Casus Belli IV (2023), 69-87
Recibido: 05/05/2023 - Aceptado:11/06/2023

 

La Estrategia Fabiana

Pablo Palermo

Autor independiente

 

Resumen: En el marco de la segunda guerra púnica, la actuación del general cartaginés Aníbal Barca resultó una dura prueba para los romanos. Vencidos contundentemente en las primeras batallas campales, los romanos designaron dictador a Quinto Fabio Verrucoso, quien intentó un modo de guerra inusual para Roma. Sus enseñanzas perduraron. En este trabajo se describirá el contexto histórico en el que actuó Fabio, se reseñará el análisis de su legado hecho por diversos pensadores del arte de la guerra y se aportarán ejemplos de la aplicación de aspectos de la estrategia de Fabio a lo largo de los siglos.

Abstract: In the Second Punic War, the performance of the Carthaginian general Hannibal Barca proved a severe test for the Romans. Soundly beaten in the first pitched battles, the Romans appointed Quintus Fabius Verrucosus as dictator, who tried an unusual mode of warfare for Rome. His teachings endured. This paper will describe the historical context in which Fabius acted, review the analysis of his legacy by various thinkers on the art of war, and provide examples of the application of aspects of Fabius' strategy over the centuries.

Palabras clave: historia, historia romana, guerras púnicas, segunda guerra púnica.

Keywords: history, Roman history, punic wars, second punic war.

 

 

Introducción

Las guerras púnicas son, probablemente, las más célebres de la historia del antiguo mundo occidental. La lucha entre Roma y Cartago por el dominio de la cuenca del Mediterráneo al Oeste y Sur de Italia se extendió por más de cien años, pero tuvo su pico más dramático en los primeros años de la segunda contienda (218-202 A.C.) con la descollante participación del general cartaginés Aníbal Barca quien, sorpresivamente, llevó la guerra al territorio de Italia, derrotando a los romanos en sucesivas batallas. Aunque años después fue derrotado por Publio Cornelio Escipión “El Africano”, en Zama en el 202 A.C.. Al inicio de la guerra, el futuro “Africano” era un joven de apenas 17 años que estaba iniciando el camino de la milicia bajo el consulado de su homónimo padre. La superioridad táctica de Aníbal, demostrada en las batallas de Trebia y Trasimeno no podía ser equilibrada por los romanos en esos años, y la crítica situación derivada de las derrotas sufridas en dichas batallas llevó a los capitolinos a recurrir al nombramiento de un dictador, Quinto Fabio Verrucoso, quien adoptó un modo de guerrear inusual para los romanos con el fin de contrarrestar la habilidad del general cartaginés.

Antecedentes

Vencida en la primera guerra púnica (264-241 A.C.), Cartago debió ceder a Roma su dominio sobre Sicilia y luego sobre Cerdeña y Córcega, pérdidas sustanciales para una nación cuya principal actividad era el comercio. Para reemplazar tales mermas, Cartago dirigió su atención a Hispania (actual España), expandiendo su actividad mercantil y política en la península ibérica. Precisamente allí se generó el casus belli de la segunda guerra púnica, con el ataque cartaginés a la ciudad de Sagunto. Roma, si bien no hizo nada por socorrer a su aliada, declaró la guerra a Cartago (Healy, 1995, p.6).

El plan romano preveía una clásica guerra ofensiva, llevando las operaciones a Hispania y África, con sendos ejércitos al mando de los dos cónsules del año 218 A.C., Publio Cornelio Escipión (el padre de “El Africano”) y Tiberio Sempronio Longo, para lo cual comenzaron a trasladar sus legiones hacia Hispania y Sicilia, respectivamente. El plan de Aníbal, al mando de las tropas cartaginesas en la península ibérica, no era esperar a los romanos. Reunió su ejército compuesto por soldados africanos e hispanos y partió por tierra desde Hispania hacia Italia. Esta última decisión estaba justificada, porque los romanos controlaban el Mediterráneo y hubieran podido impedir el traslado del ejército enemigo por mar y, además, porque Aníbal esperaba poder obtener el apoyo de los celtas del Norte de Italia, recientemente vencidos por los romanos (Fuller, 2010, p.171-172).

En la escala hecha en la desembocadura del río Ródano, en el Sur de Francia, rumbo a Hispania, Escipión tomó conocimiento de una noticia sorprendente: un numeroso ejército cartaginés se estaba dirigiendo por tierra hacia los Alpes para invadir Italia por el Norte. Frente a tal acontecimiento, resolvió dejar el mando de sus tropas a su hermano Cneo para que siguieran el camino hacia Hispania, pero él retornó a Italia, donde dio aviso de la llegada de los cartagineses, mandándose llamar al ejército del otro cónsul, Sempronio, desde Sicilia hacia la actual Emilia-Romagna italiana. Mientras tanto, Escipión se puso al mando de las fuerzas que custodiaban el recientemente ocupado Norte de Italia.

Tras el épico cruce de los Alpes (donde perdió la mitad de sus tropas), Aníbal penetró en Italia y obtuvo el apoyo de los celtas boyos e insubres que reforzaron su ejército, conformado entonces por la infantería africana, española y celta, con la célebre caballería ligera númida (originaria del Norte de África, en la actual Argelia) y una fuerza de elefantes de guerra. Se trataba de un ejército básicamente mercenario que enfrentaría a las tropas romanas de leva ciudadana, cuyo reclutamiento se hacía anualmente y al final de cada campaña, el soldado-ciudadano volvía a sus labores cotidianas. El período de servicio era de al menos seis años consecutivos. Esto no significa que el ejército romano fuese una milicia campesina desorganizada. Disciplina y entrenamiento eran su sello (Keppie, 1998, p. 55). En el siglo III A.C. el típico ejército consular romano estaba integrado por dos legiones de unos 4.000-5.000 hombres de infantería cada una más unos 300 hombres de caballería y el auxilio de otras dos unidades del tamaño y organización de las legiones aportadas por los aliados itálicos (socii) y su contingente de caballería.

En el mes de noviembre de 218 A.C. se produjo una escaramuza de caballería en Tesino, prevaleciendo los cartagineses, en la cual fue herido el cónsul Escipión. Con la llegada de Sempronio, los dos cónsules unieron sus fuerzas, pero a causa de la herida de aquél, el mando de los itálicos quedó en manos de Sempronio quien contaba con una fuerza estimada en unos 36.000 infantes y 4.000 jinetes (Polibio, 2016, Libro III). Romanos y cartagineses acamparon en las cercanías de las distintas orillas del río Trebia, un afluente del río Po. Aníbal estaba ansioso de enfrentar a los romanos, confiado de su habilidad, para consolidar su vínculo con los celtas. También Sempronio estaba deseoso de enfrentar a Aníbal, aunque por razones de orgullo personal.

Tras estudiar el terreno, Aníbal concluyó que el campo al Norte del río Trebia era abierto, lo que permitiría atraer a los romanos, a la vez que la vegetación le posibilitaba esconder tropas para atacar la retaguardia enemiga en el momento oportuno. Para tal tarea eligió a su hermano Magón con unos 1.000 infantes y 1.000 jinetes. El contingente total cartaginés era de unos 20.000 infantes y 10.000 jinetes (Polibio, 2016, Libro III). En la gélida mañana del 18 de diciembre, bajo una nevada, Aníbal envió a la caballería númida a provocar a los romanos lanzando piedras contra el campamento de éstos. Sempronio mordió el anzuelo y ordenó la salida de la caballería, luego de algunos infantes y finalmente de todo el ejército, sin desayunar y, tras vadear el río Trebia con el agua al pecho, hizo formar a su mojado y congelado ejército con la infantería en el centro y la caballería en las alas. Los cartagineses, alimentados y protegidos del frío con aceite expusieron una formación similar, pero con los elefantes entre las alas de caballería y la infantería (Polibio, 2016, Libro III).

Aníbal dispuso que los honderos, la caballería y los elefantes desalojaran del campo a la caballería romana. Una vez logrado ello, atacaron de flanco a la infantería ya trabada en lucha con la infantería cartaginesa; fue cuando emergieron de sus escondites las tropas de Magón y atacaron la retaguardia del ejército romano (Tito Livio, 2016, Libro XXI). Pese a tal desesperada situación, el empuje del centro romano logró perforar las filas cartaginesas y 10.000 hombres se pusieron a salvo, pero, incapaces de auxiliar a sus compañeros de armas, se dirigieron a la cercana colonia de Placentia (actual Piacenza) (Polibio, 2016, Libro III). En la dirección contraria, también hubo tropas que pudieron escapar y dirigirse al campamento para, al mando de Escipión, llegar a Placentia y luego a Cremona, donde pasaron el invierno (Tito Livio, 2016, Libro XXI). Las bajas cartaginesas no fueron importantes, siendo en su mayoría galos.

La batalla de Trebia evidenció las limitaciones del arte de la guerra romano. Esto era consecuencia de su sistema político-militar, ya que a partir de la instauración de la república (tradicionalmente en el año 509 A.C.), el poder político recaía en el senado y anualmente eran elegidos dos magistrados de rango senatorial, los cónsules, que tenían el mando del ejército, pero no eran profesionales de carrera. La guerra contra Aníbal fue, por así decirlo, una dura escuela de la que emergió un ejército romano distinto, pero aún debían sufrir desastres como Trasimeno y catástrofes como Cannas. La crisis sólo estaba comenzando.

Luego de la victoria de Aníbal en Trebia, y tras haber pasado el invierno en las cercanías de la actual Bologna (Frediani, 2011, p. 74), el ejército púnico se movió hacia el Sur buscando una nueva confrontación con el ejército romano. El plan de Aníbal era internarse en Etruria (la actual Toscana), región rica que le permitiría abastecerse y, mediante el saqueo, provocar la reacción romana. Derrotándola, demostraba a sus aliados la debilidad de Roma, al tiempo que fomentaba la división de las alianzas con los diversos pueblos de Italia que integraban la confederación romana, dando un trato diferente a los romanos y sus aliados que cayesen prisioneros. Mientras que los primeros permanecían capturados, los segundos eran liberados sin ningún tipo de rescate, permitiéndoles retornar a sus hogares (Polibio, 2016, Libro III). Por su parte, los romanos habían pasado el invierno en Placentia y Cremona, y los supervivientes de Trebia se dirigieron a Arimino (actual Rimini). Allí se presentó uno de los cónsules elegidos para el año 217 A.C., Flaminio y, con sus tropas, más las que encontró en dicha ciudad, se dirigió a Arretio (actual Arezzo). El otro cónsul, Servilio, tras reclutar sus legiones, se dirigió a Arimino (Polibio, 2016, Libro III). De tal modo, bloqueaban el acceso a los dos caminos que tenía Aníbal para atravesar los montes Apeninos en su trayecto a Etruria.

En conocimiento de la disposición de los romanos, Aníbal, dando otra muestra de su genio táctico, se dirigió a Etruria por un lugar inesperado: las marismas del Arno, lugar pantanoso considerado intransitable. Atravesando dicha región en condiciones muy adversas (el mismo Aníbal sufrió una infección en un ojo, perdiendo la visión del mismo), dado que por cuatro días las tropas no pudieron acampar ni dormir, ya que estaban desplazándose por terrenos anegados (Polibio, 2016, Libro III), los cartagineses emergieron en las proximidades de Arretio, a la que pasaron de largo, para dirigirse hacia el lago Trasimeno.

Advertido Flaminio de la maniobra de Aníbal, decidió seguirlo. Las fuentes clásicas (Polibio y Tito Livio) son muy críticas con Flaminio a quien –al igual que más tarde con Varrón– describen como un demagogo advenedizo e irreflexivo. Sin embargo, Flaminio no era peor que otros cónsules de Roma; ya era conocido en ese entonces por haber impulsado la construcción de la vía Flaminia, uno de los principales caminos romanos, en el año de su primer consulado (223 A.C.) (Staccioli, p. 68 y sigs., 2010) y por haber vencido a los celtas insubros ese mismo año. Dicha victoriosa experiencia militar le permitió su segundo consulado, con la finalidad de enfrentar al general cartaginés. La decisión de seguir a Aníbal también fue sensata, por lo que podría decirse que, en apariencia, Flaminio era un hombre adecuado para el momento.

Conocedor del temperamento de Flaminio, Aníbal devastaba las tierras en su avance, irritando al cónsul romano (Polibio, 2016, Libro III), quien siguió de cerca al ejército cartaginés que marchaba en aparente dirección hacia Roma. Al aproximarse al lago Trasimeno (en la actual Umbria), y habiendo advertido la existencia de un terreno apto para el combate, Aníbal decidió establecer su campamento en el área existente entre las colinas y la orilla Norte del lago, luego de ver a los romanos acampar para pasar la noche. El propio sitio de la batalla está abierto a debate, habiéndose expuesto al menos cuatro hipótesis distintas, aunque, en todos los casos, el lugar designado por cada historiador está en las cercanías de la isla Maggiore del lago (Perez Rubio, 2021, p. 37).

Con la oscuridad de la noche, Aníbal desplazó a sus tropas desandando parte del trayecto hecho y las desplegó en las colinas que circundan el camino que serpenteaba cercano a la orilla del lago, por donde tendrían que pasar los romanos al día siguiente. La infantería africana e hispana quedó en el campamento, mientras que desplegó a los honderos baleares, lanceros (caballería) y galos en una línea continua lo más estirada posible, de modo de cubrir también el acceso a la zona donde estaba desplegado su ejército (Polibio, 2016, Libro III).

Al despuntar el día 21 de junio, Flaminio reanudó la marcha, cometiendo el fatal error de no realizar un reconocimiento. De tal modo, el ejército romano se adentró en el camino entre las colinas y la orilla del lago, en orden de marcha, sin saber dónde estaba el enemigo, violando así el principio de seguridad. Para peor, la meteorología favoreció a los cartagineses, ya que una densa niebla cubría las colinas circundantes del lago, ocultando al ejército cartaginés, un fenómeno atmosférico que ocurre también en la actualidad en dicho lugar.

La vanguardia se encontró con la infantería africana e hispánica bloqueando el camino, cuando desde las colinas circundantes descendieron en feroz ataque el resto de las tropas. Los romanos se vieron así sorprendidos y atacados en su vanguardia, en la retaguardia y en el flanco. Recién tomaron conocimiento de la presencia del enemigo al oír en la niebla los gritos de guerra de los cartagineses que se les venían encima (Tito Livio, 2016, Libro XXII). Todo el ejército estaba en contacto con el enemigo, sin haber podido adoptar ninguna formación de combate. Las tropas que integraban la vanguardia, unos 6.000 hombres, lograron atravesar la pantalla cartaginesa que les cerraba el paso y se alejaron. Las que integraban, por así decirlo, el centro de la columna romana, combatieron con denuedo sin abandonar su puesto, pereciendo casi todos. Otra parte de la formación romana fue empujada al lago, donde algunos buscaron huir sólo para perecer hundidos y ahogados bajo el peso de sus armaduras o lanceados por la caballería cartaginesa. Viéndose perdidos, unos quince mil romanos se rindieron, habiendo muerto otro tanto, entre ellos, el cónsul Flaminio. Inclusive los 6.000 que habían logrado escapar también se rindieron (Polibio, 2016, Libro III). La batalla había durado unas tres horas (Tito Livio, 2016, Libro XXII).

Aníbal liberó a los aliados itálicos, permaneciendo en cautiverio sólo los romanos. El ejército cartaginés había sufrido unas 1.500 bajas. A los pocos días, una fuerza de caballería de unos 4.000 hombres enviada por el otro cónsul, Servilio, fue destruida por la caballería cartaginesa, dando muerte a la mitad y capturando al resto (Polibio, 2016, Libro III).

Aníbal podía recorrer y devastar impunemente la península itálica. Sin embargo, no se dirigió a Roma sino hacia la Apulia (moderna Puglia), región del Sur de Italia sobre el mar Adriático, muy fértil, con la finalidad de curar a sus hombres y a sus caballos (Polibio, 2016, Libro III), tras haber saqueado Umbria (centro de Italia) (Tito Livio, 2016, Libro XXII). Al llegar la noticia de los desastres a Roma, cundió el desaliento. Sin embargo, se adoptaron las medidas para continuar la guerra. La de mayor impacto en lo inmediato fue la designación de un dictador. El nombramiento recayó en Quinto Fabio Verrucoso, apodo originado en la pequeña verruga encima de su labio con la que había nacido(Plutarco, 2017, p. 520), “hombre de prudencia excepcional y de ilustre nacimiento” (Polibio, 2016, Libro III, p. 87). La figura legal del dictador no debe confundirse con el peyorativo significado que tiene actualmente. El elegido tenía el poder de los dos cónsules que administraban la república, el mando del ejército y un mandato de seis meses, para reestablecer la situación luego de las derrotas sufridas. Este cargo podía ser ejercido, a partir del año 355 A.C., inclusive por los plebeyos (Petit ,1961, p.52). Como magister equitum fue elegido Marco Minucio.

La estrategia fabiana

La somera descripción de las principales batallas campales libradas hasta la designación de Quinto Fabio evidencian el justo juicio del dictador, quien –a diferencia de la mayoría de sus colegas del senado romano– advirtió que Roma no se enfrentaba a un general común, sino a un prodigio (no en vano Liddell Hart lo considera el máximo táctico de la historia) (Liddell Hart ,1987, p.221), por lo que evitó las batallas campales y adoptó una estrategia de desgaste, que a grandes rasgos describiremos.

Tras su investidura, Fabio manifestó ante el pueblo[1] que el cónsul Flaminio había incurrido en negligencia y menosprecio hacia lo divino y por ello fue derrotado, no por cobardía de los que combatieron. Exhortó a no temer al enemigo, sino a congraciarse con los dioses y honrarlos (Plutarco, 2017, p.530). Dispuso consultar a las propias deidades sobre qué expiaciones aplacarían la cólera divina; Fabio logró que se ordenase a los decenviros consultar los libros sibilinos –que sólo se hacía cuando se tenían noticias de prodigios tenebrosos–. Los decenviros informaron a los senadores que el voto hecho a Marte con motivo de aquella guerra no había sido realizado en debida forma y debía realizarse nuevamente, esta vez con mayor solemnidad; había que prometerle con voto a Júpiter unos grandes juegos y a Venus Ericina y a la Inteligencia un templo y celebrar una rogativa y un banquete sagrado, y prometer con voto una primavera sagrada si el resultado de la guerra era favorable y la república romana se mantenía tal como antes de la guerra, todo lo cual fue ejecutado al detalle (Tito Livio, 2016, Libro XXII). Fabio volvió a mostrar similar atención a los dioses al suprimir la fiesta de Ceres luego de la batalla de Cannas por no reunirse las condiciones necesarias para su celebración (Plutarco, 2017, p.565).

Ya en el plano militar, Fabio se hizo cargo de las legiones del cónsul Servilio y reclutó dos legiones más. Emitió un edicto disponiendo que las poblaciones carentes de defensas emigrasen a sitios seguros (ciudades amuralladas), al igual que los habitantes de la campaña, que debían prender fuego sus casas y destruir las cosechas para privarle su uso a los cartagineses; asimismo reclutó una gran cantidad de hombres para prestar servicio en la flota y en la defensa de la ciudad de Roma (Tito Livio, 2016, Libro XXII). Con las cuatro legiones reunidas, salió en búsqueda de los cartagineses (Polibio, 2016, Libro III).La campaña durante la dictadura de Fabio se desarrolló preponderantemente en las actuales regiones italianas de Campania y Apulia.

Cabe destacar que, mientras tanto, la guerra proseguía en Hispania al mando de los Escipiones, política que, a largo plazo, tendría significativas consecuencias favorables a Roma; sin embargo, por esos años, el teatro principal estaba en Italia.

Al aproximarse a los cartagineses, posiblemente al Norte de Apulia, Fabio hizo acampar a sus tropas a la vista del ejército de Aníbal. Este buscó provocar a los romanos formando a sus tropas en orden de batalla en las cercanías del campamento romano. Sin embargo, a diferencia de Sempronio, Fabio había decidido no exponerse ni arriesgar una batalla (Polibio, 2016, Libro III). No se trataba de cobardía, sino de un lógico análisis de la disímil situación de los beligerantes. Por un lado, el ejército cartaginés estaba integrado por tropas veteranas muy avezadas en la guerra, que habían obtenido múltiples victorias en Hispania y ya habían derrotado a los romanos en dos grandes batallas. La situación de los romanos era exactamente la contraria (Polibio, 2016, Libro III). De allí que Fabio rehusara la batalla campal cada vez que Aníbal lo provocaba a ella (Apiano, 1993).

Fabio apreció que las ventajas de los romanos consistían en un aprovisionamiento prácticamente ilimitado y en una gran abundancia de soldados. Por el contrario, las tropas de Aníbal se abastecían con dificultad, mediante el saqueo, moviendo su campamento “como si se tratara de una banda de piratas” (Plutarco, 2017, p.563). Se decidió, pues, a marchar paralelamente al enemigo, adelantándose a ocupar lugares estratégicos, según su experiencia. Se desplazaba por las alturas, a una distancia prudente del enemigo, de forma que ni le perdiera de vista ni se encontrara con él –como ocurrió en Trasimeno–. Al disponer de abundante abastecimiento jamás permitió que sus soldados se dispersaran para forrajear ni que se apartasen del campamento atrincherado. Los romanos atacaban a los cartagineses que se diseminaban para forrajear, tomando prisioneros y dando muerte a muchos enemigos. Fabio buscaba, de tal modo, recobrar poco a poco la confianza y el espíritu de sus hombres derrotados en batallas campales, por medio de éxitos parciales (Polibio, 2016, Libro III; Tito Livio, 2016, Libro XXII).

La falta de enfrentamiento abierto con Aníbal generó críticas en el senado y del propio magister equitum Marco Minucio que lo consideraba un cobarde y un inútil (Plutarco, 2017; Apiano, 1993).

Ante la sugerencia de cambiar de táctica para alejar la mala fama, Fabio respondió:

En realidad de esa forma sería más cobarde de lo que ahora parezco, si, por miedo a burlas y vejaciones, me aparto de mis propios planes. En verdad el miedo por la patria no es motivo de vergüenza; en cambio el temor a lo que digan los hombres, a sus calumnias y reproches, no es propio de un hombre digno de semejante cargo, sino del que es esclavo de aquellos a los que él debe gobernar y mantener a raya cuando se comporten de forma insensata (Plutarco, 2017, p. 535).

Fabio fue llamado “cunctator” (el que demora). Las críticas se hicieron más agrias aun cuando fue engañado por Aníbal, mediante el célebre ardid de lanzar en plena noche dos mil vacunos con haces de leña seca llameantes en sus cuernos contra las tropas que custodiaban el paso de montaña donde Fabio hábilmente había establecido su bloqueo atrapando a Aníbal; sorprendido, el contingente de 4.000 romanos abandonó el paso por el que escapó luego todo el ejército cartaginés, mientras Fabio con el grueso de sus tropas permaneció acampado en las alturas (Polibio, 2016, Libro III). Aprovechando que Fabio debió volver a Roma para cumplir deberes religiosos, Minucio, momentáneamente al mando de las tropas romanas, atacó a los forrajeadores cartagineses dispersos en las proximidades de Genusio y en la escaramuza subsiguiente obtuvo una victoria menor sobre las tropas de Aníbal (Tito Livio, 2016, Libro XXII). Conocido el suceso en Roma, el pueblo y el senado, disconformes con la estrategia del dictador, impulsaron y lograron la equiparación de poderes de Fabio y Minucio (Tito Livio, 2016, Libro XXII), seducidos por la agresividad de este último. Respecto de las operaciones, esta nueva situación asimilaba el mando a aquél propio de los cónsules, por lo que Fabio y Minucio optaron por dividir en dos el ejército, quedando cada uno con un equivalente al ejército consular (dos legiones más las tropas aliadas y la caballería), estableciéndose dos campamentos distintos.

Naturalmente, el principal beneficiario de la situación fue el enemigo y Aníbal no perdió el tiempo en montar una emboscada en la que el ejército de Minucio cayó y hubiera sido destruido de no haber sido por la oportuna llegada de las tropas de Fabio, quien salvó la situación forzando a Aníbal a retirarse. Escarmentado, Minucio devolvió el mando, las insignias y legiones a Fabio unificándose nuevamente el ejército de campaña. Fabio vio reestablecido su prestigio entre la ciudadanía y continuó al mando hasta el final del período de seis meses de su dictadura (Polibio, 2016, Libro III).

La política fabiana era la correcta en el momento, pero era un plan a largo plazo (Southern, 2014). La falta de adhesión del senado romano a la estrategia de Fabio condujo a su rápido abandono; los cónsules para el año 216 A.C. buscaron la batalla “decisiva” donde esperaban aplastar al hábil Aníbal mediante la mera fuerza bruta, encontrándose con la debacle sufrida en Cannas el 2 de agosto del 216 A.C., a manos del doble envolvimiento realizado por Aníbal. Luego de la aplastante victoria cartaginesa, abandonaron a Roma, los atelanos, cayatinos, hirpinos, parte de Apulia, samnitas, brucios, lucanos, uzentinos, tarentinos, metapontinos, crotonienses, locrios (poblaciones del Sur de la península itálica) y los galos cisalpinos (Tito Livio, 2016, Libro XXII). Eran las primeras deserciones, logradas por los cartagineses después de tres grandes victorias y haber ultimado a decenas de miles de enemigos. Sin embargo, la confederación romana se mantuvo firme (en particular los aliados latinos) y no cejó en su voluntad de luchar. Tras Cannas, los romanos recurrieron nuevamente a la estrategia fabiana frente a Aníbal (el propio Fabio volvió a ejercer el consulado) lo que convirtió a la guerra en una serie de asedios donde los romanos recapturaron ciudades como Capua, Tarento y Siracusa, sin que Aníbal fuese capaz de prestar socorro a los asediados. No hubo más grandes batallas campales frente a Aníbal en Italia. La recuperación por los romanos de las ciudades que se habían pasado al enemigo, sumado a la imposibilidad de los cartagineses de tomar Roma y la falta de apoyo desde Cartago provocaron que, paulatinamente, la campaña de Aníbal fuese languideciendo en el Sur de Italia.

La estrategia fabiana analizada a lo largo de los siglos

El legado fabiano ha sido objeto de análisis y fue tomado como referencia por distintos pensadores a lo largo de los siglos.

Probablemente, no fuese la primera vez en la historia de la guerra que se utilizaba la estrategia desplegada por Fabio, pero significó una reacción ante los límites del arte de la guerra conocidos por los romanos hasta entonces, y evidenciados por Aníbal. Por esos tiempos, como sostiene Fuller, los romanos operaban de manera puramente mecánica, basándose en el valor, la disciplina y la instrucción, sin que tuvieran verdaderos generales capaces de manejar tácticas más complejas (Fuller, 2010, p.174). El mismo Aníbal era consciente de ello, como lo evidencia su juicio, antes de la batalla de Trebia, al señalar que los romanos no habían aun “abierto sus ojos a esos ardides de guerra” (Tito Livio, 2016, Libro XXII, 54-4). Sin haber demostrado una maestría táctica en el campo de batalla, Fabio supo adaptar los recursos humanos y materiales disponibles a una guerra de desgaste.

Diversos textos dedicados al arte de la guerra son testimonio de la huella de tal estrategia, como el Compendio de técnica militar en el que Vegecio recogió el bagaje de la cultura bélica romana.

Así, Vegecio entre sus máximas sentenció que “Los buenos comandantes no buscan la confrontación en combate abierto, donde el peligro es para todos igual” (Vegecio, Libro III, IX.3, p. 268).

En el Compendio, se indicaba que

Cuando los enemigos deambulen confiados y desperdigados preparando saqueos, debe enviar soldados de caballería o de infantería de valía contrastada junto a algunos reclutas o soldados menos competentes con el fin de que con la aniquilación del enemigo éstos adquieran mayor experiencia y los demás mayor audacia (Vegecio, 2020 , Libro III, XXVI.1, p. 309).

Recogiendo la reconocible experiencia de Trebia y Trasimeno y –como procedió Fabio durante su mando en los aciagos días posteriores a dichas derrotas–, con toda lógica, Vegecio recordaba que todo lo que favorece a un bando perjudica al otro, “por tanto nunca debemos realizar o descuidar ninguna acción a voluntad del enemigo, sino únicamente lo que consideramos que nos resulta útil a nosotros”(Vegecio, 2020 , Libro III, XXVI.1, p. 309).

El Strategikon, atribuido al emperador bizantino Mauricio, escrito a fines del siglo VI o principios del siglo VII, recoge la herencia militar romana; una de las máximas es similar a la trascripta en el párrafo precedente, al decir: “Es mejor infligir daño al enemigo con el engaño, con las incursiones o con la carestía; no se debe jamás ser inducido a aceptar una batalla campal que es una demostración más de la fortuna que del valor” (Mauricio, 2013, Libro VIII, Máximas, 4, p. 96).[2]

En su obra El arte de la guerra, Maquiavelo memoró que

Fabio Máximo no eludió nunca la batalla con Aníbal, sino que quería librarla en condiciones que le fueran favorables; y Aníbal no creía poder vencerlo si iba a buscarlo a los lugares donde acampaba; de haber presupuesto que lo vencería, Fabio se hubiera visto obligado a combatir con él de todos modos o huir (2004, p. 126).

Raimondo de Montecuccoli, el célebre militar italiano del siglo XVII al servicio del Sacro Imperio Romano Germánico, en su obra sobre el arte de la guerra (en la que dejó pocos aspectos sin tratar), al analizar a las fuerzas militares, tomó a Fabio como ejemplo al señalar que si el ejército es fuerte y aguerrido, y el del enemigo débil, nuevo, inexperto, o a causa del ocio, perezoso, debe buscarse la batalla; pero si, por el contrario, es el enemigo el fuerte, será mejor cuidarse de las batallas, acampar en puestos ventajosos, fortificarse en los pasos, contentarse con impedir su avance, “e imitar a Fabio Máximo, cuya campaña contra Aníbal es la más famosa que ha tenido la antigüedad; pues adquirió por ello entre los capitanes el título de Máximo” (Montecuccoli, 1821, vol 1, p. 140).

Montecuccoli destacó que las derrotas sufridas a manos de Aníbal habían insuflado un “miedo horrible” en el corazón de la población y soldados romanos. Fabio, al cambiar la forma de guerrear evitó poner en peligro el estado de cosas, considerando que “todo golpe ligero a un ejército débil es grave, como en un cuerpo enfermo una pequeña afección es más dolorosa que una grande en uno sano, no por la fuerza del mal, sino por la impotencia para resistirlo” (Montecuccoli, 1821, vol 1, p. 141).

El militar italiano tomó como modelo la conducta de Fabio al aconsejar:

No rehuir las peleas, sino buscarlas en condiciones favorables;

Confiar más en los consejos que en el azar,

No preocuparse por la cháchara del vulgo;

Hacer sacrificios, oraciones y votos a Dios; […]. (Montecuccoli, 1821, vol 1, p. 141).

El tipo de guerra fabiana, reseñó Montecuccoli, implicaba acampar a la vista del enemigo, y flanquearlo marchando por las alturas y por lugares ventajosos; ocupar los pasos alrededor del campamento del enemigo y por donde tenga que marchar; mantenerse dentro de las líneas, sin dejarse arrastrar para combatir con desventaja, no siendo poco mantenerlo a raya para hacerle perder el tiempo, para impedir sus planes, para detener o retrasar su avance; guarnecer las plazas, destruir los puentes, retirar a lugares seguros a la gente de los lugares no aptos para la defensa; arrasar aquellos por donde el enemigo tiene que pasar, quemando las casas y arruinando los alimentos, hostigar a los forrajeadores del enemigo y tender emboscadas.

Con tal modo de hacer la guerra, estando en el propio territorio y teniendo las provisiones propias aseguradas, mientras el enemigo está en terreno hostil, lejos de la patria, sin plazas, sin almacenes, sin base fija, sin medios para continuar la guerra, lo sufre todo, y disminuye continuamente en personas, fuerzas y espíritu “se puede, aun sentado, derrotar al enemigo [...]”(Montecuccoli, 1821, vol 1, p. 143).

Guibert, en su Essai général de tactique, al analizar las marchas del ejército se preguntó: “¿Por qué Fabio fue llamado con tanta razón el escudo de los romanos? Fue por la campaña de marchas y movimientos que hizo contra Aníbal”, un tipo de guerra que a los romanos les pareció tan innovador que, aunque los salvó de la derrota a manos de Aníbal, lo culparon por este tipo de defensa, cuya sublimidad desconocían (Guibert, 1803). Es que, como agregó Guibert, hasta la segunda guerra púnica, las tácticas romanas se desentendían del terreno.

Fabio fue el primero en aprovechar la naturaleza del terreno para oponerse a los éxitos de Aníbal. Sus imprudentes predecesores habían sido derrotados en las llanuras; sintió que era demasiado inferior tácticamente a su adversario como para comprometerse allí; buscó las alturas, tomó posiciones, libró una guerra de movimientos y evitó los combates. Su conducta salvó a Roma, y encontró detractores; ¡tan desconocidos eran los principios de esta excelente campaña para los romanos, acostumbrados a combatir más que a maniobrar! (1803, p. 236/ 7).

Clausewitz, en el libro VI de su obra De la guerra, dedicado a la defensa, enumera las formas en las que un ejército puede defender un teatro de operaciones: 1) atacando al ejército enemigo cuando él penetra en el teatro de operaciones; 2) tomando posición sobre la frontera y esperando que el enemigo aparezca con intención de atacar, a fin de, a su vez, atacarlo entonces; 3) tomando posición con el ejército, de forma tal de esperar no sólo que el enemigo se prepare a librar la batalla, es decir, que él aparezca frente a nuestra posición, sino también que él ataque realmente; y 4) transfiriendo la resistencia al corazón del país (Clausewitz, 1969). El prusiano agregó que existen en la defensa dos clases de reacción, según el atacante sea abatido por la espada del defensor o por sus propios esfuerzos. Señaló Clausewitz que en la historia de la guerra hay casos en los que la clase de reacción se presenta de modo evidente, como en Hohenfriedberg, al atacar Federico el Grande a los austríacos cuando se proponían descender de los montes de Silesia, antes de ser sometidas al hostigamiento de destacamentos enemigos o por la fatiga. En el caso de Torres Vedras, Wellington esperó que el frío y el hambre hubiesen alcanzado un punto tal en el ejército francés para que este se viera obligado a retirarse antes de que la espada del ejército enemigo lo hubiese golpeado. La campaña de Rusia de 1812 es un caso en el que ambas reacciones intervienen contra el atacante: sangrientos encuentros y el desgaste producido por el mismo avance francés en territorio enemigo (Clausewitz, 1969). Respecto de las campañas “como las del famoso Fabio Cunctator, fueron fundamentalmente realizadas por la destrucción del adversario por sus propios esfuerzos” (Clausewitz, 1969, Libro VI, Capítulo VIII, T. III, p. 70).

Liddell Hart también se refirió a la estrategia fabiana, afirmando que era la forma romana de aproximación indirecta. Fabio no sólo eludía la batalla para ganar tiempo, sino que calculaba sus efectos sobre la moral del enemigo y aún más sus efectos sobre sus posibles aliados. Era una política de guerra o gran estrategia. Conocedor de la superioridad militar de Aníbal, evitaba arriesgarse a una decisión militar (una batalla campal) pero, al mismo tiempo, por medio de pequeñas acciones trataba de desgastar la resistencia del invasor y evitar que reclutara nuevas tropas en las ciudades italianas. Para ello, mantenía a sus tropas en lugares altos y accidentados, anulando la superioridad decisiva de la caballería de Aníbal. En este sentido, agregó:

Rondando por la vecindad de su enemigo, copando a sus rezagados y a sus patrullas de abastecedores e impidiéndoles apoderarse de cualquier base permanente, Fabio permanecía como una nube fugitiva en el horizonte, oscureciendo el brillo del progreso triunfal de Aníbal. De ese modo, Fabio a través de su inmunidad a toda posible derrota, iba rebajando el efecto de las anteriores victorias de Aníbal sobre las mentes de los aliados italianos de Roma, impidiendo que se pasaran al otro bando (1984, p. 65/6).

Puede apreciarse que distintos autores, en la antigüedad tardía y desde el siglo XVI hasta el XX, han tomado la estrategia fabiana como referencia de una forma del arte de la guerra, poniendo el énfasis en distintos aspectos de la actuación de Quinto Fabio enfrentando a Aníbal.

Acotaciones adicionales. Conclusión

Al análisis de los destacados teóricos del arte de la guerra antes citados, cabe agregar algunas breves acotaciones. Quinto Fabio comenzó su actuación como dictador observando preceptos de tipo religioso, al considerar que la animadversión de los dioses era más peligrosa que la habilidad del enemigo. Ello no debe sorprender, dado que la búsqueda de la protección divina y el temor de la ira de Dios son tan antiguos como el ser humano, como ya se ve reflejado en la invocación a las distintas deidades por la población de la asediada Tebas, según la pluma de Esquilo en “Siete contra Tebas”. Y tal naturaleza no era exclusiva de los politeístas, como los griegos o los romanos.

Por sólo citar algunos ejemplos: en Éxodo, 17,8-13, las oraciones de Moisés fueron cruciales en la victoria de los israelitas al mando de Josué sobre Amalec.

El Strategikon iniciaba las máximas contenidas en el libro VIII con aquella que indicaba que antes de ir al encuentro del peligro, el general debe honrar al Señor. Cuando enfrenta los peligros, entonces, puede rezar a Dios como quien se dirige a un amigo (Mauricio, 2013). En consonancia con tal pensamiento, en el libro VII se recomendaba que uno o dos días antes de la batalla debían ser bendecidos los estandartes de las unidades (Mauricio, 2013).

Los bizantinos consideraban que Dios les garantizaba la victoria en la batalla. Ante las continuas victorias árabes buscaron la explicación de la desaprobación divina (conducta similar a la seguida por Fabio), lo que dio origen a la política iconoclasta en el siglo VIII al considerar el culto de los íconos como una idolatría y, por ende, origen de la cólera divina que se traducía en derrotas militares (Herrin, 2022).

El descubrimiento de la Lanza Santa en 1098 transformó el estado de ánimo del ejército cruzado asediado en Antioquía “que pasó de una apatía aterrorizada a un aliento sobrecogido, lo que permitió a los jefes organizar con cierta perspectiva de éxito un intento de romper el cerco militar” en un marco de oraciones, ceremonias religiosas, penitencia y visiones celestiales (Tyerman, 2012, p. 182/3).

Más recientemente y en nuestras tierras, Manuel Belgrano entregó a cada soldado del ejército del Norte un escapulario, recomendando a José de San Martín no olvidar el suministro de los mismos a la tropa.[3]

La protección divina incide poderosamente en la moral de las tropas, debiéndose recordar que los factores morales constituyen la cuestión más importante de la guerra (Clausewitz, 1969), de allí la importancia de las medidas de Fabio para congraciarse con las deidades. Tales ritos eran realizados por los funcionarios del Estado; eran públicos, por lo que la convicción de la protección divina se extendía a la población y a las tropas, fundamental para mantener la cohesión necesaria para enfrentar al enemigo, propia de la trinidad clausewitziana.

En la misma línea de fortalecimiento del espíritu de sus tropas debe considerarse a la búsqueda de Fabio por galvanizar la virtud guerrera de su ejército, a través de felices resultados (Clausewitz, 1969), aún si se tratase de enfrentamientos de menor importancia. Por otra parte, advertir que sus tropas no tenían el entrenamiento y la moral necesarios para enfrentar con posibilidades de éxito al enemigo en una batalla campal refleja la sensatez del líder. En tal sentido, en la historia reciente tenemos el ejemplo del mariscal Montgomery que resistió las presiones políticas para iniciar un ataque prematuro en El Alamein. Años después expresó su pensamiento al señalar que mientras reunía los pertrechos para derrotar a Rommel, empleó ese tiempo en fortalecer al ejército y su moral (Montgomery, 1968).

Fabio también mostró especial interés en la supervivencia de las tropas a su mando, advirtiendo que las bajas sufridas hasta la fecha eran ya importantes y que ello comprometía el rendimiento de sus soldados al sostener que “muchas veces los hombres soportan los males más terribles, pero a los que de antemano ya estaban fatigados los dañaban incluso los más pequeños” (Dion Casio, 2004, p.446). El cuidado de sus hombres se ve reflejado en una anécdota: En una ocasión su hijo le aconsejó asumir un riesgo, como consecuencia del cual, especulaba, no morirían más de cien hombres, a lo que Fabio se negó preguntándole, a su vez, si él quería ser uno de los cien (Dion Casio, 2004).

Las lecciones de la estrategia fabiana han perdurado en la historia como se ha visto; y algunos de sus aspectos, inclusive, se han visto reflejados en la historia argentina y sudamericana ¿Acaso no puede encontrarse el espíritu fabiano en la orden dada por San Martín a O’Higgins de abandonar la zona de Talcahuano, ante la unión de las fuerzas realistas de Ossorio y Ordónez, replegándose con su división hacia el Norte, debiendo llevar a toda la población, ganado y grano disponible, para privar de recursos a los realistas (Ornstein, 1958) o en el éxodo jujeño? (De Marco, 2020).

La perseverancia de Fabio en seguir su estrategia pese a la reprobación del senado y del pueblo romano, seguro de su acierto y de lo errado del criterio de estos, a la luz de los recientes desastres, también puede iluminar la conducta de los líderes demasiado atentos a las veleidades de los no iniciados, tal como destacó Montecuccoli.

En síntesis, la estrategia fabiana buscó guerrear utilizando los mejores recursos romanos (abundancia de suministros, de tropas y contar con ciudades fortificadas) en lugar de jugarse a suerte y verdad la campaña en una batalla campal. Fabio se convirtió en una sombra para el ejército de Aníbal con el que libraba enfrentamientos a pequeña escala, llevando a cabo una guerra de baja intensidad, aprovechando la necesidad cartaginesa de forrajear y dispersarse para ello y la dificultad de los africanos para reemplazar pérdidas. Esa solución, se hizo método y brindó a los romanos una herramienta para continuar la lucha, dado que no admitían fácilmente ser derrotados, pese a los desastres sufridos (Glodsworthy, 2020).

De este modo, Fabio diluía los éxitos cartagineses y lograba el objetivo político de mantener incólume a la confederación romana, propio de una alta estrategia, que en palabras de Liddell Hart es “la coordinación del poder en todas sus formas en pos de mantener un orden político” (Liddell Hart, 1987, p.224). Ese objetivo se advierte en la petición a los dioses, ya citada, para que la república romana se mantuviese tal como antes de la guerra (Tito Livio, 2016).

Esta estrategia tenía un objetivo limitado impuesto por las circunstancias, y tal como señala Clausewitz, las acciones a emprender deben ser realizables con el poder disponible. La mayor habilidad táctica de Aníbal, frente a la cual los romanos no encontraban respuesta, obligó a esta estrategia, lo que es perfectamente válido, cuando un gobierno aprecia que el enemigo tiene superioridad militar (Liddell Hart, 1984), máxime considerando que la defensa suele prevalecer por ser la forma más fuerte de la guerra (Clausewitz, 1969).

Luego llegaría el tiempo de volver las tornas, con el advenimiento de “El Africano”, primero derrotando a los cartagineses en Hispania y luego al propio Aníbal en África, dando la victoria en la guerra a Roma, pero eso es otra historia. La estrategia fabiana fue determinante para la subsistencia del estado romano en su hora más aciaga.

 

 

Referencias bibliográficas

-Apiano. (1993). Sobre Iberia y Aníbal. Alianza Editorial.

-Clausewitz, C. von. (1969). De la guerra. Círculo Militar.

-De Marco, M. A. (2020). Belgrano. Artífice de la Nación. Soldado de la libertad, Emecé (4° edición).

-Dion Casio. (2004). Historia romana, Libro XIV (fragmentos), Gredos.

-Frediani, A. (2011). Le grandi battaglie di Roma antica. Newton Compton editori. Roma.

-Fuller, J. F.C. (2010). Las batallas decisivas del mundo antiguo. Gredos.

-Goldsworthy, A. (2000). Roman warfare. Cassell.

-Guibert, J. A. H. Comte de. (1803). Ouvres militaires. Essai general de tactique. Magimel, an XII.

-Healy, M. (1995). Cannas, 216 A.C. Osprey/Del Prado.

-Herrin, J. (2022). Bizancio. Debate.

-Keppie, L. (1998). The making of the roman army. From republic to empire. The University of Oklahoma Press.

-Liddell Hart, B. (1984). Estrategia. Círculo Militar.

-Liddell Hart, B. (1987). Scipione africano. Il vincitore di Annibale. BUR.

-Maquiavelo, N. (2004). El arte de la guerra. Ed. Losada.

-Mauricio. (2013). Strategikon, Il Cerchio, Rimini.

-Montecuccoli, R. (1821). Opere militari.

-Montgomery, B. L. (1968). Historia del arte de la guerra. Aguilar.

-Ornstein, L. R. (1958). Las campañas libertadoras del general San Martín, Ed. Agepe.

-Petit, E. (1961). Tratado Elemental de Derecho Romano, novena edición, Editorial Albatros.

-Polibio. (2016). Historias. Gredos.

-Plutarco. (2017). Vidas paralelas. Fabio Máximo. Gredos.

-Southern, P. (2014). The roman army. A history 753 B.C.-A.D. 476, Amberley.

-Staccioli, R. A. (2010). Strade romane, “L’Erma” di Bretschneider.

-Tito Livio. (2016). Historia de Roma. Gredos.

-Tyerman, C. (2012). Las guerras de Dios.

-Vegecio Renato, F. (2020). Compendio de técnica militar. Cátedra. Letras Universales.

 

Artículos

-Perez Rubio, A. (2021). Marte blande su lanza. La batalla del lago Trasimeno.

A.A.V.V. La segunda guerra púnica (III), revista Desperta Ferro antigua y medieval N° 63, Ed. Desperta Ferro.

-Miranda, S. (2020). El vínculo entre Manuel Belgrano y José de San Martín. En A.A.V.V. Belgrano, arquetipo de la patria. Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas.

 

 


1 Tito Livio señaló que Fabio se dirigió en tales términos al senado, Ibidem, Libro XXII, 9,7-8.

2 En similares términos: VEGECIO, Ibidem, Libro III, XXVI, 4. P. 309.

3 Carta de Manuel Belgrano a José de San Martín del 6 de abril de 1814, transcripta por Sebastián Miranda en el artículo El vínculo entre Manuel Belgrano y José de San Martín, integrante de Belgrano, arquetipo de la patria, p. 85.