Casus Belli V (2024), 35-60
Recibido: 11/7/2024 - Aceptado: 06/09/2024

 

La guerra contra la Confederación Peruano-Boliviana

Guillermo Martín Caviasca

https://orcid.org/0000-0003-0745-0322

Universidad de Buenos Aires

 

Resumen: Entre los años 1837 y 1839 se desarrolló la guerra entre la Confederación Argentina, cuyo líder era Juan Manuel de Rosas y la Confederación Peruano-Boliviana, cuyo presidente era el mariscal Santa Cruz. Las operaciones militares en Salta, Jujuy y Tarija, resultaron un fracaso para la Argentina. Las causas de esto deben buscarse en cuestiones de maduración de las instituciones nacionales y de la formación de la Argentina en sí misma. Especialmente, en las provincias norteñas.

Palabras clave: Guerra, Juan Manuel de Rosas, Andrés de Santa Cruz, Alejandro Heredia, cuestión nacional.

Abstract: Between the years 1837 and 1839, the war took place between the Argentine Confederation, whose leader was Juan Manuel de Rosas, and the Peruvian-Bolivian Confederation, whose president was Marshal Santa Cruz. The military operations in Salta, Jujuy and Tarija were a failure for Argentina. The causes of this must be sought in questions of maturation of national institutions and the formation of Argentina itself. Especially, in the northern provinces.

Keywords: War, Juan Manuel de Rosas, Andrés de Santa Cruz, Alejandro Heredia, national issue.

 

 

Introducción

El objeto de estudio de este artículo es la guerra entre la Confederación Argentina y la República de Chile contra la Confederación Peruano-boliviana. De este conflicto solo abordaremos la parte que corresponde a Argentina, en el frente jujeño/salteño/tarijeño que se desarrolló entre el 19 de mayo de 1837, cuando Juan Manuel de Rosas como encargado de Relaciones Exteriores de las provincias signatarias del Pacto Federal, declaró la guerra (sumándose a Chile que estaba en conflicto desde antes) y el 26 de abril de 1839 cuando se dio el fin formal de las hostilidades, que de hecho ya habían terminado meses atrás.

Es este un estudio de historia militar, pero en él no analizaremos cuestiones tácticas. Sin embargo, presentaremos un pantallazo de las operaciones, para tener una base general de su desarrollo y de las unidades implicadas; ya que intentaremos presentar algunas hipótesis de las razones del mal desempeño de las fuerzas argentinas en la guerra.

La guerra contra la Confederación Peruano-boliviana es poco conocida y poco estudiada.[1] Mucho menos en Argentina que en Chile. Y tampoco existe un gran desarrollo académico sobre la misma en Bolivia y Perú, menos aún en lo que hace al frente argentino, que es relativamente ignorado. Lo que sí podemos encontrar es la compilación de correspondencia de los actores políticos en las que explican, envían instrucciones o discuten sobre el conflicto entre muchas otras cuestiones,[2] o artículos puntuales en enciclopedias de historia general de tipo académico. Teniendo en cuenta que este frente fue de menor relevancia respecto al de Chile y a los conflictos internos de los peruanos y bolivianos; y que la guerra se resolvió como consecuencia de los mencionados, lo que sucedió en nuestra actual frontera norte cobra para los autores de otros países una relevancia secundaria. Pero eso no es así para Argentina. La guerra afectó gravemente a las provincias del noroeste, y fue una de las bases de un nuevo periodo de inestabilidad y guerra civil entre unitarios y federales. Además de ser una derrota parcial que merece comprenderse.

Si bien la historia militar podría encuadrarse dentro de lo que se llama historia política, nuestro enfoque adscribe a la historia social dentro de la perspectiva original presentada por Marc Bloch a principios del siglo XX. Siendo así, la historia como disciplina es estudio y comprensión del conjunto de actividades humanas interrelacionadas y la articulación complementaria de múltiples ciencias que nos permiten comprender esa actividad. De la misma forma adscribimos a la perspectiva de Pierre Vilar, quien en Iniciación al vocabulario de análisis histórico (Vilar, 1989) nos presenta una visión socialmente integral e historicista de diversas categorías sociológicas. Sosteniendo la idea de “historia razonada” por sobre relatos fijos o épicos; y la idea que la historia válida es la que, en su despliegue, afecta el devenir de grandes masas de personas. En lo que hace a las categorías militares propiamente dichas, nos ubicamos en el terreno de Carl von Clausewitz (Clausewitz, 1969), quien creemos nos aporta una serie de categorías aun válidas (lo eran claramente en la época en que se despliega el conflicto que estudiamos en este artículo), y a la guerra como un emergente de la sociedad en su conjunto y de la época. Donde juega el “genio militar”, la historia, la geografía, los imponderables y la sociedad en su conjunto.

En un plano contextual creemos que la geopolítica nos permite entender mejor en un escenario no localista las características generales dentro de las cuales se encuadra esta guerra. No como determinantes, pero si condicionantes, en una situación de indefinición de la estructura del Estado-nación en creación como era la Argentina de entonces. En este sentido opera la categoría de frontera política y frontera geopolítica presentada por el coronel Florentino Díaz Loza (Diaz Loza, 1986), quien nos señala la discrepancia entre las fronteras formales y las reales para el ejercicio efectivo de los atributos de soberanía y decisión. Por último, la categoría formación económico social (FES) nos permite entender las tendencias centrípetas o centrífugas que operaban en nuestro actual territorio y los países del ex virreinato en este período formativo, dada la discrepancia entre las estructuras económicas y las fronteras nacionales.

La guerra se enmarca en un período de construcción nacional, para ello creemos que Erik Hobsbawn, en Naciones y nacionalismos (Hobsbawn, 2012), nos presenta un compendio interesante de debates al respecto para diversos aspectos de la construcción de Estados nación. Y Benedict Anderson, en Comunidades imaginadas (Anderson, 1993) (donde además dedica una parte de su libro a este periodo en América latina), nos acerca una perspectiva no mítica respecto de la construcción nacional. Por otra parte, Oscar Oslak (Oslak, 1997) nos ayuda al desplegar la cuestión del mercado en la construcción del Estado, al clasificar una serie de atributos claves para que este exista.

La cuestión nacional y la guerra con Perú-Bolivia

Cuando miramos un mapa, como se representan las fronteras y sus cambios a lo largo de los años, como cuando vemos muy definidos territorios, cometemos un error de anacronismo. Para nuestra época de estudio, fuera de Europa occidental, salvo por la existencia de accidentes naturales muy determinantes (un río, por ejemplo), la frontera política no era algo claramente definido. Por ejemplo, un desierto podía marcar la frontera entre dos estructuras políticas, pero ¿cuál sería la frontera en ese desierto? ¿Una línea?

Sin dudas la frontera podía ser un espacio, inclusive en muchos casos un espacio de transición, donde existían sociedades de frontera. Esto es más difícil aun en lo que hace a la integración nacional inicial de los espacios regionales hispanoamericanos. O lo que es lo mismo a la frontera geopolítica y cuestiones de articulación de las FES y el Mercado.

Desde la época virreinal esta estructura se articuló en torno a un eje que era la línea Potosí Buenos Aires. En torno a ella las diferentes formaciones sociales regionales (podríamos pensarlas como las futuras provincias) cumplían alguna función. Abastecer a ese eje de logística y productos básicos. Las poblaciones se organizaban para ello por fuera de cualquier frontera interna, el imperio español era una unidad. Y se orientaban hacia el espacio más potente económicamente. Si esa potencia gravitacional lo eran Buenos Aires y el mercado mundial para el litoral; el Alto Perú y especialmente Potosí y los centros más desarrollados de esa zona lo eran para las provincias del norte, cuya vinculación con Buenos Aires era administrativa, pero muy poco económica, solo porque Buenos Aires era la cabeza de ese virreinato.

Con las guerras de la independencia esa estructura se quebró. Los fracasos de sostener fuerzas patriotas en el Alto Perú crearon de hecho una frontera militar entre lo que hoy es el norte argentino y el sur de Bolivia. Esa frontera fue indefinida entre la quebrada de Humahuaca y Tarija, y allí se desarrollaron operaciones militares y de guerrilla, de las cuales emergió el gran líder norteño Martín Miguel de Güemes.

Debemos recordar que Güemes no tuvo graves problemas para movilizar hasta 5000 efectivos de las clases populares, sin dudas muchos de ellos puneños.[3] Cuestión que contrasta con la falta de capacidad de movilizar tropas de los federales norteños para esta guerra, y sobre todo la falta de combatividad de las tropas movilizadas, asunto con el que Güemes, por el contrario, contó como clave. A decir de Clausewitz, el factor moral de su triada (pueblo-ejército-gobierno: fervor-genio-razón) era óptimo en las fuerzas del caudillo norteño. Pudiendo vencer en reiteradas oportunidades a un ejército bien estructurado como el realista (en el cual formaba el, en 1836, mariscal Andrés de Santa Cruz, lo que es de tener en cuenta).

Pero es de destacar que, si bien Güemes contó con la adhesión de las clases populares, ya que representaba un grado de libertad en una sociedad aun tributaria con justicia de antiguo régimen estamental (o sea aspiraciones sociales mezcladas con nacionales); no fue así la cuestión respecto a la elite salteña, donde hubo fisuras. Y estas se debieron a que la prolongación de la guerra afectaba realmente los intereses de una elite vinculada económicamente a un mercado que incluía las provincias alto peruanas inmediatas. El fin de la guerra de la independencia trajo consigo la paz, pero no el orden; como también la emergencia de una frontera indefinida en la que, por ejemplo, la provincia de Tarija (muy vinculada a Salta) quedó del lado boliviano. Pero en la que la circulación de personas y bienes, de tributos y propiedades ignoraban la frontera política.

Entonces vemos que los intereses económicos, históricos y geopolíticos vinculaban al norte argentino con Bolivia. Los sectores dirigentes y económicamente dominantes de la región necesitaban la comunicación fluida con lo que era entonces sus redes mercantiles más cercanas, en ausencia de un mercado nacional argentino. Pero también los sectores campesinos de la Puna estaban vinculados transfronterizamente, por lazos familiares. Y también económicos, por transacciones menores o porque pastaban rebaños a ambos lados. O porque, como en el caso del marqués de Yavi, “debían” prestaciones y tributos a su señor residente en Bolivia. Geopolíticamente, Heredia veía la necesidad de que la hegemonía federal se proyectara en la región absorbiendo a Tarija (al menos) e influyendo en la zona; mientras que Santa Cruz pensaba en absorber las provincias norteñas. Y en la práctica interfería intensamente en la política interna de las mismas.

Antecedentes y objetivos de la guerra

A partir de la victoria sobre la primera coalición unitaria, el gobernador de Tucumán, Alejandro Heredia, se proyectó como líder federal hegemónico después del asesinato de Facundo Quiroga en 1835. Ostentaba el cargo ad hoc de “protector” sobre las provincias de Salta, Jujuy, y Catamarca. Título obtenido a partir de la acción militar que permitió colocar gobernadores federales en Salta y Jujuy, en 1836.

Tanto los lideres unitarios en el país como los exiliados mantenían contactos con Santa Cruz. Heredia informaba a Rosas que “para derrocar su presente administración y obtener la agregación de estas provincias á la Republica boliviana, que es el recurso faborito que han adoptado los proscriptos y enemigos de la causa de los pueblos...”. (Levene, 1958. Pp. 59-61). Lo que era verificado con las permanentes invasiones de exiliados para expulsar a los gobernadores federales. Consideraba que el boliviano mantenía su apoyo a los unitarios para mantener la discordia en el norte argentino, ante el temor de que la paz permitiera a las fuerzas rioplatenses encarar una acción contra la débil y anárquica Bolivia. Rosas respondía a Heredia que:

(…) el gobierno de Bolivia es un poder tan débil, que una declaración de guerra de esta Republica sería bastante para hacerlo bambolear. Que estando (Santa Cruz) bien persuadido de esto mismo, cuida incesantemente de fomentar la discordia en Salta, de avivar la idea de reincorporación a Bolivia, (así) priva a esta de los importantes recursos que esa misma provincia le proporcionaría para recobrar la de Tarija, que aquel gobierno le tiene usurpada.[4] (Levene, 1958. Pp. 59-61)

En otra carta Rosas le escribía a Heredia el 28 de diciembre de 1836 que:

(…) los Bolivianos no viven sino del tributo de los Indios y de lo que produce el Cerro y Casa de Moneda de Potosí... y el apoderarse de aquella Villa me aseguran que no es una empresa de grandísima dificultad. (…) nos debe los millones de pesos que hemos insumido por su libertad e independencia en la guerra contra los Españoles: nos debe los inmensos esfuerzos y sacrificios forzosos y espontáneos que han hecho en su favor todos los habitantes de esta República; y nos debe la sangre argentina que se ha derramado en esta guerra, no pa quedar de peor condición para con ella de lo que estábamos antes sino para mejorar o cuando menos continuar en las relaciones comerciales como habíamos estado siempre. (Rosas, 1836)

Rosas se refiere a la decisión de Santa Cruz de colocar aranceles aduaneros al comercio con la confederación.

Estos pues deben ser los principales objetos de nuestras justas aspiraciones. Entienda que restituida Tarija, el Río Suypacha (cerca de Tupiza) deberá dividir el territorio de ambas repúblicas; pero me parece que, si podemos conseguir que la Villa de Tupiza y el pueblo de Santiago de Cotagaita queden dentro de nuestro territorio, será lo mejor y lo más importante para dejar asegurada para siempre la paz y comercio libre entre ambos Estados (…) Mas para obtener todas estas cosas será preciso penetrar hasta la Capital de Bolivia, y tener por nuestro el Cerro de Potosí. Tan importante adquisición debe ser obra con exclusión de los Salteños y Jujeños. (Rosas, 1836)

Estos puntos señalados a Heredia fueron presentados en forma de 10 puntos por Rosas al encargado de negocios chileno José Joaquín Pérez Mascayano el 3 de febrero de 1837 con el fin de sellar la alianza (Braba, 1951. P. 234). Los chilenos consideraron excesivas las pretensiones argentinas, a pesar de que insistieron, cuando la guerra parecía prolongarse y pensaban que una ofensiva argentina exitosa era necesaria, en que se concretara de alguna forma. Como vemos Rosas tenía una visión muy favorable para la posibilidad de las armas argentinas, por las condiciones de Bolivia más que por las propias. Y en su momento de mayor confianza proclamaba unos objetivos de máxima que llegaban al Potosí, coincidiendo sin dudas con los de las elites norteñas.

Desde 1833 las relaciones entre Santa Cruz y la Confederación no eran buenas. El presidente boliviano había puestos duros aranceles aduaneros a los productos de la Confederación. No reconocía las facultades de Rosas como encargado de RREE y no aceptaba en calidad de representantes de todas las provincias a los enviados federales, insistiendo en negociar por separado con las provincias norteñas y apoyar lideres sediciosos. Además, el líder boliviano mantenía relaciones con Brasil en la delimitación de fronteras de toda la región sin consultar a Argentina. Y, como ya mencionamos, a lo largo de 1835/36 hubo incursiones en Jujuy, Salta y Tucumán. A lo que hay que sumar las insistentes incursiones de fuerzas bolivianas. O del séquito de Fernández Campero para recaudar tributo en la Puna jujeña (enfrentando a las autoridades locales que veían que los “impuestos”, no tributos, le correspondían al estado local). O la persecución y captura de disidentes que se refugiaban en territorio del norte argentino.

Las ambiciones de Santa Cruz son puestas en dudas por algunos autores como Escudé y Cisneros. Sin embargo, hacen un análisis muy coyuntural, ya que consideran que en guerra con Chile el mariscal no podía proponerse tales ambiciones sobre el norte argentino. Pero lo cierto es que esa misma afirmación relativiza su mérito de confirmación. De hecho, las fuerzas de Braun cuando lograron ocupar la Puna Jujeña la anexaron como un departamento más de Bolivia. Y esperar que algún sector de la elite norteña prefiriera un gobierno más acorde a su pensamiento frente a los federales rosistas, no es para nada una hipótesis sino una tendencia que siempre anidó en los “unitarios”. Por ello el objetivo principal de Rosas era sin dudas terminar con la oposición política en el exilio boliviano, y para ello debía caer el gobierno de Santa Cruz, más allá de las cuestiones económicas y territoriales.

Los intereses norteños hacia las antiguas provincias del altiplano, al menos la incorporación de Tarija, implicaban un choque frontal con la posición de Santa Cruz. Lo cierto es que posibilidad de una victoria que le diera a las provincias norteñas un espacio económico propio que llegara a las minas alto peruanas, permitiría crear un polo económico viable frente al litoral. Esto permitiría, primero, incorporar al espacio de la Confederación argentina su propio espacio económico en ese momento fracturado por la frontera; y segundo, no depender unívocamente de Buenos Aires.

Por último, debemos ver en esta sintética presentación del conflicto, una cuestión de geopolítica más amplia. La Confederación enfrenta, a partir de 1837, una cantidad de desafíos militares que vistos en conjunto eran titánicos y que, sorprendentemente, superó. El conflicto con Bolivia-Perú coincide con el golpe de estado de Rivera en la Banda Oriental, que seguirá en meses en su alianza con los unitarios del general Paz y la invasión a Entre Ríos, Santa Fe y Buenos Aires por Lavalle. Mas la rebelión de los libres del Sur, y una oleada de malones indígenas. En esa fecha inicia un bloqueo francés, que incluye una agresión militar directa. Todos, para la visión federal, se encontraban articulados políticamente y contaban con la esperada protección francesa. El asesinato de Heredia y el comienzo de la rebelión en el norte con el derrocamiento de los gobiernos federales, sin dudas debió confirmar para Rosas sus sospechas en el norte.

Rosas recibía informes sobre la articulación con Santa Cruz desde la Banda Oriental por sus informantes de Montevideo, y por el mismo embajador chileno. Esto podía ser solo para inducir al Restaurador a una alianza formal como señala Escudé. O no, ser coincidencia y la consecuencia de la evolución de la política exclusiva de la región norte. O realmente ser una articulación más o menos formal, o al menos, intentada. Pero fue sin dudas parte de una coyuntura estratégica real, que el rosismo supero con éxitos militares, políticos y diplomáticos (Escudé, 1998).

 

Organización militar de las fuerzas enfrentadas

En el plano militar, Heredia disponía del ejército provincial, que había reorganizado recientemente con mayor apertura hacia los sectores populares y especialmente al campo donde estaba su base de apoyo principal (Macias, 2007). Contaba con unos 2000 hombres (el 10% de la población), pero es de destacar que eran en su mayoría fuerzas que se aproximaban más a una guardia local destinada a la seguridad y estabilidad del sistema que a una formación militar apta para una guerra convencional (al menos como fuerzas centrales de una campaña). Tampoco eran homogéneas políticamente, ni menos aún profesionales disciplinados. De hecho, la lealtad era diversa de acuerdo al origen del reclutamiento (por ello Heredia había creado nuevas unidades rurales donde contaba con más base social). Lo mismo se puede extender al resto de las provincias, con gobiernos recién establecidos y poco consolidados. O sea, el noroeste argentino estaba en un período de reorganización y el sistema era muy precario, teniendo en cuenta que el Estado nacional no existía. Esto sin dudas nos da un indicio de las dificultades de levantar un ejército nacional para una guerra convencional.

La guerra comenzó oficialmente el 28 de diciembre de 1836 con la declaración de guerra oficial de Chile. El 13 de febrero de 1837 el gobierno de Rosas declaró, por decreto, cerrada toda comunicación de personas, correspondencia y económica. El 16 de mayo,[5] Rosas designó a Alejandro Heredia “General en Gefe del Ejército Argentino Confederado de Operaciones contra el tirano General Santa Cruz” (Rosa, 1965, P. 259-260). Saldías, 1964, P. 47). Decidió no enviar tropas de refuerzo, entonces, el grueso del esfuerzo caería sobre las espaldas de los norteños. Finalmente, el 19 de ese mes Rosas declaró que “la Confederación Argentina está en guerra con el gobierno de Santa Cruz, y sus sostenedores”(Rosa, 1965. Vergara, 1938, P. 125. Basile, 1943). Como vemos con claridad, El Restaurador se preocupaba de indicar que combatía a un hombre y una política, no a un Estado y con él a un Pueblo. De hecho, uno de los presupuestos argentinos era contar con el apoyo de la población tarijeña, por ello los federales realizaron una campaña de propaganda. Ante el conocimiento del inicio de la guerra la población inquieta abandonaba sus lugares de residencia para refugiarse en el interior del país:

(…) temerosos de que las tropas argentinas saqueasen y cometiesen otros desmanes; pero que el recelo se disipó con motivo de haberse introducido en esos cantones papeles públicos (impresos) en los que se anunciaba que la guerra se dirigía contra el general Santa Cruz y de ninguna manera contra los habitantes de Bolivia. (Vergara, 1938. P. 126. Basile, 1943)

Lo que se verifica con la proclama de Heredia a los bolivianos en noviembre de 1837:

(…) si queréis libertar vuestro País de los estragos de la guerra unid vuestros esfuerzos a los argentinos en cuya compañía cometieses por la independencia de que gozáis y que en ningún sentido emular la Nación que manda protegeros (…) caiga el poder que oprime a vosotros y a nuestras libertades y cesará la guerra. (Heredia, 1937)

No es del todo erróneo el hecho de que la guerra no era deseada por los bolivianos, o que al menos tenían grades dudas respecto del entusiasmo de una guerra con la Argentina. El congreso del país vecino en su proclama a las tropas señalaba:

Soldados: No consideremos enemigos a los ciudadanos de la Confederación Argentina; hemos formado con ellos una sola familia, hemos peleado juntos por nuestra libertad e independencia; nuestra sangre, mezclada con la suya, ha sido derramada a torrentes por el enemigo común; los huesos de los bolivianos y argentinos aún se conservan reunidos en los campos de Guaqui, Vilcapujio y Viloma (Marof, 1961. P. 12)

Pero es de destacar que las fuerzas a cargo de Heredia en ese momento eran muy limitadas por lo que debió comenzar a organizar nuevos contingentes por su propia cuenta, convocando a las provincias de Santiago, Catamarca, Salta y Jujuy a que movilizasen sus contingentes y convocaran las milicias. La carencia de medios de las provincias interiores para encarar un conflicto de envergadura era evidente, solo se debe constatar la diferencia abismal entre los presupuestos de cada gobierno (el de Buenos Aires superaba al de todas las demás provincias juntas). Ante los conflictos, Heredia ya había solicitado a Rosas un auxilio inmediato de $ 3.000 en marzo de 1836. Rosas respondió enviando $100.000 y ofreciendo pertrechos (Escudé, 1998. P. 235). Y poco después, al inicio de la guerra, llegarían: 500 tercerolas y carabinas para la caballería, 900 fusiles para la infantería, 700 sables, 3.500 piedras de fusil y unos 54.500 cartuchos. Una parte del equipo para 1.400 hombres.

La historiografía discute cuánto fue el apoyo de Rosas, si fue importante o solo de compromiso. Están los que señalan que fue insuficiente, en consonancia con los dirigentes del norte argentina especialmente a partir del mal resultado militar. Y los que consideran que Rosas aportó mucho apoyo (los rosistas). Es difícil de definir. Ya que, si Rosas hubiera puesto en operaciones a un ejército como el que posteriormente condujo Oribe, probablemente hubiera conseguido una victoria. Sin embargo, los conflictos en el Río de la Plata necesitaban una atención particular como se vio inmediatamente.

El mismo Rosas respondió a Heredia justificando, y merecen ser transcriptos sus argumentos:

Por lo que respecta a las Provs. litorales de Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes, yo no dudo que cooperaran con empeño a tan justa como importante empresa, bien que si las cosas de la Banda Oriental no mejoraran de aspecto y llegan a tomar el muy terrible que ya se deja percibir, no harán poco en guardarse y defenderse por sí solas sin pedir auxilio a las demás, porque crea U. que el horizonte Oriental me da más que recelar, que el de Bolivia. Por estos lados litorales hay muchos Santa Cruces, y pocas Cruces Santas (…). (Rosas, 1937. Barba, 1951, p. 222)

Sin embargo, la movilización y el esfuerzo económico fue para las provincias del norte que, dada su mucho más débil situación financiera, sintieron el esfuerzo de guerra. Así se logó poner en pie una fuerza de unos 3.500 hombres recién para 1838. Cuando las operaciones ya se habían iniciado. A los que habría que sumar un número importante de milicianos jujeños.

En el Ejército del norte, Alejandro Heredia nombró a su hermano Felipe Heredia como jefe de Estado Mayor (sería el que se haría cargo de las operaciones en concreto). El orden de batalla consistió en tres divisiones. La primera a cargo del gobernador de Salta, general Pablo Alemán. Estaba compuesta por 2 regimientos y 2 escuadrones de caballería de línea, los primeros eran el Coraceros de la Confederación Argentina y Lanceros de Salta y los segundos el Dragones de Jujuy y el Restaurador de Aguilar; y 5 regimientos de milicias de infantería, el 1 y 2 de milicias de Jujuy y el 6, 9 y 10 de milicias de Salta. En total unos 1.000 hombres.

La segunda división era mandada por el teniente coronel Manuel Virto, y la formaban 2 regimientos de infantería y 4 escuadrones de caballería. Los primeros eran el Restauradores de línea y el 3 de milicias; y los segundos eran el Coraceros de la Guardia, el de granaderos, el de guías y el de lanceros. A estas unidades se sumaban dos batallones de infantería, el Libertad y el de Cazadores. En total unos 1.500 hombres.

La tercera división la formaban 1.000 hombres con 2 piezas de artillería, agrupados en las siguientes unidades: 4 regimientos y 2 escuadrones de caballería: los Coraceros de la Muerte, De Rifles, Coraceros Argentinos, 11 de milicias, 4 de milicias y Granaderos de Santa Bárbara. A ellos se sumaban dos batallones de infantería, el Defensores y el Voltígeros. La división estaba a cargo del General Gregorio Paz.

El armamento lo componían fusiles de chispa de 16 mm con bayoneta con un alcance eficaz de 200 metros y máximo de entre 400 y 500 metros. Se sumaban las carabinas con un alcance algo menor al de los fusiles, sables, pistolas y lanzas. La artillería fue muy poco usada debido a que se operaba en un terreno que, en general, era montañoso por lo que se consideró que no convenía el cargar con pesadas piezas, a lo sumo se llevaban culebrinas o morteros. En esta época la caballería se organizaba en regimientos compuestos de cuatro escuadrones cada uno, aunque en la guerra contra la Confederación formada por Perú y Bolivia tenían solamente dos.[6] La infantería argentina solía organizarse en regimientos compuestos a su vez por dos o más batallones divididos en compañías. El número de hombres variaba según la disponibilidad de efectivos. A su vez solía dividirse a la infantería en las unidades de línea (combatían en orden cerrado) y en las de ligera que combatían en orden disperso, lo que se llama comúnmente a manera de guerrillas.

Para enfrentar estas fuerzas, Santa Cruz dispuso unas fuerzas menores ya que su frente principal estaba en el Pacífico contra Chile, donde reunió un ejército de no mucho más de 5.000 hombres. Las cifras para nuestro frente varían entre los 2.000 y 4.000 hombres. Aunque eso pude deberse a que los números cambian a lo largo de los meses con movilización de milicias lugareñas, por ejemplo. Santa Cruz planificó su escenario estratégico, pensando en contener en el frente argentino, mientras vencía en el frente chileno. Por ello, podemos dar por ciertas las cifras aportadas por Clemente Basile de 2.400 hombres encuadrados en las siguientes unidades: Batallón 1.º de La Guardia, 5.º de línea, 6.º Socabaya, 8.º de Nacionales, con 300, 380, 700 y 600 hombres de infantería respectivamente; Regimiento Guías de la Guardia y Regimiento 2.º de Nacionales, ambos de caballería con un total de 4 escuadrones, 2 de ellos de cazadores, 1 de coraceros y 1 de guías. La artillería contaba con una brigada con 4 piezas al mando del comandante García. Todo comandado por Otto Philipp Braun (un oficial alemán) de las operaciones en el frente sur, secundado por los generales Francisco Burdett O’Connor (irlandés), Sebastián Ágreda y Timoteo Raña. El cuartel de Braun se estableció en Tupiza en donde se concentró su ejército, casi todos chicheños y tarijeños.

Es de destacar que el armamento de los ejércitos era equivalente, y si bien el número podía ser superior por parte de los argentinos, la calidad de la tropa de línea era superior la boliviana. Santa Cruz se había preocupado por construir un ejército sólido. Mientras que las fuerzas provinciales eran un collage de fuerzas locales más o menos profesionales más milicias reclutadas ad hoc. Con un comando cuya centralización era poco establecida, más allá de la designación de Rosas. Heredia debía la lealtad a sus éxitos, no a ser un general de estado, y la ejercía sobre fuerzas que estaban mediadas por lealtades provinciales. Falencia que arrastró el ejército federal, y el argentino en general, hasta bien avanzado el siglo XIX. Por otra parte, Santa Cruz, si bien no era un jefe de un Estado consolidado (de hecho, menos que la Argentina), sí era el jefe único al que los demás generales respondían. Por último, las tropas argentinas habían sido reclutadas a las apuradas, recodemos que las fuerzas se empezaron a reunir cuando ya había operaciones en marcha. Todo lo mencionado repercutió en el desigual comportamiento de las unidades y en las insubordinaciones que fueron consecuencia de los primeros reveses.

Desarrollo de las operaciones

La guerra en el frente argentino tuvo tres etapas. Una inicial, durante 1837, donde hay movimientos preparatorios, cada parte dispone sus fuerzas y realizan algunas operaciones y ataques de tanteo por parte de Braun que avanza y ocupa territorio jujeño, aunque sufriendo algunos contrastes. Una segunda, donde Heredia ordena la ofensiva hacia Tarija y la recuperación de la Puna. Siendo derrotado en el primer objetivo y fracasando en el segundo. Y una tercera, donde prácticamente cesan las operaciones y los conflictos internos de las provincias del norte paralizan al ejército, mientras que Santa Cruz se concentra en el frente con los chilenos.

El plan de Santa Cruz era que Braun se mantuviera a la defensiva con fuerzas menores, mientras las fuerzas principales bajo su mando enfrentaban a las chilenas. Sin embargo, Braun, que era un comandante capaz, tomó nota de la lentitud que manifestaban las fuerzas argentinas, decidió tomar la iniciativa concentró sus tropas en la estratégica Tupiza, ubicada en el centro del teatro de operaciones, lo que le permitía cubrir tanto el frente de Tarija como el de la Puna, y en agosto de 1837 destacó dos columnas hacia la Puna jujeña. Además, el comandante alemán desplegó un servicio de informaciones que lo mantenía al tanto de la debilidad de las defensas en la zona y realizaba tareas de propaganda alentando deserciones.

En ese momento las fuerzas argentinas estaban compuestas por unos 380 hombres que el gobernador Pablo Alemán había distribuido a partir de junio. Más que para enfrentar una invasión, para vigilar los diferentes pueblos de la zona y las posibles incursiones desde la frontera. Eran milicianos dispersos en las localidades fronterizas como Yavi, La Quiaca, Santa Catalina, San Juan y otros puntos menores. La columna occidental de Barun con 100 soldados, luego de pasar por Talina, el 28 de agosto ocupó La Quiaca sorprendiendo a las autoridades de Jujuy, que se entregaron. Ese mismo día tomaron también Cochinoca. La columna oriental, luego de pasar por Moraya, ocupó el 29 de agosto Santa Victoria e Iruya, en donde se rindieron las fuerzas del excoronel antirrosista Manuel Sevilla que las custodiaban, quien se pasó a las fuerzas bolivianas. La columna continuó luego por la quebrada de Humahuaca. Ambas se reunieron el 11 de septiembre en Humahuaca. En ese momento las fuerzas de Braun completaron la ocupación de la Puna la que se anexaron como departamento de Bolivia. En frente prácticamente no había resistencia, solo deserción de milicianos o pasaje a sus filas de jefes a cargo de las fuerzas locales.

Para ese momento Heredia estaba aún en Tucumán y las fuerzas federales no se habían siquiera reunido. Pero realizó algunos movimientos preparatorios. Envió una columna a ocupar el puerto de Cobija en el Pacífico, tomar contacto con los chilenos y coordinar operaciones. Y, con el informe del avance de las tropas enemigas hizo avanzar a su hermano Felipe con 400 jinetes[7] hacia Humahuaca, con la doble misión de rechazar la amenaza y para provocar al general alemán. El 12 de setiembre Heredia se lanzó a recuperar la población defendida por unos 300 bolivianos. Luego de varias cargas frontales en la que tanto atacantes como defensores sufrieron muchas bajas, las fuerzas bolivianas se fueron replegando hasta abandonar la población.

Heredia continuó la persecución de las fuerzas en retirada (Bidondo, 1987, p. 386), pero al perseguir a los bolivianos se encontró con una fuerza al mando del teniente coronel Fernando María Campero Barragán (Marqués de Yavi) enviada en apoyo para facilitar la retirada. Al día siguiente, el 13, se produjo el Combate de Santa Bárbara (el más importante de esta parte de la campaña), a unos 4 km al norte de Humahuaca, en donde Heredia rechazó a las fuerzas bolivianas de Campero. Estas contaban “doscientos veinte infantes del Batallón 89 provisional de línea, y cuarenta guías del Gral. a las órdenes del teniente coronel Fernando Campero, y de mi Edecán el Sargento Mayor José Valle” (Bidondo, 1987, p. 398) [8] y que se replegaron en orden hacia el norte en dirección a Chorrillos. Fuentes bolivianas citan este combate como una victoria propia, ya que consideran que el objetivo era asegurar una retirada en orden, de hecho, Braun consideraba poco propicio aferrarse al terreno en esas condiciones sin haber podido concentrar más fuerzas. En este combate las fuerzas bolivianas dejaron 15 muertos y 10 prisioneros y las argentinas 9 muertos y 8 heridos (Bidondo, 1987, p. 375).

A pesar de los partes de Braun a Santa Cruz, que hablan de derrotas argentinas, en ese caso vemos que las fuerzas federales quedaron dueñas del terreno y que Braun ordenó la retirada de todas sus fuerzas hacia Yavi donde había establecido su cuartel general. Creemos que es posible considerar que esa fue una victoria del ejército de Heredia. Aunque sus tropas no avanzaron más, por temor a tener que enfrentarse con el ejército altoperuano reunido y por la existencia de motines en la retaguardia.[9] Lo cierto es que terminaron esta parte de la campaña con cierta ventaja, aunque sin poder explotar esta victoria táctica. Pero, de hecho, Braun siguió dominando gran parte de la Puna jujeña, lo que lo dejaba en una ventaja operacional destacada.

Como vemos esta fue la percepción: Bernardo Jiménez, comandante del 3° Escuadrón Restauradores a Caballo, escribió desde Huacalera al gobernador de Salta el 24 de septiembre señalando el triunfo argentino:

Como comandante del Tercer Escuadrón Restauradores a Caballo, solicitó a Vd. en forma urgente sirva enviarme un poco de yerba y azúcar para los enfermos y coca para todos principalmente para las avanzadas y bomberos. Después de diez días del triunfo de Santa Bárbara, mis pobres hombres desfallecen de hambre, de agotamiento, de frío y de sueño. Este último premio le pido a Vd. en estos momentos tan angustiantes (Garrido, 2016).

En el frente chileno, Santa Cruz había obtenido ventajas y Chile firmó la Paz de Paucarpata el 17 de noviembre de 1837, quedando momentáneamente fuera de juego. Así el mariscal Santa Cruz pudo concentrar sus esfuerzos en el frente argentino. Aquí vemos que se inicia una segunda fase de la guerra. Mientras tanto, las fuerzas argentinas intentaban recuperar el territorio perdido, con una guerra que podemos llamar de partidas. El 11 de diciembre, el capitán Aramayo logró una victoria sobre el comandante boliviano Colqui en el Combate de Vicuñay cerca de la aldea de Tres Cruces (al norte de Tilcara unos 320 km), Colqui y 20 de sus hombres cayeron prisioneros. El 2 de enero de 1838, un destacamento al mando del capitán Gutiérrez chocó con una partida boliviana de 16 hombres en el Combate de Rincón de las Casillas (3 kilómetros al sur de Negra Muerta en Salta), 10 de los cuales quedaron prisioneros, ocupando la posición. Mientras esa noche, dos fracciones bolivianas que acechaban las fuerzas federales que había, tomaron la localidad y combatieron entre sí, por error, en la oscuridad. Los bolivianos se retiraron hacia Iruya en Salta donde se estaba estableciendo una fuerte posición y desde donde se podía amenazar tanto hacia Oran como hacia Jujuy.

A lo largo de enero de 1838, Braun volvió a ordenar al avance de sus fuerzas ocupando nuevamente Cochinoca, Abra Pampa y Humahuaca. Heredia retrocedió concentrado sus fuerzas en Itaimari y Hornillos al sur de Tilcara. Las fuerzas argentinas se mantuvieron en operaciones activas con varios destacamentos para hostilizar el avance de Braun. El coronel argentino Gregorio Paz logró tomar San Antonio de los Cobres en la quebrada del Toro al oeste de Santa en la Puna de Atacama, el coronel argentino Mateo Ríos avanzó desde San Ramón de la Nueva Orán, en el noreste de Salta, hacia Iruya acechando a las fuerzas de Braun por su flanco izquierdo, y otras partidas al mando del teniente coronel argentino Baca realizaron acciones de hostigamiento, por lo que Braun volvió a retroceder. Poco después, Chile regresó a la guerra y lanzó unas fuerzas bien preparadas contra el Perú, con lo que Santa Cruz volvió a concentrar su atención sobre ese frente. Así la posibilidad de una invasión en escala por parte de Braun dejo de ser el temor principal. Lo lógico parecía que los bolivianos pasaran a la defensiva en las posiciones conquistadas.

En esta segunda etapa, Heredia pone en práctica la anunciada ofensiva argentina. El ejército federal ya estaba, en teoría, formado con las tres divisiones que mencionamos más arriba, y se decidió avanzar en dos columnas. Una por la quebrada que debía enfrentar a las fuerzas principales de Braun y vencerlas (o al menos aferrarlas), mientras que la otra columna avanzaría por las yungas desde la zona de Oran para atacar, tomar Tarija y seguir hasta el rio Suipacha e inclusive tomar la base de Tupiza, dejando a Braun aislado. Se suponía que esa ruta y la ciudad de Tarija debía estar menos defendida. La idea en los papeles no era mala. Aunque las fuerzas eran relativamente reducidas. Si Braun conseguía mantener a sus fuerzas de tal forma que se pudieran apoyar donde estuviera el combate principal y derrotar ambas fuerzas por separado, el plan fracasaría.

En abril de 1838, la división de Paz, con 1.000 hombres, invadió territorio boliviano, marchando por la zona de las yungas con la disposición de tener una retirada segura por la zona dominada por indígenas que apoyaban a las fuerzas federales. Salió bien parada en enfrentamientos menores contra los destacamentos bolivianos en la frontera. El 27 de mayo se libró el Combate de la Laguna Acambuco (en el extremo norte de la argentina actual), ingresando en territorio actualmente boliviano hacia el poblado de Calapari (unos 15 km. Al norte de la Yacuiba en la frontera actual) donde estaba estacionada una guarnición boliviana. El comandante local, Cuellas, estaba dispuesto a rendirla y pasarse al bando argentino, pero no contaba con el consenso de los demás oficiales. El 29 de mayo Paz atacó realizando una típica maniobra de atacar por el frente con una parte de los efectivos y con otra parte realizar un flanqueo. Las fuerzas bolivianas se vieron superadas (también debe contarse con la poca voluntad de Cuellas de enfrentar a los argentinos) y comenzaron a retirarse. Las fuerzas de Paz se lanzaron en una persecución intentando sobrepasarlas y evitar su fuga, pero no lo logaron. En esa persecución de unos 20 Km, Cuellas se pasó al bando federal con un escuadrón de caballería.

La división argentina continuó su marcha hacia Tarija con la idea de que la situación era muy favorable, avanzando unos 40 Km, y, el 3 de junio, Paz logró la victoria en el Combate de San Diego.[10] Aprestándose a ingresar en el valle tarijeño de San Luis, ocupando el pueblo de ese nombre, librando el 9 de junio el Combate de El Pajonal unos 40 km al este de Tarija, en donde el teniente coronel Ubiens con 200 hombres no pudo cortar la retirada de las fuerzas bolivianas que lograron escapar hacia Tarija.

La proyección del avance parecía tranquila y de acuerdo a lo previsto, recordemos que Heredia pensaba que las fuerzas de Braun se operaban en la línea de Jujuy, no de Oran, y que las poblaciones de Tarija serian favorables a sus fuerzas. Las fuerzas argentinas integradas por 750 hombres de todas las armas llegaron al valle de San Luis (hoy Entre Ríos) que se abría a Tarija al oeste, llegando allí el 10 de junio de 1838 (Vergara, 1938; Basile, 1943). Allí se definiría la campaña. Es de destacar que el 11 de junio las fuerzas que avanzaban sobre Iruya, al mando del teniente coronel Manuel Vitro, habían fracasado en el asalto a la localidad y se habían retirado, lo que dejaba el flanco del avance de Paz muy expuesto por el sur, además de que liberaba a las fuerzas de Braun del dilema ante dos líneas de avance, pudiendo concentrar toda su fuerza en Tarija.

Las fuerzas defensoras de Tarija contaban inicialmente con unos 200 infantes y 50 jinetes, a principios de junio. Pero el comandante en jefe boliviano, con su base ubicada en forma correcta para controlar y apoyar los dos escenarios, recibió la información de la amenaza y condujo personalmente unos 1.900 hombres de refuerzo. Aquí las versiones argentina y boliviana difieren. Ya que para los partes argentinos la batalla es contra las fuerzas de Braun (muy superiores), mientras para la boliviana es contra los defensores de Tarija (inferiores en número). Es probable que la versión argentina se aproxime más a la realidad. Ya que se basa en el dato de que Paz recibió el informe de la derrota de Iruya y que las fuerzas de Braun estaban libres, además de su retaguardia amenazada, y haya decidido retirarse preventivamente, pensando en la posibilidad de la concurrencia (real) de prontos refuerzos bolivianos.

Lo cierto es que las fuerzas de Braun se hicieron presentes y la persecución fue rápida. Durante 10 días, las fuerzas de Braun persiguieron a las de Paz por caminos difíciles hacia el sur. Hasta que en la zona Cuyambuyo (cerca ya de la actual frontera argentina en el alto Bermejo) el 24 de junio los bolivianos le dieron alcance librándose el combate de Montenegro, que fue decisivo.

Las fuerzas argentinas se formaron para la batalla en forma clásica, con un centro de infantería en cinco líneas y alas de caballería para evitar los flanqueos enemigos. La lucha duró cinco horas, la posición argentina se quebró ante la deserción y el pase al bando enemigo de las milicias de la Puna, a pesar de ello otras fuerzas resistieron y permitieron la retirada. Algunos autores argentinos (de los muy pocos que tratan la batalla) hacen un relato con ciertos tintes épicos que nos atrevemos a sugerir matizar:

Al llegar a la cuesta de Cuyambuyo, (Paz) decidió enfrentarse al enemigo. Destino una fuerte agrupación constituida por el escuadrón de Rifles, una compañía del regimiento Coraceros Argentinos y ciento cincuenta hombres de infantería, a las órdenes del teniente coronel Manuel Ubierna. (Vergara, 1938. Basile, 1943)

Según Miguel Ángel Vergara, al iniciarse el combate:

(…) la infantería de la Puna desertó volviendo sus armas contra sus mismos compañeros. (ya en desventaja) Las fuerzas bolivianas en reiteradas cargas y acometidas de infantería lograron abrir varias brechas, por las cuales flanquearon a las tropas argentinas desde diversas direcciones. A pesar de la desigualdad de las fuerzas, el combate duró cinco horas. Fue heroica la resistencia puesta de manifiesto de cincuenta infantes de la ciudad de Jujuy al mando del capitán Bernardo Lagos, de los rifleros del coronel Salvador María González, de las fuerzas del coronel Marcos Paz y de la vanguardia a cargo del comandante Mateo Ríos. Muchos argentinos fueron tornados prisioneros y otros se pasaron al enemigo. (Vergara, 1938. Basile, 1943)

Debemos destacar que, a pesar de la absolutamente desfavorable situación táctica y la incertidumbre operacional (deserciones en medio de la batalla, inferioridad numérica, agotamiento, desconocimientos de cómo se encontraba el camino de retirada), Paz consiguió retirar el resto de sus fuerzas. Pero el objetivo de tomar Tarija y avanzar hasta la frontera de Chuquisaca se desvaneció, retirándose hasta su base en el Valle de Zenta (Orán). El saldo fue de entre 250 y 300 bajas (más de 200 prisioneros, entre ellos 20 oficiales) y la perdida de abundante equipo, lo que para una fuerza de menos de 1000 hombres es un duro golpe. Mientras que las fuerzas de Braun solo contarían con 10 muertos y 15 heridos. Así la división de Paz quedaba neutralizada. Aunque no destruida, y aún se encontraba el resto del ejército y la reserva.

Paralelamente se desarrollaba la campaña que Alejandro Heredia había ordenado para desalojar a las fuerzas bolivianas de sus avanzadas en Jujuy, y que desde Iruya amenazaban el flanco de la división de Paz. Para ello, se envió a una parte de la división de Felipe Heredia al mando de Manuel Vitro a tomar Iruya, con menos de 300 hombres, de los 1.500 que disponía “en papeles”; lo que puede estar relacionado con la falta de estabilidad política. El 10 llegó a las proximidades del poblado y después de explorar la zona se desplegó dispuesto a asaltarla. El ataque fue exitoso, en un primer momento, al obligar a los bolivianos (una cifra levemente superior), a retirarse al pueblo desde las líneas de avanzada. Pero saliendo de campo abierto pudieron parapetarse y defendieron su posición con firmeza. Los reiterados asaltos frontales no pudieron quebrar a los defensores, y finalmente se resolvió desistir, dejando la estratégica Iruya en manos del enemigo e iniciando una retirada que dejó las manos libres a los bolivianos en ese frente, descomprimiendo la situación para los del Altiplano.

Luego de ambas victorias, Santa Cruz aprovecha esta situación. Ya había decidido dar por terminada la campaña contra Argentina el 18 de abril para concentrarse en el frente contra Chile. Con las nuevas victorias y el repliegue de las fuerzas argentinas, que se encuentran abocadas a conflictos internos y que abandonan todo tipo de operación, la Confederación Peruano-boliviana queda dueña de la Puna Jujeña, y el frente “congelado”.

Algunas cuestiones contextuales

Es importante entender un elemento de geopolítica que condiciona la operación desde el punto de vista de Rosas, y se suma a los problemas políticos en el norte: El 28 de marzo de 1838 comenzó el bloqueo francés, en julio de 1836 se había levantado Fructuoso Rivera en la Banda Oriental contra Oribe, y con esa base los unitarios comenzaban una nueva rebelión en el litoral. Las cuestiones en el Rio de la Plata se estaban complicando en forma acelerada. De hecho, la sospecha de coordinación francesa, e inclusive inglesa, de las acciones en el litoral y en el norte no dejaban de tener fundamento. Además de los informes propios, y de los chilenos, en Francia la prestigiosa Revista de Deux Mondes elogiaba al Mariscal Santa Cruz como uno de los hombres “más respetables y más inteligentes”, lo que, al ir en paralelo con feroces ataques a Rosas y el inicio de la intervención francesa, es llamativo (Marof, 1961, p. 8). Los mismos ingleses presionaron a Rosas indicando que Santa Cruz tenía derecho a constituir su Estado y no debía la Confederación Argentina intervenir (Escudé, 1998).

La última parte de la guerra no tiene prácticamente operaciones en el frente argentino, Heredia se encontraba acosado por disensiones, el enorme esfuerzo económico que elevó el gasto militar al 60 % del presupuesto provincial por dos años (Macias, 2007. P. 16) (desde el 40% antes y después de la guerra), el fracaso de las operaciones militares y la falta de más apoyo de Rosas, lo colocaron en una situación de debilidad. Repliega al ejército y este se dispersa. Las luchas internas, la poca disciplina y voluntad de lucha, se manifestó en forma permanente y minaron gravemente a las fuerzas argentinas.

Estas no cumplían ninguna de las condiciones de la triada clausewitziana: fervor popular y de la tropa, inteligencia y unidad de mando, ni una estrategia política estatal clara que condujera y sostuviera el conjunto de la guerra. Durante todas las operaciones hubo permanentes deserciones y motines, solo señalemos los más graves y evidentes: en septiembre de 1837 se amotinó en Salta el Batallón Cazadores de la Libertad; el 2 de febrero de 1838 se amotinaron en Humahuaca los Coraceros de la Muerte; el 29 de marzo de 1838 se sublevó en Santiago del Estero el coronel Carrillo. Los milicianos jujeños (a los que no incluimos entre las fuerzas que detallamos) desertaban aleatoriamente y no se los consideraba confiables. Si bien cada uno de estos hechos puede tener una explicación, lo cierto es que hacen a la ineficacia del ejército. Frente a esto, las fuerzas de Braun contaban con un núcleo bien sólido sobre el que se podían agregar fuerzas de menos calidad y confianza. Las fuerzas federales eran una “federación” de unidades y eso atenta gravemente contra la eficacia de un ejército.

De hecho, el 12 de noviembre de 1838, Alejandro Heredia fue asesinado en Tucumán por sus opositores que poco después formarían la segunda coalición unitaria antirrosista. Con el asesinato de Heredia, Rosas toma el mando a la distancia. Desplazó a Felipe Heredia como jefe del estado mayor del ejército y colocó José Manuel Pereda. Lo mismo hizo con Alemán como jefe de la división y unidades jujeñas. Tanto Alemán como Felipe Heredia, muerto Alejandro Heredia, su sostén, fueron desplazados inmediatamente de sus cargos como gobernadores de Salta y Jujuy por opositores locales, lo que muestra la debilidad de estos jefes, cuestión que no pudo dejar de tener efectos sobre su rol como comandantes de tropas provinciales que, justamente, eran leales a jefes que tuvieran sustento.

Finalmente, el 20 de enero de 1839 en Yungay, fuerzas chilenas apoyadas por peruanos disidentes vencieron en forma decisiva al ejército de Santa Cruz y desapareció la Confederación Peruano-boliviana. Argentina quedó como vencedora. El 26 de abril de 1839 el gobierno argentino dio oficialmente por terminada la guerra. Las negociaciones de Rosas se centraron en la cuestión comercial, la apertura del comercio, sin trabas aduaneras para argentina y la retirada de los bolivianos de las zonas de la puna jujeña que mantenían ocupadas. Pero dejó de lado las reivindicaciones territoriales por Tarija, las que eran el botín que las provincias del norte consideraban básico para el esfuerzo de guerra. Sin dudas esto generó más malestar con la autoridad del encargado de las RREE. Pero no debemos ignorar que las fuerzas argentinas del norte hicieron un mal papel en la guerra y que la victoria se debió a Chile

Balance y conclusiones

Venimos señalando que los ejércitos son provinciales y se articulan ejércitos nacionales solo como agregados de partes ad hoc. Sin embargo, Rosas, sin dudas, y los contemporáneos lo reconocen así, se adjudica el mando supremo de las FFAA al poner y sacar oficiales después de la muerte del hombre fuerte de la región. Lo cual no lo señalamos como crítica, sino como la tendencia contradictoria entre centralización y autonomía de las partes. En las FFAA demás está decir que la segunda opción atenta contra su efectividad.

Si uno analiza el dispositivo operacional de Heredia no es malo. Toma en cuenta dos posibles líneas de operaciones: la Puna por la quebrada, y hacia el este la yunga por el lado de Oran. Simplemente ante los primeros contratiempos sus fuerzas se debilitan y deben retroceder quedando paralizadas, en medio de contradicciones políticas en la retaguardia que mina un mando y le impiden movilizar reservas y recursos. Respecto de la disposición operacional podemos ver que Braun es más hábil: se ubica en el centro con capacidad de moverse a donde se dé el escenario principal, mientras que avanza por donde encuentra la menor resistencia deteniéndose y aguantando cuando las cosas pueden ser complicadas. En definitiva, cumple con creces la estrategia que le asignó Santa Cruz.

Las previsiones de Heredia demostraron ser equivocadas. Los apoyos locales a la guerra débiles y las poblaciones no se manifestaron a su favor. Como señalamos al principio la unidad de identidad regional no permitía hacer de la guerra algo popular, por el contrario. De hecho, en esto los federales parecían tener una cierta claridad al señalar insistentemente que su guerra era contra Santa Cruz y no contra los bolivianos. Pero esto no se refleja en concreto, ya que esperaban alzamientos de tropas y población a su favor. Cosa que no sucedió. Por el contrario, hubo deserciones muy importantes en las fuerzas federales. Aunque también (menos) en las fuerzas bolivianas. A pesar de que la presencia de Paz en Tarija fue muy breve y coronada por una derrota militar (no muy dura es necesario aclarar), el dispositivo federal quedó al borde del colapso, ya que no estaba preparado para una resistencia dura.

La opinión de la falta de apoyo de Rosas (Escudé, 1998) a la campaña es discutible, en realidad existen diferentes prioridades en los objetivos últimos: para Rosas la prioridad era eliminar a los “unitarios” y asegurar la frontera norte; para Heredia y los norteños, conquistar al menos Tarija y aumentar el peso geopolítico de la región con las nuevas adquisiciones. Segundo: diferente valoración de las fuerzas propias, para Heredia la guerra debía ser encarada como una prioridad de toda la Confederación, y debían llegar fuerzas desde el litoral; para Rosas era una cuestión más de contención frente al desafío en la región del Plata, depositaba su confianza en las provincias del norte y especialmente en que Chile cumpliera un rol determinante en la guerra. Tercero, Ambos por igual, creían que los bolivianos se manifestarían favorables a los federales rioplatenses y no tendrían un espíritu de lucha mínimo, lo que haría relativamente fácil la victoria, por ello Rosas podía imaginar avanzar hasta Potosí.

Rosas condujo bien la “gran estrategia”. Se embarcó en la guerra apoyando las propuestas de Heredia, y envió equipos. Hombres no faltaban (las fuentes nos muestran unos 3.500 argentinos contra unos 2.500 bolivianos), ¿más dinero para sostener la logística local? Puede ser, pero la base material regional era pobre y estaba fragmentada. Sí es muy claro que faltaron tropas fogueadas, disciplinadas y combativas como las que Rosas podía enviar, mientras que la recluta en el pueblo llano, rápida y entre población que no era afecta a una guerra con vecinos que no percibía como enemigos, resulto ineficaz. Insistimos en la triada de Clausewitz: uno de los tres temas que plantea es el ardor guerrero que corresponde al pueblo, y este son los soldados. De hecho, un observador de la época señalaba la falta de patriotismo de las tropas de la Puna.[11]

Sin embargo, en este punto es de destacar que la condición social de los Jujeños y especialmente de los puneños se había deteriorado desde el fin del sistema Güemes que otorgaba ciertas libertades a los milicianos (todos los hombres en la práctica). Como señalan todas las fuentes con mayor o menor énfasis (Carrillo, 1877. P. 400) [12]la situación de tributo y/o semi feudalidad en que se encontraban las poblaciones de la Puna jujeña fue un grave problema en la provincia hasta entrado en siglo XIX. El Marqués de Yavi, Fernández Campero, se titulaba señor de territorios a ambos lados de la frontera, lo que implicaba una autoridad de antiguo régimen sobre los campesinos indios de la Puna. Y esto sin dudas influyo en la debilidad combativa de unos milicianos que ante la disyuntiva de enfrentar a su señor siguiendo a unos jefes más “modernos” pero que nada le prometían en lo social, pudieron decidir hacer un paso al costado (desertar).

Rosas no se equivocaba al atender el frente litoral, no porque fuera estrechamente porteño, sino porque los enemigos de la confederación en esa región eran muy poderosos y lo demostraron ese mismo año. La alianza con Chile debía ser garantía de victoria. De hecho. Rosas negoció correctamente con Chile intentando tener en cuenta los intereses norteños. Pero los chilenos fueron inteligentes en ser precavidos ante las grandes demandas rosistas. Finalmente, la guerra, como el mismo Rosas reconoció al gobierno chileno, la ganaron ellos, no había nada firmado y no insistió en las demandas de máxima con necesaria humildad.

La Confederación fracasó por causas internas. Falta de maduración nacional que afectaba la construcción de sus ejércitos, por la inestabilidad y la falta de solidez del estado federal y con él del ejercito confederado, poco profesional y propicio al fraccionamiento. En el mismo asesinato de Heredia radica la razón del fracaso de la guerra desde el frente argentino.

Por último, vemos que existió una muy contraproducente descoordinación entre Argentina y Chile. Si la estrategia rosista era la correcta para las fuerzas implicadas, lo cierto es que debió acompasarse con los chilenos. Sin embargo, en la primera ofensiva chilena hasta que estos sufrieron una derrota y firmaron una tregua, las fuerzas argentinas aún no estaban conformadas. Después, cuando las fuerzas norteñas atacaron lo hicieron con los chilenos pasivos, lo que permitió a Santa Cruz prestar más atención al frente de Tarija. Finalmente, los chilenos realizaron su ofensiva definitiva, pero las fuerzas argentinas estaban desarticuladas y no estuvieron en condiciones de aprovechar.

En definitiva, para nosotros es clave tener en cuenta como las limitaciones propias de un ejército que expresaba una forma precaria de organización nacional y de una identidad nacional aun en definición. La confederación era una organización provisoria (como el mismo Rosas señalaba y como estaba estipulado en el Pacto Federal). Los ejércitos seguían siendo provinciales, y en muchas provincias solo eran una extensión en su organización de las normativas de Carlos III.

Inclusive, el Ejército federal estaba por detrás en su concepción organizativa respecto de los ejercito de la independencia. Que han existido ejércitos federales rosistas muy eficaces, se debe a la existencia de oficiales de alta calidad, soldados convencidos de su causa o más leales a su “partido”, y al mayor desarrollo institucional porteño y del litoral en general (además de los mayores recursos). En el interior, y más aún en el norte, esto no se daba de la misma manera, la estadidad federal debía aun madurar. Y la concepción de unas FFAA confederales adolece de problema de la diversidad de mandos y la negociación de sus partes, es como una estrecha alianza. Lo que afecta gravemente la operatividad en el campo de la guerra concreta.

 

 

 

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3 Cuando las fuentes hablan de la Puna en esta guerra no se refieren a lo que en la actualidad llamamos “puna”. Es la puna jujeña, la zona de la quebrada de Humahuaca que se encuentra entre la Puna de Atacama y la cuidad de Jujuy y sus alrededores.

4 Juan Manuel de Rosas al gobernador de Tucumán, Buenos Aires, 30 de mayo de 1835. Las invasiones más fuertes fueron: las del coronel Javier López, jefe unitario, expulsado por Heredia de Tucumán se refugió en Bolivia. Atacó en 1834 (apoyado por el gobernador de Salta Pablo Latorre), lo que culminó con su derrota en la Batalla de Chiflón. Nuevamente en 1835 fue derrotado en la Batalla de Monte Grande, en donde fue fusilado. Allí Heredia tomo el poder en Salta y Jujuy. También en 1835 Felipe Figueroa invadió la Provincia de Catamarca. En 1836 otro unitario, Mariano Vázquez, contando entre sus filas a fuerzas bolivianas, atacó poblados puneños. En enero de 1836 llegó a Tucumán desde Catamarca burlando las guardias y fue derrotado en Famailla.

5 Ante el evidente inicio de operaciones desde el norte argentino, Santa Cruz, que se encontraba empeñado en el frente chileno e interno, decidió enviar a un mediador con intenciones de conciliar con Rosas. Afirmaba que el boliviano no intervendrá en las internas argentinas. La opción de Santa Cruz parece errónea. El mediador Napoleón Bonetti era considerado por la Confederación argentina un “salvaje unitario” y proscripto, por lo que fue detenido.

6 Revisionistas: https://www.revisionistas.com.ar/?p=1556

7Eran 400 hombres de las fuerzas de la primera división de Felipe Heredia, que el 1 de setiembre habían llegado a Jujuy, un escuadrón del regimiento “Restauradores a Caballo”, otro del “Cristinos de la Guardia”, un escuadrón de milicia y una compañía de tiradores.

8 Informe del general Braun sobre la batalla del 15 de setiembre de 1837.

9 Debido a una serie de sublevaciones en varias provincias argentinas (en septiembre de 1837 se amotinó en Salta el Batallón Cazadores de la Libertad; el 2 de febrero de 1838 se amotinaron en Humahuaca los Coraceros de la Muerte; el 29 de marzo de 1838 se sublevó en Santiago del Estero el coronel Carrillo), las fuerzas de Heredia fueron replegadas hacia Salta.

10 Participaron de la segunda compañía de granaderos, 15 tiradores del regimiento Coraceros Argentinos y una compañía del batallón Defensores

11 “En la Puna la situación moral es desastrosa (…) se dedican al contrabando (…) a tal punto llega las desconfianzas de los jefes argentinos respecto al espíritu de los puneños, que fue necesario separar al comandante de Yavi don Fernando Arancibia. Ese espíritu antipatriótico manifestándose (…) en la mala voluntad que mostraban esas gentes cuando se las llamaba construir escuadrones para defender el suelo argentino”. (Vergara 1938. P.146).

12 Este libro reviste el interés de estar escrito como una historia oficial de la provincia. Publicado en 1877, es profundamente antifederal y antirrosista, en particular. Pero da cuenta del hecho de que, aun en la década de 1870, los descendientes del Marqués de Yavi seguían intentando imponer tributos a los indios de la Puna generando conflictos con el gobierno provincial y nacional argentino