autor del siglo XIX, considerado el filósofo de la guerra más importante. Por otro, el de los historiadores contemporáneos John Keegan y Martin van Creveld, quienes consideran obsoleta la teoría del prusiano e intentan buscar otras explicaciones a los orígenes y la naturaleza de la guerra.

Es importante destacar también, entre sus diferencias, el acceso que han tenido al fenómeno bélico. Mientras Clausewitz experimentó en carne propia los efectos de la guerra, los autores contemporáneos solo la conocieron a través de sus investigaciones. Como la ciencia social se focaliza en agentes que con sus decisiones modifican el resultado de las interacciones en el campo social, el conocimiento directo del fenómeno favorece la comprensión del mismo.

 

2. La guerra según Clausewitz

Carl von Clausewitz dedicó su vida a estudiar y reflexionar sobre este fenómeno.[2] Su influencia es tal que dos siglos después de su muerte (1831) se lo sigue enseñando en las escuelas de guerra y en las universidades. Pensador clásico, filósofo político[3] o profeta,[4] Clausewitz es un analista lento, honesto y veraz.

Raymond Aron, filósofo francés, lo considera un pensador dialéctico y le dedica una obra monumental: Pensar la guerra. Clausewitz.[5] El coronel Hernán Cornut desarrolla un detallado análisis del pensamiento del francés sobre la obra del prusiano, coincidente con la interpretación de José Fernández Vega y quien esto escribe. Su artículo publicado por la Universidad de La Plata es un valioso aporte para comprender la compleja obra clausewitziana y la hermenéutica que ejerce Raymond Aron.[6] Pero los especialistas ingleses no comparten tal valoración: sir John Keegan distorsiona su pensamiento y sir Basil Liddell Hart, gran estratega, lo hace responsable de la Primera Guerra Mundial. Sir Michael Howard y sir Peter Paret realizan la mejor traducción disponible del Tratado, pero le retacean elogios.[7] Los argumentos de Aron se apoyan en la educación del prusiano, inmerso en la filosofía idealista alemana de la época, que leyó atentamente a Kant y Hegel. Presenta la obra como un juego de parejas de conceptos opuestos:

La elección de las oposiciones o antítesis esenciales es el mejor modo de elucidar de inmediato la manera y la materia de este texto, redactado por un extraño oficial de Estado Mayor resuelto a no entregar su libro al público mientras viviera y convencido, en el fondo de sí mismo, de que escribía para la posteridad.[8]

Aron considera las bases del sistema clausewitziano en tres parejas: moral-físico, medio-fin y defensa-ataque. La primera se refiere a la acción bélica, que exige esfuerzos físicos y disposición moral para afrontar una situación tan exigida como es la fricción de la guerra. La segunda se refiere a la pregunta que deben efectuarse los conductores en todo nivel, desde los políticos que conducen la guerra hasta el teniente que conduce una patrulla en el campo de combate: con qué fin deben realizar la acción. Es la pregunta por la racionalidad final en la guerra. La tercera oposición, defensa-ataque, lleva la reflexión al campo táctico y también tiene implícito el ejercicio de la voluntad de los enemigos enfrentados, uno con un objetivo positivo (ataque) y otro con la intención de negar lo que pretende su opositor (defensa).

Recordemos que para Clausewitz el fin de la guerra es la paz. Una cierta paz, remarca Aron, que refleja los deseos e intereses de cada agonista y que se diferencia de la victoria militar, que corresponde a la táctica. Este punto ha ocasionado innumerables confusiones. Destacamos también el carácter social de la guerra en su pensamiento, fenómeno que ocurre en sociedades organizadas en estados. En su juventud, impactado por los triunfos de Napoleón y la derrota de Prusia, observó cómo su mundo de la infancia, el mundo del Iluminismo y el Ancien régime, se desmoronaba. Entonces describió un tipo de guerra, la guerra absoluta, cuyo objetivo era conducir a las tropas a una batalla decisiva con el enemigo y aniquilarlo. Prescribe que “el objetivo de la guerra es la aniquilación de todas las fuerzas vivas del enemigo; que la aniquilación de las fuerzas armadas solo se consigue mediante batallas; que solo campañas en gran escala llevan a grandes éxitos; que la batalla decisiva es la solución sangrienta; que la sangre es el precio y la matanza es la característica”. Luego de años de reflexión y escritura, Clausewitz definió la guerra como un acto de fuerza de naturaleza política: un “acto de fuerza para obligar al contrario al cumplimiento de nuestra voluntad” y  “la continuación de la política por otros medios”. [9]

Cabe mencionar el peligro que trae aparejada cualquier interpretación. Beatrice Hauser diferencia dos Clausewitz: el joven idealista alemán clásico y el que revisó su obra antes de morir, el realista.[10] Advierte que lo que la mayoría de sus lectores cercanos conservaron fue la veta idealista de juventud, que inspiró frases como “hay un solo medio en la guerra, la batalla”, “el combate es la única actividad en la guerra”, “la solución sangrienta de la crisis, el esfuerzo para destruir las fuerzas enemigas es el hijo primogénito de la guerra”, “solamente grandes batallas generales pueden producir grandes resultados en la guerra”, “no escuchemos a los generales que conquistan sin baños de sangre”. El capitán Liddell Hart afirma que los generales de fin de siglo XIX resultaron intoxicados con el vino tinto de Clausewitz, remarcando que sus enseñanzas llevaron a alemanes, franceses y a toda Europa a buscar la batalla decisiva y la aniquilación de las fuerzas armadas del enemigo. Según él, esta aplicación de las ideas clausewitzianas (muchas de ellas alejadas de su enseñanza) llevó a los militares europeos a la “esclavización de la razón”.

Peter Paret sostiene que Clausewitz “se fijó dos objetivos primarios: uno es penetrar por medio del análisis lógico la esencia de la guerra absoluta, la guerra ‘ideal’ en el lenguaje filosófico de su tiempo; el otro, entender la guerra en las variadas formas que tiene, como un fenómeno social y político y sus aspectos estratégicos, operacionales y tácticos”.[11] Aron expone estas diferentes concepciones de la guerra con gran precisión en el Tratado,[12] dividido en ocho libros. En el primero enuncia las características de la guerra y los elementos esenciales a todo conflicto bélico, el peligro, los factores psicológicos y las dificultades que tiene el conductor para llevar adelante sus objetivos, la “fricción” de la guerra. Discute sobre el riesgo del campo de batalla y las reacciones del soldado con la maestría inigualable de quien ha vivido esas experiencias. Describe el campo de batalla, los disparos de fusilería, los cañonazos, el espectáculo de los heridos y mutilados, la muerte del amigo, y concluye el capítulo diciendo que la guerra no es para hombres comunes: “El peligro en la guerra corresponde a la fricción de la misma; una idea fiel de ella es precisa para concebir la guerra con toda exactitud; esta es la razón de la ligera descripción que precede”.[13] La fricción está constituida por los elementos propios de la guerra que obstruyen y dificultan las acciones de los beligerantes, lo que hace que las cosas habitualmente salgan mal.

¿Cuáles son las características de la guerra? Como remarcó Paret, alrededor del tema giran tres campos.[14] Por encima de todo, la política, el ámbito donde se adoptan las decisiones de paz y guerra. La conocida fórmula “la guerra es la continuación de la política por otros medios” es reconocida como un axioma entre los estudiosos. La política prescribe los intereses nacionales, fija los objetivos por los cuales es posible que se llegue a esa instancia y decide cuándo se va a la guerra.

Luego, la estrategia, que constituye un saber práctico basado en la experiencia, que permite al conductor político y al militar seguir el camino correcto para alcanzar los objetivos fijados por la política. La estrategia no es ciencia, aunque se apoya en sus herramientas, y tampoco es un arte. Se la puede considerar una praxeología, en términos de Aron.[15] En última instancia, la estrategia elegida es una apuesta realizada en un contexto de incertidumbre, donde nadie puede asegurar el éxito.

Finalmente, está la táctica. Clausewitz dice que “la guerra tiene su propia gramática, pero no una propia lógica”. La gramática es el combate, las reglas y principios que deben seguirse para triunfar en la batalla. La táctica es el dominio del combate. Allí se da la batalla, que Clausewitz considera el único medio para ganar la guerra.[16] Como quedó demostrado en Malvinas, ninguna táctica, ningún brillante general, ni el coraje de los combatientes puede remediar los errores de la política y la estrategia. Es decir, si la lógica de guerra pertenece a la política, es allí donde deben buscarse las causas del fenómeno. La táctica no determina el porqué ni el cómo de la guerra: es el ámbito donde reinan el fuego, el acero y la sangre. A los soldados corresponde comprender la lógica y dominar la gramática violenta de la guerra.

Según el prusiano, la guerra es una “extraña trinidad” compuesta por la hostilidad, el azar y el entendimiento. Cada elemento tiene un portador: la hostilidad y la violencia residen en el pueblo; el azar y la incertidumbre afectan las operaciones militares; el entendimiento afecta el ámbito de la conducción del Estado, el rey o el gabinete que establece el propósito político y sus efectos. Las operaciones militares buscan causar el mayor dolor posible al adversario para quebrar su voluntad, pero esto es propio de la táctica. La guerra en su dimensión política busca modificar un estado de las relaciones sociales. Para Clausewitz, la guerra es un acto social y concibe su naturaleza como un duelo. Hay dos actores que se enfrentan, y uno de ellos determina el nivel de crueldad del enfrentamiento, que, al estallar, se expande hacia los extremos. No tiene límites más que la propia voluntad de los duelistas.

Remitamos aquí a José Fernández Vega, quien, como Aron, empieza por definir el duelo:

El duelo no pretende mostrar la guerra tal como ella es, sino poner en manifiesto alguno de sus elementos mediante una ficción teórica encarnada en una figura individualista y física. En efecto, aquí solo se trata de imaginar la guerra como un conflicto entre dos individuos, cada uno de los cuales busca modificar la conducta del otro a la medida de la propia voluntad.[17]

Siguiendo esta línea, sostiene que la imagen del duelo puede incluirse en la especie de los tipos ideales weberianos:

Luego de construir la figura del duelo como una suerte de “tipo ideal” de la guerra, pero sin traducción práctica directa, Clausewitz se ocupa de explicar por qué semejante traducción se vuelve irreal. El duelo representa una guerra absoluta que, en la realidad, es imposible que sea el caso.

Agrega lo siguiente:

El duelo, empero, no es una representación romántica sino un constructo abstracto que revela la ineluctable violencia de la guerra, y es asimismo una crítica paródica del racionalismo unilateral de los estrategas iluministas. La figura del duelo hace patente el combate […] y representa la ley suprema de lo bélico.  Esto significa que si uno de los oponentes está dispuesto a ir al fundamento […] de la guerra (i. e. el combate) el otro no puede negarse. El combate es ante todo una actividad mutuamente consentida y voluntaria de los contrincantes.

La guerra es, también, esfuerzo físico y sufrimiento que exige virtudes morales.

Bajo esta categoría, incluye

...el valor individual, la capacidad psicológica de resistencia al peligro, las virtudes militares de un ejército profesional, el entusiasmo guerrero de un pueblo en la defensa y de todos los otros factores que apuntalan la voluntad de lucha. Esta última es el verdadero objeto de la disputa bélica e imprime movimiento a las fuerzas físicas que en la guerra despliegan su violencia (De la guerra, I, III, p. 359).[18]

La guerra

...es un verdadero camaleón porque se opera en ella una delicada mutación entre esencia y apariencia impuesta por las condiciones en que se desarrolla y los fines políticos que necesariamente persigue. Las guerras cambian su carácter según las épocas, cada período histórico tiene las suyas (Cfr., más adelante en VK, III, VIII, 6B, p. 993).[19]

Cuando un Estado recurre a la violencia para alcanzar sus objetivos, hay detrás una situación que obliga a tomar decisiones políticas, hay un desborde de las normas de convivencia que lleva a los actores a pensar que solo la fuerza puede dirimir el conflicto. El Estado actúa y la política que adopta es la “inteligencia del Estado personificado”, en términos clausewitzianos.

Dice el prusiano que la guerra es “un acto de fuerza para obligar al contrario al cumplimiento de nuestra voluntad”.[20] Fernández Vega agrega lo siguiente:

Clausewitz y antes de él, como se tuvo ocasión de referir, Montesquieu y Rousseau lograron comprender que toda la tragedia de la guerra no es más que un epifenómeno, sin duda espantoso, pero indiscutiblemente funcional a un fin de otro alcance, a saber, la conquista de la voluntad ajena.[21]

Del constructo del duelo surge la importancia de la estrategia y también la discusión sobre el conductor militar. Para Clausewitz el genio militar debe ser un hombre dotado intelectualmente, con una capacidad mental superior para ciertas actividades. Debe poseer, además, fortaleza psicológica y coraje, las virtudes de carácter que considera más importantes. Paret advierte lo siguiente:

El uso del genio en este contexto tendría poco sentido a menos que reconozcamos que para Clausewitz el término se aplica no solamente a un individuo excepcional, sino también a las habilidades y sentimientos sobre el cual el comportamiento del hombre ordinario está basado. No podemos restringir nuestra discusión al genio propiamente dicho, como un grado superlativo de talento […] Lo que debemos hacer es analizar esos dones de mente y temperamento que en combinación facilitan la actividad militar. Estos, tomados en conjunto, constituyen la esencia del genio militar.[22]

Dice Fernández Vega que

El genio o jefe militar es un líder. Su función consiste en mover grandes masas humanas disciplinadamente […] El lugar que ocupa el jefe militar en el conjunto de la teoría de la guerra y su relación con la política es de carácter subordinado: el jefe debe prolongar en el campo de batalla una política que él mismo no elabora.[23]

Aron diferencia entre arte y acción militar: en el arte, el hombre utiliza los materiales disponibles para crear una obra; en la acción militar, el jefe también utiliza los recursos humanos y materiales para la obra, pero con la existencia de un oponente que intenta impedirlo. Bernard Brodie sostiene que para Clausewitz no interesa tanto la imaginación ni la creatividad, pero el comandante militar debe ser inteligente y poseer carácter y fortaleza moral (psicológica).[24] La teoría clausewitziana es oceánica y ha marcado la discusión por mucho tiempo. Sin embargo, a fines del siglo XX sus proposiciones fueron desafiadas desde muchos puntos de vista. Analicemos a continuación otra manera de estudiar la guerra en un historiador que analizó su pensamiento con cierto desdén.

 

3. John Keegan y la cultura de la guerra

Hay otra vertiente que recomienda el análisis cultural de las causas de la guerra. Esta corriente entiende la guerra como un fenómeno inserto en un contexto, como una manifestación social y cultural de una civilización, y sostiene que la violencia es una característica de los seres humanos que el paso de los años no ha atemperado. Un historiador inglés reconocido, sir John Keegan, llegó a la conclusión de que las causas de la guerra son culturales antes que políticas. En una obra extensa, donde se destaca su libro Historia de la guerra,[25] criticó la postura de Clausewitz, sosteniendo que este simplemente identificaba la guerra con el Estado.

Keegan analiza la evolución de varios pueblos primitivos: los yanomano, que viven entre Brasil y Venezuela, los maring, habitantes de Nueva Guinea, y los maoríes, habitantes de Nueva Zelanda.[26] Se basa en descubrimientos etnográficos y antropológicos que analiza detalladamente en un capítulo denominado “Piedra”. Allí discute las teorías de los principales autores, empezando por Freud, Lorenz, Ardrey y Fox, dedicados a estudiar la conducta de los animales, y por los etnógrafos Latifau y Demeunier, quienes supusieron que la guerra era una actividad intrínseca de las sociedades primitivas.

Keegan refiere también a la teoría de Bronislaw Malinowski, Margareth Mead y Ruth Benedict, discípula de Franz Boas. En estos autores el carácter de la guerra es cultural; recorre las investigaciones del antropólogo estadounidense Harry Turney-High, quien postuló que la guerra “era una actividad universal cuyo origen se pierde en los tiempos”[27] y cuyos resultados son presentados por Keegan. En su introducción dice lo siguiente:

La antropología nos dice y la arqueología sugiere que nuestros antepasados civilizados eran sanguinarios mientras que el psicoanálisis trata de persuadirnos de que en todo hombre anida un salvaje en lo más profundo de su ser […] Consideramos la cultura como el factor esencial de la conducta humana […] Somos animales culturales y es la riqueza de nuestra cultura lo que nos sirve para aceptar nuestra innegable capacidad para la violencia, convencidos, no obstante, de que su brote es una aberración cultural.[28]

En efecto, Keegan reniega de las enseñanzas de Clausewitz. Para él, mucha gente encontraba en el servicio militar las fuentes de abastecimiento primario, comida, alojamiento y educación. Para los oficiales, generalmente provenientes de la nobleza, la vida giraba alrededor del regimiento. Keegan describe detalladamente esta institución donde Clausewitz ingresó a los doce años y recibió disciplina rigurosa, contención y un lugar en un mundo de pobreza y escasez. Allí recibió una educación y una formación que resumía la cultura de su entorno. Además, fue testigo y víctima de las guerras napoleónicas y pergeñó su obra sobre las bases de estas experiencias.

La racionalidad clausewitziana, para Keegan, estaba teñida por estas experiencias:

Clausewitz era un hombre de su época, un hijo de la Ilustración, contemporáneo del romanticismo alemán, intelectual, reformista activo, hombre de acción, crítico de una sociedad y apasionado creyente de la necesidad de cambio. Era un agudo observador del presente y un devoto del futuro. Pero lo que no supo ver fue lo arraigado que estaba en su propio pasado, el pasado de la clase de oficiales profesionales del Estado centralista europeo. Si su mente hubiese dispuesto de otra dimensión intelectual (y no se puede negar que poseía una mentalidad nada corriente) habría sido capaz de percibir que la guerra implica mucho más que la política y que siempre es una expresión de la cultura, muchas veces un determinante de las formas culturales y,  en algunas sociedades, la cultura en sí.[29]

La Historia de Keegan es una tesis contra el Tratado de Clausewitz: las raíces de la guerra son algo más profundas que la continuación de la política. En la introducción y en la conclusión presenta esta tesis con elocuencia y los capítulos internos grafican una descripción de la evolución bélica y de la importancia de la tecnología, que Clausewitz en cierta forma desdeñó. Las formas de guerra asiática y el modo occidental de hacer la guerra constituye un hallazgo destacado. Azar Gat, historiador israelí que desarrolla su investigación en esta misma línea, expresa lo siguiente:

En su Historia de la guerra, John Keegan critica directamente a Clausewitz por igualar la guerra con el Estado. En oposición a Clausewitz, también argumentó que la razón de la guerra es “cultural” más que meramente “política”, en el sentido de que expresa una mayor diversidad, reflejando un modo de vida de la sociedad, una identidad, religión e ideología.[30]

Para Keegan hoy la guerra ha perdido utilidad, es un instrumento que sufre de “crónica indecisión”, no resuelve los dilemas políticos, no es la continuación de la política por otros medios sino la “bancarrota” de la política.[31]

Otro punto en Keegan es su negación de la estrategia como disciplina intelectual. Al respecto, Eliot Cohen lo considera un nihilista de la estrategia: “John Keegan es quizás el historiador militar más leído de finales del siglo XX, que presenta cuestionamientos y aun repudios a la estrategia en nuestro sentido de dirigir la guerra hacia una meta política”.[32] Este descrédito de la estrategia se encuentra también en autores como Tolstoi y otros que no comparten la visión clausewitziana. Cohen cita a Gerard Ritter, historiador alemán:

La teoría de la guerra de Clausewitz predica que los estadistas, cuyo carácter es a menudo movido por impulsos de grandeza, heroísmo, honor, poder nacional y libertad, hombres motivados por calmas razones políticas lejanas a la intriga o ventajas más que por odios ciegos. Presupone además que los soldados, acostumbrados a mirarse como leales servidores de su comandante supremo, nunca corren peligro de ser dirigidos por ambiciones políticas o celos, militares a quienes ni siquiera se les ocurre la idea de oponerse a su soberano señor de la guerra o explotar el apoyo popular para sus propios propósitos.[33]

En esta idea, según Cohen, Keegan rechaza el control civil de Huntington porque la estrategia es incompatible con la naturaleza humana. Dice Keegan: “Estoy cada vez más tentado de creer que no existe esa cosa de la estrategia”.[34] Al respecto, Cohen opina que Keegan rechaza lo que denomina el modelo clausewitziano de guerra –la que envuelve el control racional de la violencia para servir a una meta política– porque cree que es el ser humano quien implementa la estrategia y no simplemente la instrumentalidad de la batalla es intrínsecamente utilizada para esa tarea. El espíritu guerrero es ineluctablemente opuesto a la política y lleva la guerra en direcciones que no tienen sentido.[35]

Luego, expresa Keegan: “La guerra […] no necesita implicar política porque los valores de aquellos que hacen la guerra –guerrerismo– rechazan la disuasión y diplomacia para la acción”. Considera que la fórmula responde a una visión limitada del mundo, circunscripta al contexto en que Clausewitz vivió, el Estado prusiano y el regimiento. Estas influencias, sumadas a las campañas napoleónicas que asolaron su país, dominaron su pensamiento de manera tan estrecha que no le permitió observar la guerra en otros contextos. Keegan busca superar estas limitaciones diferenciando el modo occidental del modo asiático de hacer la guerra. Para probarlo, estudia detalladamente el fenómeno bélico entre los mamelucos, los samuráis y los pueblos indígenas de América. Desmerece la obra de Clausewitz diciendo que su teoría no explica la guerra revolucionaria, tampoco la disuasión nuclear o las operaciones contra crímenes actuales como el narcotráfico. Según Clausewitz, “los soldados luchan y mueren por intereses nacionales”, pero replica que estos no son juicios ni principios universales inamovibles y que no tienen en cuenta el rol de la cultura en todos los fenómenos sociales. Carl Schmitt analiza la cuestión de la guerra revolucionaria y del pensamiento clausewitziano en general, tema comentado por Raymond Aron. Este autor decide iniciar su investigación sobre el general prusiano porque sabe que sus documentos personales quedaron en poder de los nazis en Alemania y luego se perdieron. No desea que sus intérpretes sean los nazis. En esa misma idea, no profundizo en este trabajo el desarrollo de las ideas de Carl Schmitt, otro simpatizante de los nazis, por más que sus conceptos puedan parecer atractivos. Keegan, por su parte, llega a deslizar que la batalla ha desaparecido del mundo. En El rostro de la batalla dice que “crece la sospecha de que la batalla se ha abolido a sí misma.[36]

Otro libro interesante es La máscara del comando. Un estudio del generalato,[37] donde analiza y periodiza los estilos de conducción de grandes genios militares de la historia. En el período que denomina “liderazgo preheroico” describe el modo de conducir a sus hombres de Alejandro de Macedonia. Luego describe a quien considera el epítome del conductor militar, Arturo Wellesley, duque de Wellington, caracterizado por el como un “antihéroe”. Entre los estadounidenses, elige a Ulises Grant para presentar lo que denomina el “liderazgo no-heroico”. Para expresar un modelo del liderazgo fallido, expone el modo de mandar de Hitler en el período que llama de “falso heroísmo”. Finalmente, analiza el liderazgo durante la Guerra Fría, época que denomina “post heroica”.

Sin embargo, la concepción trinitaria, junto con su consecuencia –el hecho de que muchas veces la ideología puede influir decisivamente–, ha sido apoyada por algunas investigaciones. Entre ellas se destaca la obra de Omer Bartov, que en Hitler´s Army refuta la antigua visión de la Wehrmacht como un ejército alejado de la influencia nazi. Bartov sostiene que lo que convirtió al ejército alemán en una máquina militar impresionante fue precisamente la inflamación popular por parte del gobierno, con un propósito político, donde las fuerzas armadas no quedaron aisladas. La ideología del régimen, que detecta a través de una variedad de documentos, jugó un papel fundamental en la conducta del ejército de Hitler. A eso se sumó el carácter represivo y homicida del nazismo hacia los desertores y aun en casos de defección en la batalla. La ideología y el temor a los propios superiores parece ser la clave de la voluntad de pelear tan ferozmente.[38] Si seguimos la hipótesis de Keegan, el pueblo más ilustrado de Europa no podría haber sido capaz de cometer semejantes crímenes.

La convicción de la causa nazi hasta el fanatismo, fruto de una prédica política corrosiva en épocas de crisis, además del temor a la ejecución sumaria por cobardía tuvo efectos más poderosos que la cultura de una civilización avanzada. El trabajo de Bartov, sin proponérselo, parece sustentar la concepción trinitaria: la profunda hostilidad, la violencia llevada a los extremos y el azar de las operaciones militares permiten comprender las feroces acciones alemanas en su duelo con la Unión Soviética. La ideología política (más que la cultura teutona) parece explicar mejor la conducta del ejército alemán en la campaña de Rusia.

Más allá de la refutación de las hipótesis de Keegan, los descubrimientos de Bartov robustecen la importancia del modelo de profesionalismo militar de Huntington. Cobra relieve porque es esencial a la democracia liberal, fundamentalmente en lo referido al “control civil objetivo de las fuerzas armadas”.[39] En este punto, resulta conveniente analizar a un autor que descree de la vigencia y validez del profesionalismo militar.

 

4. Martin van Creveld: la guerra se transforma

En 1991 Martin van Creveld,[40] profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén, publicó La transformación de la guerra. La más radical reinterpretación del conflicto armado desde Clausewitz.[41] Allí desarrolla los conceptos del coronel de Infantería de Marina estadounidense William Lind y sus colegas, quienes enunciaron los primeros rudimentos de la guerra asimétrica (un pequeño número de combatientes podría causar daño en la “retaguardia” enemiga o en sus puntos débiles) y teorizaron sobre la insurgencia o conflicto de baja intensidad. Lind posteriormente extiende su idea a la guerra contra el terrorismo.

Van Creveld se pregunta “¿a qué se debe la violencia organizada?”. Aprecia que la guerra, lejos de ser solamente un medio, con frecuencia es una finalidad en sí misma. Es “una actividad sumamente atractiva que aún no tiene sustituto adecuado” en las sociedades contemporáneas. Como Keegan, cree que los estados modernos se desarrollaron gracias a sus capacidades para guerrear. Repasa la historia de la guerra hasta 1945 y considera que el advenimiento de las armas nucleares lo cambió todo, tanto en la estrategia como en las relaciones internacionales; bajo el paraguas de la mutua destrucción asegurada, las guerras pasarían a ser subestatales. Expande estos conceptos, desarrollando una reseña de la evolución de la guerra desde el año 1000 hasta 1945 para pensar qué puede ocurrir en el futuro. A partir de 1945 con la bomba atómica la evolución se interrumpe y cambia de dirección. Las armas nucleares tienen consecuencias decisivas en los ejércitos, las fuerzas aéreas y marinas, porque las grandes potencias ya no podrían enfrentarse en guerras, ante el peligro de la guerra nuclear.[42]

En La transformación de la guerra Van Creveld analiza los conflictos librados después de la Segunda Guerra Mundial y los define como conflictos de baja intensidad. Su primera conclusión es que provocaron cambios importantes en la distribución interna o internacional del poder, tanto en China, Vietnam, Argelia o en África. La mayoría de las guerras convencionales de las últimas décadas terminaron en un estancamiento o bien en la restauración del statu quo anterior a la conflagración: Corea, Vietnam y la operación Desert Storm (la única excepción es la guerra de los Seis Días). La segunda conclusión del autor es que “el Estado territorial con un ejército convencional no ha logrado derrotar en forma decisiva los conflictos de baja intensidad”. De allí, infiere que es necesario reflexionar sobre si ambos no se estarían volviendo obsoletos. Van Creveld expresa lo siguiente:

El presente volumen, además, tiene un mensaje, a saber: que el pensamiento estratégico contemporáneo sobre cada uno de estos problemas es fundamentalmente imperfecto y además, enraizado en una concepción del mundo clausewitziana, que es tanto obsoleta como errónea. No estamos ingresando a una era de competencia económica pacífica entre bloques comerciales; sino a una de las guerras entre grupos étnicos y  religiosos. Aun las formas más conocidas de conflicto armado están siendo relegadas al arcón de los recuerdos, mientras que formas radicalmente nuevas están elevando sus cabezas listas para tomar su lugar. Hoy en día, el poder militar desplegado por las principales sociedades desarrolladas, tanto en Occidente como en Oriente, es casi irrelevante para cumplir con su tarea principal; en otras palabras, dicho poder militar es más una  ilusión que una realidad.[43]

Van Creveld afirma que los conflictos predominantes serán los de baja intensidad, que enfrentan a grupos raciales, religiosos, sociales y políticos particulares que no pueden ser controlados. Sostiene que la demanda más importante de toda comunidad política es la protección del ciudadano. Si el Estado territorial no puede dar esa protección, no tiene futuro:

A menos que las sociedades en cuestión estén dispuestas a acomodarse en pensamiento y acción a las nuevas realidades, alcanzarán un punto donde ellas ya no serán capaces de emplear la violencia organizada. Una vez que hayan alcanzado esta situación, su supervivencia como una entidad política cohesiva será, incluso, puesta en duda.[44]

Los estados débiles del tercer mundo serían los primeros en desaparecer, pero también podría ocurrirle a Europa, Japón o Estados Unidos si no actúan para revertir la decadencia económica. Los sectores en pugna caerían en manos de líderes carismáticos en desmedro de las instituciones tradicionales. Es decir, las causas de la guerra serían de carácter ideológico y el profesionalismo perdería sustancia.

Para Van Creveld, la guerra ya no se daría entre estados:

El universo clausewitziano descansa en la asunción de que la guerra es predominante hecha por estados, o para ser exactos, por gobiernos. Hoy los estados son creaciones artificiales; cuerpos corporativos que poseen una existencia legal independiente del pueblo al cual pertenecen y cuya vida organizada reclaman representar. Como el propio Clausewitz estaba bien consciente, el Estado, como lo entendemos, es una invención moderna. Sin embargo, fue solo a partir de la paz de Westfalia en 1648 que existe el Estado; realmente por esta razón, entre otras, es que hablamos de la era moderna como opuesta a todo lo anterior. Aún más, la mayoría de las regiones no europeas del mundo nunca conocieron al Estado hasta que emergieron de los procesos de colonización y descolonización durante los siglos XIX y XX. Se sigue de ello que donde no había estados tampoco existía la triple división en gobierno, ejército y pueblo. Igualmente, no sería correcto decir que en tales sociedades la guerra era hecha por los gobiernos empleando ejércitos, en nombre del pueblo o sus expensas.[45]

Para él, la “trinidad” estaba conectada directamente con el sistema europeo de Westfalia, donde los estados eran el eje del sistema y ostentaban el monopolio de la violencia. Al cambiar las circunstancias, la guerra pierde efectividad para dirimir los conflictos entre estados, especialmente por la aparición de las armas nucleares. A menos que se estuviera dispuesto a la eliminación de la especie humana, lo que se verifica desde la Segunda Guerra Mundial es el conflicto de baja intensidad. Al perder el Estado el monopolio de la violencia, la guerra se hace entre otros actores: entidades étnicas, bandas criminales o guerrillas. Esto significa el empleo de la violencia fuera del marco estatal, una situación “no trinitaria” a la que se llega de manera gradual, desigual y espasmódica. La guerra trinitaria no sería ya guerra con mayúsculas, sino una más de sus múltiples formas.

Como no podían enfrentarse directamente, el conflicto estallaba en territorio de sus aliados en el mundo periférico. Los indicadores de la implicación de las grandes potencias pueden buscarse en los asesores militares desplegados en esos países:

La gran mayoría de las guerras desde 1945 han sido conflictos de baja intensidad. En términos tanto de bajas sufridas y de resultados políticos alcanzados, estas guerras han sido incomparablemente más importantes que cualquier otra. Mientras que los países desarrollados a ambos lados de la cortina de hierro han participado en estas guerras, el legado colonial ha significado que, como un todo, los estados occidentales se han visto mucho más envueltos que aquellos del bloque oriental. Aparte de Afganistán, la mayor presencia soviética en otro país fuera de Europa Oriental desde 1945 ha consistido en unos 20.000 consejeros en Egipto. Desde 1969 a 1972 manejaron la masa de los sistemas de defensa aérea y también adiestraron al ejército egipcio. La presencia cubana en Angola ha sido igualmente grande y más prolongada, siendo esta prolongación una muestra por sí misma de su fracaso. Por el resto, aun el esfuerzo soviético en Afganistán quedó empequeñecido por el norteamericano en Vietnam. En términos numéricos, no así por el equipamiento, las fuerzas empeñadas por los soviéticos en Afganistán fueron comparables con las fuerzas expedicionarias, con las cuales Francia actuó en Indochina desde 1948 a 1953.[46]

Resulta posible que, en el futuro, las fuerzas armadas abandonaran sus configuraciones convencionales y se transformaran en fuerzas policiales o irregulares. Si el combate de baja intensidad se prolongaba, devendría en una lucha entre pandillas y dejaría de ser la guerra convencional con las características que le daba Clausewitz: no perseguiría los intereses del Estado, sino que buscaría dar muerte a los líderes enemigos. Las configuraciones tradicionales de los ejércitos serían inaplicables y deberían mutar a organizaciones de tipo guerrillero. Este conflicto se concentraría en zonas como Belfast, Sarajevo o Gaza; las campañas como la Tormenta del Desierto no se volverían a repetir. “Bajos tales circunstancias hablar de guerra, en términos clausewitzianos modernos, como algo hecho por el Estado por un fin político es malinterpretar la realidad”.[47] Sostiene Van Creveld que los problemas del futuro se podrían solucionar con agrupaciones de fuerzas especiales ya que no aparecería ningún competidor de fuste al poderío de los Estados Unidos. “Un fantasma recorre los corredores de los estados mayores generales y los ministerios de la Defensa de todo el mundo desarrollado: el temor a la impotencia del poder militar, aun a su irrelevancia”,[48] afirma. Desacredita la educación militar clásica, especialmente la de los Estados Unidos, sosteniendo que tiene poco impacto en la eficacia en batalla, y sostiene que en la era nuclear la efectividad militar tradicionalmente entendida tal vez no importa más.[49]

En 1991 escribe La transformación de la guerra, pero el énfasis puesto en los conflictos de baja intensidad pronto fue desmentido en los hechos: los enfrentamientos bélicos en Ecuador y Perú, las guerras en los Balcanes, la guerra en la zona de los grandes lagos de África, en Liberia, Sierra Leona, Sri Lanka, Nepal, Colombia, las revoluciones árabes, la invasión a Georgia por parte de Rusia, los enfrentamientos en Ucrania. Las guerras en el golfo Pérsico, la campaña de Afganistán, la guerra en Medio Oriente, el enfrentamiento entre India y Pakistán son ejemplos de que la guerra clásica no desapareció.

Pero Van Creveld busca refutar a Clausewitz:

Uno puede, por supuesto seguir a los politólogos modernos sin necesidad de enfatizar en Clausewitz e identificar a la guerra con el Estado. Esta línea de razonamiento nos lleva a la conclusión de que donde no hay Estado, cualquiera sea la violencia armada que tenga lugar, no califica como guerra. El efecto de tal clasificación arbitraria podría, sin embargo, dejar afuera a la gran mayoría de las sociedades que alguna vez han existido, incluyendo no solo a las “primitivas” sino a algunas de las más avanzadas desde la Atenas de Pericles para abajo. Peor aún, en el pasado reciente este punto de vista ha evitado que los conflictos de baja intensidad fueran tomados seriamente hasta que fuera demasiado tarde. Tanto en Argelia como en Vietnam, para no mencionar a la Ribera Occidental, los primeros levantamientos fueron descartados como simple bandidaje que las fuerzas del orden suprimirían fácilmente. Tanto por razones prácticas como teóricas, alguna parte de nuestro bagaje intelectual merece ser tirado por la borda, seguramente no son los registros históricos, sino la definición clausewitziana de guerra la que nos evita entenderla como lo que es realmente.[50]

El autor afirma que “los principios fundamentales del universo clausewitziano están equivocados y al estar equivocados, también, constituyen una receta para la derrota”.[51] Hay en su libro una parte que nadie que desee conocer lo que sienten quienes pasaron por un campo de combate puede dejar de leer:

Al final, la razón por la cual se lucha no puede ser una cuestión de interés, porque los hombres muertos no tienen intereses […] Teniendo en cuenta que la guerra es la prueba de que el hombre no está motivado por intereses egoístas; tal como lo atestigua el significado original del término “Barseker” (luchador santo), la guerra por varias razones es la más altruista de las actividades humanas, relacionada incluso con lo sagrado. Es la ausencia de interés de parte de aquellos que se enfrentan a la muerte o que mueren en el enfrentamiento lo que explica por qué la sociedad les confiere tan grandes honores hasta el punto en que, como los héroes griegos, son llevados al panteón y son convertidos en dioses.[52]

En esa dirección, remarca la inocencia del soldado con respecto a las decisiones de guerra y paz.

Se oye habitualmente que en la guerra no hay ley. No es así: en esa afirmación reside el origen de la mayoría de las aberraciones cometidas en los conflictos bélicos. En su afán anticlausewitziano, Van Creveld lo acusa de crímenes que no cometió. Malinterpreta la frase “la ley de la guerra consiste en saber que las limitaciones autoimpuestas no merecen mencionarse”.[53] Clausewitz es un liberal que habla de la guerra que observó en su tiempo, sin referirse al deber ser. Lo que dice sobre la necesidad de ley en la guerra es pertinente.[54]

En este aspecto, Van Creveld diferencia a los guerreros de los asesinos:

De hecho, la guerra no comienza cuando algunas personas matan a otras; en cambio, siempre existentes, los que sí son parte de la primera situación, pero no de la segunda, no son llamados guerreros sino carniceros, asesinos, homicidas y otra cantidad de epítetos todavía menos halagüeños [...] Quienes son responsables por estas muertes, en general, tampoco cuentan con el respeto que les es reservado a los guerreros.[55]

Aquí se acerca mucho a las prescripciones clausewitzianas. Comparte con Clausewitz la admiración y el respeto hacia el combatiente y el combate en sí: “Para utilizar la propia metáfora de Clausewitz, el combate y el derramamiento de sangre son a la guerra, lo que el pago en efectivo es a lo negocios. Sin importar cuán esporádicamente ocurra en la práctica, por sí solo le otorga significado a todo el resto”.

Van Creveld sostiene que la guerra está inserta en la naturaleza humana, en su aspecto lúdico: es el deporte más atractivo, ya que lo que se pone en juego es la vida. “En breve, el peligro es lo que sustenta la guerra. Como en cualquier deporte mientras más grande es el peligro, más grandes son, tanto el desafío de enfrentarlo, como el honor que va asociado con ello”.[56] Y también la compara con el acto sexual, por ser una actividad que vuelve a los combatientes completamente humanos:

En el conjunto de las experiencias humanas lo único que se le asemeja es el acto sexual, esto es evidente también en el hecho de que algunos términos se usan para describir ambas actividades [...] A partir de los días de Homero ha existido la noción de que, en un cierto sentido, solo aquellos que han arriesgado sus vidas por voluntad propia, aun con alegría, pueden ser completamente ellos mismos, completamente humanos.[57]

Van Creveld no se siente capaz de decir por qué los hombres pelean, pero está seguro de que no es política sino un deporte:

Hasta cierto grado, la guerra, antes que otra cosa, consiste en pelear; en otras palabras, un voluntario arriesgarse no es la continuación de la política sino un deporte. Precisamente, porque es instrumental por naturaleza, el pensamiento estratégico no solo falla al decirnos por qué las personas pelean, sino que evita, en primer lugar, realizar la pregunta. Sin embargo, yo solo puedo repetir que, en cualquier guerra, esta es la pregunta más importante de todas. Por más poderoso que un ejército puede ser en otros aspectos, donde falta la voluntad de vencer, todo lo demás es una pérdida de tiempo.[58]

 

5. Reflexiones finales

Este trabajo presenta una discusión sobre los orígenes y la naturaleza de la guerra, apoyándose principalmente en tres autores. Clausewitz, quien considera que las causas son políticas y que la guerra es por naturaleza un acto social; Keegan, que piensa que las causas son culturales y que por naturaleza la guerra es un ritual propio de cada civilización, y Van Creveld, que sostiene que las causas son sociales y que la guerra responde al espíritu lúdico y deportivo, propio de la naturaleza humana.

Para este análisis, parece necesario separar los campos de la política, la estrategia y la táctica. Allí podrían encontrarse algunas diferencias de las perspectivas teóricas de Keegan y Van Creveld, que ponen énfasis en aspectos tácticos: en procedimientos como la guerrilla o el combate insurgente (Van Creveld) o en procedimientos de combate en Occidente, América o Asia (Keegan), mientras que Clausewitz habla de la guerra en un nivel teórico de mayor abstracción. Si bien aquellos ofrecen opiniones interesantes, de las argumentaciones se puede conjeturar que las causas políticas de la guerra proveen explicaciones convincentes.

Van Creveld considera que en la actualidad la guerra asimétrica es un elemento determinante en la organización política, económica y social, y pone foco en los conflictos de baja intensidad, a los que señala como un peligro inevitable de la vida moderna. Keegan dice que el mundo cambia y que el cambio pasa por la cultura. Tomándola como base, explica los fenómenos sociales que provocan el cambio. Entre ellos, está la guerra. Sin embargo, sostiene que, debido a que nadie está dispuesto a aceptar los costos humanos de las guerras, es posible que esta se abandone como práctica. Está convencido de que se puede controlar la violencia, pero sugiere que la cultura occidental nunca ha limitado la guerra. El derecho humanitario, las leyes de guerra, la disuasión, el control de armamentos no surtieron efecto durante el siglo XX, pero insiste en vislumbrar un mundo sin guerra.

Keegan y Van Creveld sostienen que los estados se conformaron por sus capacidades para hacer la guerra. Creen que en el pasado se combatía para protegerse de los enemigos, por rituales religiosos, por bienes, mujeres o por la competencia económica. Keegan describe un mundo de escasez, pero cree posible que en el futuro el hombre abandone la guerra y avance hacia sociedades más pacíficas. Describe por qué luchan los hombres, pero no define por qué podrían dejar de hacerlo.

Keegan considera a la guerra un ritual simbólico que oculta una sabiduría que merece ser descubierta. Considera a Clausewitz un filósofo brutal, agresivo y militarista con ideas obsoletas y peligrosas, y lo acusa de ser la causa intelectual de la Primera Guerra Mundial. Esta opinión fue criticada por desinformada e imprecisa por varios autores, entre ellos Richard Betts, que lo considera un ingenuo en cuestiones políticas.[59]

Christopher Bassford sostiene que nada en la obra de Keegan refleja lectura alguna de los escritos de Clausewitz y que la Historia de la guerra es un error intelectual. Por ejemplo, Keegan sostiene que Clausewitz pelea por llegar a una teoría universal sobre lo que debe ser la guerra, a lo que Bassford responde que su teoría es descriptiva, no prescriptiva, y que su condición analítica le permite ser utilizada aún hoy. La teoría en Clausewitz es una guía para el estudio, no para la acción. Aunque insta a los políticos y generales a ver la guerra a través de sus implicancias racionales, nunca sostiene que ellos vayan a actuar racionalmente. No hace predicciones de cómo van a actuar los soldados, no es una verdad absoluta sino un “flexible marco analítico”.[60] Como dice Brodie, Clausewitz rechazó los axiomas implicados en los llamados “principios de la guerra”:

Aunque apenas pudo evitar establecer ciertas generalizaciones, lo cual es inevitablemente el resultado y el fin del estudio analítico, rechazó de forma expresa y vehemente la noción de que la conducción de la guerra pueda guiarse razonablemente por medio de un reducido número de concisos axiomas. Fue Jomini, no Clausewitz, el responsable de la conocida afirmación de que “los métodos cambian, pero los principios son inalterables”, en gran parte porque Jomini tuvo mucha influencia en el pensamiento militar de su época y de las posteriores, al menos entre los no alemanes.[61]

Otro grave error de Keegan es, según Bassford, la definición unidimensional de la política y la afirmación de que la guerra es una extensión rutinaria de la política del Estado. Para el prusiano, la guerra es una herramienta racional de una política racional, pero la palabra “política” es tomada en el sentido amplio de lo que los anglosajones llaman “politics” y no una “policy” determinada. La guerra ocurre cuando el proceso político que distribuye poder en la sociedad asume la intensidad emocional que lleva a la violencia organizada. El poder enfrentado puede ser social, económico, religioso o ideológico, pero, más allá de la motivación, la pelea es política. Constituye una parte de la vida social, como el comercio y el litigio. No es arte ni es ciencia, dice Clausewitz. la táctica tiene condimentos científicos y la estrategia es más artística, pero la guerra es un fenómeno social en el que intervienen objetos animados, “fuerzas inteligentes”:

... la guerra es un acto de fuerza para obligar al adversario a cumplir mi voluntad, es una lucha de voluntades, donde juegan las personalidades, el carácter, la emoción y el azar. La interacción social es continua, no tiene final, por lo que ninguna estrategia es un desarrollo final.[62]

Van Creveld recuerda que la guerra trinitaria se daba en el marco de la paz de Westfalia, entre estados soberanos, donde podía observarse la división del trabajo entre pueblo, gobierno y fuerzas armadas. La guerra era estadocéntrica, convencional, tenía el objetivo de destruir  las fuerzas militares enemigas. Esto cambia con las armas nucleares: las fuerzas militares tienden a la irrelevancia, y la insurgencia es la única forma posible de usar la fuerza. La guerra es no estatal, no convencional, no hay uniformados, no hay gobiernos, las coaliciones son fragmentarias y la guerrilla se mezcla entre la gente. Es la guerra no trinitaria, no clausewitziana y probablemente no pueda ser ganada por ejércitos nacionales organizados a la manera tradicional. Sobre esta base, profetizó que la guerra de Irak terminaría de la misma manera que terminó la de Vietnam. Eso no ocurrió. Asimismo, el concepto trinitario es universal, las tendencias a la incertidumbre, la hostilidad presente y el propósito de uso de fuerza no se remiten solo a los estados, caracterizan a los conflictos armados, incluida la guerra insurreccional. Resulta interesante el rastreo que hace Byron Dexter de la estrategia soviética y las influencias de Clausewitz. Marx, Lenin y Stalin adoptan sus pautas, con matices, pero sin desmerecer su esencia. La carta de Stalin al historiador Razin publicada en 1947, que Dexter reproduce, es ilustrativa sobre esta influencia.[63]

Para Van Creveld, el mejor tratado sobre la guerra es el de Sun Tzu. Cuando describe al genio militar que más admira, el general Moshe Dayan, utiliza categorías parecidas a las de Clausewitz. Dayan tenía tres virtudes. La primera, el coraje; los hombres lo seguían, y con su conducta valerosa podía exigirles el sacrificio supremo. La segunda, una profunda, casi intuitiva comprensión de la relación entre política y guerra. Y la tercera, siempre buscaba con astucia formas de aventajar a su enemigo, normalmente más grande y más fuerte. Asimismo, cuando analiza las Fuerzas de Defensa de Israel, sus críticas son también hechas mediante categorías del prusiano, al decir que aquellas tienen fallas estratégicas, tácticas y morales.[64]

Cuando define la guerra, también utiliza términos clausewitzianos. Menciona que es un “conflicto armado políticamente organizado”. Agrega que es parte de la naturaleza humana, lo que lo acerca a Keegan y sus alusiones a Lorenz. Cree que la única forma de frenar la guerra es disuadir con abrumadora fuerza para que el posible combate se convierta en un suicidio. Las diferencias con Clausewitz se producen cuando Van Creveld evalúa el comportamiento de los grupos, sean estos de nivel estatal o subestatal. Focalizar el conflicto actual en grupos subestatales exige una definición de la política. Es importante ver si esos grupos tienen vínculos globales, como en el narcotráfico o el terrorismo, o si solo operan a nivel local. La globalización es también un tema que exige profundizar las investigaciones, porque conectar los conflictos solo con los señores de la guerra del mundo en desarrollo refleja un cierto etnocentrismo, que tranquiliza las conciencias europeas pero desvirtúa la realidad en el resto del mundo.[65]

Isabel Duyvesteyn sostiene que para repensar la guerra se deben analizar cuatro temas: los actores, sus capacidades y motivaciones; los métodos que esos actores usan para obtener sus objetivos; los resultados de esas acciones y, por último, las contramedidas que se pueden emplear para mitigar los efectos de la guerra o mediar entre los beligerantes.[66] Al respecto, Van Creveld parece concentrarse en las tácticas que emplean los beligerantes, los métodos (la insurgencia, la guerrilla, el terrorismo, etc.) y las contramedidas. Por su parte, la discusión de Clausewitz sobre la guerra es sobre las causas y la naturaleza en el nivel conceptual, su esencia y sus formas, los actores del duelo, la fricción, etc. Así, describe la guerra absoluta, constructo intelectual que diferencia claramente de la guerra real, como bien remarca Hauser.[67] Como indican Ikenberry y Hall, el pensamiento clausewitziano fue evolucionando:

Esto es bastante abstracto, pero subyace a una versión tosca del realismo según la cual los estados tratan únicamente de incrementar su poder. Esto parece duro y práctico; de hecho, es una guía pésima para la praxis y la teoría. Clausewitz era en cierto modo proclive a creer en esta versión simplista del realismo en su juventud, pero a medida que envejeció llegó a entender que la política más limitada de Federico el Grande había logrado más cosas que los extremismos ciegos de su héroe anterior, Napoleón.[68]

La refutación de Van Creveld, así como la reflexión de Lind, parten entonces de un nivel de teorización diferente. Concentrarse en el nivel táctico, según creemos, empobrece la comprensión de la naturaleza de la guerra.

Las predicciones de Keegan sobre la desaparición de las batallas o de la supremacía del combate de baja intensidad de Van Creveld fueron desmentidas por la realidad y ellos mismos escribieron crónicas sobre la guerra de Malvinas, la campaña del Golfo, la invasión de Irak, entre otros conflictos. Es probable que, al haberse escrito La transformación de la guerra antes de la desaparición de la URSS, los cambios del sistema internacional no fueran advertidos por su autor.

Otra diferencia entre estos autores es el tipo de conocimiento que poseen los teóricos y académicos frente a quienes desarrollan la práctica militar. Clausewitz fue un soldado versado en su materia. Ingresó al regimiento a los doce años, cumplió cuarenta años de servicio, participó en siete campañas,[69] entró en batalla, fue herido y finalmente murió de cólera contagiado en un despliegue militar bajo el título de general. Por el contrario, ni Keegan ni Van Creveld estuvieron nunca en ningún campo de batalla. Es conocida la dificultad para obtener conocimiento empírico en el campo social, más aún en algo tan elusivo como es la guerra. Keegan y Van Creveld accedieron a este campo mediante lecturas y entrevistas. Keegan escribe, así, El rostro de la batalla, donde describe sentimientos, penas y miedos de los combatientes en las batallas de Agincourt, de Waterloo y del Somme, donde su padre sufrió ataques con gas.[70] También Van Creveld describe vívidamente y con admiración los sentimientos del soldado que va al combate, pero Clausewitz los aventaja porque ha experimentado en carne propia los efectos de la guerra.

Para concluir, consideramos que un desacierto de estos críticos respecto del pensamiento clausewitziano es el reduccionismo. Pueden discutirse los detalles o las variables, pero básicamente la naturaleza de la guerra no ha cambiado. Edward Newman argumenta que la teoría de las “nuevas guerras” pregona un cambio cualitativo, pero la distinción entre las formas contemporáneas y las antiguas es exagerada, y circunstancias actuales que son presentadas como novedosas pueden verificarse durante el siglo XX, y aún antes.[71] Bob de Graff, por su parte, aporta evidencia de que la guerra de Bosnia (considerada por Mary Kaldor la primera de las “nuevas guerras”) no se trató solamente de enfrentamientos étnicos y religiosos aislados, demostrando que había una voluntad política que planificaba y dirigía las acciones. Por lo tanto, si bien tanto Keegan como Van Creveld aportan escritos que enriquecen el estudio del fenómeno bélico, la teoría de Clausewitz, lejos de estar obsoleta, continúa vigente: las causas de las guerras son, principalmente, causas políticas y la guerra no constituye un fin en sí mismo, sino que es un medio para alcanzar la paz.

 

Obras citadas

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[1] Una primera versión de este artículo fue presentada en el XI Congreso Argentino de Antropología Social, Rosario, 23 al 26 de julio de 2014.

[2] Una completa cronología, notas y bibliografía sobre el autor pueden encontrarse en el sitio oficial www.clausewitz.com.

[3] J. FERNÁNDEZ VEGA, 2005.

[4] R. GIRARD, 2007, pp. 9, 10 y 12. El autor dice que Clausewitz profetizó lo que está ocurriendo actualmente, cuando nos acercamos a lo que él considera el Apocalipsis: “Ese tratado póstumo, De la guerra, se presenta como una obra de estrategia. Acompaña el período más reciente de la escalada a los extremos, que se produjo y se produce en todo momento sin que lo sepan sus autores, que destruyó Europa y hoy amenaza al mundo”.

[5] R. ARON, 1987.

[6] H. CORNUT, 2018.

[7] C. v. CLAUSEWITZ, 1976.

[8] R. ARON, 1987, p. 116.

[9] C. v. CLAUSEWITZ, 1976, pp. 69 y 87.

[10] B. HAUSER, 2002.

[11] P. PARET, 1986, p. 198.

[12] R. ARON, 1987, p. 198.

[13] C. v. CLAUSEWITZ, 1976, pp. 122, 145 y 262.

[14] P. PARET, 1986.

[15] R. ARON, 1963.

[16] P. PARET, 1986.

[17] J. FERNÁNDEZ VEGA, 2005, pp. 142-143.

[18] J. FERNÁNDEZ VEGA, 2005, p. 155.

[19] Ibidem, p. 177.

[20] C. v. CLAUSEWITZ, 1968, p. 28.

[21] J. FERNÁNDEZ VEGA, 2005, pp. 143-144.

[22] P. PARET, 1986, p. 203.

[23] J. FERNÁNDEZ VEGA, 2005, p. 167.

[24] B. BRODIE, 2010.

[25] J. KEEGAN, 1995.

[26] Ibidem.

[27]Ibidem, p. 122.

[28] J. KEEGAN, 1995.

[29] Ibidem, p. 31.

[30] A. GAT, 2006, p. 607.

[31] J. BYRNE, 1999.

[32] E. COHEN, 2002, p. 236.

[33] Idem.

[34] J. KEEGAN, 1987, p. 7.

[35] E. COHEN, 2002, p. 238.

[36] J. KEEGAN, 1986, p. 336.

[37] Ibidem, 1987.

[38] O. BARTOV, 1992.

[39] S. HUNTINGTON, 1995.

[40] El autor tiene su página web, donde figuran sus publicaciones y datos de interés:  www.martinvancreveld.com

[41] M. VAN CREVELD, 2007.

[42] Ibidem, 2000.

[43] M. VAN CREVELD, 2007, p. 15.

[44] Idem.

[45] M. VAN CREVELD, 2007, pp. 79-80.

[46] M. VAN CREVELD, 2007, pp. 47-48.

[47] Ibidem, p. 83.

[48] Ibidem, p. 17.

[49]Ibidem, 1990.

[50] M. VAN CREVELD, 2007, pp. 89-90.

[51] Ibidem, p. 215.

[52] M. VAN CREVELD, 2007, p. 216.

[53] Ibidem, p. 100.

[54] Ibidem, p. 130.

[55] Ibidem, pp. 216-218.

[56] M. VAN CREVELD, 2007, p. 224.

[57] Ibidem, pp. 225-226.

[58]Ibidem , p. 259.

[59] D. BINDER, 2012.

[60] C. BASSFORD, 2014, p. 11.

[61] B. BRODIE, 2010, p.38.

[62] C. BASSFORD, 2014.

[63] B. DEXTER, 1950.

[64] M. VAN CREVELD, 2002.

[65] J. G. SICCAMA, 1997.

[66] I. DUYVESTEYN, 2004.

[67] B. HAUSER, 2002.

[68] G. J. IKENBERRY y J. A. HALL, 1993, p. 171.

[69] P. PARET, 1986.

[70] J. KEEGAN, 1976.

[71] E. NEWMAN, 2004.