Casus Belli III (2022), 13-44
Recibido: 15/4/2022 - Aceptado: 20/10/2022

 

La invasión de Corrientes de 1865 según la doctrina militar de la época.
El plan y su ejecución

Pablo Palermo

Universidad de la Defensa Nacional

 

Resumen: La escasez de fuentes dificulta conocer con precisión cuál fue el plan militar paraguayo al invadir Corrientes el 14 de abril de 1865. Muchos autores han conjeturado sobre la cuestión, brindando variadas alternativas. En este trabajo se reseñarán las distintas interpretaciones del probable plan del Mariscal López efectuadas por diversos protagonistas de la guerra y por otros estudiosos, se explorará la posible influencia de las ideas de Jomini en los fundamentos de la invasión, en el plan del presidente López y en su modo de mando. Finalmente, se analizarán brevemente diversas deficiencias en la ejecución de la operación del plan de invasión en la provincia mesopotámica, a la luz del pensamiento tanto de Jomini como de Clausewitz. Estas fallas, sumadas a la acción del enemigo, condenaron al fracaso la ofensiva paraguaya del Sur.

Abstract: The scarcity of sources makes it difficult to know precisely what the Paraguayan military plan was when it invaded Corrientes on April 14, 1865. Many authors have speculated on the issue, providing various alternatives. In this work we will review the different interpretations of the probable plan of Marshal López made by various protagonists of the war and by other scholars, we will explore the possible influence of the ideas of Jomini on the foundations of the invasion, in the plan of President López and in his way of command. Finally, several deficiencies in the implementation of the plan in the Mesopotamian province will be briefly analyzed in the light of the thinking of both Jomini and Clausewitz. These failures, combined with the action of the enemy, doomed the Paraguayan offensive in the South.

Palabras clave: Historia; Historia Argentina; Guerras sudamericanas; Guerra del Paraguay.

 

 

Introducción

 

Los orígenes mediatos de la guerra de la Paraguay están vinculados con la guerra civil que estalló en Uruguay en abril de 1863, iniciada por el caudillo Colorado Venancio Flores y que, con diversa intensidad, involucró a Brasil y a Argentina. Frente la presión de sus poderosos vecinos, el gobierno Blanco uruguayo buscó ayuda en el presidente paraguayo Francisco Solano López. Tras diversos eventos militares y diplomáticos, ante el ultimátum presentado por el imperio del Brasil a la República Oriental del Uruguay el 4 de agosto de 1864, Paraguay envió a su vez a Brasil una protesta en la cual advertía que consideraría cualquier ocupación del territorio uruguayo por parte de las fuerzas imperiales “como atentatorio al equilibrio de los Estados del Plata, que interesa a la República del Paraguay, como garantía de su seguridad, paz y prosperidad, y que protesta de la manera más solemne contra tal acto, descargándose desde luego de toda la responsabilidad de las ulterioridades de la presente declaración”.[1]

Cuando esa ocupación ocurrió en octubre de 1864, el mariscal López decidió involucrarse militarmente en el conflicto rioplatense, concretado el primer acto hostil con la captura del vapor imperial Marques de Olinda el 12 de noviembre de 1864.

El ataque paraguayo a Mato Grosso comenzó el 22 de diciembre de 1864 para la fuerza al mando de Vicente Barrios que se desplazó hacia el Norte por el río Paraguay (había partido de Asunción el 14 de diciembre)[2] y el 24 de diciembre de 1864 para la división al mando de Francisco Resquín, que se desplazó por tierra. En rápida progresión las fuerzas paraguayas capturaron el fuerte Coimbra sobre el río Paraguay, ocuparon Corumbá el 3 de enero de 1865 y otras poblaciones como Miranda, Dourados y Albuquerque y el territorio en litigio con Brasil. La inconsistente resistencia brasileña fue rápidamente vencida por lo que, más allá de otras operaciones menores, podría decirse que las acciones principales habían concluido durante la primera quincena de enero de 1865.

A fin de extender la campaña militar hacia el Sur y concretar la invasión de Río Grande do Sul, el gobierno paraguayo solicitó autorización al gobierno argentino, en nota fechada el 14 de enero de 1865, para que tropas paraguayas atravesasen la provincia de Corrientes con el fin de operar contra el Brasil. [3] El permiso fue negado el 9 de febrero de 1865 y en la misma fecha el gobierno argentino solicitó explicaciones sobre la acumulación de tropas paraguayas en la frontera argentina.

Ante la negativa argentina, López convocó al congreso extraordinario, que empezó a sesionar el 5 de marzo de 1865,[4] durante el cual se resolvió declarar la guerra a la Argentina. Las hostilidades contra esta última república comenzaron el 13 de abril de 1865 con el ataque y captura de dos vapores argentinos fondeados en el puerto de Corrientes y con la invasión terrestre a la provincia homónima iniciada al día siguiente.

Ahora bien ¿Cuál fue el plan paraguayo al iniciar la guerra? ¿Existieron fallas en la ejecución de la operación? ¿Puede reconocerse la influencia de las doctrinas militares de la época?

Nos proponemos mediante el análisis documental de las fuentes primarias disponibles, el análisis bibliográfico de fuentes secundarias relacionadas con el tema, y el análisis lógico, dar respuestas a estos interrogantes.

El plan paraguayo. La visión de los protagonistas y de los estudiosos

No resulta sencillo determinar con certeza cuáles eran los objetivos de la campaña militar que inició el presidente Francisco Solano López al invadir Corrientes en abril de 1865 porque, a diferencia de la campaña en el Mato Grosso, respecto de la cual se conservan detalladas órdenes previas al inicio de las acciones militares,[5] no ocurre lo mismo con la ofensiva del Sur.

Como se señaló, las operaciones en Corrientes fueron precedidas por el ataque de diciembre de 1864 al Mato Grosso, donde las fuerzas militares paraguayas además obtuvieron un cuantioso botín en pertrechos. Centurión consideró que la invasión de Mato Grosso por las tropas paraguayas no fue una maniobra ajena al plan de atacar al imperio brasileño en el Sur, sino un movimiento para “resguardarse las espaldas” (sic).[6]

En respaldo de la tesis de Centurión puede agregarse que en una carta dirigida al cónsul paraguayo en Paraná, José Rufo Caminos, del 21 de octubre de 1864, el ministro José Berges informó a su interlocutor que el 20 de octubre de 1864 un contingente de caballería de 1.000 hombres había sido embarcado rumbo al Sur, a Humaitá.[7] Considerando que en fecha anterior el presidente López había ordenado al coronel Resquín, en la frontera norte, alistarse para la guerra[8], enviar tropas en la dirección contraria, 651 kilómetros río abajo[9], sería un indicio de que López había concebido un plan completo y que el ataque a Río Grande do Sul era una etapa prevista, luego del ataque a Mato Grosso. Es más, el 15 de abril de 1864 (un año antes del inicio de las hostilidades contra Argentina), López había enviado al sargento mayor Pedro Duarte a Villa Encarnación (sobre el río Paraná) con instrucciones de organizar una fuerza de 10.000 hombres de las tres armas, y que hiciera el reclutamiento de los vecinos hábiles para el servicio militar en los Departamentos de San Cosme, Bobí, San Pedro del Paraná, Del Carmen, Encarnación, Jesús y Trinidad.[10] Esa fuerza constituyó el núcleo de la división que atacó siguiendo el curso del río Uruguay.

Thompson afirmó que los recursos militares obtenidos en la invasión a Mato Grosso, en particular pólvora y municiones abastecieron al ejército paraguayo por toda la guerra.[11] Pero Schneider señaló que López era consciente de que no podría ayudar a los Blancos uruguayos con su flota ni a las tropas que ésta pudiese transportar, por la superioridad de la escuadra brasileña del Río de la Plata. En este sentido, la operación contra Mato Grosso sería una distracción de recursos brasileños que no avanzarían dentro de la Banda Oriental para ir a socorrer su territorio atacado, lo que haría que los paraguayos ayudasen a los uruguayos.[12] Cabe destacar que la campaña en Mato Grosso en nada interrumpió la prosecución de las operaciones brasileñas en Uruguay.

En el texto enviado con la notificación de la declaración de guerra a la Argentina, se hizo explícita referencia a la intención paraguaya de atacar Río Grande do Sul,[13] por lo que ello da certidumbre a que uno de los objetivos paraguayos era el Sur brasileño. Por el contrario, no se ha encontrado documentación de la que surgiese cuál era el rol de cada una de las dos columnas invasoras (o divisiones, como las identificaron los paraguayos y serán llamadas en lo sucesivo).

A partir del 14 de abril de 1865, las tropas paraguayas invadieron la capital correntina con un contingente que progresivamente llegó a unos 20.000 hombres. Ocupada la ciudad y reforzada en hombres y suministros, esta fuerza reemprendió su marcha hacia el Sur el 11 de mayo de 1865 dirigiéndose en forma paralela al río Paraná alcanzando la ciudad de Goya. Otra división paraguaya de unos 10.000 hombres, proveniente de Encarnación, tenía su base en el arroyo Pindapoy desde principios de 1865 y, en los primeros días de mayo de 1865, su vanguardia inició el desplazamiento hacia al río Uruguay en dirección a Santo Tomé. El núcleo de la división se movilizó a fin de mayo hacia São Borja y, luego, hacia Uruguayana. Esta fuerza presentó la particularidad de dividirse en dos: una menor, desplazándose por territorio argentino, y la otra, por el territorio brasileño; marchando paralelas, separadas por el río Uruguay.

Si bien podría decirse que el objetivo de la división del Uruguay era el territorio brasileño –aunque no se sabe con precisión cuál era el objetivo final–, no resulta claro cuál era el objetivo de la división del Paraná y, en suma, en qué consistía el plan general, dado que, en apariencia, no hubo coordinación temporal entre los movimientos de ambas divisiones ni apoyo entre ellas. Cabe destacar que el ataque al Mato Grosso también se hizo con dos divisiones principales que operaron en forma independiente, al mando de los entonces coroneles Vicente Barrios y Francisco Resquín, respectivamente, aunque en esa campaña, la distancia entre ambas divisiones no era significativa, lo que hubiera permitido el apoyo recíproco, de haber sido necesario.

Respecto del avance hacia el Sur, se han trazado diversas hipótesis. Schneider señaló que existía el riesgo de sublevación de los esclavos brasileños si las tropas paraguayas penetraban en Río Grande do Sul, además de poder dar bríos a un levantamiento de los Blancos uruguayos recientemente vencidos,[14] y agregó que el general Wenceslao Robles (el comandante de la división paraguaya del Paraná) había recibido órdenes de López para ocupar la totalidad de la provincia de Corrientes e invadir Entre Ríos donde esperaban encontrar respaldo local, pese al pronunciamiento de Urquiza a favor del gobierno nacional argentino.[15]

El general Francisco Isidoro Resquín, uno de los más caracterizados jefes paraguayos y comandante de la “División del Sud” del ejército paraguayo en Corrientes a partir de la destitución de Wenceslao Robles, afirmó que este último, al invadir la provincia mesopotámica el 14 de abril de 1865 tenía instrucciones de unirse con la división del comandante Estigarribia que había marchado de Villa Encarnación, para operar sobre las poblaciones brasileñas de la izquierda del río Uruguay.[16] Resquín agregó que Estigarribia debía repasar el Uruguay y unirse a Robles “y llevar adelante la campaña” afirmando que ambas divisiones unidas debían ir hacia Concordia.[17] Esta versión del plan paraguayo trata hechos sobrevinientes (atacar Concordia significaba combatir contra el núcleo en formación del ejército aliado) y tornaba inútil e ilógico el pedido de atravesar Corrientes para invadir Río Grande do Sul. El plan original era ingresar al territorio brasileño del Sur y luego habría cambiado ante los movimientos aliados.

Pedro Duarte, jefe de la columna paraguaya que fue vencida en Yatay, afirmó que las órdenes de López para la división paraguaya del Uruguay indicaban esperar la marcha del grueso del ejército mandado en persona por López (por ese entonces al mando del general Robles) a fin de incorporársele y atacar a los aliados donde conviniera más o seguir hacia el Estado Oriental.[18]

Venancio Flores, en carta a Bartolomé Mitre, exhibió una cierta perplejidad ante el avance paraguayo hacia el Sur, afirmando que:

yo creo que no es más que una operación para hacerse de ganados para el consumo de su ejército y de caballos; porque no puedo creer que López sea tan estúpido que aliste un ejército fuerte a tan larga distancia, expuesto sufrir un contraste muy factible, en el que si lo sufriese, habría perdido completamente la cuestión, y sin salvación los restos de su ejército, dado el caso de una batalla.[19]

A primera vista parece un juicio tosco, sin embargo, contenía diversos aciertos: efectivamente, las tropas paraguayas no dejaron pasar ocasión para saquear las existencias de ganado con el fin de utilizarlo en su propio provecho o llevarlo a Paraguay. Siguiendo similar conducta, la recolección del armamento brasileño en Mato Grosso, unos meses antes, tuvo una importancia significativa en el esfuerzo de guerra guaraní. Por ello, el mariscal López obtuvo recursos a costa de sus enemigos: armas y pertrechos de los brasileños, ganado de Argentina. Otro acierto fue apreciar el elevado riesgo que implicaba para las tropas paraguayas internarse centenares de kilómetros en el territorio enemigo y, finalmente, también acertó en que el fracaso de la ofensiva del Sur condenaría a la derrota a Paraguay, ya que perdió a buena parte de sus mejores tropas sin ninguna ganancia, cediendo la iniciativa a los aliados, quedando el Paraguay cercado estratégicamente ante poderosos enemigos. De todos modos, la evidencia de los movimientos paraguayos y la dimensión de los efectivos implicados en los mismos descarta que sólo el saqueo haya sido el objetivo de la campaña del Sur.

Aunque dudase de la veracidad de la versión, Beverina memoró que el ministro residente uruguayo en Asunción, José Vásquez Sagastume, refirió que el mariscal López le confió que su plan era que la división paraguaya del Paraná avanzase hasta el río Mocoretá, apoyase la insurrección pro paraguaya en Corrientes y Entre Ríos, protegiese a la división del río Uruguay y asegurase la retaguardia de las fuerzas que invadirían Río Grande. Estas últimas tenían como destino llegar a una zona cercana a Porto Alegre, donde el mariscal esperaba hacer la paz.[20]

Garmendia, reconociendo la ausencia de fuentes documentales afirmó, en presencia de los hechos consumados, que el plan de López era: 1°) Invasión a Mato Grosso, para resguardar la frontera norte paraguaya y acopiar material bélico; 2°) Invasión a Corrientes por la división del río Paraná con Buenos Aires como hipotético objetivo, contando con el apoyo de una sublevación en Corrientes y Entre Ríos; 3°) Invasión de Corrientes por la división del río Uruguay a fin de invadir, a su vez, Río Grande do Sul.[21] describieron los movimientos paraguayos pero no hicieron referencia a un plan que guiase tales pasos.

O’Leary afirmó que:

El plan de López era dirigirse resueltamente al Uruguay, en auxilio del gobierno de Aguirre, vencer a los aliados, aliarse con los orientales y llevar la guerra al Brasil, contando con las simpatías manifiestas de Urquiza. Todos los historiadores, amigos y enemigos, están contestes en que ejecutado este plan con rapidez, el triunfo hubiera sido seguro. Pero López creyó que no era prudente alejarse del país con todo su ejército, o con la mayor parte de él, dejando en el Norte intactas las fuerzas y materiales bélicos acumulados, desde años atrás, en Mato Grosso. Y organizó una expedición, la cual venció, sin ningún esfuerzo, a los brasileños, pero perdiéndose, entre tanto, la oportunidad que aseguraba la victoria definitiva.[22]

Una débil adscripción a esta hipótesis podría ser lo expuesto por el ministro paraguayo José Berges en carta al ministro residente oriental José Vásquez Sagastume del 12 de febrero de 1865. Allí le informa la negativa argentina al paso de las tropas paraguayas como justificación por el retardo en el movimiento de las fuerzas paraguayas, manifestando enigmáticamente que “entretanto se movilizan ya las tropas en las fronteras, y dentro de poco oirá V. hablar de nosotros”.[23] El 15 de marzo de 1865, Berges también indicó a Vásquez Sagastume dos opciones para colaborar con las tropas paraguayas –aunque en forma tardía porque Montevideo ya había caído–: de mantenerse unidas las fuerzas del general oriental Muñoz éstas podían hostilizar a Flores y los brasileños, ya que estos últimos deberían abandonar sus conquistas para enfrentar a los paraguayos; de haberse dispersado tal fuerza oriental, las tropas que pudieren se debían incorporar a “alguna división” paraguaya en operaciones sobre el río Uruguay.[24] Se entiende la tesis de O’Leary porque en ninguna de las dos cartas se hace una afirmación clara de la dirección del futuro avance paraguayo y tales textos también podrían interpretarse como referidos al apoyo a las tropas paraguayas en Río Grande do Sul. De hecho, la división uruguaya de Basilio Muñoz libró, a fines de enero de 1865, la batalla de Jaguarão, en la frontera sudeste de Río Grande do Sul, sobre la costa del Atlántico,[25] muy lejos del río Uruguay.

Beverina, en su monumental obra La guerra del Paraguay ensayó una interesante hipótesis acerca de cuáles habrían sido las intenciones del mariscal López, partiendo del presupuesto de que el presidente paraguayo había buscado asestar un golpe moral al imperio brasileño con su campaña en el Mato Grosso. En Corrientes repetiría el objetivo. La división del río Paraná, tras establecer a la ciudad capital correntina como depósito principal, penetraría profundamente hacia el Sur hasta la línea del río Corrientes, aproximándose a Entre Ríos, cuyo apoyo esperaba. El descalabro forzaría al gobierno argentino a buscar la paz, a raíz de su debilidad interna por la oposición que existía al gobierno de Mitre en el interior. En esta paz, Paraguay conservaría la libertad de acción en las provincias mesopotámicas y, sin la asechanza argentina, enfrentaría al Brasil invadiendo Río Grande con las divisiones que bajaban siguiendo el río Uruguay, contando en el apoyo de las tropas de la división del río Paraná.[26]

Juan Crisóstomo Centurión dedicó importantes esfuerzos al análisis de las intenciones militares del presidente paraguayo y afirmó:

el Mariscal López no ignoraba la incapacidad de los hombres destinados a ejecutar los detalles y operaciones del plan que había concebido (si es que haya concebido alguno) (el destacado me pertenece), y de consiguiente no debió haberse eximido de la necesidad imperiosa de colocarse inmediatamente a la cabeza de los ejércitos de la República lanzados al territorio enemigo.[27]

El autor paraguayo cree que no era posible el apoyo recíproco de las divisiones del Paraná y del Uruguay por las siguientes razones:

1º Porque era necesario que los jefes de los dos ejércitos, Robles y Estigarribia, tuviesen conocimiento del plan general de campaña que se trataba de desarrollar, y carecían del mismo.

2º Asimismo, que los dos ejércitos lograran comunicarse y salvar la inmensa distancia que los separaba; y

3º que las instrucciones de ambos jefes guardasen coherencia con la intención de López.

Pero estos requerimientos a favor del apoyo recíproco no sucedieron, puesto que López ordenó la retirada a Robles hacia Corrientes el 26 de mayo de 1865 cuando aún Estigarribia no había alcanzado las márgenes del Uruguay. Agrega Centurión que Estigarribia tenía orden terminante de no avanzar más allá del río Ibicuí (en territorio brasileño) y, abusando de sus instrucciones, siguió su avance hacia el Sur. Con el hecho consumado, López le ordenó que fuera a Uruguayana y en seguida cayera sobre Alegrete y después, ¡que lo esperara por ahí! hasta que él se encaminase a ese rumbo a la cabeza del ejército que por entonces se encontraba al mando de Robles.[28] Considerando el celo expuesto por López en el cumplimiento de sus órdenes, lo detallado de las mismas, la reprimenda recibida por Robles por sólo pedir aclaraciones respecto de la orden del 26 de mayo de 1865 y la falta de flexibilidad mostrada por los comandantes de campo para apartarse del plan preestablecido, por ejemplo en Tuyutí, es llamativo que Estigarribia se hubiese animado a tal desobediencia. De todos modos, el proceder de Estigarribia fue confirmado y ampliado con la orden de avanzar hasta Uruguayana y Alegrete. En su análisis, Centurión soslayó que la orden de retirada recibida por Robles no integraba el plan original de López, sino que se emitió forzada por la acción de las tropas aliadas en Corrientes del 25 de mayo de 1865, alterando el plan paraguayo. Por otra parte, su afirmación de que Estigarribia y Duarte debían esperar a López, que tomaría el mando de la división de Robles, respalda la idea del apoyo que la división del Paraná debía dar a la del Uruguay. Que Robles y Estigarribia no conociesen el plan general o sus respectivos objetivos finales obedece al modo de ejercer el mando que tenía el presidente López, como ya se verá.

Según Centurión, López ocupó Corrientes para evitar su uso como base por parte de los brasileños[29]. Agregó dicho autor que, si López hubiera deseado apoyar a los Blancos uruguayos, debería haber elegido como punto de reunión algún lugar en Uruguay, desbaratando al enemigo que estaba recién en vía de organización en Concordia. Pero aquí Centurión incurrió en un error cronológico porque Concordia fue designada como punto de reunión y entrenamiento de las fuerzas aliadas a fines de mayo de 1865 –de hecho Mitre comunicó tal decisión a Urquiza el 24 de mayo de 1865–,[30] más de cuatro meses después de la orden, que el mismo Centurión refiere que recibió el mayor Duarte el 16 de enero de 1865, de cruzar el Paraná y establecer el campamento sobre el arroyo Pindapoy y también después de que el teniente coronel Estigarribia ordenase a Duarte a avanzar hasta Santo Tomé, adonde había llegado el 12 de mayo de 1865.[31] En síntesis, el plan paraguayo preveía el ataque por el río Uruguay mucho antes de que Mitre determinase que el punto de reunión del ejército aliado fuese Concordia. Centurión concluyó que era difícil saber cuál fue el plan de López al invadir Corrientes como lo hizo.[32]

También Centurión afirmó que el motivo por el cual López no comandó las fuerzas personalmente fue por la influencia de los clérigos y la pesada carga de su familia. Nada parece indicar que López tuviese intenciones de comandar en persona su ejército en el Sur, pese a que así lo manifiesta, por ejemplo, en la orden del 26 de mayo de 1865 enviada a Robles. Al momento del ataque a Corrientes el 25 de mayo de 1865, casi un mes y medio después de invadida la provincia argentina, López aún permanecía en Asunción.[33] Sin llegar a las duras conclusiones de Schofield Saeger acerca de la presunta falta de valor de López,[34] lo cierto es que el presidente paraguayo prácticamente no dirigió en forma personal a sus tropas en batalla durante la mayor parte de la guerra. De hecho, Laurent-Cochelet dudaba que el presidente López tuviese intención de abandonar Asunción “con las prisiones llenas de detenidos políticos”,[35] en una de sus reiteradas referencias al régimen autocrático que concentraba el poder exclusivamente en las manos del presidente paraguayo, lo que no aconsejaba alejarse de los resortes que le permitían controlar el país.

Según Centurión, López perdió el tiempo inútilmente, deliberando cuando debía obrar, dividiendo sus fuerzas cuando debía mantenerlas reunidas, concentradas y compactas, y de haber acelerado su avance sobre la Provincia de Entre Ríos, especula, tal vez, se le hubieran plegado las fuerzas de Urquiza, acabando así con la Triple Alianza. Sin tapujos responsabiliza a López por la suerte adversa de la campaña en el Sur, en particular por haber enviado a la división del Uruguay a tan grande distancia sin ningún tipo de apoyo.[36]

Ruiz Moreno afirmó que no existían previsiones para que las divisiones paraguayas del Paraná y del Uruguay se apoyasen mutuamente.[37]

Comentando la versión digital de las memorias de Juan Crisóstomo Centurión, el militar paraguayo, mayor Antonio E. González formuló su hipótesis sobre cuál fue el plan del mariscal López. Afirmó que el avance de la división del Paraná siguió el plan de López y que la división del Uruguay no debía internarse más allá de Uruguayana-Alegrete en Brasil. González señaló que los objetivos que López podía perseguir eran: a) apoderarse de Río Grande do Sul, con vista de asegurarse los medios de proseguir la guerra y definirla, y b) destruir el núcleo de fuerzas enemigas que se estaban concentrando en Concordia. El primer objetivo habría sido el inicial y el segundo el impuesto por las circunstancias. No podía penetrar en Río Grande do Sul dejando a su espalda una fuerza enemiga tan poderosa, intacta. En tales condiciones, la dirección principal corresponde a la división del Uruguay y la del Paraná tendría la misión secundaria de asegurar el flanco derecho a la otra división y apoyar los esperados levantamientos de Entre Ríos.

El plan del mariscal López habría tenido tres objetivos inmediatos, de orden político, económico y estratégico:

1º) Ocupar Corrientes y marchar en dirección a Entre Ríos con vista de provocar la reunión y la manifestación de los federales amigos de ambas provincias.

2º) Asegurar el reabastecimiento de víveres de las tropas, en vista de la campaña ulterior, con ganado, medios de transporte y remonta de los países ocupados: Corrientes, Entre Ríos y parte de Río Grande do Sul.

3º) Evitar que Corrientes fuese utilizada por la escuadra y por el ejército imperiales como base de operaciones, y simultáneamente asegurar el flanco Oeste y la retaguardia de la división principal (Estigarribia), mediante la acción de población amiga y las condiciones del terreno. El estero Iberá, ubicado entre el río Paraná y la división Estigarribia constituye de por sí una gran seguridad estratégica.

Sostuvo González que, para llevar a cabo tal plan, la división del Paraná apoyaría a los sublevados de Entre Ríos y constituiría la aparente dirección principal del ataque atrayendo a la masa del ejército enemigo, de allí su mayor tamaño y adelantamiento en el cronograma de movimientos. Asimismo, López conservó una importante reserva de unos 10.000 hombres para emplearlos cuando lo considerase oportuno. Estimó que el mariscal preveía unir dicha reserva con la división de Robles o parte de ella y reunir ambas con la del Uruguay.

Las marchas de ambas divisiones eran movimientos ofensivos preparatorios con vista de asegurarse posiciones favorables de partida para la ejecución de la campaña, que dirigiría personalmente el mariscal cuando creyese que había llegado el momento oportuno. Según González, el mariscal López calculó que las alturas de Goya e Itaquí constituían el primer objetivo.

Sin embargo, agregó González, a principios de agosto de 1865, en vista del movimiento del Ejército de Vanguardia aliado al mando del general Flores, que partió de Concordia rumbo al Norte bordeando el río Uruguay, el mariscal paraguayo decidió ordenar a la división del Uruguay, al mando de Estigarribia, que retrocediese hasta San Miguel; y a la división del Paraná, ya al mando del general Resquín, que tomase medidas preparatorias para atacar al enemigo desde el Sur o el Suroeste con vista de encerrarlo en el saco de las Misiones. De tal modo, pasó momentáneamente a la defensiva, pero manteniendo el objetivo inicial de marchar sobre Río Grande do Sul, previa alianza con los aliados entrerrianos y la destrucción del ejército de Concordia.[38]

 

Jomini y el plan paraguayo

Como puede apreciarse, existen diversas interpretaciones de los hechos e intenciones del líder paraguayo. Un camino para el análisis de cuál era el plan de la campaña que se propuso realizar el presidente paraguayo es conocer el pensamiento de su posible fuente de inspiración.

Sin discutir las indudables dotes de organizador que poseía López, carecía, sin embargo, de una formación militar orgánica aunque –según Whigham– fue un ávido lector de la literatura militar de la época, destacando el historiador norteamericano que el mariscal accedió a trabajos de Jomini (lamentablemente no identificados) que le suministró el militar húngaro Franz Wisner von Morgenstern, quien sirvió al Paraguay.[39] Por ello, no es descartable que el mariscal López se haya inspirado e intentado aplicar ideas expuestas por Jomini, varias de las cuales son reconocibles en los movimientos efectuados por las tropas paraguayas y en la forma de comando ejercida por López.

A diferencia de Clausewitz, Jomini escribió trabajos buscando dar respuesta a distintas situaciones tanto estratégicas como tácticas que se plantean en una guerra o en una campaña. Antes de analizar la guerra desde la geometría, Jomini aportó su pensamiento sobre lo que llamó la política de la guerra expuesto, por ejemplo, en la primera parte del primer tomo del Compendio del arte de la guerra o nuevo cuadro analítico. En dicha obra pueden reconocerse algunas pautas tomadas por el mariscal López para sus ofensivas, pero también son reconocibles las ideas del militar suizo que no fueron atendidas por el presidente paraguayo.

López pudo encontrar respaldo en Jomini para la evaluación de las circunstancias que lo llevaron a entrar en guerra. Paraguay se consideraba con derecho tanto en el Mato Grosso como en las Misiones y el Chaco. Desde esa perspectiva, Jomini sostenía que la guerra más justa era la que, fundada en derechos incontrastables, ofreciese además ventajas positivas proporcionadas a los sacrificios y azares que se arriesguen.[40]

El militar suizo afirmó que las operaciones ofensivas deben ser proporcionadas al fin propuesto: la primera es naturalmente la de ocupar las provincias reclamadas (en el caso, Mato Grosso y consolidar la ocupación de las Misiones –ya en manos paraguayas–); en seguida se puede aumentar la ofensiva según las circunstancias y las respectivas fuerzas amenazando al adversario en su propio territorio, a fin de lograr la cesión que se apetece, pues todo depende de las alianzas que se hayan adquirido y de los recursos militares de ambas partes. Sin embargo, aquí López desoyó la advertencia: es esencial poner el mayor cuidado en no despertar los celos de un tercero que pudiese acudir al socorro de la potencia que se intenta atacar, lo cual toca a la política prever, dando todas las garantías necesarias para evitar una intervención (en el caso, la de la alianza argentino-brasileña),[41] como tampoco consideró que Jomini advertía que un estado atacado por otro vecino, el cual reclama antiguos derechos sobre una provincia de que está en posesión, rara vez se decide a cederla sin pelear.[42]

Con su situación interna consolidada, López pudo verse reflejado en la aserción de Jomini según la cual, para una potencia bien constituida que no tenga por qué temer divisiones interiores ni recelos de ser atacada por otra tercera, será siempre una ventaja positiva llevar el teatro de la guerra al país enemigo. De este modo evitará la destrucción de sus provincias, hará la guerra a expensas de su adversario y pondrá de su parte todas las probabilidades morales excitando el entusiasmo de los suyos e infundiendo, por el contrario, el desaliento en los enemigos, desde el principio de la campaña.[43]

López pudo reconocer su involucramiento en el conflicto uruguayo como una de las que Jomini denominó guerras de intervención, esto es, cuando un Estado se inmiscuye en una guerra ya en curso con el fin de influir en los negocios internos o en la política exterior de otro Estado.[44] A su vez, como indiscutido líder político y militar del Paraguay, reunía en sí mismo las condiciones que Jomini aconsejaba para una guerra de intervención.[45]

Al creerse amenazado por Brasil, López decidió tomar la iniciativa, siguiendo el consejo de Jomini que afirmaba que un estado hace mejor en invadir a sus vecinos, que en dejarse atacar por ellos; y en que el medio más seguro de coartar el espíritu de conquista y de usurpación es saber intervenir oportunamente para oponerle un dique. Suponiendo decidida una guerra de invasión, no por el inmoderado deseo de conquista, sino fundada en una sana razón de Estado, debe arreglarse al fin que se propone, y a los obstáculos que pueden encontrarse, ya de parte del país que ha de invadirse o ya de sus aliados.[46]

Al analizar quién debe mandar las tropas en campaña, si el “príncipe” no lo hace personalmente, Jomini afirmó que las cualidades esenciales del general de un ejército serán siempre el alto carácter o el valor moral –que es el que conduce a las grandes resoluciones– y sangre fría o valor físico que domine los peligros. Para el suizo, el saber ocupa el tercer lugar; basta saber poco pero bien.[47] Con esta llamativa conclusión (considerando que analizaba las campañas de Napoleón y Federico el Grande, hombres que se caracterizaban por la amplitud de sus conocimientos militares), Jomini discrepaba con la exigencia de Clausewitz, para quien el saber necesario en los altos cargos de la guerra sólo puede ser adquirido mediante el estudio y la reflexión de un talento adecuado,[48] y que cuanto mayor sea la graduación del jefe, más necesario será que la intrepidez aparezca al lado de una inteligencia reflexiva.[49] López parece haber dado preponderancia al valor, con prescindencia de la capacidad intelectual, poniendo al mando directo de sus tropas a jefes que no estaban a la altura de las responsabilidades asignadas, aunque hubiesen demostrado valentía (como Duarte en Yatay).

También se puede apreciar la influencia de Jomini en el método de mando del mariscal López. El general suizo describió dos métodos para la comunicación de órdenes. El primero, que denominó “de la antigua escuela”, consistía en emitir minuciosas órdenes generales. El otro método es el de dar órdenes aisladas como las que comunicaba Napoleón a sus mariscales, sin prescribir a cada uno sino aquello que precisamente le concierne, y dándole cierto conocimiento de los cuerpos destinados a cooperar por su derecha o izquierda, pero ocultando siempre la totalidad de su plan de operaciones.[50] Aun con ciertas reservas, Jomini prefería este último sistema y ese era el aplicado por el presidente paraguayo.

En cuanto al plan original para la invasión a Corrientes, también pueden encontrarse rastros del pensamiento de Jomini en las disposiciones iniciales. En su estudio de la estrategia aplicada a las operaciones militares, Jomini incluyó diversas definiciones, algunas de las cuales pueden apreciarse en los movimientos paraguayos en Corrientes. Así, definió las líneas de operaciones dobles entendiendo por tales las que formen dos ejércitos, independientes uno de otro, en una misma frontera (en el caso, el límite de Paraguay con Corrientes); y, asimismo, sobre las que operen masas de iguales fuerzas aproximadamente dependientes del mando del mismo jefe (López), aunque obren separadamente a grandes distancias y por mucho tiempo (las divisiones del Paraná y el Uruguay, aunque numéricamente la del Paraná fuese superior).[51]

Jomini entendía por líneas profundas las que, partiendo de su base, corren una grande extensión de terreno para llegar a un objetivo.[52] Indudablemente las penetraciones efectuadas por las divisiones paraguayas en territorio enemigo se encuentran comprendidas en tal definición.

Si bien, en principio, Jomini desaconsejaba formar dos ejércitos independientes sobre una misma frontera,[53] sostenía que una línea doble podía convenir cuando se tiene una superioridad tan marcada, que fuese posible maniobrar sobre dos direcciones, sin exponerse a ver uno de los dos cuerpos batido por el enemigo. En esta hipótesis sería una falta agrupar las fuerzas en un solo punto, y privarse de este modo de las ventajas de la superioridad, reduciendo a una parte de aquellas al estado de no poder obrar. Sin embargo, formando una doble línea siempre será prudente reforzar según convenga la parte del ejército que, por la naturaleza de su teatro, y por las situaciones respectivas de los dos partidos haya de hacer el papel más importante.[54] Este razonamiento es reconocible en las dos divisiones que lanzó López a lo largo de los ríos Paraná y Uruguay al inicio de las operaciones.

Clausewitz –a diferencia de Jomini– se inclinaba por avanzar ofensivamente contra el punto principal y permanecer a la defensiva en todos los otros[55]. El prusiano sostenía que deben emplearse simultáneamente todas las fuerzas disponibles, destinadas a un fin estratégico, y este empleo será tanto más completo cuanto más se reúna todo en un momento y en un acto[56].

Aunque Mitre consideraba que López había cometido un grave error al dividir sus fuerzas en las dos divisiones que bajaban los ríos Paraná y Uruguay, por estar separadas por una gran extensión de territorio lleno de dificultades[57] (estaba persuadido de que el teatro principal de la guerra era Corrientes y que “el enemigo no amaga sino muy secundariamente la frontera del Brasil”),[58] es pertinente señalar que cuando en enero de 1865 el entonces marqués de Caxias (quien a la postre resultaría el principal comandante brasileño de la guerra) fue consultado sobre cómo proceder contra el ataque paraguayo en curso en Mato Grosso, el militar imperial sugirió hacer exactamente lo mismo que López, pero en rumbo inverso. Atacar a las tropas de Mato Grosso desde São Paulo, atacar Humaitá a través de Corrientes y luego seguir el curso del río Paraguay hasta Asunción y con otra división desde Río Grande en dirección a Itapuá (Encarnación) a través de San Cosme y San Carlos (en Corrientes).[59]

La falta de coordinación de las dos divisiones paraguayas, separadas por el Iberá, es más aparente que real y se debe fundamentalmente a la máxima de von Moltke (el viejo) –ningún plan resiste el contacto con el enemigo–. Cabe entender que no es obra de la casualidad que la división del Paraná se pusiese en marcha el 11 de mayo de 1865 mientras que la avanzada de la división del Uruguay lo hiciese pocos días antes (el 5 de mayo, según Garmendia).[60] Nótese que la distancia entre Encarnación (punto de partida en Paraguay de la división del Uruguay, aunque saliera del arroyo Pindapoy en territorio argentino pocos kilómetros hacia el Sur) y São Borja, el primer objetivo brasileño atacado, es de 195 kilómetros y la distancia entre Encarnación y Uruguayana es de 379 kilómetros. Por su parte, la distancia entre Corrientes capital y Goya (destino de la división de Robles, como se verá) es de 225 kilómetros, y desde Goya a Paso de los Libres (frente a Uruguayana) es de otros 220 kilómetros, lo que hace que las distancias hipotéticamente a recorrer por ambas divisiones no fuesen marcadamente distintas. La falta de coordinación se evidencia más en la ejecución del plan que en su diseño, con la lentitud de Estigarribia en mover el grueso de sus tropas (recién veinte días después de su vanguardia) y en la orden de López de hacer retroceder a la división del Paraná luego del ataque a Corrientes del 25 de mayo de 1865. Ante esta retirada, y dado que los paraguayos tomaron el camino hacia San Roque, inicialmente Paunero creyó que se trataba de un movimiento que tenía por finalidad la reunión de las dos divisiones paraguayas.[61] Ante la noticia del repliegue paraguayo, Urquiza también presumió, en un principio, que se trataba de un movimiento en búsqueda de los mejores pasos sobre el río Corrientes, para aproximarse a la división del Uruguay y como amenaza al centro de unión de las fuerzas argentinas[62], lo que evidencia la factibilidad de tal posibilidad.

Hasta en las fallas del plan es reconocible el pensamiento de Jomini, quien sostuvo que a nadie se le ocurriría pensar en el Danubio o el Rhin como líneas de operaciones en las que un ejército pueda obrar. Estos ríos, cuando más, serán líneas de abastecimientos para facilitar las conducciones, pero no para que maniobre un ejército, a no ser que el que le mande tenga el poder milagroso de hacerle marchar sobre las aguas.[63] Precisamente esto último fue lo que hizo Paunero, sorprendiendo a López. Los ejemplos del Rhin o del Danubio son atinados por las dimensiones y navegabilidad de ambos cursos de agua, asimilables –a los fines de los movimientos militares– al río Paraná.

Es probable que López haya tenido en mente más este pensamiento que su propia experiencia, considerando que las tropas paraguayas a su mando en la campaña correntina de 1845/6 fueron conducidas desde el Paraguay a Goya en una flotilla correntina por el río Paraná.[64]

Por lo expuesto, a la luz del pensamiento de Jomini, pueden encontrarse en los movimientos paraguayos huellas de tal posible inspiración, lo que no significa que el plan haya sido perfecto, correctamente ejecutado o que el militar suizo lo hubiera aprobado de haberlo conocido.

En síntesis. Es factible sostener que el plan paraguayo en el Sur tenía dos etapas. La primera, que fue ejecutada, consistía en invadir la provincia de Corrientes y ocuparla[65] por dos líneas dobles (en los términos de Jomini) teniendo cubierto el centro por los intransitables esteros del Iberá. La división del Paraná debía alcanzar Goya y la del Uruguay, la ciudad brasileña de Uruguayana. Que Goya fuese el objetivo de la división del Paraná tiene su respaldo en la carta del 26 de abril de 1865 que López le escribió a Berges, en la que el presidente paraguayo indicó que dicha ciudad era la meta asignada a Robles, por lo que a tal fin debía suministrársele caballada,[66] y explica la aparentemente incomprensible desobediencia del general Robles, quien siguió su marcha hacia el Sur hasta alcanzar Goya, pese a que ya le había llegado la orden de López de retroceder hacia la capital correntina; directiva que, a la luz de su confuso contenido, Robles se permitió –momentáneamente– interpretar.

Cabe considerar que, en esos tiempos, las rutas para atravesar la provincia de Corrientes en sentido Oeste-Este eran a través de Bella Vista-Mercedes (ruta usada por Urquiza en la campaña de 1847) o desde Goya para alcanzar el paso Santillán sobre el río Corrientes en dirección a Curuzú Cuatiá (ruta usada por Urquiza en 1846). Urquiza fue considerado por Beverina el más autorizado baqueano de Entre Ríos y Corrientes[67], opinión que también tenía el presidente Mitre –como expuso al invitar al entrerriano al consejo de guerra del 1° de mayo de 1865 con Tamandaré, Osorio y Flores para valerse de sus conocimientos militares y del terreno , a fin de arreglar el plan de campaña–.[68] Por ello, Goya sería un punto desde donde la división paraguaya del Paraná podía dirigirse tanto hacia Entre Ríos como cruzar Corrientes en dirección al río Uruguay.

Una segunda etapa de la ofensiva dependería de los movimientos y la reacción del enemigo, pero este trabajo no se aventurará a explicitarla por carecerse de toda referencia documental y por la falta de coincidencia de las versiones provenientes del Paraguay. Sin embargo, la factibilidad del apoyo mutuo de las divisiones del Paraná y del Uruguay está presente en los testimonios de Centurión, Resquín, Paunero y Urquiza

 

Algunos aspectos criticables del plan y de su ejecución

Con independencia de lo acertado o no del plan paraguayo, cabe hacer una breve referencia a otras cuestiones, no menos importantes, que incidieron en su fracaso, tales como las distancias del teatro, la velocidad de los movimientos guaraníes, la falta de dominio del río Paraná y la capacidad de los mandos paraguayos. Hubo también otras fallas, en especial de tipo logístico, pero su análisis excedería largamente el alcance de este trabajo.

Como se vio, la campaña paraguaya del Sur presentaba al menos dos opciones: ir hacia Brasil, objetivo declarado para el tránsito de las tropas por territorio correntino, en la comunicación de la declaración de guerra a Argentina; o ir al Sur en territorio argentino (objetivo presunto de la división del Paraná). En ambos casos se presentaba el mismo inconveniente: aún en un teatro relativamente limitado, existían enormes distancias. Tomando como centro administrativo y logístico paraguayo a su capital, Asunción, la distancia entre ésta y Uruguayana (donde se rindió el contingente al mando de Estigarribia) es de 690 kilómetros. La distancia entre Asunción y Paraná (Entre Ríos) es de 876 kilómetros, y entre Asunción y Concordia es de 921 kilómetros.

Los contingentes paraguayos eran numerosos para los parámetros americanos, pero las distancias son implacables, máxime en regiones encharcadas, con malos o inexistentes caminos y numerosos cursos de agua, como Corrientes, tal como surge de la descripción de dicha provincia en 1865 hecha por Garmendia.[69] La falta de dominio del Paraná impedía a los paraguayos el uso de su flota como abastecedora de las tropas en avance.

Clausewitz recordaba que las marchas ejercen una influencia destructora sobre las tropas. Un desplazamiento moderado no perjudica al instrumento militar, pero una serie de marchas moderadas ya lo dañan y una sucesión de marchas fatigosas lo agotan considerablemente[70]. También afirmaba que después de una marcha de 740 kilómetros o más, un ejército no llega nunca a destino sino muy disminuido, sobre todo en lo relacionado con la caballería y las divisiones de abastecimiento[71]. Y, además, el prusiano daba por cierta una gran destrucción de las propias fuerzas cuando se quiere hacer una guerra de movimientos. Cuanto mayor sea la extensión del teatro de operaciones que deba atravesar, más se debilitará el ejército atacante[72].

Por numerosas que fuesen las tropas paraguayas, su debilitamiento a medida que se alejasen de sus centros de abastecimiento, era inevitable. El lamentable estado de las tropas rendidas en Uruguayana así lo prueba. Aun tomando las distancias sólo desde los efectivos puntos de partida de las fuerzas paraguayas en su avance hacia el Sur, el recorrido –siguiendo la hipótesis del apoyo recíproco expuesta por Centurión, Duarte y Resquín– era significativo, en torno a los 400 kilómetros, sin prácticamente apoyo.

Otro elemento a examinar en la ejecución del plan paraguayo es la velocidad. Recordaba Clausewitz que desde mediados del siglo XVIII, y en particular a partir de las campañas de Federico II, se comenzó a considerar a la movilidad de las tropas como el verdadero factor del éxito en la guerra y a procurar la victoria por la sorpresa y por la rapidez de los movimientos.[73]

Cuando se estima la fuerza de los ejércitos y lo que ella puede realizar debe considerarse, en particular, al tiempo como un factor de las fuerzas.[74] Todo gasto innecesario de tiempo, todo rodeo inútil es un desperdicio de fuerzas y un insulto a los principios de la estrategia.[75] En similares términos, Jomini sostuvo que por medio de la celeridad de las marchas se multiplican las propias fuerzas, neutralizando una gran parte de las del enemigo. Si esta celeridad basta con frecuencia para proporcionar ventajas, sus efectos se multiplican dando una dirección acertada a los esfuerzos que produzca; esto es, cuando se dirijan sobre los puntos estratégicos decisivos de la zona de operaciones, donde puedan producir resultados que causen más desastres al enemigo.[76]

Clausewitz sostenía que ninguna conquista es terminada demasiado pronto; extenderla por un lapso más grande del que es estrictamente necesario para llevarla a buen fin, la hará más difícil en vez de facilitarla. No basta tener la fuerza suficiente para emprender una conquista, sino también tener la fortaleza necesaria para hacerla mediante un solo esfuerzo sin etapas intermedias.[77] Ninguna pausa, ningún punto de descanso, ninguna etapa intermedia está de acuerdo con la naturaleza de la guerra ofensiva.[78]

Considerando la opinión de los importantes doctrinarios citados, la ofensiva paraguaya se realizó con llamativa lentitud, a punto tal que las tropas de Robles salieron de Riachuelo rumbo al Sur recién el 11 de mayo;[79] esto es, casi un mes después de la toma de la ciudad de Corrientes, porque el contingente paraguayo fue creciendo paulatinamente a lo largo de las semanas que sucedieron a la invasión y por carencias en el abastecimiento. El 5 de junio alcanzaban Goya (225 kilómetros al sur de Corrientes) para luego, siguiendo las órdenes de López, emprender la retirada hacia el Norte. El grueso de la división del Uruguay se movió un mes y medio después de producida la invasión en territorio correntino. Palleja remarcó la lentitud de las divisiones paraguayas al sostener que “marchar despacio es marchar paraguayamente”.[80]

Transcurrido el irrecuperable tiempo perdido en los alrededores de la capital correntina, una vez puestas en marcha las tropas de Robles, el ritmo de avance era razonable hasta llegar a Santa Lucía (un promedio de 12 kilómetros por día). Ahora bien, tal promedio de marcha cae irremediablemente con la detención en ese lugar, por ello, al entrar en Goya el 5 de junio de 1865, las tropas de Robles necesitaron 26 días para cubrir desde Riachuelo una distancia de 208 kilómetros (un promedio de 8 kilómetros por día).

Para que el dato citado en el párrafo precedente pueda ser comparado y no sea una mera cifra abstracta, considérese que Clausewitz sostenía que una marcha de 22 kilómetros satisface como jornada diaria en desplazamientos de gran amplitud (o 15 kilómetros diarios en caso de tratarse de divisiones muy fuertes).[81] Y, aunque no se puede comparar sin más la referencia de los tiempos para el desplazamiento por tropas en Europa, que en su parte occidental –en la primera mitad del siglo XIX– tenía numerosos caminos, con Corrientes –que carecía de ellos–, dado que el mismo Clausewitz advirtió que tales distancias no son alcanzables con malos caminos, el militar prusiano también aportó como ejemplo la invasión napoleónica a Rusia y esta puede considerarse una comparación más apropiada, ya que el Este de Europa se ha caracterizado hasta, por lo menos, mediados del siglo XX por sus malos caminos. Lamentablemente, las fechas que presentó Clausewitz son incorrectas, pero analizando las distancias con las fechas correctas, surge que Napoleón cruzó el río Niemen el 23 de junio de 1812 en las proximidades de Kaunas (Kovno, en Lituania) y llegó a Smolensk el 18 de agosto de 1812 cubriendo la distancia de 612 kilómetros en 56 días, con un promedio de 10,9 kilómetros por día, sin librar enfrentamientos de importancia,[82] aunque con un ejército de enorme tamaño. Tampoco las tropas paraguayas libraron enfrentamientos de importancia, pero la distancia promedio cubierta por día para llegar al objetivo (8 kilómetros por día) fue inferior a lo deseable.

Vinculada con la lentitud de la marcha paraguaya, cabe mencionar a la falta de caballos como una seria falla en la planificación paraguaya ya que, además, demoró el inicio de la marcha hacia el Sur de la división del Paraná. Los caballos paraguayos nunca habían sido buenos,[83] y el ejército que invadió Corrientes no estaba suficientemente dotado de equinos, como surge de la correspondencia de los oficiales en abril y mayo de 1865.[84]

El mismo López reconocía que “demoras de esta naturaleza comprometen el éxito de las operaciones”.[85] En efecto, el tiempo perdido en iniciar el avance y luego en el retroceso posterior al asalto aliado del 25 de mayo de 1865 resultaron fatales para cualquier esperanza de éxito paraguaya.

Es que el tiempo es protector de la defensa.[86] Todo el tiempo que transcurre sin ser utilizado se torna favorable al defensor.[87] El ataque encuentra su única ventaja en la sorpresa efectiva al iniciar la acción.[88] Dilapidada la sorpresa, la defensa prevalecerá por ser la forma más fuerte de la guerra.[89]

Respecto del ataque, Clausewitz enunciaba causas que acrecientan la potencia del atacante y otras que lo debilitan. Las primeras son: 1) las pérdidas humanas en la fuerza armada del enemigo; 2) las pérdidas sufridas en recursos militares materiales, tales como almacenes, depósitos, puentes, etc.; 3) la pérdida de provincias como fuente de nuevas fuerzas; 4) lo que gana el ejército atacante al vivir a expensas del territorio enemigo; 5) la pérdida por parte del enemigo de su organización interna y de su funcionamiento regular; 6) la posibilidad de que el enemigo se vea abandonado por sus aliados; 7) el desaliento del enemigo.[90] El ataque paraguayo fracasó en todos los aspectos reseñados con la sola excepción de que las tropas invasoras de Corrientes obtuvieron de la misma importantes recursos materiales. Sin embargo, ello no influyó negativamente en Argentina, dada la inmensidad de sus medios, de los que aquellos que podía proveer Corrientes eran sólo una pequeña fracción.

Entre las causas que debilitan el ataque, Clausewitz mencionó: 1) el sitio o bloqueo de fortalezas enemigas; 2) la naturaleza hostil del teatro de operaciones, que requiere su ocupación porque sólo le pertenece al atacante en la medida que lo ocupa; 3) alejarse de los propios recursos; 4) que aliados del enemigo acudan en su ayuda; 5) los mayores esfuerzos que realiza el adversario como consecuencia del acrecentamiento del peligro a la par de un relajamiento en el esfuerzo por parte del invasor.[91] En la campaña de Corrientes, todos los factores –excepto el primero– se cumplieron y contribuyeron a debilitar a las fuerzas expedicionarias paraguayas y a la postre al fracaso de su ofensiva.

En tanto que el defensor se refuerza día a día y que el atacante se debilita, la ausencia de decisión es favorable al primero[92] y así ocurrió en la campaña de Corrientes. López parece no haber sido plenamente consciente de ello puesto que el 5 de mayo de 1865 (tres semanas después de la invasión) le escribía a Berges que “los negocios (la evolución de la guerra) no tienen todavía la importancia que han de tener”[93] como justificativo para demorar su presencia en Corrientes. Ello revela, por una parte, que López era consciente de que él debía conducir la ofensiva en Corrientes –aún permanecía en Asunción–, pero, por otra, que ignoraba completamente la necesidad de moverse con celeridad.

Otro error fatal del plan paraguayo fue infravalorar la importancia del dominio del río Paraná. Los guaraníes no lo pudieron utilizar en acciones ofensivas ni como vía de abastecimiento más allá de sus movimientos iniciales en abril de 1865. Por el contrario, la escuadra aliada se movía libremente y ello posibilitó el ataque a Corrientes del 25 de mayo de 1865. Sólo luego de tal hecho, el presidente López puso su atención en la escuadra brasileña y su neutralización, dando luz al ataque al fondeadero de Riachuelo. De hecho, una acometida de esta naturaleza hubiera sido mucho más factible para las fuerzas paraguayas al inicio de las operaciones, antes de la llegada del grueso de la escuadra brasileña, por ejemplo, atacando a la solitaria división al mando de José S. Gomensoro antes del 20 de mayo de 1865.

Finalmente, cabe hacer referencia a los oficiales superiores paraguayos en el Sur.

A lo ya dicho respecto del estilo de mando del mariscal López, de posible inspiración Jominiana, debe agregarse que Centurión sostuvo que Robles ignoraba cuál era el plan de campaña del mariscal y debía ejecutar sus órdenes sin poder apreciar su mérito e importancia.[94] Otro tanto parece haber ocurrido con Resquín, que no pudo precisar cuál era el objetivo militar de la campaña de López.[95] Centurión sostuvo que la consecuencia de todo ello fue que el tiempo pasaba inútilmente, desapareciendo gradualmente con esa lentitud y con inútiles marchas y contra marchas aquel espíritu de entusiasmo y decisión con que salieron las tropas, y que fue lo primero que debió haberse logrado con operaciones y maniobras rápidas que no hubieran dado tiempo ni lugar al enemigo para reunir y disciplinar un ejército poderoso, capaz de hacer frente al ejército paraguayo.[96]

López, en esta etapa del conflicto, dirigió la guerra desde remotos cuarteles generales. Tanto el presidente paraguayo como otros líderes revistieron el doble carácter de comandante en jefe del ejército y cabeza del gobierno civil e incurrieron en el error de pretender dirigir como jefes de sus ejércitos las campañas desde alejados reductos. En tales condiciones, el mando era en realidad una interferencia. Tal como lo señala Keegan respecto de Hitler, quien, pese a contar con la radio, télex y teléfono (obviamente un notable avance en las comunicaciones respecto de las disponibles para López en la guerra de la Triple Alianza) –al igual que el líder paraguayo– estaba imposibilitado de apreciar información inmaterial de enorme importancia: la visión del campo de batalla, el grado de frío o calor, el flujo de heridos a la retaguardia, el flujo de suministros, la moral de las tropas, etc.[97] Como consecuencia de esta situación –como destaca Centurión– mientras, por ejemplo, Robles recibía las órdenes, se presentaban otras circunstancias que, o las hacían inconvenientes, inaplicables o innecesarias, o exigían nuevas disposiciones para poderlas llevar a ejecución con provecho y ventaja.[98]

El plan paraguayo fue ejecutado con una rigidez llamativa. Prosiguió, pese a que los supuestos deseados no se cumplieron (sublevaciones pro paraguayas –o al menos antimitristas– en Corrientes y Entre Ríos) y la división del Uruguay continuó su avance sin el apoyo de la división del Paraná, que se replegó después del ataque aliado del 25 de mayo de 1865. López careció de flexibilidad, que en tales circunstancias hubiese sido una virtud. Clausewitz hizo reiterada referencia a la flexibilidad, por ejemplo, al sostener que de advertirse el yerro en los cálculos, resultando que en lugar de ser superior al enemigo se es más débil, debe concluirse la guerra del mejor modo posible y esperar que se le presentase en el futuro algún acontecimiento favorable,[99] o al afirmar que ningún fin político es tirano; debe adaptarse a la naturaleza de los medios, y por ello puede ser alterado.[100]

En el frente, Paraguay careció de jefes capaces al mando en la campaña de Corrientes y Río Grande. Poco antes de la guerra, Paraguay contaba con un solo general, el mismo López, que no tenía una formación militar rigurosa. Jefes instruidos en el arte de la guerra brillaron por su ausencia en los primeros meses del conflicto en Corrientes y Río Grande. Si a ello le sumamos que los jefes en campaña no gozaban de libertad y debían obedecer mecánicamente las instrucciones que le transmitía López, quien dirigía la campaña de Corrientes desde Asunción y luego Humaitá, el resultado negativo final no puede sorprender.

Respecto del general Robles, Laurent-Cochelet afirmó que:

es el único general del ejército paraguayo (aparte del presidente comandante en jefe). Es un antiguo soldado, sin educación, devenido, a la larga, coronel de infantería, debe a una devoción sin límites, y tal vez a capacidades limitadas, el ascenso que se le ha dado con preferencia a miembros de la familia.[101]

Los generales paraguayos eran poco instruidos, según el veterano de la guerra del Paraguay Dionisio Cerqueira, luego general brasileño.[102]

Otra evidencia del deficiente mando la aporta la declaración del general Resquín, quien había recibido el comando de la división del Paraná en reemplazo de Robles, en julio de 1865 y se encontró con que “los comandantes de divisiones, compuestas de 3000 a 4000 hombres, no sabían hacerlas maniobrar, y que, por lo tanto, se exponía el ejército a una derrota”.[103]

Los jefes de la división del Uruguay sobrevivieron a la guerra, pero no eludieron las críticas. El teniente coronel Antonio de la Cruz Estigarribia, que estaba al mando de dicha división y se rindió en Uruguayana, fue calificado por Centurión como un “jefe inepto, ignorante y cobarde”.[104] El mayor Duarte (que comandó la división que transitó la orilla argentina del Uruguay) sale mejor parado, pero aunque Benites realizó grandes esfuerzos literarios para ensalzar la figura de Duarte y demonizar la de Estigarribia, inadvertidamente, criticando a este último también alcanzó al primero (quien, en definitiva, fue el comandante táctico en la catastrófica batalla de Yatay) al expresar: “indudablemente, el primer ejército del mundo, mandado por el más hábil y más valiente general, no habría aceptado el combate de Yataí, que ha sido un sacrificio estéril de vidas, más que estéril, estúpido”.[105]

A la rudimentaria instrucción debe sumarse el escaso número de oficiales en los mandos inferiores. Thompson señala que los regimientos debían ser mandados por un coronel, un teniente coronel y dos sargentos mayores, etc., agregando que en la realidad muchos regimientos eran mandados por un teniente y rara vez por un oficial de mayor graduación que un capitán.[106] En su crónica del 29 de abril de 1865, Igarzábal hizo referencia al ejercicio hecho por las tropas paraguayas en el cuartel de La Batería en la ciudad de Corrientes, destacando que cada batallón tenía sólo tres oficiales: un capitán, un teniente y un subteniente, aseverando que se trataba de una tropa sin dirección que, por componerse de reclutas, la calificó como “una masa informe”.[107]

 

Conclusiones

De lo expuesto a lo largo de este trabajo, pueden extraerse las siguientes conclusiones:

  1. Ante la ausencia de fuentes primarias, desde la misma guerra del Paraguay, no hubo coincidencia entre los autores acerca de cuál fue el plan paraguayo en la ofensiva iniciada en Corrientes en abril de 1865.
  2. Surge de la investigación que el presidente López pudo encontrar en la obra de Jomini argumentos doctrinarios para involucrarse en una guerra contra Brasil y Argentina y para planificar su ofensiva en el Sur, al utilizar dos divisiones separadas, cuyos movimientos se asemejaban a las líneas dobles teorizadas por el militar suizo. Además del bagaje de su propia personalidad y educación, López ejerció el mando en un modo compatible con las enseñanzas del general suizo.
  3. Los movimientos ofensivos paraguayos siguieron un patrón o un plan preestablecido; y de la evaluación de las distancias a recorrer por las dos divisiones que integraron la ofensiva del Sur, a la luz del pensamiento de Jomini y con los testimonios de Centurión, Duarte y Resquín, se puede sostener que el apoyo entre ambas columnas estaba previsto por el presidente paraguayo para una segunda etapa (no cumplida) e inclusive tal posibilidad fue considerada plausible tanto por Paunero como por Urquiza.
  4. El plan paraguayo presentó deficiencias en su ejecución tales como:
    1. Las distancias en el teatro de operaciones, por sí solas, representaban un riesgo considerable para la ofensiva paraguaya por el desgaste que las marchas imponen a todo contingente militar, más aún cuando carecía de un apoyo y una logística adecuados. La infravaloración del uso del río Paraná fue una ventaja importante dada por los paraguayos.
    2. Las demoras en la reunión de las fuerzas que emprenderían la ofensiva y la lentitud del avance de ambas columnas contribuyeron a dilapidar la enorme ventaja numérica y en preparación militar con que Paraguay inició la guerra. El tiempo perdido favoreció a la defensa.
    3. Mandos incompetentes. El ejercicio del mando por el mariscal López y, fundamentalmente, la distancia a la cual lo practicó perjudicaron notablemente a sus tropas. Asimismo, tampoco puso al frente de sus fuerzas a jefes que estuviesen a la altura del desafío que enfrentarían. Esta política no fue casual, dado que López no deseaba jefes militares que amenazaran su hegemonía. Schofield Saeger sostiene que la principal característica que buscaba López en sus oficiales era su lealtad al supremo paraguayo.[108] Este criterio en la selección de los jefes fue una constante en la guerra –con escasas excepciones– y tuvo funestos resultados para las armas paraguayas.

Dramáticos ejemplos de lo expuesto fueron los mandos de la división del Uruguay, incapaces de adoptar una decisión acertada cuando la circunstancias lo imponían: Duarte, pese a saber que enfrentaría en soledad a un contingente aliado que lo triplicaba en efectivos y que contaba con artillería, de la que él carecía, no atinó siquiera a cambiar su posición, arrinconándose con las espaldas a dos arroyos crecidos y a una zona pantanosa que imposibilitaba cualquier maniobra, sellando así la destrucción de su fuerza. Estigarribia, por su parte, pudiendo retroceder desde Uruguayana ante la evidencia del cerco aliado, optó por encerrarse en la ciudad donde sus tropas enfrentaban la capitulación o la muerte por el hambre o el fuego enemigo.

También conspiró contra las posibilidades paraguayas el escaso número de oficiales con mando de tropas.

Las deficiencias expuestas hubieran puesto en peligro cualquier plan, por brillante que hubiese sido su concepción en abstracto; ello, sumado a la acción del enemigo, condenaron al fracaso la audaz ofensiva del Sur en Corrientes y Rio Grande do Sul ejecutada por Paraguay.

 

Referencias Bibliográficas

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1 ARCHIVO NACIONAL DE ASUNCION, ANA-AHRP-2972.

2 ARCHIVO NACIONAL DE ASUNCION, AHA-AHRP-1658. Diario del Ministerio de Relaciones Exteriores de Paraguay, asiento del día 14 de diciembre de 1864, folio 115.

3 ARCHIVO NACIONAL DE ASUNCION, ANA-AHRP-PY-3485.

4 O’LEARY, J. E. Nuestra epopeya, p. 30.

5 ARCHIVO NACIONAL DE ASUNCION, ANA-AHRP-PY-3290, 3291 y 3292.

6 CENTURIÓN, J.C. Memorias o Reminiscencias Históricas de la Guerra del Paraguay, T. I, p. 172.

7 ARCHIVO NACIONAL DE PARAGUAY, ANA-AHRP-PY-2120.

8 ARCHIVO NACIONAL DE ASUNCION, ANA-AHRP-2539, carta del 15 de septiembre de 1864.

9 http://www.prefecturanaval.mil.py/pdf/DISTANCIA_CIUDADES.pdf.

10 CENTURIÓN, op.cit., T. 1, p. 230.

11 THOMPSON, G. Guerra del Paraguay., T. 1, p. 41.

12 SCHNEIDER, L. A guerra da Triplice Allianca contra o governo da República do Paraguay, T. I, p. 102.

13 ARCHIVO NACIONAL DE ASUNCION, ANA-AHRP-PY-3744.

14 SCHNEIDER, op. cit., T. I, p. 153.

15 Idem, T. I, p. 155.

16 RESQUÍN, F. I. La guerra del Paraguay contra la Triple Alianza, p. 25.

17 Idem, p. 26.

18 ARCHIVO JUAN BAUTISTA GILL AGUIANGA. Fondo Estanislao Zeballos. Memorias y recuerdos de Pedro Duarte. Carpeta N° 129, reproducidos en BREZZO, L. La Guerra del Paraguay en primera persona. Testimonios inéditos. Fondo Estanislao Zeballos, p. 85.

19 ARCHIVO MITRE. Guerra del Paraguay, T. IV, p. 15, carta de Venancio Flores a Bartolomé Mitre del 25 de mayo de 1865.

20 BEVERINA, J. La guerra del Paraguay, T. II, p. 13; RUIZ MORENO, I.J. Campañas militares argentinas, Tomo 4, p. 27

21 GARMENDIA, J.I. Campaña de Corrientes y de Río Grande, pp. 78 y sgtes.] Thompson y Jourdan[ JOURDAN, E.C., Guerra do Paraguay, Rio de Janeiro, 1871.

22 O’LEARY, op. cit., p. 22/3.

23 ARCHIVO NACIONAL DE ASUNCIÓN, ANA-AHRP-PY-3659.

24 ARCHIVO NACIONAL DE ASUNCION, ANA-AHRP-PY-3709.

25 SCHNEIDER, op. cit., T. I, apéndice N° 40 reproduce los partes de dicha acción militar, pp. 51/5.

26 BEVERINA, op. cit., T. II, p. 33.

27 CENTURIÓN, op. cit., T. I, p. 227.

28 CENTURIÓN, op. cit., T. I, p. 234. El mayor Duarte afirmó que debían esperar en Itaquí, op. cit., p. 85

29 Idem, p. 185.

30 ARCHIVO MITRE. Guerra del Paraguay, T. II, p. 134/5.

31 ARCHIVO NACIONAL DE ASUNCION, ANA-AHRP-PY-3888, carta de Antonio de la Cruz Estigarribia a Francisco Solano López del 14 de mayo de 1865.

32 CENTURIÓN, op. cit., T. I, p. 252.

33 ARCHIVO NACIONAL DE ASUNCION, ANA-AHRP-PY-3822, carta de Francisco Solano López a José Berges del 25 de mayo de 1865.

34 SCHOFIELD SAEGER, J. Francisco Solano López and the ruination of Paraguay, p. 131.

35 Carta del 20 de septiembre de 1864 en CAPDEVILA, L. Una guerra total: Paraguay 1864-1870, p. 328.

36 CENTURIÓN, Ibídem, T. I, pp. 254/5.

37 RUIZ MORENO, op. cit., Tomo 4, p. 67.

38 GONZÁLEZ, A. E. comentando las memorias de Centurión, pp. 234/5

39 WHIGHAM, T. La Guerra de la Triple Alianza, T. I, p. 429, ratificado en correo al autor del 1° de junio de 2021.

40 JOMINI, A.H. Compendio del arte de la guerra o nuevo cuadro analítico, primera parte, p. 36.

41 Idem, pp. 37/8.

42 Idem, p. 39.

43 Idem, pp. 39/40.

44 Idem, p. 44.

45 Idem, p. 49.

46 Idem, p. 54.

47 Idem, pp. 119/120.

48 CLAUSEWITZ, C. De la guerra, Libro II, Cap. II, T. I, p. 189.

49 Idem, op. cit., Libro III, Cap. VI, T. I, p. 290.

50 JOMINI, op. cit., segunda parte, pp. 150 y sgtes.

51 Idem, primera parte, p. 211.

52 Idem, p. 213.

53 Idem, p. 236.

54 Idem, p. 238.

55 CLAUSEWITZ, op. cit., Libro VIII, Capítulo IX, T. IV, p. 210.

56 Idem, Libro III, Cap. XII, T. I, p. 337.

57 ARCHIVO MITRE, Guerra del Paraguay, T. II, p. 135.

58 Idem, T. II, p. 150, carta de Bartolomé Mitre a Justo José de Urquiza del 4 de junio de 1865.

59 DORATIOTO, F. Maldita guerra, p. 111.

60 GARMENDIA, op. cit., p. 244.

61 ARCHIVO MITRE, Guerra del Paraguay, T. II, p. 174, carta de Wenceslao Paunero a Justo José de Urquiza del 9 de junio de 1865.

62 Idem, p. 175, carta de Justo José de Urquiza a Bartolomé Mitre del 10 de junio de 1865.

63 JOMINI, op. cit., primera parte, p. 266.

64 RUIZ MORENO, op. cit., T. 2, p. 482.

65 ARCHIVO NACIONAL DE ASUNCION, ANA-AHRP-PY-3822, carta del 22 de abril de 1865 de Francisco Solano López a José Berges.

66 ARCHIVO NACIONAL DE ASUNCION, ANA-AHRP-PY-3822.

67 BEVERINA, op. cit., T. I, p. 159.

68 ARCHIVO MITRE, Guerra del Paraguay, T. II, p. 121.

69 GARMENDIA, op. cit, pp. 72 y sgtes.

70 CLAUSEWITZ, op. cit., Libro V, Capítulo II, Tomo XII, p. 297.

71 Idem, Capítulo XII, T. II, p. 300.

72 CLAUSEWITZ, Ibídem, Libro VII, Capítulo III, T. III, p. 27.

73 Idem, Libro V, Capítulo X, T. II, p. 273.

74 Idem, Libro VIII, Capítulo IV, T. IV, p. 156.

75 Idem, Libro VIII, Capítulo IX, T. IV, p. 211

76 JOMINI, op. cit., primera parte, p. 375.

77 CLAUSEWITZ, op. cit., Libro VIII, Capítulo IV, T. IV, p. 158.

78 Idem, p. 161.

79 CENTURIÓN, op. cit., p. 198.

80 PALLEJA, L. Diario de la campaña de las fuerzas aliadas contra el Paraguay, T. 1, p. 139.

81 CLAUSEWITZ, op. cit., Libro V, Capítulo XI, T. II, p. 287.

82 CHANDLER, D. Las campañas de Napoleón, pp. 807/25.

83 THOMPSON, op. cit., T. 1, p. 64.

84 ARCHIVO NACIONAL DE ASUNCION, ANA-AHRP-PY-3778, 3896 y 4960.

85 ARCHIVO NACIONAL DE ASUNCION, ANA-AHRP-PY-3822, carta de Francisco Solano López a José Berges del 4 de mayo de 1865.

86 CLAUSEWITZ, Ibídem, Libro VIII, Capítulo IX, T. IV, p. 217.

87 Idem, Libro VI, Capítulo I, T. III, p. 12.

88 Idem, Libro VIII, Capítulo IX, T. IV, p. 212.

89 Idem, Libro I, Capítulo I, T. I, p. 44.

90 Idem, Libro VII, Capítulo XXII, T. IV, p.98.

91 CLAUSEWITZ, Ibídem, Libro VII, Capítulo XXII, T. IV, p. 99.

92 Idem, Capítulo VIII, T. III, p. 66.

93 ARCHIVO NACIONAL DE ASUNCION, ANA-AHRP-PY-3822, carta de Francisco Solano López a José Berges del 5 de mayo de 1865.

94 CENTURIÓN, op. cit., T. I, p. 228.

95 RESQUÍN, op. cit., p. 25.

96 CENTURIÓN, Ibídem, T. I, p. 228.

97 KEEGAN, J. La máscara del mando, pp. 368/9.

98 CENTURIÓN, op. cit., T. I, p. 228.

99 CLAUSEWITZ, op.cit., Libro VIII, Capítulo IV, Tomo V, p. 169.

 

100 Idem, Libro I, Cap. I, T. I, p. 50.

101 Carta del 5 de enero de 1864, en CAPDEVILA, op. cit., p. 300.

102 CERQUEIRA, D. Reminisĉencias da Campanha do Paraguai, p. 60.

103 Declaración prestada por Francisco Resquín como prisionero en Humaitá el 20 de marzo de 1870, p. 2, Hemeroteca de la Biblioteca Nacional de Asunción.

104 CENTURIÓN, op. cit., T. I, p. 253.

105 BENITES, Primeras batallas contra la Triple Alianza, p. 76.

106 THOMPSON, op. cit., T. 1, p. 63.

107 IGARZÁBAL, P. Crónicas correntinas de la ocupación paraguaya de 1865, p. 49.

108 SCHOFIELD SAEGER, op. cit., p. 47.