La historia militar ante un desafío epistemológico

 

Hernán Cornut

 

Universidad de la Defensa Nacional

Casus Belli I (2020), 13-27

Recibido: 7/1/2020 - Aceptado: 6/8/2020

 

Resumen: Aquella parte de la Historia que se vincula con el estudio de la guerra y los entornos militares viene evolucionando en sus marcos teóricos y aproximaciones metodológicas conforme aumenta la demanda de conocimiento de lo bélico para explicar el comportamiento de grupos humanos, sociedades y culturas. La Historia militar cobra protagonismo en su rol de objeto de análisis por parte de un gran número de ciencias y disciplinas que buscan en la guerra las respuestas que sus propios campos no les brindan, pero al mismo tiempo, esta parte de la ciencia histórica se erige en sujeto de cambios y desarrollos que proponen una nueva mirada sobre los hechos del pasado. El objeto de este artículo es interpelar por igual a militares y académicos respecto de la conveniencia, vigencia y resignificación de conceptos a fin de plantear más interrogantes que certezas en cuanto a la dimensión epistemológica de la Historia de la guerra en relación con el ejercicio de la violencia por parte de actores definidos con intereses explícitos.

Palabras clave: Historia militar, guerra, conflicto, teoría, metodología.

 

Abstract: The part of history that is linked to the study of war and military environments has been evolving in its theoretical frameworks and methodological approaches, since it has also beingused to understand the behavior of human groups, societies and cultures. Military history takes the main role as it becomes an object of analysis by a large number of sciences and disciplines that seek in war the answers that their own fields are uncapable to provide, but at the same time this part of historical science servesas purpose to get a new look at the events of the past. The aim of this article is to question military and academicspecialists alike regarding the convenience, validity and resignification of concepts, in order to raise more questions than certainties regarding the epistemological dimension of the History of War in relation to the exercise of violence by defined actors with explicit interests.

Keywords: Military history, war, conflict, theory, methodology.

 

1. Introducción

Si bien lo militar y la Historia presentan cierta identidad que se fue modelando conforme se desarrollaron y profesionalizaron las organizaciones castrenses, no es menos cierto que el vínculo en cuestión ha sido objeto de interpretaciones equívocas o, al menos, de apropiaciones con un marcado sentido utilitario que, aun cuando sirvieron a propósitos institucionales, al mismo tiempo obturaron la comprensión amplia de lo histórico desde el punto de vista militar. El cometido de explorar la relación del Ejército Argentino con el ámbito de la Historia a lo largo del siglo XX en el lapso 1900-1984, ofrece dos perspectivas de análisis: por un lado, la dimensión alcanzada por los profesionales militares como investigadores y docentes de lo histórico militar y su rol dentro de lo institucional y, en segunda instancia, el abordaje metodológico acerca de qué es la Historia militar o qué se entiende por ella en el entorno del Ejército, y cuáles son sus derivaciones en términos epistemológicos hacia la “nueva historia militar o cultura de guerra”. Nos valdremos de la obra de Roberto Etchepareborda,[1] Historiografía militar argentina,[2] a modo referencial y teniendo en cuenta que constituye el último y más completo estudio sobre el tema, a la que también nos proponemos interpelar, en la idea de arribar a conclusiones respecto de su vigencia y validez.

2. La Historia militar y los militares

En cuanto a los oficiales que se constituyeron en sujeto de la difusión del conocimiento histórico castrense, nos deparamos con un grupo tan heterogéneo como reducido, que por el devenir de su carrera militar desempeñó ‒con diferente intensidad y dedicación‒ la tarea de transferir y compartir conocimiento histórico con camaradas, también militares de menor jerarquía, experiencia y edad. Esto hace del oficial profesor militar una figura atípica en términos de docencia, ya que si bien su trayectoria institucional lo habilita, por vivencias y permanencia, a constituirse en guía de la asimilación de conocimientos de otros militares, estos son a la vez sus alumnos, pero también sus subalternos, con quienes establece un vínculo dominado por la jerarquía formal del superior por grado, antes que por la normalidad que implica la situación docente-discente dentro del proceso de enseñanza-aprendizaje. De esta manera, los oficiales que imparten clases de Historia militar poseen conocimientos profesionales acordes a su grado, pero no necesaria ni frecuentemente están formados como historiadores. Esto conlleva una natural limitación, que no tiene que ver con la calidad del instructor, sino que se objetiva en la carencia de aspectos historiográficos generales que le permitan realizar un tratamiento integral de lo histórico y la capacidad de historiar el pasado. Vale decir que, aun siendo todos ellos excelentes profesionales, se encuentran limitados por una visión militar excluyente que inhibe la comprensión de los hechos desde una dimensión profunda y holística del pasado. Esta premisa es clave para comprender los matices de la “historia militar” dentro de los ámbitos castrenses, y en particular en el Ejército Argentino.

Coincidimos con la temprana clasificación de Etchepareborda que da cuenta de los oficiales precursores de la historia militar argentina y de su carácter de cronistas, antes que de historiadores críticos.[3] También adherimos a la distinción entre aquellos militares consagrados como historiadores y reconocidos por sus pares en función de su trayectoria,[4] y aquellos otros oficiales[5] que representan un segmento mucho mayor, con menor visibilidad académica, pero con gran incidencia en la formación regular de otros militares. Aun cuando Etchepareborda se aproxima a lo histórico militar desde una perspectiva integradora y anticipatoria a los cánones de su tiempo,[6] su perspectiva no deja de presentar contradicciones a la luz de un análisis actual. Sus afirmaciones en cuanto “que no es posible considerar la guerra como una realidad encerrada en sí misma, y que por lo contrario, para estudiarla, es necesario ligarla a otras actividades, a todas las acciones de los hombres, en suma, organizarla dentro de la masa total de las acciones y reacciones en cadena”,[7] seguidas de la noción acerca de que la guerra es “cierta forma de ver, de considerar y de explicar la historia general de los hombres”,[8] contrastan con su juicio sobre “que la historia militar posee su propia esfera de aplicación, sus lineamientos, sus reglas de observación, afinadas por una serie de preceptos, experiencias y reflexiones medulosas”.[9] La mirada inicial amplia de Etchepareborda para contextualizar la especificidad militar de la historia tropieza con digresiones que inhiben un acercamiento global hacia el pasado militar: “el primer requisito del historiador militar debe ser el de poseer el dominio del arte de la guerra, conjugado a la facultad de interpretar plenamente los fenómenos político-sociales”.10] Así, la historia militar pareciera estar destinada a un sector reducido del escenario académico y dispuesta con fines utilitarios excluyentes.

Empero la incógnita se devela cuando el autor propone que “la historia militar debe ir en auxilio de los oficiales para su futura acción en el campo de batalla. Los historiadores militares clásicos coinciden en que ella es esencial para la corrección de ideas y para una hábil conducción bélica”,[11] y de inmediato sentencia:

Asimismo, a través del examen profundo, meticuloso, de la vida y campañas de los grandes capitanes, de los luchadores más destacados de tierra y mar, alcanzan los historiadores, analistas y críticos una gran cantidad de observaciones que racionalmente comparadas en sus aplicaciones y resultados pueden ser adoptadas como verdaderos preceptos fundamentales del arte de la guerra. En general, el militar posee la experiencia necesaria para el estudio técnico de los hechos, pero tropieza con la falta de metodología de la investigación, por no saber valorar debidamente las fuentes, y por ausencia de aparato crítico; el historiador, a su vez, dispone de los elementos esenciales, pero no posee la especialización propia del oficial, también indispensable para la apreciación y la comprensión del fenómeno.[12]

De ser así, la coyuntura no presenta más alternativas que conjugar ambos perfiles (historiador y militar) en una sola persona a los fines de producir historia militar, y entonces, parece que la opción más viable sería dotar a los militares del saber y hacer histórico, y no lo contrario. Pero este juicio no se muestra plausible y sectoriza lo histórico militar a un segmento que, si bien ejerce una preponderancia obvia, no debería monopolizar este campo historiográfico, habida cuenta del riesgo de excluir la riqueza que una necesaria heterogeneidad disciplinaria aportaría a la mejor comprensión de la guerra. Lo anterior se ve reforzado en la medida que Etchepareborda se basa en la obra de Leopoldo Ornstein,[13] El estudio de la Historia Militar,[14] y acepta una secuencia predeterminada para el análisis que se orienta a satisfacer interrogantes profesionales militares antes que a explicar hechos de manera amplia, y a entender conductas que provean de un sentido integral a los acontecimientos del pasado. Ornstein proponía un enfoque funcional de la historia militar –en línea con su formación castrense y el paradigma del momento–, cuya finalidad era formar conductores militares entre los oficiales del Ejército:

Los conocimientos necesarios a la técnica de conducción se extraen de la Historia Militar; ella proporciona todo lo que es preciso saber en materia de procedimientos, normas y principios que rigen su aplicación, tanto para las grandes unidades operativas como para las más pequeñas fracciones de tropas, así como también todo lo referente a su organización, instrucción, equipamiento y abastecimiento. La obtención de estos conocimientos requiere un método de investigación particular relacionado principalmente con las guerras más recientes. Ellas son sin duda las que ofrecen las más útiles lecciones en el sentido expresado. Además la mayoría de estos conocimientos ha sido concretada en una serie de reglas de conducción y se halla contenida en los reglamentos en calidad de prescripciones […] por lo que sólo resta la tarea de actualizarlas y ampliarlas a continuación de cada nueva contienda.[15]

En cuanto a las “reglas de conducción” que se mencionan en la cita anterior, estas se articulan con la idea que expresa el autor acerca de que “la guerra es uno de los tantos fenómenos inseparables del proceso evolutivo humano, hallándose como tal sujeta en su génesis y desarrollo a leyes, causas y efectos […]”.[16] Esta concepción determinista sobre la historia impregnó el análisis de los hechos militares como si formaran parte de un sistema preestablecido y regulado, y como si fuera posible anticipar comportamientos y garantizar victorias. Ambas cuestiones se contraponen con el pensamiento clausewitziano, que entiende a la conducción de la guerra como un arte [17] y, por lo tanto, excluye la existencia de una doctrina[18] que prescriba la fórmula del éxito.

El estudio de la Historia Militar tiene por objetivo adquirir una experiencia previa sobre la guerra, que capacite al conductor para flexibilizar la aplicación de la técnica de conducción adecuándola acertadamente a cada situación particular, experiencia típicamente personal y orientada a la educación del propio espíritu en esa actividad. Ella deberá ser el complemento indispensable e inseparable del estudio de la conducción estratégica, operativa y táctica. El camino para alcanzar dicha finalidad está dado por la extracción de enseñanzas y experiencias de las guerras del pasado.[19]

Entonces, queda claro que esta interpretación de la historia militar es un instrumento didáctico que satisface objetivos de formación en el plano de la educación militar mediante la reseña de hechos bélicos del pasado que permitan identificar aspectos de táctica y estrategia, en la idea de aprovechar experiencias pretéritas para dotar de saberes prácticos a los futuros conductores de operaciones militares. Esta forma de estudiar el pasado no se centra en el campo historiográfico como objeto de estudio, sino que busca y encuentra (aun forzadamente) un clivaje que soporte una analogía con el presente en procura de semejanzas deterministas y a riesgo de un flagrante anacronismo, toda vez que se interpela el pasado a partir de categorías analíticas del presente. Esta historia militar se despliega con ciertos resultados dentro del ámbito castrense y normalmente queda bajo responsabilidad de aquellos oficiales, profesores militares por imperio de las circunstancias contingentes de su carrera, pero, más allá de su referencia a lo pasado, guarda poca relación con la dinámica y holística que un estudio concienzudo de la historia supone. Este juicio crítico no invalida el beneficio ni la conveniencia en torno de la Historia militar (para fines militares), sino que se dirige a aclarar los términos y a colaborar en la comprensión de un arbitrio de pedagogía militar, antes que de historia propiamente dicha. En cualquier caso, lo expresado guarda sentido para las instituciones militares y, de hecho, a pesar de esfuerzos y aggiornamentos fugaces para reencauzar este tipo de historia, esta se mantiene sólidamente enraizada en la educación castrense. Prueba de ello es el amplio consenso alcanzado a escala planetaria en la actualidad, sin importar que los oficiales instruidos pertenezcan al Ejército de Chile,[20] al Ejército Brasilero, [21] a las Fuerzas de Tierra de España[22] o al mismísimo Ejército de los Estados Unidos de América.[23]

3. ¿Nueva Historia militar, Historia de la guerra o cultura de guerra?

Algo distinto ocurre en las esferas académicas con la concepción de la historia en términos bélicos. Ya John Keegan[24] advertía sobre esta dicotomía entre la mirada un tanto endogámica de la historia militar en los círculos uniformados, en contraposición del planteamiento amplio y dialoguista del entorno académico en general. Así, en las antípodas de la posición militar de la historia, encontramos un enfoque actual de características plurales, que a partir de abarcar la heterogeneidad de las diferentes manifestaciones de violencia propone estudiar la guerra en el marco de una “nueva historia militar”[25] que problematiza los análisis históricos en general, procurando encontrar explicaciones sistémicas en torno de los hechos pasados. En este sentido las representaciones relacionadas con las estructuras económicas, las cuestiones de género, la vida cotidiana, la historia comparada, Estado y sociedad, los espacios locales e, incluso, la posguerra, obtienen protagonismo como unidades de análisis sobre el objeto de la guerra, complejizando la investigación y proponiendo múltiples derivas. Ya no se trata de poner a dialogar el conflicto armado con otras ciencias y disciplinas como se viene dando, sino de formular marcos teóricos innovadores que permitan aproximaciones metodológicas que enriquezcan los estudios del pasado. Inclusive, luce plausible hablar de una “historia de lo militar”, que aparece como un subproducto del escenario social y cultural, pero reclama una identidad propia con fuertes bases antropológicas. Siguiendo a Germán Soprano,[26] observamos la pertinencia de interrogantes tales como ¿es necesario conocer acerca de la estructura y jerarquías de una sociedad determinada para estudiar lo militar o la guerra?; ¿qué debemos conocer acerca de la política o de la religión de un país para comprender el modo en que los militares o, más ampliamente, los soldados se comportan?; ¿en qué medida es preciso conocer las perspectivas y experiencias de los no combatientes para entender las guerras en toda su dimensión y consecuencias?; ¿Cuál ha sido (y es) la gravitación de los militares, lo militar, la militarización y el militarismo en la producción de las identidades y formas de sociabilidad de diferentes grupos humanos? Quizás esta “historia de lo militar” provea una aproximación más inclusiva que el resto de las tendencias mencionadas y pueda desarrollarse en forma complementaria al estudio propio de la guerra, en la idea de alcanzar un conocimiento cabal del hecho bélico que permita comprender la multiplicidad de factores intervinientes y sus implicaciones.

Tampoco debemos soslayar que en el desarrollo de la “nueva” historia militar se advierten rasgos que ya habían sido abordados por Keegan en 1976, con su obra El rostro de la batalla[27], donde trataba las vivencias de los soldados en primera persona a través del análisis de tres batallas distintas en épocas disímiles: Argincourt, Waterloo y Somme, y donde se anticipaba a lo que hoy se denominaría una “historia de los de abajo”.[28] En definitiva, esta mirada de la historia militar procura socializar el estudio del fenómeno bélico y, para ello, se vale de propuestas actuales que enriquecen el campo historiográfico y proporcionan contextos incompletos ‒más genéricos que eficaces en términos de indagación sistematizada‒ como pueden ser la microhistoria, la historia de tiempos largos, del tiempo presente, y hasta la prosopografía. Estos itinerarios destacan, cada uno, aspectos singulares que sin duda se pueden aplicar al estudio de la guerra, pero que necesariamente fragmentan la investigación y parcializan las respuestas toda vez que, partiendo de la periferia que representa una ciencia o disciplina diferente a la historia bélica, estructuran conclusiones y explicaciones afines a aquella ciencia o disciplina de origen, so pena de obturar la propia mirada militar sobre el tema de la guerra. Así, podría generarse un relegamiento de lo militar como sujeto de estudio de la guerra, a la vez que se construyen disquisiciones que, si bien explican algo relacionado con la guerra, no consiguen brindar respuestas completas que concurran holísticamente a historiar las contiendas militares.

En relación con lo anterior encontramos una cierta dificultad, desde nuestro punto de vista, que se plantea al reemplazar la noción de guerra por el concepto “cultura de guerra”.[29] La recurrente relativización de la definición clausewitziana acerca de la guerra, fundada en las limitaciones que implica entender lo bélico restringido al enfrentamiento armado entre Estados nacionales y mediante la aplicación de la violencia legal corporizada en sus Fuerzas Armadas, ha dado lugar a una extensión de la guerra hacia otras (casi todas) manifestaciones de violencia por parte de actores heterogéneos, no circunscriptos a los parámetros estatales tradicionales [30] y con diversos intereses sectorizados en grupos, minorías, condiciones étnicas, raciales y también religiosas. Este nuevo enfoque horizontaliza los matices propios de la violencia según espacios, tiempos e intereses, tornando difuso el estudio y, más aún, entorpeciendo la identificación de las causas del conflicto que se trate. El hecho de englobar bajo un mismo rótulo de violencia a los fanatismos religiosos, el crimen organizado, los reclamos sociales, los desplazamientos forzados, las disputas étnicas, la guerra entre Estados y al terrorismo ‒no ya como vector ofensivo sino como actor estratégico‒ tiende a diluir las diferencias y omite las singularidades que cada caso demanda para ser cabalmente comprendido e historiado.

Está claro que el pensamiento clausewitziano deja por fuera varias alternativas del conflicto que no se identifican con la figura del Estado nación, y esto por sí solo merece una reformulación del concepto guerra que contenga otras formas de violencia, pero ¿cuáles deberían ser los conflictos que se encuadren en una nueva definición de la guerra?, o mejor todavía, ¿a qué se le debería llamar “guerra” para ser historiado en términos militares? Y también, ¿es realmente lo acotado del término “guerra” y la condición de existencia de la política como rectora de lo bélico lo que restringe el análisis histórico, o son nuevos interrogantes que se proponen para interpelar la guerra desde una periferia que demanda respuestas y refutaciones para nutrir su propio acervo disciplinar?

Es innegable que todo aporte para mejorar la comprensión sobre la guerra en el pasado significa un avance en el conocimiento historiográfico, pero no es menos cierto que bajo la “cultura de guerra” se pueden esclarecer situaciones que, a través de prácticas violentas, provocaron transformaciones sociales e institucionales. No se trata de imponer una taxonomía estéril que se agote en un debate teórico o semántico, sino por el contrario, se tratar de aproximar conceptos que ayuden el estudio de la guerra y sus consecuencias. Y en este sentido, una propuesta de qué se debe entender por “guerra” es necesaria. De lo contrario, las indagaciones muy probablemente tenderán a lo diletante, y a estudiarse la guerra travestida en algún tipo de violencia. Por otra parte, los saberes de la historia militar poseen registros académicos precisos en cuanto al tratamiento de lo bélico previo al período clausewitziano, como lo demuestran las valiosas pesquisas sobre el Mundo Antiguo y la Edad Media disponibles. Vale decir, que las salvedades parecen estar en la definición de los protagonistas de la guerra (quienes la ejecutan y combaten), antes que en la guerra propiamente dicha. Esto viene a engrosar la condición de lo militar incorporando a partisanos, guerrilleros, no combatientes, milicias, montoneras ‒para el caso argentino‒[31], y redefine los actores antes que las acciones. De ser así, una opción consistiría en resignificar a los protagonistas de la guerra por fuera de las Fuerzas Armadas y más allá de la condición de tropa regular o irregular a la cual se refirió extensamente Carl Schmitt otorgándole la aptitud de combatiente.[32] Así, se contendría toda la gama de individuos que, independientemente de su carácter institucional, hicieron la guerra o quizás sea mejor hablar de quienes “tomaron las armas”. En cualquier caso, una aclaración en torno de la guerra, el conflicto y sus actores se vuelve indispensable para determinar las unidades de análisis, su procedencia, su pertenencia e identidad sectaria, sus intereses y, lo que es más importante, poder establecer los efectos de sus actos guerreros. Lo anterior cobra mayor importancia cuando las partes enfrentadas están dominadas por la asimetría que supone el antagonismo entre un Estado nación y un oponente de menor entidad y deficiente organización, ya que de una parte regirá la política mientras que en la otra, las decisiones quedarán por cuenta de una persona o un grupo, cuyos deseos es necesario precisar para guiar el estudio histórico.

Al menos tres aspectos aparecen como inexcusables para registrar un escenario de conflicto. En primer lugar, se deben fijar los actores y sus intereses enfrentados. Luego será preciso identificar la situación amigo-enemigo que enmarca la lucha y, finalmente, se deberá caracterizar el recurso a la violencia como condición sine qua non para la existencia de esta “cultura de guerra”. En la medida que estos factores estén presentes, podríamos estar ante un contexto factible de ser entendido y estudiado bajo los cánones de la guerra. Estas condiciones otorgan rigurosidad al análisis y ordenan el razonamiento en su etapa básica. La carencia de estos supuestos de estudio implicaría tratar a cualquier entorno violento como guerra, diluyendo las diferencias y homologando conductas. Una Historia de la guerra amplia y abierta a la investigación de hechos bélicos protagonizados por grupos humanos definidos y con intereses explícitos, que se conduzcan a escala y puedan generar efectos estratégicos mediante el uso de la fuerza, da lugar a estudios sistemáticos sobre la costumbre de guerrear con independencia del tiempo y del lugar de las acciones. Por el contrario, el examen de ámbitos conflictivos carentes de precisiones en cuanto al uso de las armas, e indeterminado en relación con los grupos humanos intervinientes y sus intereses, no implicaría un tratamiento bajo el concepto ampliado de guerra y tendería a confundir cualquier manifestación de violencia (racial, religiosa, doméstica, de clases, de género, criminal, etc.) con una trama de beligerancia. Siguiendo a Schmitt y volviendo sobre la idea de amigo-enemigo para caracterizar la situación de guerra, entendemos que la diferencia fundamental radica en visualizar al otro como el “enemigo verdadero” evitando criminalizarlo para no hacer de él un “enemigo absoluto”[33] que justifica a la violencia como un fin en sí mismo, sectario e instintivo, que tiende a deshumanizar al adversario. En palabras de Schmitt:

Nuevas especies de enemistad absoluta tienen que surgir en un mundo en donde los contrincantes se empujan unos a otros hacia el abismo de la desvalorización total antes de aniquilarse físicamente. La enemistad se hará tan horrorosa que ni siquiera se podrá hablar de enemigo y enemistad. Ambos se proscribirán y condenarán en debida forma antes de empezar con la obra de destrucción. La destrucción se hará entonces completamente abstracta y absoluta. Ya no se dirige contra un enemigo, sino que servirá a la imposición, llamada objetiva, de valores supremos, y estos, como es sabido, no tienen precio. Solo la negación de la enemistad verdadera abre el camino para la obra destructora de la enemistad absoluta. [34]

Luego, lo que sigue a la enemistad absoluta es el ascenso de la violencia a los extremos[35] y la pérdida de referencia en el límite de la fuerza, que acerca otra característica ‒pero también una consecuencia‒ de la no guerra o, mejor dicho, de las situaciones que se alejan de un estudio pautado para la Historia de la guerra.

4. Reflexiones finales

Podemos decir que la Historia militar, como todavía discurre en los entornos castrenses, dista de la amplitud y profundidad que la acción de historiar implica, ya que se funda como un recurso didáctico para formar conductores militares a través de la observación retrospectiva de los hechos, a menudo descontextualizados y con un marcado reduccionismo, que se sirven de la analogía para “descubrir” semejanzas en un escenario determinista. Esta forma de entender el estudio del pasado tiende a evocar, antes que a analizar objetivamente, y acarrea vicios que oscurecen la interpretación crítica.

En compensación el ámbito académico, con una mirada más inclusiva, viene acompañando la evolución de lo histórico militar hacia “nuevas formas” de comprender lo bélico que podrían englobarse en el marco genérico de la “cultura de guerra”, como una forma de contener la diversidad de manifestaciones de violencia vinculadas con el uso de las armas para dirimir conflictos. La necesidad de ampliar el horizonte de observación para incorporar otras modalidades cercanas y semejantes al empleo de la fuerza para resolver disputas entre grupos humanos ha derivado en el reconocimiento de casi cualquier forma de violencia como guerra. Esto, lejos de contribuir con el esclarecimiento de los eventos militares del pasado, tiende a diluir la consideración bélica del pretérito y, si bien enriquece y logra dar respuestas a los interrogantes de otras ciencias acerca del fenómeno de la guerra, al mismo tiempo, despliega una suerte de desmilitarización en el estudio de los conflictos armados. Así, las réplicas que se obtienen explican las causas y los efectos de la guerra en un sentido dilatado que satisface expectativas de conocimiento para la ciencia en general, pero ante la falta de una contemplación profesional operativa desde lo militar, acaba por mostrarse incompleta y antitética a su cometido.

No obstante, el concepto “historia de la guerra” aparece como el apelativo más pertinente, bajo la advertencia de que ante la supuesta falta de vigencia clausewitziana para entender los conflictos en el estrecho marco del Estado nación, los cambios en las categorías de estudio que mejoren la comprensión se basan más en quienes los protagonizan que en sus actos. Esto desplaza los argumentos que justifican la evolución hacia la “cultura de guerra”, desde la insuficiencia de la política como casus belli hacia los intereses de los actores, lo que a priori involucraría una cantidad importante de acontecimientos susceptibles de interpretarse como guerra pero que, en realidad, aparecen distorsionados al momento de tratarlos como conflictos armados. Así, creemos que la categoría guerra que dé lugar a un estudio como tal debería considerar la identificación de los actores y sus intereses, la capacidad de activar su voluntad mediante el uso de la fuerza, y la definición de la dialéctica amigo- enemigo, no como supuesto de la política, sino como circunstancia asertiva que defina los hechos. También concurre a clarificar el entorno de guerra la no criminalización del oponente, el no ver en el adversario al enemigo verdadero en lugar del enemigo absoluto. Estimamos que bajo los aspectos descriptos se podría esclarecer la existencia o no de un escenario de guerra y, consecuentemente, aportar precisiones en tal sentido. Pero también opinamos que la guerra no permite ser estudiada en forma holística sin el concurso de lo concomitante, que ya sea a través de las causas y/o sus efectos explique ‒ ex ante y ex post‒ los acontecimientos desde una mirada análoga a la que propusieron Pierre Renouvin y Jean-Baptiste Duroselle [36] en su concepto de “fuerzas profundas”,[37] y que supone una identidad con lo que hemos denominado “historia de lo militar”.

En cuanto a la historiografía militar argentina, observamos que la producción de Echepareborda satisfizo su tiempo y promovió un avance importante en el estado de la cuestión, pero luego de casi cuarenta años demanda una actualización que proceda a incorporar los nuevos enfoques y dinamice la interlocución de la historia militar con el espacio, cada vez más heterogéneo, de las ciencias y disciplinas preocupadas con los conflictos armados. Para ello, un bosquejo preliminar debería tomar en cuenta la articulación temática entre la guerra y “lo militar”, que involucre las nuevas tendencias bajo las consideraciones expuestas y que amplíe la búsqueda a otras fuentes por fuera de las tradicionales, ya que gran parte de la producción historiográfica desde finales del siglo XX hasta la actualidad, se encuentra disponible en repositorios digitales y publicaciones periódicas virtuales que posibilitan el acceso a trabajos de investigación, ponencias y artículos en general.[38]

Finalmente, estamos convencidos de que más allá de las controversias que las formas de aproximación a las crisis armadas plantean para su investigación, la guerra continuará ocupando el centro de las pesquisas que ambicionen entender y explicar la conducta humana. En definitiva, tratar la guerra en sentido amplio propone resignificar su contenido para acercar respuestas que expliquen su trascendencia en el devenir histórico.

 

Obras citadas

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[1] Roberto Etchepareborda (Milán, 1923 – Falls Church, 1985) fue un abogado, historiador y diplomático que se desempeñó en la función pública en los cargos de concejal de la ciudad de Buenos Aires, ministro de Relaciones Exteriores y gobernador de facto de la Provincia de Buenos Aires y embajador en la India. Perteneció a la Organización de los Estados Americanos y fue académico de número de la Academia Nacional de la Historia de la República Argentina y académico correspondiente en instituciones de España, Brasil, México, Perú, Costa Rica, Paraguay y Uruguay. Fue autor de varios libros relacionados con la historia argentina, entre ellos: Leandro Alem: mensaje y destino, (comp.), Buenos Aires: Raigal, 1956; Política luso rioplatense 1810-1812, Buenos Aires: Consejo Deliberante, 1961; La revolución argentina de 1890, Buenos Aires: Eudeba, 1966; Tres revoluciones 1890, 1893, 1905 , Buenos Aires: Pleamar, 1968; ¿Qué fue el carlotismo?, Buenos Aires: Plus Ultra, 1971; Zeballos y la política exterior argentina, Buenos Aires: Pleamar, 1982; Rosas, controvertida historiografía, Buenos Aires: Pleamar, 1972; Historia de la relaciones internacionales argentinas, Buenos Aires: Pleamar, 1978; Hipólito Yrigoyen: imagen de un hombre y su trayectoria, Buenos Aires: CEAL, 1983. También ejerció la docencia universitaria en los Estados Unidos de América.

[2] R. ETCHEPAREBORDA, 1984.

[3] R. ETCHEPAREBORDA 1984, pp. 55-57.

[4] Ibidem, pp. 58-69.

[5] Ibidem, pp. 69-83.

[6] El autor advierte que la publicación de esta obra fue postergada por diversas causas y, en virtud de ello, mantenía los rasgos y conceptos originales con que había sido concebida a mediados de la década de 1970, p. 6.

[7] R. ETCHEPAREBORDA, 1984, p. 10.

[8] Ibidem, p. 11.   9 Idem.

[9] Idem.

[10] Ibidem, p. 58.

[11] Ibidem, p. 84.

[12] Ibidem, p. 85.

[13] Leopoldo Ornstein (Buenos Aires, 1896-1973), coronel del arma de caballería, oficial de estado mayor, académico de número de la Academia Nacional de la Historia e historiador militar con una fecunda producción bibliográfica sobre la gesta sanmartiniana: La campaña de Los Andes a la luz de las doctrinas de guerra modernas, Buenos Aires: Círculo Militar, 1931; “La batalla de Sipe-Sipe. Monografía histórica”. Revista de Informaciones N.º 131-132, 1936, pp. 31-70; Historia de la democracia argentina, Buenos Aires: ed. del autor 1946; “El estudio de la Historia militar y el peligro de las teorizaciones”. Revista de Informaciones N.º 299, 1952, pp. 3-20; “La personalidad militar del general San Martín”. Revista de la Escuela Superior de Guerra (RESG) N.º 318-319, 1955, pp. 402-404; El estudio de la Historia militar , Buenos Aires, Círculo Militar, 1957; “La estrategia del general San Martín en el Perú y sus enseñanzas”, RESG N.º 328, 1958, pp. 40-64; La batalla de Chacabuco. Sorprendentes revelaciones , Buenos Aires: INSM, 2002.

[14] L. ORNSTEIN, 1957.

[15] Ibidem, pp. 25 y 26.

[16] L. ORNSTEIN, 1957, p. 23.

[17] C. CLAUSEWITZ, 1983 [1832], pp. 21 y 22.

[18] Ibidem, p. 82. También es recomendable la lectura esclarecedora de R. Aron, 1987 [1976], p. 219.

[19] L. ORNSTEIN, 1957, p. 114. El destacado es nuestro.

[20] R. ARANCIBIA CLAVEL, 2010, pp. 17-25.

[21] F. VELÔZO GOMES PEDROSA. 2019, pp. 4, 7-9.

[22] M. ALONSO BAQUER, 2007, pp. 115-129.

[23] M. RYAN Y J. HALL, 2007, pp. 130-144.

[24] J. KEEGAN, 2014 [1993], pp. 11-16.

[25] D. ALEGRE LORENZ, 2018.

[26] G. SOPRANO, 2019, pp. 13-29.

[27] J. KEEGAN, 1990.

[28] C. BORREGUERO BELTRÁN, 2017, p. 153.

[29] E. ZIMMERMANN, 2019, pp. 5 y 10.

[30] Ibidem, p. 4. Eduardo Zimmermann nos recuerda que Carl Schmitt señaló al Congreso de Viena de 1814-1815 como el inicio de la restauración del derecho de guerra clásico, por el cual la guerra se conduce de Estado a Estado como una guerra de ejércitos regulares, estatales, entre dos depositarios soberanos de un ius belli, que se respetan como enemigos sin discriminarse mutuamente como criminales.

[31] A. RABINOVICH, 2015.

[32] C. SCHMITT, 2005, pp. 31-43.

[33] C. SCHMITT, 2005, pp. 10-115.

[34] Ibidem, p. 114.

[35] C. CLAUSEWITZ, 1983 [1832], pp. 10-14. También ver: R. GIRARD, 2010 [2007], pp. 20-37.

[36] P. RENOUVIN y J. DUROSELLE, 2001.

[37] Se entiende por “fuerzas profundas” al conjunto de condiciones geográficas, movimientos demográficos, intereses económicos y financieros, características mentales colectivas y las grandes corrientes sentimentales que han dado fundamento y sobre las que se materializan las relaciones entre grupos humanos.

[38] A modo de guía podemos mencionar a las páginas web del Ejército, Armada y Fuerza Aérea, la red de bibliotecas de las Fuerzas Armadas (REBIFA) y el repositorio digital del Centro Educativo de las Fuerzas Armadas (CEFA) y sus conexiones con la Universidad de la Defensa Nacional (UNDEF).